El 29 de octubre de 1740 nació en Edimburgo, hijo y nieto de jueces y perteneciente a una familia de la nobleza de Escocia, James Boswell. Destinado por tradición familiar a seguir la carrera de Derecho, el destino propio llamaba a Boswell por otras sendas. Desde pequeño, frente a los rígidos principios whigs y presbiterianos de su padre, James se sentía inclinado a rogar por la salud del rey Jacobo, y no hubiera cambiado de actitud si su tío Cochrane, conocedor de las debilidades infantiles, no le hubiera ofrecido un chelín a cambio de sus rezos por el rey Jorge. (Cuando muchos años después conoció el doctor Johnson esta anécdota de su biógrafo, la comentó así: «Los whigs de todas las épocas se han hecho siempre del mismo modo»). Siguiendo su propia vocación, mientras estudiaba en Edimburgo frecuentaba la sociedad de los actores y gente de letras, con gran disgusto de su padre.
En 1760 entró por primera vez en contacto con la elegancia, el refinamiento y la liberalidad de Londres. El joven conde de Eglintoun le llevó a Newmarket y le introdujo en la sociedad de los grandes, de la gente alegre e ingeniosa. Su padre le seguía la pista desde Edimburgo y vio con disgusto la afición de James a esta clase de compañías. Vuelve a Edimburgo, donde alivia la pesadumbre y el tedio de sus estudios jurídicos con el conocimiento y el trato de las celebridades de esta ciudad. Anotaba las frases de ingenio de sus contertulios en un cuaderno, y descubrió de este modo la vocación que había de llenar de sentido su vida.
Establece un convenio con su padre, y a cambio de seguir estudiando Derecho, este le permite hacer un viaje al continente. Pasa por Londres, y el 16 de mayo de 1763 encuentra en la tienda de un librero el Diccionario Johnson, el gran hombre de sus sueños. Ocho días después llama a la puerta de este. Johnson tenía entonces cincuenta y cuatro años, y Boswell, veintitrés. Estas primeras entrevistas aparecen relatadas en su biografía.
De su viaje por el continente trae un libro sobre Córcega: Descripción de Córcega, Diario de un viaje a la isla y Memorias de Pascal Paoli. La vivacidad con que aparecen reflejadas sus impresiones personales atraen el interés del lector y muy pronto se ve el libro traducido al francés, al alemán, al italiano y al holandés. La amistad con Johnson ha quedado establecida desde el principio, y a su regreso del continente Boswell es acogido con gran alegría por aquel.
En el otoño de 1773 acompaña a Johnson en su viaje a las Hébridas. De esta excursión sale su Diario de un viaje a las Hébridas. Aún no había sido publicado el Diario de Pepys y las indiscreciones y el desenfado con que Boswell relata sus impresiones produjeron una gran sensación en el mundo de las letras. Al año de publicado ya había salido la tercera edición del libro.
El 30 de junio de 1784 ve a Johnson por última vez, en una comida, en casa del pintor Reynolds. Johnson murió ese mismo año.
El 18 de septiembre de 1709 nació en Lichfield Samuel Johnson. Su padre, Michael Johnson, se había establecido en este lugar como librero y papelero; tenía más habilidad para hablar de los libros que para venderlos bien y su vida no fue nunca próspera. Sin embargo, a costa de sacrificios, mandó a su hijo a Oxford, donde estuvo dos años. La penuria con que vivía y el orgullo arisco de Samuel no permitieron prolongar más la estancia. Sus compañeros se burlaron del hijo del librero, porque llevaba unos zapatos agujereados que dejaban ver sus dedos, y a pesar de que un ser magnánimo dejó un día en su puerta unos zapatos nuevos, Samuel los rehusó y dejó la Universidad antes de tener un título. A los veintiocho años se marcha a Londres con unos cuantos chelines y tres actos de una tragedia, Irene. Al cabo de un año difícil, consigue un empleo retribuido en el Gentleman’s Magazine, donde redacta unos discursos imaginarios, que coinciden con los pronunciados por los oradores más destacados de la Cámara, a los que Johnson atribuye una argumentación más elocuente y persuasiva que la propia de aquellos oradores. Consigue expresar los puntos de vista opuestos con la mejor argumentación.
Mientras tanto escribe un poema, a imitación de las Sátiras de Juvenal, que titula Londres. Lo publica sin firma, y Pope, que había hecho una cosa análoga con las obras de Horacio, elogia altamente al autor y quiere conocerlo. Parece que este deseo no se realizó nunca.
Un personaje interesante se mezcla en su vida. Richard Savage, hijo de un conde, aprendiz de zapatero, que había disfrutado de las mayores comodidades y conocido las miserias más extremas, un archivo de experiencias y de anécdotas, conocedor de todos los medios sociales, habitante de palacios y tugurios, amigo de políticos, presidiario, tiene gran amistad con Samuel Johnson. A la muerte del tal personaje, aparece en las librerías una biografía anónima; pero no es uno de esos libros que quieren aprovechar la oportunidad para desvalijar al lector incauto. Es un relato vivaz y expresivo, lleno de saber vital y de conocimiento de los hombres. Empieza con él la reputación en grande de Samuel Johnson, y unos libreros le encargan la redacción de un Diccionario de la lengua inglesa por mil quinientas libras esterlinas. El encargo fue en 1747, y el Diccionario se publicó en 1755.
Mientras tanto, en 1749, aparece otro poema a imitación de Juvenal, La vanidad de los deseos humanos. En 1750, Garrick, el gran actor inglés, que había sido alumno de Johnson en su juventud, le pone en escena su tragedia Irene. Sólo se sostiene nueve noches. Un año después aparece El vagabundo, ensayos sobre moral, costumbres y literatura, que suscitan muchos elogios, y son comparados a los de Addison en El Espectador. En 1758 publica el Perezoso, continuación de El vagabundo.
Johnson había sido siempre tory, más que por reflexión, por cierto capricho, pues creía que todos los partidos y las formas de gobierno eran igualmente buenas o malas. Su adhesión a los principios jacobitas era conocida, y en sus libros, incluso en su Diccionario, aprovechaba cualquier ocasión para hacerlo constar. Pero la ascensión al trono de Jorge III había de traer a su vida, sin embargo, un cambio decisivo. Los primeros actos del reinado de este le atrajeron la repulsa de muchos de sus partidarios y la simpatía de muchos de sus adversarios. Bute, ministro del rey y jefe del partido tory, quiso adornarse con el título de Mecenas y buscó un protegido: este fue Samuel Johnson, a quien se le concedió una pensión de trescientas libras al año. Con ello, ya no tuvo que pensar en el pan de cada día y quedó libre de la preocupación constante del dinero. Tenía cubiertas sus necesidades más perentorias y podía permitirse por primera vez en su vida, sin exponerse al hambre o a quedarse a la intemperie, el placer de mantenerse en pie hasta las cuatro de la madrugada y permanecer en la cama hasta las dos de la tarde. La pensión abría un período de tranquilidad en una vida que hasta entonces había sido una inquietud constante.
Su prestigio seguía creciendo, y en 1777 una comisión, que representaba a cuarenta de los principales libreros de Londres, le visitó para darle cuenta de su propósito de hacer una nueva edición de los poetas ingleses, al frente de la cual querían que pusiese unas pequeñas biografías críticas.
La gran cultura humanística de Samuel Johnson —tan frecuente y persistente, además, entre los ingleses cultivados—, junto con su afición a la filología —su vocación principal— y su inmenso archivo de anécdotas, le hacían muy a propósito para llevar a buen término la tarea. El plan primero suyo fue dedicar unas cuantas páginas a los poetas mayores y despachar a los de menos importancia con siete u ocho líneas; pero la materia se le fue agrandando entre las manos y su resultado fue abandonar el proyecto inicial para darnos la que había de ser su obra principal y la que más conserva su interés para el lector.
Las cuatro vidas primeras aparecieron en 1779, y las otras seis en 1781. Las mejores son las de Cowley, Dryden y Pope; la peor es la de Gray, y la más discutida, la de Milton. Las vidas de los poetas, sus Cartas y un libro que aparece citado con frecuencia en esta biografía de Johnson, sus Plegarias y meditaciones, forman la obra más atractiva y permanente del gran Samuel Johnson.
Los ingleses, casi con total unanimidad, atribuyen al personaje James Boswell una escasa importancia. Algunos, entre ellos Macaulay, le consideran necio; otros dicen que no era capaz de hacer nada bueno y que su Vida de Johnson fue obra del azar. Pero la verdad es que todos los ingleses reconocen que la biografía de Johnson es, sin disputa, la mejor biografía inglesa y —más aún— del mundo, a gran distancia de todas las demás. Y circula por el ámbito literario anglosajón un verbo nuevo: el verbo «Boswellizar».
Todo ello, aunque reconozcamos la estupidez de Boswell, debe obedecer a alguna virtud suya. En efecto, modernamente se admite que James Boswell, como años más tarde Eckermann, tenía un talento considerable para escuchar, anotar con fidelidad lo escuchado, expresarlo con vivacidad sin par, y —algo tan importante como todo esto— sabía acompañar a su ídolo y hacerle hablar, aun a riesgo de importunarle y de ser vapuleado con encono, como ocurrió con frecuencia.
Vemos a Boswell —lo verá pronto el lector—, mientras está en Londres o en los lugares donde se halle Johnson, convertirse en su sombra, preguntarle incansablemente sobre su vida pasada, sobre sus opiniones respecto a esto y aquello, y hasta sobre lo que haría o diría en situaciones hipotéticas que él mismo le plantea. Más que biógrafo o acompañante, es estimulante de JOHNSON: lo vigila para que asista a tiempo a las comidas donde ha sido invitado; le procura encuentros con personas malquistadas con él, con el fin de observar su reacción; Johnson es su conejillo de Indias, su curiosidad máxima. Un amigo le pregunta a Oliverio Goldsmith: «¿Quién es ese perro que va con Johnson?». Goldsmith contesta: «No es un perro, es su propia piel».
No quiere decirse que Boswell haya inventado a Johnson, ni mucho menos. Cuando lo encuentra, ya Johnson tiene cincuenta y cuatro años; su saber está acreditado; su talento de conversador es famoso en Londres; sus frases, ingeniosas y duras, corren por los círculos literarios y mundanos; hay incluso publicaciones apócrifas que recogen con el título Johnsonicina muchas de ellas, algunas verdaderas y otras falsas.
Pero todo esto se hubiera olvidado con el paso de los años. Y esto es lo que este libro magno de James Boswell ha evitado, reuniendo el tesoro de las frases de Johnson con el retrato del famoso doctor.
La vida del doctor Samuel Johnson apareció en 1791, el 16 de mayo, en una edición de mil setecientos ejemplares. Hasta la víspera de su última enfermedad estuvo trabajando en ella James Boswell; se valió de todos los testimonios que pudo conseguir. Preguntó a cuantos habían tenido relación con Johnson; la misma actividad que desplegaba junto a Johnson, para aprendérselo de memoria, desplegó después de su muerte para seguir su pista por todos los caminos por donde había andado.
El resultado es esta biografía sin par, animada, transparente como un cristal fino, donde no se ve el estilo, que acaso sea el mayor milagro del gran arte. Su éxito fue grande en seguida. Cuando Boswell murió, en 1795, se hallaba preparando la tercera edición de su obra. A partir de entonces se han sucedido las ediciones y hoy son más de quince las de la obra completa y otras tantas las de selecciones de la misma.
ANTONIO DORTA