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El mar de la Noche

Cristal y filigranas entrelazados,

en un lecho ondulado de fibra estelar.

Marco del mundo, carente de límites,

sin el dobladillo del atuendo de la noche desvaída.

Sobre el ligero lienzo, borroso en parte,

el sol se arremolina con la luz y la fina espuma

por encima de la inoportuna ola y de los reflejos

negros y amarillos, salpicados de gris, del espejo.

Más larga es la noche que dura días enteros:

las nubes se mueven meditabundas sobre el carbón,

se buscan entre el cieno de aquello que erosiona las bahías,

sin compasión, corazón, ni alma.

Mundo mudo, incapaz de expresar, o revelar,

aquello que se agita en tu interior.

La noche habita en tu regazo, mi lado mortal rechaza el miedo.

El mar de la Noche está en silencio mientras voy flotando hacia la orilla.

GYRDE KULMSON DE LOH CENTRAL, Doce poemas místicos,

«El mar de la Noche está en silencio».

El mar de la Noche septentrional.

Una región desolada de aire y agua, la cuna de las infames tormentas del norte, donde las aguas se funden con el cielo sin que sea posible distinguir sus límites. Allí, a un día de navegación de la costa norte de V'ryn Central, resulta imposible medir las mareas mediante la alternancia entre las aguas que inundan las playas y el período en que éstas se secan al sol. Allí, día y noche se confunden cuando el vacío de la noche deja paso a la oscuridad de una nueva tormenta del norte.

Entonces, negros nubarrones se abalanzaban sobre la superficie marina y la tocaban como si se tratara de los dedos de un enorme monstruo. Las ráfagas de viento se arremolinaban, chocando entre sí, y las cortinas de lluvia gris amarillento parecían perseguirse unas a otras mientras sorteaban las agitadas olas.

El aguacero cesó bruscamente y sobre el mar se hizo un extraño silencio. Una rendija de luz trémula se abrió entre las nubes, sobre el horizonte, brillando con la forma de un ojo amarillo gigante. Rayos zigzagueantes arremetieron contra la línea divisoria entre las nubes y el mar. Un trueno recorrió la infinidad del mar de la Noche.

Durante unos minutos, sólo se oyó el rumor de las olas. Después, un fino silbido se abrió paso lentamente entre las notas agudas del murmullo.

De repente, se recortó contra el fondo gris la silueta de una gaviota que volaba veloz hacia el sur.

Fue lo único que se movió.

¿Lo único?

En medio de la inmensidad gris podía distinguirse un solo punto diminuto de color más oscuro. Era una embarcación de pesca, y las dos banderas de color rojo que mostraba indicaban que procedía de una de las islas de las Rompientes Exteriores situada más al norte, probablemente de Punta de Malter, un pueblo pesquero de V'ryn Central. Era un cascarón calafeteado, de color marrón oscuro, con una vela latina de tonalidad púrpura arrizada hasta la mitad del palo y un pequeño foque. La nave se balanceaba y cabeceaba de una ola a otra. «El Pez Piedra Salvaje», rezaba el nombre escrito en su proa con una caligrafía irregular de color amarillo. Había dos hombres de pie, con las piernas separadas, inmóviles, como estatuas de madera atornilladas en la cubierta de popa, cerca de la rueda del timón. El de menor estatura sujetaba la rueda con firmeza. Se volvió hacia su compañero, un hombre de mediana estatura, cabellos rizados rubio ceniza y ojos de color marrón oscuro.

—Por última vez, señor, no seguiré adelante. Es demasiado peligroso. Debemos regresar.

El otro no respondió. Siguió mirando fijamente el ojo amarillo que parecía dominar el horizonte.

Una ola de gran tamaño arremetió inesperadamente contra uno de los costados de la pequeña embarcación, amenazando con volcarla, pero el hombre de menor estatura contrarrestó el embate de la ola haciendo girar rápidamente la rueda. La ancha proa se clavó en las olas y la espuma salpicó la cubierta.

—Señor… —recomenzó el timonel.

—Te he oído, Frolint —atajó el hombre más alto con brusquedad—. Te he oído, pero te ruego que tengas un poco más de paciencia. Ante nosotros ha aparecido algo interesante. Creo…

Le interrumpió un trueno que resonó sobre las aguas sin que ningún relámpago lo anunciara. El estruendo les rodeó por todos lados. Una enorme ola procedente de la dirección en la que se encontraba el ojo amarillo creció hasta convertirse en una cresta de diez metros de altura. Simultáneamente, aparecieron decenas de aves de color gris oscuro que provenían de la misma dirección; los pájaros gigantes sobrevolaron en círculo la embarcación, chillando. Al hombre le pareció ver algo brillante sobre sus cabezas.

Por encima de la ola, asomó una silueta negra. ¿O acaso era la sombra de un nubarrón?

El hombre más bajo empezó a girar la rueda, frenético.

—Os lo dije, lord Rayn —se lamentó—. La magia atrae al Oscuro y provoca su ira. ¡Todos lo saben! ¡Estamos sentenciados!

Rayn agarró al patrón del brazo y lo miró furioso.

—Contrólate, Frolint. Ya te lo dije: no soy mago. Sólo aprendí unos cuantos trucos de un myster. Haz tu trabajo, y encárgate de mantener el barco a flote.

El patrón se mordió los labios e intentó esquivar la ola maniobrando hacia el oeste, pero el viento hizo retroceder al Pez Piedra Salvaje. Rayn buscó la silueta negra que había surgido del agitado mar, pero no pudo encontrarla. También el resplandor amarillo había desaparecido detrás de una nube. Las aves se alejaron volando y chillando hacia el horizonte. Cuando se hubieron ido, el débil silbido se fundió repentinamente con el rumor de las olas y, de nuevo, se hizo el silencio. La enorme ola se reintegró en la superficie del mar justo antes de su probable embestida contra la pequeña embarcación.

—El ojo amarillo, las olas, el trueno y el relámpago, y el silbido —retumbó la voz de Rayn.

—Y los pájaros —añadió el patrón.

—Sí, los pájaros —admitió Rayn—. Es curioso. Nunca antes oí hablar de ellos.

Se mesó las barbas y observó, meditabundo, el cielo allí donde antes había estado el ojo amarillo.

—La aparición de esas enormes aves me resulta extraña. Pensé que se trataba de gaviotas, pero ahora no estoy tan seguro. No pude ver bien la forma de su cabeza; parecía como si llevasen piedras ornamentales sobre ellas.

Frolint sacudió la cabeza de lado a lado.

—No sabría decíroslo con exactitud, no pude fijarme, toda mi atención estaba en mis manos para mantener a flote la nave. Después de todo, la necesitamos para seguir con vida.

Rayn escudriñó el horizonte en dirección al norte durante un buen rato. Las nubes rozaban el mar. Sólo podía apreciarse el gris y la negritud de la tormenta y el mar; mientras tanto, un nuevo aguacero les dio alcance.

—No tenemos la certeza de que se tratara del Oscuro. Y en caso de que lo fuera, apenas se dejó ver; ahora ya no queda nada —comentó.

Examinó el cielo. Después, se volvió hacia Frolint con decisión.

—Regresemos, patrón.

Frolint suspiró, aliviado; enderezó la espalda y corrigió el curso hacia el sur verdadero. Poco después, un viento procedente del norte empujó a la pequeña nave a través de las olas, de regreso hacia el archipiélago. Las nubes se apartaron para dejar paso al resplandor anaranjado del ocaso sobre el horizonte.

El Pez Piedra Salvaje reanudó su lenta danza de una ola a otra, casi como parte integrante del propio mar. Ninguno de los dos miró atrás; no se percataron de que la silueta negra los seguía desde la distancia.