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La mujer pájaro

¿Deseas saber dónde se esconde el mal? El mal se esconde en el núcleo de nuestro mundo. Atrapado en la roca. Pero cada nueve milenios reúne la fuerza necesaria para liberarse de su encierro. Pobres de aquellos que no estén preparados.

AX DE DICHA DE VERANO, pensamientos,

En los ángulos correctos del mar y la tierra

En las profundidades de la tierra, en los límites entre el fuego líquido y la roca abrasadora, algo empezó a moverse. Un rugido como un trueno se abrió paso desde la hondura y evolucionó hasta convertirse en un chillido disonante. Temblaron las paredes de inmensas cavernas, que empezaron a agrietarse hasta desmoronarse con un estruendo ensordecedor. Las rocas se derretían como la cera. Un ardor inimaginable aprovechó las rendijas y las fisuras, acompañado por el estridente alarido que atravesó el corazón del mundo como un ejército de espadas flamígeras.

La tierra vibró y empezó a deformarse. Entrechocaron terrones de tierra, bloques y rocas, pero la presión seguía aumentando. Estas materias, en ausencia de una escapatoria posible hacia el interior de la tierra o hacia los lados, iniciaron su ascenso con una fuerza indescriptible. A medida que la onda expansiva se aproximaba a la superficie del mundo, la estridencia se multiplicó hasta convertirse en una cacofonía disonante que ningún oído humano hubiera sido capaz de soportar.

En el fondo de un abismo, a muchos kilómetros de profundidad, una figura femenina permanecía sentada, con las piernas cruzadas, inmóvil. Una capa de color púrpura cubría sus vestiduras de fino tejido amarillo, y las alas de un forma negro ocultaban los rasgos de su cara. Sí se podía apreciar el perfil de su pálido rostro, pero ninguna otra alma poblaba aquel abismo. Apartó una de las alas del forma con el que se cubría. Sus ojos eran de color amarillo verdoso, y los estrechos hemisferios de sus pupilas parecían mirar sin ver.

Apenas se oyó un ruido sordo. Una brisa portadora de voces susurrantes barrió sin previo aviso el abismo y alcanzó a la fémina. La conciencia se abrió paso a través de su mente, y una oleada de recuerdos inundó el torrente de sus pensamientos. El otro conocimiento, cuya presencia se había visto obligada a aceptar durante tanto tiempo, quedó aislado del remolino de imágenes y acontecimientos. Sus poderes de comprensión simplemente eran demasiado limitados, demasiado superficiales.

Mujer pájaro. Todos la habían llamado siempre así, aunque ella desconocía el motivo.

Lentamente, su boca empezó a articular el sonido.

Mathathruïn… —murmuró.

Esa palabra la sobresaltó. El tiempo se ralentizó; el mundo prácticamente se detuvo. En los siguientes instantes, de duración más prolongada, la mujer abrió sus esbeltas manos, con las palmas hacia arriba. Sus ojos examinaron la angosta franja de cielo que se intuía por encima del abismo. Empezó a incorporarse lentamente, y al hacerlo, de su regazo cayeron rosas rojas y blancas que se deslizaron flotando hacia el suelo. Al tocarlo, un polvo blanco ascendió en forma de remolino.

La mujer pájaro enfocó la vista. La capa cubrió un instante el vacío para quedar luego amontonada en el suelo. Una ave esbelta, de color gris, con una cresta púrpura y una larga cola de color verde oscuro, tomó impulso grácilmente y alzó el vuelo.

En pocos segundos, la capa se tornó de color gris y se convirtió en polvo. Tras la partida del ave, un silencio anormal invadió el abismo, que entonces parecía absorbido por el vacío.

En la distancia se oyó un estruendo. Gradualmente, la tierra empezó a temblar. Al reactivarse el tiempo, el abismo entero se tambaleó en todas direcciones con una fuerza tremendamente destructiva. La tierra se desgarró con un violento crujido, y un caos de alaridos inundó el lugar que antes ocupaba la mujer. La materia se hinchó hasta reventar finalmente con un estallido ensordecedor. Rocas y bloques salieron despedidos por doquier. Un mar de lava surgió a borbotones del orificio, y se expandió una nube de polvo que llenó en segundos la totalidad del abismo.

La voz procedente del corazón de la tierra ahogó el estruendo, presente y poderosa como una montaña.

¡Wooör Lynagolduria! Aysrail syf um teryje.

Eran palabras de una época imposible de recordar para el ser humano, y se estrellaron contra las paredes del abismo. La voz había permanecido en silencio durante nueve mil años.

Las paredes del abismo empezaron a desplomarse, y con ellas, las rocas que las formaban. El temblor de la tierra alcanzó su punto culminante. Una figura negra y brillante emergió con un bramido del caos de lava, llamas, rocas y piedras, y detrás dejó un enorme cráter.

La voz colosal profirió un grito de triunfo. La figura salió propulsada del abismo y arrastró consigo fragmentos de sombras para sembrarlos en todas direcciones. Acto seguido, sólo quedó una nube de polvo y humo.

El día empezó a deshilacharse. Las oscuridad tomó posesión del abismo e intentó apresar el sol matinal con sus garras informes. Los colores fueron perdiendo intensidad hasta difuminarse en un todo gris que rápidamente oscureció para adquirir una tonalidad negro noche.

Tres días después, cuando el polvo finalmente se rindió en su vano intento de ascender con lentitud hacia la libertad, y se posó en el fondo del abismo, la mujer pájaro regresó. Por tres veces, la sombra elegante del ave sobrevoló las paredes del abismo antes de que el animal iniciara su cuidadoso descenso. Aterrizó en las proximidades del enorme cráter. En cuestión de segundos, el ave recobró su aspecto humano. Sus ojos examinaron la depresión. Dio cuatro o cinco pasos hasta llegar al filo, donde se detuvo con la mirada fija en el inconmensurable vacío.

—No está —murmuró—. ¡Oh, Arlivux!, me lo temía: ha escapado. Ni siquiera la impenetrable corteza de la tierra ha sido capaz de retenerlo. Romander se tambaleará hasta sus cimientos. El maligno ha conseguido liberarse.

Todavía en su forma humana, empezó a caminar de forma pensativa hacia el sur, de camino hacia el modesto puerto de Kasbyrion. Había llegado la hora de emprender su primera tarea.