Visité a los dueños de otros dos bares y luego a un cervecero amigo de Larfaoui. No averigüé nada nuevo. Ni sobre el asesinato del cabileño, ni sobre su posible amazona de aquella noche. Me detuve en un local de comida china preparada, comí una ración de arroz cantonés y pasé inmediatamente por el instituto médico forense para dar a Svendsen las radiografías que había encontrado en casa de Luc. Quería saber con exactitud qué lesiones cerebrales mostraban. Finalmente, volví al redil.
En cuanto me senté sonó el teléfono. Foucault, hecho un manojo de nervios.
—¿Nunca contestas al móvil?
—Escucho los mensajes.
—¡Y una mierda! Tengo novedades sobre el asesinato de Larfaoui.
—Dime.
—He hablado con uno de los tíos de balística. Recuerda que eran tres balas. La hipótesis de la ejecución se confirma.
—¿Por qué?
—Según mi contacto, el arma utilizada es una MPKS.
La MPKS es una ametralladora ligera utilizada por las tropas de asalto francesas. Las había visto cuando hacía prácticas de balística. La mayoría de los modelos están fabricados con polímero, de modo que pueden burlar los radares. Un arma de ese tipo significaba que el ejecutor de Larfaoui era un militar de élite.
—¿Qué más te ha dicho?
—El tío utilizó un silenciador. Las tres balas tenían unas estrías determinadas. Pero hay algo muy interesante. El técnico ha calculado la velocidad de las balas a partir del punto de impacto. No me preguntes cómo lo ha hecho, no he entendido nada. Según él, la velocidad era subsónica. La bala se desplazó a menor velocidad que la del sonido. Ahora bien, la MPKS es supersónica. Da en el blanco antes de que se escuche la detonación.
—Yo tampoco entiendo nada.
—¡Quiere decir que el mismo asesino trucó el arma para reducir la velocidad de la bala!
—¿Por qué?
—Cosa de profesionales. Para no estropear el arma. Con el tiempo, la onda supersónica deteriora el cañón y sobre todo el silenciador. Este tipo trata a su juguete con guante de seda. Por lo visto es muy propio de los soldados, los paramilitares, los mercenarios. Según el especialista, solo un militar o un experto podrían haberlo hecho.
¿Por qué alguien contrataría a un «experto» para eliminar a un cervecero? Mientras lo escuchaba, me di cuenta de que ya había dejado sobre mi escritorio el expediente de la prefectura sobre Larfaoui. Abrí la carpeta y observé una foto reciente del tío: un gran cabileño de aspecto hosco, mal afeitado y peinado con fijador. Había más hojas: el currículo completo de ese tipo. Volví a Foucault.
—¿Has investigado lo de Besançon?
—Luc estuvo allí cinco veces. Te haré llegar las fechas.
—¿Otros viajes?
—Catania, Sicilia, el 17 de agosto pasado. Cracovia, el 22 de septiembre.
No acababa de convencerme, pero la idea del lío de faldas ganaba puntos. Quizá Luc había hecho algunas escapadas de enamorado.
Sin embargo, no lo creía posible. Luc no podía tener una amante.
—¿Y las otras informaciones? ¿Los extractos bancarios, las facturas de teléfono?
—Están en camino. Las tendré esta noche. Como muy tarde, mañana por la mañana.
—¿El informe médico de Luc?
—Hablé con un matasanos. Estaba más fuerte que un toro.
—¿Y el perfil psíquico?
—No hay modo de conseguirlo.
Pasé a otro asunto.
—¿Y la unita16?
—Todo en orden. Organizan viajes a Lourdes para los disminuidos físicos y retiros en monasterios de toda Italia, a veces en Francia. También dan conferencias.
—Hay anunciada una sobre el diablo.
—Sí, en noviembre.
—¿Podrías conseguirme la lista de conferenciantes, los temas que tratarán y demás?
—Por supuesto.
—¿Qué hay de la financiación?
—Los peregrinos hacen donaciones. Parece que con eso les alcanza.
—¿Y los e-mails?
—Hablé con el secretario. Jura que no ha recibido nada.
—Miente. Luc les ha enviado por lo menos tres correos. El 18 y el 20 de octubre.
—Ese tío no sabe nada.
—Sigue escarbando.
Felicité a Foucault por su trabajo. Él prosiguió:
—Matt, tengo problemas con los Bueyes.
—Ya lo sé. ¿Se han puesto en contacto contigo?
—Digamos que me han citado. Condenceau y otro tipo.
—¿Qué les has dicho?
—Me los he quitado de encima. Les he dicho que Luc trabajaba con nosotros en un caso y que no había tenido tiempo de pasarnos la información.
—¿Qué han dicho?
—Se han partido de risa. Ten por seguro que no nos dejarán en paz.
—Dumayet nos cubre durante cuarenta y ocho horas a partir de ayer.
—No es mucho.
—Razón de más para que espabiles.
Me metí de lleno en el expediente de Larfaoui. Las primeras líneas me refrescaron la memoria. Ya conocía a ese hombre.
Larfaoui, Massine Mohammed. Nació el 24 de febrero de 1944 en Orán. Demasiado joven para haber hecho el servicio militar durante las «operaciones francesas de mantenimiento del orden» en Argelia, pero lo bastante mayor para formar parte en secreto de las fuerzas del FLN, el Frente de Liberación Nacional. Sospechoso de haber puesto bombas en Argel. Diez años más tarde, con el dinero de la herencia de sus padres, tenderos, abrió un bar en Tamanrasset, a las puertas del Sáhara. En 1977, atravesó el desierto y construyó un hotel restaurante en Agadez, Nigeria. Años florecientes. El cabileño llegó a ser propietario de ocho cafeterías u hoteles en África negra. Su zona de influencia llegó hasta Brazzaville y Kinshasa…
Conocía esos detalles pero ahora volvían con precisión a mi memoria. En París, incluso cuando se convirtió en uno de los cerveceros más importantes le llamaban el Africano y era conocido por su afición a las mujeres africanas. Massine Larfaoui se empalmaba con los culos morenos.
Eso era lo que me había soplado Saïd.
Una puta, sí, pero una puta negra.
«Usted tiene los medios necesarios para encontrarla», había dicho el muy zorro. Alusión directa a mi conocimiento del colectivo africano y su red de prostitución. Seis de la tarde. Inútil usar el teléfono para introducirse en semejante jungla. Y tampoco era cuestión de acercarse en pleno día. Había que esperar hasta la noche.
Incluso, la noche cerrada.
Llamé a Malaspey.
—¿Cómo va el caso de Perreux?
—Tienes olfato. Los calós empiezan a soltar la lengua. Suena un nombre en los campamentos de Grigny y de Champigny. Un rumano, un gitano de la etnia kalderash. Según parece, un enfermo mental. Violento, paranoico, místico. Los colegas de Créteil comprueban su coartada.
—Estupendo. Llama a Meyer y cuéntale todo eso. Que nos redacte un buen informe. Lo quiero mañana por la mañana en el despacho de Dumayet.
—Tiene familia; lo digo por si no lo recuerdas.
—Es una urgencia. ¿Y la medalla?
—Una reproducción estándar. Se diría una baratija para críos. Una fábrica de Vercors las fabrica en serie y…
—Quiero un informe completo para mañana.
—Mat…
—¿Qué? ¿Tú también tienes familia?
—No, pero…
—Entonces, al tajo.
Apagué el móvil, desconecté la línea fija, cerré con llave la puerta de mi mesa de despacho. Incliné al máximo mi asiento, usé mi gabardina como manta y apagué la luz.
Ajusté la alarma de mi reloj para que sonara a medianoche.
La hora en la que ya era factible hacer una visita al continente negro.