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Le Courrier du Jura, 13 de noviembre de 1988

Sartuis, la célebre ciudad de los relojeros de la región de Doubs, acaba de sufrir un drama infame. Aproximadamente a las diecinueve horas de ayer, 12 de noviembre de 1988, el cuerpo de Manon Simonis, ocho años, fue descubierto en el fondo de un pozo de decantación cercano a la planta depuradora de la ciudad. Según el fiscal de Besançon (Doubs), no hay duda de que se trata de un crimen.

A las 16.30, como cada día, Martine Scotto fue a buscar a Manon a la salida del colegio. La pequeña y su niñera fueron a pie hasta la urbanización de Corolles, domicilio de la señora Scotto, en los alrededores de Sartuis. Eran las 17 horas. Después de tomar su merienda, Manon bajó a la zona de juegos del barrio, debajo de las ventanas del apartamento. Unos minutos más tarde, la señora Scotto bajó a comprobar si la pequeña jugaba con sus amiguitos. No estaba allí. Nadie la había visto.

La niñera se lanzó inmediatamente en su busca por las escaleras, los sótanos, luego por el aparcamiento, situado cien metros más arriba, sobre la ladera de la colina. No había nadie. 17.30. Martine Scotto avisó a los gendarmes.

Nuevas búsquedas mientras anochecía. Los gendarmes cubrieron primero un radio de quinientos metros. 18.30. Dos brigadas de refuerzo llegaron desde Morteau. Los registros se ampliaron a un kilómetro a la redonda. Unos voluntarios civiles se unieron a los agentes uniformados.

A las 19.20, bajo una lluvia torrencial, el cuerpo de Manon fue descubierto en uno de los pozos de la planta depuradora al norte de la ciudad, cerca del calvario de Rozé. El sitio está a solo setecientos metros de la urbanización de Corolles. Según las primeras constataciones, la profundidad del pozo es de cinco metros y el agua solo llega hasta la mitad de la canalización. Pero la niña no tenía ninguna posibilidad, pues el pozo era demasiado estrecho para nadar y el agua helada, mortal. Cuando el equipo de rescate encontró a Manon, sus pupilas estaban fijas, su corazón ya no latía. La temperatura de su cuerpo estaba por debajo de los 25 grados. Todo había terminado.

El fiscal ha declinado hacer comentarios. Sabemos que esa misma noche, Martine Scotto fue interrogada en las dependencias de la gendarmería de Sartuis. Esta mañana, los servicios de búsqueda de la gendarmería seguían analizando la escena del crimen.

Hoy, toda la región está conmocionada. Todos recuerdan otro asesinato, igualmente abyecto, perpetrado no lejos del Jura hace cuatro años: el de Gregory Villemin. Un crimen que nunca ha sido dilucidado. ¿Cómo aceptar que semejante abominación se repita, y siempre en nuestras montañas? A pesar del silencio del fiscal, parece que los gendarmes disponen de pistas firmes. El magistrado ha prometido emitir un nuevo comunicado en las próximas horas. No podemos menos que esperar que este caso se solucione con la mayor rapidez. ¡A falta de ser reparada, que la ignominia sea por lo menos castigada!

Alcé la vista de la pantalla. Chopard había digitalizado los artículos. Más de un centenar de boletines cubrían el período de noviembre del 88 a diciembre del 89. Ya había mirado por encima todo el archivo una vez y ahora me concentraba sobre los principales puntos de inflexión de la investigación.

Encendí un Camel. El periodista me había autorizado a fumar en su antro, en el primer piso. Un despacho revestido de pino, donde una biblioteca se hundía bajo el peso de las cajas, las pilas de libros, los fajos de periódicos. Había también un tablero luminoso escondido bajo las planchas de diapositivas. La cueva de un periodista de sucesos, siempre con un libro o un caso a medio acabar.

Me levanté y abrí la ventana para no viciar el aire de la habitación. La casa de Chopard era un chalet sin fiorituras con muros de hormigón horadados por paneles de vidrio. Una terraza, cubierta por una lona alquitranada, dominaba la carretera a la izquierda y daba, a la derecha, sobre un jardín caótico: piscina de plástico desinflada, neumáticos destrozados, sillas plegables sobre la hierba alta.

Dejé la ventana abierta y me metí de nuevo en el caso.

Le Courrier du Jura, 14 de noviembre de 1988

Ante la crueldad del asesinato de Manon Simonis, Sartuis se ha transformado en pocas horas en una fortaleza militar. Ayer, 13 de noviembre, tres nuevas brigadas de gendarmes llegaron desde Besançon y Pontarlier. Por la tarde, el fiscal anunció que se había designado un juez de instrucción, Gilbert de Witt, y que, asimismo, había sido nombrado un jefe de investigación: el inspector Jean-Pierre Lamberton, del Servicio de Investigaciones de Morteau. «Dos hombres experimentados que ya han dado pruebas de su valía en nuestros departamentos», precisó.

Sin embargo, el comunicado del magistrado acabó con demasiada brevedad. No hay ninguna información nueva sobre la investigación. Nada sobre el informe de la autopsia. Nada sobre las declaraciones de los testigos. El fiscal tampoco precisó las principales hipótesis en las que trabajan los gendarmes. No se puede sino elogiar esta discreción. Sin embargo, los habitantes de Sartuis tienen derecho a la información.

En Le Courrier du Jura, realizamos nuestra propia investigación. Hemos sabido que Sylvie Simonis, tras ser sometida a una operación de poca importancia, abandonó el hospital en la mañana de ayer. Nadie sabe dónde se aloja desde entonces; su casa sigue vacía. Además, la declaración de Martine Scotto no ha aportado nada nuevo. El misterio es absoluto. ¿Por qué nadie vio a Manon en la zona de juegos? ¿Tomó otra salida? ¿Cómo y con quién fue hasta la planta depuradora? Manon era una niña arisca, que nunca habría seguido a un desconocido. Esto explica por qué los gendarmes se concentren en el entorno de la pequeña.

Otros enigmas persisten. Como la ausencia de huellas de pisadas o de neumáticos en la planta depuradora. O la causa exacta de la muerte de Manon. Según el equipo de rescate, el deceso por hidrocución es más probable que un ahogamiento. Pero ¿por qué las autoridades no nos dan algún detalle? ¿Por qué este silencio con respecto al informe de la autopsia? ¡Los gendarmes y los magistrados deben acabar con esta censura!

En los artículos siguientes, Chopard se convertía en portavoz de una población impaciente. Los investigadores seguían en silencio. A tal punto que Chopard tenía problemas para redactar su columna semanal. Sencillamente, según él, los gendarmes no tenían ninguna información. Ese asesinato era un completo enigma, sin lógica ni explicación, sin fallo ni móvil.

Sin embargo, diez días después de los hechos, el 22 de noviembre, Chopard daba con una primicia.

A pesar de la discreción de los investigadores, hemos logrado descubrir un hecho decisivo en el caso Simonis: ¡antes del asesinato, un personaje anónimo amenazaba a la familia!

Desde el primer día, un hecho sorprende. ¿Por qué al principio de la búsqueda, los gendarmes insistieron en registrar un pozo que, tal como la investigación ha demostrado, estaba sellado con una tapa metálica? Es muy sencillo: habían sido advertidos. A las 18 horas de aquel día, tanto Sylvie Simonis, en el hospital, como los abuelos en Besançon, recibieron una llamada. En estas llamadas, que formaban parte de una serie de muchas más, se indicaba un «pozo», donde encontrarían el cuerpo de Manon. Desde hacía un mes, Sylvie y sus suegros estaban acosados por un anónimo personaje.

Según nuestras informaciones, la «voz» que llamaba estaba deformada, sin duda con ayuda de un artilugio que permitía alterar el timbre vocal. Varias empresas regionales fabrican ese tipo de juguete. Los gendarmes han interrogado a los miembros de tres empresas que fabrican ese producto. Por razones que ignoramos, los investigadores parecen pensar que el autor de los acosos no compró ese filtro, sino que lo consiguió directamente de la fuente, de uno de los mayoristas.

Por lo tanto, la pista de un merodeador o de un asesino de paso se ha dejado de lado definitivamente. Ha habido una reivindicación. Se trata de un acto de pura malignidad, que apunta a la familia Simonis. Más que nunca, los gendarmes se centran en el entorno de Sylvie y su hija. ¿Alguno de sus allegados trabajaba en una de estas fábricas? ¿Los investigadores organizarán pruebas de voces «deformadas» a fin de confundir al asesino? Esta pista parece ser una de las más sólidas actualmente.

Encendí otro cigarrillo. La similitud con el caso Gregory era increíble. Parecía que el asesino de Sartuis se hubiera inspirado en el caso de Lépanges.

Miré todas las crónicas. Los gendarmes se habían centrado en el problema de la voz. Habían probado modelos de máquinas y organizado sesiones de grabación con los allegados de los Simonis. Habían sometido a Sylvie y a sus suegros a las pruebas. Ninguna de esas voces se parecía a la del anónimo personaje.

Súbitamente, a principios de diciembre el caso volvió a cobrar actualidad.

Le Courrier du Jura, 3 de diciembre de 1988

Un rayo cayó anteayer sobre el caso Simonis. No hemos sido informados hasta esta noche, dado que los acontecimientos se han desarrollado en Suiza. El 1 de diciembre a las 19 horas, un hombre fue interrogado en su domicilio por la policía helvética. Richard Moraz, de cuarenta y dos años, artesano relojero de la empresa Moschel de Locle, en el cantón de Neuchâtel.

Según nuestras informaciones, las sospechas recaían sobre el relojero desde hace dos semanas. Su interrogatorio en territorio helvético crea evidentes dificultades jurídicas. Nuestros dos gobiernos han llegado a un acuerdo para organizar el procesamiento del hombre y Gilbert de Witt, el juez de instrucción, escoltado por los gendarmes de Sartuis, ha comenzado el interrogatorio en el otro lado de la frontera.

¿Quién es Richard Moraz? Un colega de trabajo de Sylvie Simonis, que nunca aceptó la promoción de Sylvie en septiembre pasado, en detrimento de su propia carrera. Esta decepción coincide, exactamente, con las primeras llamadas anónimas.

Un móvil como los celos profesionales parece insuficiente para explicar el asesinato. Pero hay otro indicio: Delphine Moraz, la esposa de Richard, trabaja en las empresas Lammerie que, precisamente, fabrican transformadores de voz.

En Le Courrier du Jura hemos descubierto dos hechos más. El primero: Richard Moraz es conocido por los servicios de la policía federal suiza. En 1983, cuando enseñaba en la escuela de relojería de Lausana, el artesano fue acusado de corrupción de menores. El segundo: Moraz no tiene una coartada para la hora y el día del asesinato. El 12 de noviembre a las 17 horas, se encontraba en su coche en la carretera que lleva a su domicilio.

Estos elementos no son suficientes para condenar al relojero. Y Moraz no pertenece al círculo de los allegados que habrían podido convencer a Manon de seguirlo hasta la planta depuradora. Físicamente, el artesano es un coloso de más de cien kilos con aspecto poco fiable. Se comenta que el hombre podría haber contado con la complicidad de su mujer. ¿El «asesino» sería una pareja?

Si Gilbert de Witt no consigue una confesión, deberá poner al sospechoso en libertad. En todo caso, el juez y el inspector Lamberton harían bien en acabar con su estrategia de silencio. Si fuesen más explícitos calmarían los ánimos y reducirían el clima de sospechas. ¡En Sartuis el ambiente se caldea cada día más!

Poco tiempo después, Richard Moraz fue liberado. El expediente de la acusación era tan delgado que una corriente de aire se lo habría llevado. La ciudad de los relojeros se trastornó nuevamente. Los rumores seguían, las opiniones se multiplicaban. Y Chopard bordaba sus artículos gracias a ese clima nocivo.

La situación se calmó al acercarse la Navidad. Los periódicos locales espaciaron los artículos. El mismo Chopard parecía cansado del caso.

Sin embargo, a principios del año siguiente, hubo un nuevo golpe de efecto. Releí el artículo del 14 de enero de 1989.

La noticia saltó anoche. Sartuis está conmocionada. Anteayer, 12 de enero de 1989 al mediodía, los gendarmes detuvieron a un nuevo sospechoso. Este último confesó el asesinato de Manon Simonis.

De treinta y un años de edad, originario de la región de Metz, Patrick Cazeviel es un asiduo de las comisarías. Ya purgó dos penas de prisión de tres y cuatro años por robo y violencia física respectivamente. ¿Cómo han llegado los gendarmes hasta este hombre violento, antisocial, de reputación diabólica? Muy sencillo: Cazeviel es un amigo de la infancia de Sylvie Simonis.

Pupilo del Estado, a la edad de doce años residió en un hogar de acogida de Nancy. Allí conoció a Sylvie, tres años menor que él. A pesar de la diferencia de carácter y de ambiciones, los dos adolescentes se convirtieron en inseparables y, sin duda, Cazeviel nunca olvidó su pasión adolescente. Cuando Sylvie obtuvo su beca y comenzó sus estudios de relojería, Cazeviel fue detenido por primera vez. Sus caminos se separaron. Sylvie se casó con Frédéric Simonis y luego dio a luz a una niña.

Así, el abominable asesinato quizá tiene su origen en una historia de amor. ¿Qué ocurrió el pasado otoño? ¿Sylvie Simonis y Patrick Cazeviel volvieron a verse? Quizá este último fue rechazado. Tal vez quiso vengarse destruyendo el fruto del matrimonio de Sylvie. ¿Fue él quien hostigaba a la familia con sus llamadas anónimas?

De momento, el juez y los gendarmes no han hecho ningún comentario; se han limitado a anunciar la detención de Cazeviel y a registrar su confesión. Pronto será recluido en la cárcel de Besançon. ¡En Sartuis, todos rezan para que llegue el final de esta pesadilla!

Cazeviel fue liberado dos meses más tarde. No se encontraron pruebas definitivas en su contra. En realidad, desde el primer momento había algo que sonaba falso. Chopard había esbozado una descripción del sospechoso: un hombre peligroso, solitario, marginal pero en modo alguno el asesino de Manon. Abandonado por sus padres al nacer y puesto bajo la tutela del Estado, en su primer centro de acogida en Metz fue bautizado con el nombre de Patrick; Cazeviel era el pueblo donde había sido hallado. En todos los centros sociales y las familias de acogida en los que había estado las expresiones que se repetían sobre él eran: inestable, indisciplinado, violento. Pero también vivo, brillante, voluntarioso. Fue por ello por lo que pudo acceder al centro de acogida de Nancy, que ofrecía un buen nivel académico; el centro donde conoció a Sylvie.

A continuación, su lado oscuro se impuso. Robos, violencia, detenciones… Nunca perdió de vista a Sylvie, a pesar de sus períodos en chirona y de su nomadismo laboral: se le veía trabajar de leñador, de fontanero o de feriante. Los dos huérfanos estaban unidos por un pacto, una solidaridad entre niños perdidos.

A la muerte de Frédéric Simonis en 1986, ¿Cazeviel había probado suerte? Un rechazo podría explicar la rabia del hombre, y su crimen. Pero yo no lo creía así. Pensaba incluso que el maleante había ofrecido su protección a Sylvie, sin alejarse nunca de Sartuis. El asesinato de Manon debió de provocarle ciertos remordimientos: no había sabido defender a «su viuda y a su huérfana». En consecuencia, ¿por qué confesar el asesinato?

En las semanas siguientes, los gendarmes chocaron contra un muro. El registro de su domicilio no dio ningún resultado. Las pruebas de voz deformada tampoco. La reconstrucción del crimen, en febrero, terminó siendo un fiasco. En marzo, el ladrón, siguiendo los consejos de su abogado, se retractó y declaró que su confesión había sido falsa; consecuencia de la presión de los gendarmes.

Como represalia contra estos últimos, el juez Witt confió la investigación al SRPJ de Besançon. Los policías hicieron exactamente lo contrario que los gendarmes. En mayo de 1989, el comisario Philippe Setton había organizado una conferencia de prensa, violando de paso la famosa censura, para anunciar que de ahí en adelante, la investigación se centraría en… un accidente. Clamor de protesta en la sala; ¿un accidente, con esa tapa metálica arrancada? ¿Con el autor de llamadas anónimas en las que revelaba que el cuerpo de Manon estaba en un pozo? Setton no dio su brazo a torcer. Según ciertos indicios, afirmó, se podía suponer que se trataba de un juego entre niños. Un juego que habría salido mal.

La hipótesis resolvía dos enigmas: la aparente docilidad de Manon aceptando dirigirse hacia la depuradora y la ausencia de huellas sobre la tierra escarchada, amén del frágil peso de los protagonistas: unos niños. Pero sobre todo, esta pista abría un nuevo abanico de sospechosos en los que nadie había pensado: los chavales presentes aquella tarde en el área de juegos del barrio.

Los maderos se centraron en Thomas Longhini, de trece años, un muchacho mayor que Manon, que era su «mejor amigo». Todas las noches el adolescente se encontraba con ella al pie del edificio de Corolles. ¿Y aquella noche?

Tras interrogarlo una primera vez el 20 de mayo de 1989 en el ayuntamiento de Sartuis, Thomas fue liberado. Luego fue convocado una segunda vez a principios de junio por el SRPJ de Besançon, antes de ser interrogado por el juez de Witt y por un juez de menores en el Tribunal de Segunda Instancia. Se llevó a cabo una detención preventiva, bajo las drásticas condiciones previstas para el caso de un menor.

Se abandonó la versión oficial. Thomas Longhini era sospechoso de homicidio involuntario. Había cometido la imprudencia de ir a jugar con Manon en la planta depuradora. La niña se había caído por accidente. Philippe Setton declaró todo esto a los medios de comunicación. Como conclusión, se vio obligado a admitir que el adolescente no había confesado. «Todavía no», repitió, sosteniendo la mirada de los periodistas.

Dos días más tarde, Thomas Longhini era liberado y los policías abucheados por sus métodos y su precipitación. Los mismos gendarmes habían tomado partido por el adolescente. Señalaban el absurdo razonamiento policial e insistían en las amenazas telefónicas. Si Manon Simonis había muerto a causa de un accidente, ¿quién había reivindicado el asesinato antes de que se hiciera público? ¿Quién amenazaba a Sylvie Simonis desde hacía meses?

La pista Longhini fue el último acto del expediente. En septiembre de 1989, Jean-Claude Chopard dejó de escribir sobre el caso. Para todos, el caso Manon Simonis estaba archivado… y sin cerrar.

Me froté los párpados doloridos. No estaba seguro de haberme enterado de gran cosa. Y seguía faltándome la pieza esencial. Ni la sombra de una relación entre ese suceso lúgubre y el asesinato de Sylvie Simonis, cometido catorce años más tarde.

Sin embargo, tenía la confusa sensación de que algo se me había «escapado» durante la lectura. Un mensaje subliminal que no había sabido leer. Los investigadores, gendarmes o maderos, todos los que habían tenido relación con ese asesinato, debían de sentir el mismo malestar. La verdad estaba ahí, ante nuestros ojos. Había una lógica, una estructura subyacente detrás de ese caso, y nadie había tomado la distancia necesaria para descifrarla.

Una voz resonó en la escalera, proveniente de la planta baja.

—No te duermas sobre mis obras completas. ¡Aperitivo!