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En esta desesperada situación aceptó la oferta de un empleo como auxiliar en la escuela de Market-Bosworth, en Leicesttershire, a la que fue a pie, según se desprende de uno de sus pequeños fragmentos de un diario, el 16 de julio. «Julii 16, Bosvortian pedes petii». Pero no es cierto, como se ha dicho erróneamente, que fuera ayudante del famoso Antonio Blackwall, cuyos méritos han sido honrados con el testimonio del obispo Hurd, que fue alumno suyo, pues mister Blackwall murió el 8 de abril de 1730, más de un año antes de que Johnson dejara la Universidad.

Este empleo era muy fastidioso para él en todos los aspectos y se quejaba lastimosamente en las cartas a su amigo mister Héctor, establecido ahora como cirujano en Birmingham. Las cartas se han perdido, pero mister Héctor dice en un escrito suyo: «Que el poeta había descrito la insípida igualdad de sus días con estas palabras: Vitam continet una dies (un día contiene la totalidad de mi vida); que era tan monótona como la nota de un cuco; y que no sabía si le era más desagradable enseñar, o a los alumnos aprender, las reglas gramaticales». Su aversión general a esta penosa tarea se vio grandemente aumentada por su desavenencia con sir Wolstan Dixie, el protector de la escuela, en cuya casa, según me han dicho, actuaba él como una especie de capellán doméstico, por lo menos hasta el punto de bendecir la mesa, pero era tratado —según él— con intolerable dureza; y, después de sufrir durante unos meses tan complicada calamidad, renunció a un puesto que durante toda su vida recordó con la mayor aversión e incluso hasta con cierto horror. Pero es probable que en este período, cualesquiera que fueran las incomodidades que pueda haber soportado, puso el cimiento de muchas eminencias futuras, por la aplicación a sus estudios.

Encontrándose ahora de nuevo totalmente ocioso, fue invitado por mister Héctor a pasar una temporada con él en Birmingham, como huésped suyo, en la casa de mister Warren, donde aquel vivía en pensión. Mister Warren era el librero de más antigüedad de Birmingham y se mostró muy atento con Johnson, al que encontró muy útil para su negocio por su conocimiento de la literatura, e incluso obtuvo la colaboración de su pluma al proporcionarle Johnson algunos números de un ensayo fijo impreso en el periódico del que mister Warren era propietario. Después de indagaciones muy diligentes, no he podido recobrar esas tempranas muestras de ese particular género literario en que Johnson adquirió más tarde tan gran distinción.

Continuó como huésped de mister Héctor unos seis meses, y luego alquiló un alojamiento en otra parte de la ciudad, pues se encontraba tan bien situado en Birmingham como suponía podía estar en cualquier otro sitio, mientras no tuviera ningún plan de vida determinado y sólo dispusiera de tan escasos medios de subsistencia. Aquí hizo algunas amistades valiosas, entre las cuales se hallaba mister Porter, un mercero, con cuya viuda se casó luego, y mister Taylor, quien, por su ingenio en los inventos mecánicos y su éxito en el comercio, adquirió una inmensa fortuna. Pero la satisfacción de hallarse cerca de mister Héctor, su viejo condiscípulo e íntimo amigo, fue lo que más le indujo a continuar aquí.

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En un hombre al que la educación religiosa ha librado de complacencias licenciosas, la pasión del amor, una vez que se ha apoderado de él, es excesivamente fuerte, pues no se ve perjudicada por la disipación y se concentra totalmente en un objeto. Esta pasión fue experimentada por Johnson cuando se convirtió en ferviente admirador de mistress Porter, después de la muerte de su primer marido. Miss Porter me contó que cuando le fue presentado a su madre por primera vez, su aspecto era muy repulsivo: era entonces flaco y descarnado, de modo que sus huesos saltaban a la vista desagradablemente y las cicatrices de las escrófulas estaban muy marcadas. Tenía el pelo largo, que era lacio y tieso y separado por detrás, y al parecer hacía con frecuencia gestos extraños y movimientos convulsivos, que tendían a excitar a la vez la sorpresa y la risa. Mistress Porter se quedó tan prendada de su conversación, que se olvidó de todas estas desventajas exteriores y dijo a su hija: «Éste es el hombre más razonable que he visto en mi vida».

Aunque mistress Porter tenía doble edad que Johnson, y su persona y modales, según la descripción que me hizo el difunto mister Garrick, no eran nada agradables, debe de haber tenido una superioridad de entendimiento y de dotes, pues sin duda le inspiró una pasión más que corriente, y, habiéndole significado su disposición a aceptar su mano, Johnson marchó a Lichfield para pedir el consentimiento de su madre para el matrimonio, cosa que él no podía menos de considerar como un proyecto disparatado, tanto por la diferencia de edades como por la falta de fortuna de su presunta mujer. Pero mistress Johnson conocía demasiado bien el ardor del temperamento de su hijo, y era una madre demasiado tierna para oponerse a sus inclinaciones.

No sé por qué razón no se celebró en Birmingham la ceremonia matrimonial, pero se tomó la resolución de que fuera en Derby, para cuyo lugar partieron a caballo la novia y el novio, supongo que con muy buen humor. Pero aunque mister Topham Beauclerk solía decir jocosamente que Johnson le había comunicado, con mucha gravedad: «Señor, fue un matrimonio de amor por ambas partes», yo he logrado de mi ilustre amigo el siguiente curioso relato del viaje a la iglesia en la mañana de la boda (9 de julio): «Señor, ella había leído las novelas antiguas y tenía metida en la cabeza la fantástica idea de que una mujer de espíritu debía tratar a su enamorado como si fuera un perro. En vista de ello, primero me dijo que iba demasiado deprisa, y que no podía seguirme, y cuando acorté un poco el paso, se me adelantó, quejándose entonces de que me quedaba atrás. Yo no estaba hecho para ser esclavo del capricho, y resolví empezar según me proponía terminar. Por consiguiente, aceleré mucho el paso, hasta que la perdí de vista por completo. El camino corría entre dos vallados, por lo que tenía la seguridad de que no podía extraviarse, y me las arreglé para que pronto me alcanzara de nuevo. Cuando lo hizo, observé que estaba llorando».

Esto —hay que reconocerlo— fue un singular comienzo de la felicidad conyugal; pero no hay duda de que Johnson, aunque mostró así una firmeza viril, resultó el marido más cariñoso e indulgente hasta el último momento de la vida de mistress Johnson, y en sus Plegarias y meditaciones tenemos una prueba muy señalada de que su consideración y cariño por ella no cesaron nunca, ni aun después de su muerte.

Ahora estableció una academia privada, para cuyo fin alquiló una gran casa bien situada, cerca de su ciudad nativa. En el Gentleman’s Magazine, por 1736, se encuentra el siguiente anuncio: «En Edial, cerca de Lichfield, en Staffordshire, se admiten jóvenes como huéspedes y se les enseña latín y griego, por Samuel Johnson». Pero los únicos alumnos puestos bajo su cuidado fueron el celebrado David Garrick y su hermano Jorge, y un tal mister Offely, joven de buena fortuna, que murió tempranamente.

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Johnson no estuvo más satisfecho con su puesto de director de una academia que con el de auxiliar de una escuela: no es de extrañar, por tanto, que no sostuviera su academia más de año y medio. Por lo que cuenta mister Garrick no parece deducirse que haya sido muy reverenciado por sus discípulos. Sus extraños modales y toscas gesticulaciones tienen que haber sido para ellos motivo de diversión, y, en particular, los bribones solían ponerse a escuchar en la puerta de su habitación y a mirar por el agujero de la cerradura, de suerte que convertían en motivo de burla sus tumultuosas y desmañadas expresiones de afecto hacia mistress Johnson, a la que solía llamar con el apelativo familiar de Tetty o Tetsey, que, como Betty o Betsey, es el diminutivo de Isabel, nombre de aquella, pero que nos parece ridículo cuando se aplica a una mujer de su edad y aspecto. Mister Garrick me la describía como muy gorda, con un pecho de una protuberancia más que corriente, con mejillas hinchadas, de un rojo vivo, producido por coloretes chillones, y aumentado por el uso frecuente de licores; usaba trajes chillones y estrafalarios, y era afectada, tanto en su manera de hablar como en su comportamiento. He visto a Garrick imitarla, con su gran talento mímico, hasta excitar las mayores carcajadas; pero es probable, como ocurre en todas estas imitaciones, que exagerara mucho.

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Johnson trató entonces de probar fortuna en Londres, el gran campo del genio y del trabajo, donde los talentos de toda clase tienen el mejor ambiente y los mayores estímulos. Es una circunstancia memorable el que su discípulo David Garrick fuera a Londres al mismo tiempo con el propósito de completar su educación y seguir la carrera de leyes, de la que se desvió pronto por su decidida preferencia por el teatro[2].

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Tenía poco dinero cuando llegó a la ciudad y supo la forma de vivir del modo más barato. Su primer alojamiento fue en casa de mister Norris, posadero, en Exeter Street, junto a Catherine Street, en el Strand. «Comía —dice— muy bien por ocho peniques, con muy buenas personas, en la Piña, en New Street, muy cerca. Varias de ellas habían viajado. Esperaban encontrarse todos los días, pero ninguno sabía el nombre de los otros. A los demás solía costarles un chelín, porque tomaban vino; pero yo tomaba un trozo de carne por seis peniques; pan, por un penique, y daba al camarero un penique; de modo que estaba muy bien servido; es más, mejor que los otros, porque ellos no daban nada al camarero».

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La estancia de Johnson en Lichfield, al regresar a él por esta época, fue sólo de tres meses, y como no había visto todavía sino una pequeña parte de las maravillas de la metrópoli, tenía poco que contar a sus conciudadanos. Él me contó la siguiente anécdota minúscula de este período: «En la última época, cuando mi madre vivía en Londres, había dos clases de personas: las que daban la acera y las que la tomaban; las pacíficas y las pendencieras. Cuando yo volví a Lichfield, después de haber estado en Londres, mi madre me preguntó si yo era uno de los que daban la acera o de los que la tomaban. Ahora está establecido que todo el mundo lleve la derecha; por tanto, si uno toma el lado de dentro, el otro lo cede, y nunca hay una disputa».

Luego se trasladó a Londres con mistress Johnson; pero la hija de esta, que había vivido con ellos en Edial, se quedó con sus parientes en el campo.

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De este modo se vio empleado Johnson, durante algunos de los mejores años de su vida, como un simple obrero de la pluma, «para no ganar gloria», sino únicamente para lograr un decoroso sostenimiento. No obstante, se permitía a veces ciertas pequeñas escapadas, que el francés expresa tan felizmente con el término jeux d’esprit, y que serán conocidas a su tiempo en el curso de esta obra.

Pero lo que mostró primero sus facultades eminentes y «dio al mundo la certeza del HOMBRE» fue su Londres, poema, a imitación de la Sátira de Juvenal, que apareció en mayo de este año (1738) y difundió con esplendor los rayos que rodearán para siempre su nombre.

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En este año y los dos siguientes escribió los Debates parlamentarios. Me contaba que fue el único redactor de ellos sólo durante esos tres años. Sin embargo, no era muy exacto en esta afirmación, que hacía mediante un recuerdo apresurado, pues es evidente que su trabajo en ellos comenzó el 19 de noviembre de 1740 y terminó el 23 de febrero de 1742-1743.

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Johnson me dijo que tan pronto se dio cuenta de que se creía que los Discursos eran auténticos, determinó no escribir más, «pues no sería cómplice de la propagación de la falsedad». Y tal era la delicadeza de su conciencia, que poco tiempo antes de su muerte expresó su pesar por haber sido autor de ficciones que habían pasado por realidades. No obstante, convino conmigo en que los Debates que había ideado eran estimables como oraciones sobre asuntos de importancia pública. En vista de ello, han sido coleccionados en volúmenes, bien ordenados y recomendados al estudio de los oradores parlamentarios por un prefacio, escrito por una mano no inferior a la suya. Debo advertir, sin embargo, que, aunque hay en esos Debates una cantidad asombrosa de información política y una elocuencia muy poderosa, no puedo convenir en que muestran la manera de cada orador determinado, como sir John Hawkins parece creer.

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No parece que haya escrito nada en 1744 para el Gentleman’s Magazine, salvo el prefacio. Su Vida de Barretier fue publicada de nuevo en un folleto por él mismo. Pero escribió ese año una obra, suficiente para mantener la alta reputación que había conseguido. Esta fue La vida de Richard Savage, un hombre de quien es difícil hablar con imparcialidad sin asombrarse de que fuera por algún tiempo el compañero íntimo de Johnson. Pues su carácter está señalado por la disipación, la insolencia y la ingratitud; sin embargo, como indudablemente tenía una mente cálida y vigorosa, aunque indisciplinado, había visto la vida en todas sus variedades y había estado mucho en la sociedad de los estadistas y hombres de espíritu de su tiempo, podía comunicar a Johnson una abundante provisión de los materiales que su filosófica curiosidad deseaba con más ardor; y, como las adversidades y mala conducta de Savage le habían reducido al estado más bajo de miseria como escritor que trabaja para ganarse la vida, su visita a St. John’s Gate le puso, naturalmente, en contacto con Johnson.

Es triste pensar que Johnson y Savage estuvieran a veces en tan extrema indigencia que no pudieran pagar un alojamiento; de suerte que se pasaban vagabundeando juntos por las calles noches enteras. Sin embargo, en estas escenas de infortunio casi increíble, podemos suponer que Savage mencionara muchas de las anécdotas con que Johnson enriqueció más tarde la vida de este infeliz compañero y la de otros poetas.

Contó a sir Joshua Reynolds que una noche, en particular, cuando Savage y él paseaban por St. James Square por falta de alojamiento, no estaban muy angustiados por su situación, sino que, llenos de ánimo y rebosantes de patriotismo, atravesaron la plaza durante varias horas, prorrumpieron en inventivas contra el ministerio y «determinaron ayudar a su país».