Me vuelvo. Luc está ahí, vestido con un mono azul de espeleólogo. El mismo que llevaba su padre en el exultante retrato de su escritorio. Sentado en el suelo, rodeado por las lámparas. No va armado. Nuestro combate se sitúa más allá de las armas, de la sangre, de la violencia.
Nuestro combate es escatológico.
Los dos estamos ya muertos.
Muertos y enterrados.
—¿Qué te parece mi fresco? —me pregunta—. ¡La pasión según san Lucas!
La voz es ambigua. Sarcástica, desesperada. Reencuentro al adolescente contradictorio de Saint-Michel-de-Sèze. Frágil y dominante, febril y desencantado.
—Espero que hayas comprendido dónde estamos. Llegará un día en el que se hablará de esta gruta como se habla del jardín milanés de san Agustín o de Claudel y Notre-Dame. El escenario de una conversión. De hecho, la antecámara del misterio. Esta cueva solo fue el preámbulo de las verdaderas tinieblas —dijo, apuntándose a la sien con el índice—. Las del coma, allí donde Él vino a buscarme.
Luc contempló el fresco unos segundos, soñador, a mis espaldas. Prosiguió:
—Para empezar, imagínate el pánico que sentía cuando bajé aquí. —Breve risa sarcástica—. Yo era claustrofóbico. Mi padre lo sabía, pero aun así, me trajo a esta sima. ¡Para que me convirtiera en un hombre! ¿Te imaginas mi angustia, mi desamparo? Me sentía fatal. Sin embargo, la verdadera prueba empezó después del derrumbe. Cuando comprendí que estaba emparedado junto al cadáver de mi padre.
Ya no había ruido. Ni del murmullo del agua ni de corrientes subterráneas. Un nuevo ecosistema, en el que reinaba un calor suave pero a la vez desagradable, una sequía extraña.
—Ven —dijo, levantándose—. Se puede acceder a la gran sala.
Sigo sus pasos, agachado bajo la bóveda. Penetramos en una enorme gruta. La sala de baile. Sobre una pasarela natural, las lámparas siguen escalonándose e iluminan el lugar. Unas columnas gigantescas surgen de las tinieblas para sostener la bóveda. Unos grupos de estalactitas descienden, simulando arañas de cristal. Las paredes son negras, estriadas, carbonosas. Tengo la sensación de admirar una catedral maldita, perfectamente apropiada para el culto de Luc.
Avanzamos por la pasarela. Más abajo, sobre los salientes rocosos, hay objetos que traicionan la presencia humana. Una tienda, un macuto, un hornillo. Todo está preparado para una expedición espeleológica. Luc debe de volver aquí de vez en cuando; al origen.
—Ponte cómodo. Desde aquí, la visu es prodigiosa.
Me siento sobre el parapeto, evitando mirar el vacío bajo mis pies.
—¿Sientes el calor? La lignita, Mat. El aliento de la tierra. Créeme, aquí el cuerpo de mi padre no tardó mucho tiempo en pudrirse. Esas carnes hinchadas, reventadas. Nunca me abandonaron. Cuando mi lámpara se apagó, me quedé con los olores, el gas, la muerte. Extinguirme fue un alivio. Es ahí, en el fondo de la inconsciencia, donde la iniciación tuvo lugar.
—¿Qué viste?
—Empiezas a hacerte cierta idea de lo ocurrido, ¿no?
—¿Es lo que contaste bajo hipnosis?
—Me inspiré en mis verdaderos recuerdos, sí.
—Ese anciano, esos cabellos luminosos, ¿por qué?
—Mat, hemos llegado al final del camino y sigues sin entender nada.
—Contesta mi pregunta ¿Quién es ese anciano?
—No hay respuesta. Ante un misterio hay que inclinarse. Piensa en tu fe. ¿Serías capaz de describirla en términos racionales? ¿Serías capaz de explicarla? Y sin embargo, nunca has dudado de la existencia de Dios.
—¿Y el Juramento del Limbo?
Luc sonrió.
—Intraducible. Ni en palabras ni en ideas. Sin duda, tú imaginas un pacto, un trato, todas esas gilipolleces estilo Fausto. Pero el Juramento del Limbo es una experiencia que no se puede describir. Un poder que te colma hasta el punto de convertirse en tu único impulso vital. Cuando Satán me salvó, no salvó al que yo era. Dio origen a un nuevo ser.
Opté por la ironía.
—¿De modo que no eres más que otro Sin Luz?
—Soy mucho más que eso y tú lo sabes. Un mensajero. Un emisario. Penetro en las conciencias y difundo Su palabra. Creo mis propios posesos. ¡Organizo mi legión!
Las preguntas pugnan por salir de mis labios. Necesito conocer toda la historia. Pero es Luc quien pregunta, en tono divertido:
—¿Te acuerdas de Kurzef?
—¿Nuestro profe de historia?
—Decía: «Se libran las primeras batallas por la patria o por la libertad. Las últimas por la leyenda». Es nuestra última batalla, Mat. La de nuestra leyenda negra. Cuando sepas la verdad, comprenderás que eres mi creación. Soy tu única razón de existir.
—Cuéntamelo todo. Y deja que juzgue por mí mismo.
En tono distante, casi ausente, relata su odisea.
Abril de 1978
Cuando el niño despierta del coma, Moritz Beltreïn está junto a él, conmocionado. Luc, de once años de edad, devuelto a la vida después de una muerte clínica; es su victoria. Su vacuna contra la rabia, su penicilina, su triterapia. La hazaña que quedará escrita en los manuales de historia de la medicina.
Durante dos años, Beltreïn aloja a Luc en su casa de Lausana, mientras paga una pensión a su madre alcohólica. Lo inscribe en la escuela, lo alimenta, lo educa. Pero, sobre todo, lo interroga.
Quiere saber lo que el niño ha visto en la otra orilla.
Desde hace años, Beltreïn esconde su juego. Soltero, sin vida privada ni otra pasión que su carrera, pasa por ser el sabio perfecto, entregado a su trabajo. En realidad es un maníaco, un pervertido obsesionado con el mal y su trascendencia. Cree que la experiencia del coma es una camera oscura donde se revelan imágenes que vienen de otro mundo, tanto positivo como negativo. Beltreïn está obsesionado por la vertiente negra del más allá. Quiere descubrir las fuerzas del mal en la conciencia humana. Quiere ser un pionero en las tierras de Satán.
Pero Luc no se acuerda de nada. En cambio, sus actos hablan por él. Torturas de animales. Sexualidad mórbida. Gusto por la soledad. Luc es un asesino en potencia. Un absceso a punto de reventar. Beltreïn sigue esa transformación con avidez y la alimenta, es la sombra proyectada desde las tinieblas, la fuerza oscura que regresa a la tierra para darle información.
Por fin, un día, Luc recuerda. El túnel. La luz roja. La escarcha abrasadora. El anciano albino. Beltreïn toma notas. Filma al crío. Lo estudia, escudriñándolo a fondo.
Luc es su cobaya.
Pero también su narrador, su navegante, su Homero.
Y pronto, su amo.
A los doce años, Luc mata al perro de Beltreïn como un juego, una provocación. El médico ya no alberga dudas: el chico es un mensajero del diablo. Le jura vasallaje. Está dispuesto a seguir sus órdenes, que son las voluntades de «abajo».
1981
Beltreïn decide adoptar legalmente a Luc; su madre acaba de ser internada por alcoholismo crónico. Luego cambia de idea. Presiente que el niño tendrá necesidad de una tapadera discreta, anónima. Habrá que protegerlo de las leyes, de la justicia, del estúpido sistema de los humanos.
Luc es un monstruo.
Un enviado del diablo.
Beltreïn será su sombra, su apóstol, su protector.
Inscribe al muchacho en Saint-Michel-de-Sèze.
Luc descubre su vocación católica. Se infiltra en los dominios del enemigo y le gusta. En ese momento, conoce a un joven creyente, ingenuo e idealista: yo. «Te convertiste en mi sujeto de observación —subraya Luc—. Mi sujeto de experimentación».
El mal progresa en él. Matar animales ya no le basta, debe pasar al sacrificio humano. En cuanto puede, se escapa de Saint-Michel y merodea por los pueblos de los alrededores en busca de víctimas. Un día, conoce a Cécilia Bloch, de nueve años de edad. La lleva a un bosque y la quema viva pulverizándola con un aerosol inflamable.
Cécilia Bloch.
La niña que me ha obsesionado tanto.
El crimen que hostiga mis noches desde hace veinte años. Por tanto, Luc Soubeyras es el autor del asesinato fundador. Mentira absoluta que rige mi destino. Me siento arrastrado por un torrente de lodo y pierdo el hilo de su relato. Debo hacer un esfuerzo sobrehumano para concentrarme nuevamente en su voz.
Esa noche, después del auto de fe, Luc desaparece. El rector del colegio previene a Beltreïn. Desesperado, el médico viaja al lugar y peina los bosques vecinos, conoce la preferencia de Luc por los lugares salvajes, las tinieblas, la soledad. No lo encuentra. Finalmente baja a la sima de Genderer y descubre al niño, postrado en la gruta de los dibujos. Hambriento, perdido, Luc confiesa su crimen, pero es demasiado tarde para hacer limpieza. El cuerpo es descubierto. Por fortuna, no se sospecha de Luc. ¿Quién podría sospechar que un niño sea el autor de semejante asesinato?
Los años pasan. Luc continúa con sus homicidios. En cada ocasión, Beltreïn se hace cargo de los cuerpos y limpia la escena del crimen. Luc es a la vez su amo y su criatura.
Para el niño, cada crimen es un rito de pasaje.
Un nuevo anillo de serpiente, antes de la mutación total.
1986
Luc se establece en París. Tiene dieciocho años. Sigue matando esporádicamente. Sin coherencia ni hilo conductor. Todavía no ha captado la lógica interna de su destino.
Para su cumpleaños, Beltreïn le hace una terrible revelación. Luc no es el único caso. El médico suizo le habla de los Sin Luz, sobre los que ha realizado investigaciones. Luc comprende que tiene una «familia». También presiente que ha heredado una misión de mayor envergadura.
No solo hacer el mal sino engendrarlo, multiplicarlo.
Crear otros Sin Luz.
Convertirse en un polo de luz negativa.
1988
Beltreïn, jefe de servicio en el CHUV de Lausana, salva a otra criatura: Manon Simonis. Al día siguiente, su madre, conmocionada, le revela que la niña estaba poseída. Beltreïn la hace entrar en razón, pero se dice que, quizá, también Manon es una Sin Luz. Convence a Sylvie para que no revele que la niña ha sobrevivido. Inscribe a Manon en un pensionado suizo bajo un nombre falso y trata de reproducir la historia de Luc.
Pero la niña no muestra ninguna señal de posesión; no tiene pulsiones negativas. Beltreïn no acepta que haya podido equivocarse. Manon ha vuelto de entre los muertos. Está marcada por el diablo. Debe ser paciente, la pulsión maléfica se revelará más adelante. Entonces, sellará los esponsales del mal: Luc y Manon.
Durante ese tiempo, Luc prosigue su aprendizaje.
1991
Primero Sudán; luego, y sobre todo, Vukovar.
En la ciudad sitiada, la violencia está por todas partes. Mujeres embarazadas quemadas vivas, fetos arrancados a cuchillo de los vientres maternos, niños con los ojos reventados. Una letanía de horrores que Luc vive de forma exultante. Participa en esas orgías sangrientas, con una embriaguez y una alegría sin límites. ¡Satán es, efectivamente, el Amo del mundo!
Luc vuelve a África. Unos meses en Liberia, después del asesinato de Samuel K. Doe. Adquiere una nueva afición: el disfraz. Se confunde con los asesinos que se esconden detrás de máscaras grotescas. Él mismo lleva caretas de abuela o de zombi cuando mata, viola, roba.
«Me llamo Legión porque somos muchos…».
1992
Nueva metamorfosis. Luc se convierte en madero. Siembra el terror, la corrupción, la violencia con total impunidad. A veces, se hace cargo de la investigación de sus propios crímenes. Otras, acosa a sus competidores: los asesinos. Si son mediocres los detiene. Si poseen algún vicio particular, algo original, los deja libres. Es un período fastuoso. Luc tira de los hilos. Menoscaba el sistema judicial desde dentro. Está en primera fila para amañar, robar, matar y debilitar a la sociedad.
Es, al mismo tiempo, el espíritu del Maligno y su instrumento.
Luc se encarga también de casarse y de tener dos hijas. Otra máscara. Infalible. ¿Quién sospecharía de un honesto padre de familia, madero íntegro, católico practicante?
Pero Luc no ha olvidado su proyecto: crear sus propios Sin Luz.
A mediados de la década de los noventa, Beltreïn oye hablar de la iboga negra. Ya conoce las sustancias químicas que pueden reproducir estados cercanos a la muerte, pero nunca ha estudiado las propiedades de la planta africana. Beltreïn se informa en París. Conoce a Massine Larfaoui, que le proporciona la planta psicoactiva.
Sin vacilar, Luc se inyecta el veneno, pero solo consigue una decepción. La iboga negra es una impostura. Nada que ver con lo que él vivió en el fondo de la caverna. Sin embargo, la raíz puede permitirle «preparar» a sus Sin Luz, introduciendo algunos ajustes.
Abril de 1999
Beltreïn es llamado a la cabecera de un chico salvado milagrosamente en Estonia: Raïmo Rihiimäki. El caso es perfecto. Un joven intérprete de música gótica que ha mamado rock satánico, colocado hasta las cejas. Su padre, un borracho, ha intentado matarlo a bordo de su barco de pesca.
Luc se encuentra con Beltreïn en Tallinn. Raïmo está todavía ingresado en el hospital. Desde la primera noche, Beltreïn le inyecta el producto africano asociado a otras sustancias psicotrópicas. El estonio empieza su viaje. Abandona su cuerpo, ve el pasillo, las tinieblas con sus reflejos rojizos, pero permanece en un estado semiconsciente.
Luc aparece entonces en la habitación, de rodillas, disfrazado de niño. Se ha confeccionado un morro roído, lleno de tajos, que chorrea sangre. Raïmo está horrorizado, pero también subyugado. Luc le habla. Raïmo bebe sus palabras. El Juramento del Limbo según Luc Soubeyras.
Cuando sale del hospital, el músico está convencido de que actúa en nombre del diablo. De ahora en adelante, tiene que sembrar el mal y la destrucción. Paralelamente, Luc y Beltreïn se encargan del padre de Raïmo. Luc ha elaborado un protocolo. Obsesionado por la descomposición de los cuerpos, corrompe a voluntad el organismo de su víctima. Secundado por su padrino, le inyecta ácidos, insectos; disfruta contemplando el proceso de la degeneración a la luz del liquen con el que unta el abdomen de su víctima. Degrada sus carnes hasta el punto de desgarrarlas. Las corta con dentelladas de fiera. Secciona la lengua del anciano.
Luc es a la vez Satán, Belcebú, Lucifer.
Finalmente ha encontrado su método.
El modus operandi que lo hace gozar hasta el vértigo.
Abril de 2000
Beltreïn propone otros casos a Luc; entre ellos, el de Agostina. Las apariciones se multiplican, los asesinatos se refinan. Luc extiende su círculo de terror y de podredumbre sobre la tierra. Es Pazuzu, el que infecta la tierra.
Ha llegado la hora de unirse con su «prometida».
2002
Para hacer los honores al acontecimiento, Luc y Beltreïn deciden, primero, vengar a Manon. Luc procede al sacrificio en una granja del Jura. El martirio de Sylvie dura una semana. Luego, Luc se le aparece a Manon disfrazado como si estuviera desollado vivo. Pero nada resulta como estaba previsto. A pesar de las inyecciones, a pesar de los montajes de Luc, la joven no conserva ningún recuerdo de sus «visitas».
Decididamente, Manon no está dotada para los menesteres del diablo.
Nunca será una Sin Luz.
En esa resistencia, Luc ve una señal. Ha llegado la hora de consumar el primer ciclo de su obra. La hora de eliminar a Manon. La hora, también, de deshacerse de su primera piel: la de madero burgués, casado y padre de dos niñas. Luc decide matar a su familia y cargarle los asesinatos a Manon. Decide también revelarle la grandeza de su reino a su «apóstol», a su doble a la inversa.
—Tú siempre has sido mi san Miguel —murmuró Luc—. Yo, ángel del mal, debía encontrar un arcángel del bien.
—No te he servido para nada.
—Te equivocas. El mal solo existe verdaderamente cuando triunfa sobre el bien. Quería que te enfrentaras con la realidad del diablo, con su inteligencia. Has estado perfecto. Has seguido paso a paso mi plan, dándome la medida de mi fuerza. Yo he sido tu Apocalipsis y tú has sido mi victoria sobre Dios.
Las revelaciones de Luc confirman mis certezas. Luc Soubeyras y Moritz Beltreïn, dos dementes lanzados al abismo de la violencia, prisioneros de sus propios fantasmas.
Pero hay todavía detalles que me atormentan.
Sea cual sea el desenlace de estas confesiones, debo ponerlo todo en orden.
—Ese suicidio fue muy arriesgado, ¿no?
—Salvo por el hecho de que no intenté suicidarme. Beltreïn estaba conmigo en Vernay. Él me inyectó Pentotal para provocarme un coma artificial. A continuación, estuvo presente en el Hôtel-Dieu para arreglar el problema de las inyecciones. Y fue él quien me despertó, llegado el momento.
Es tan evidente que no me perdono, retrospectivamente, no haberlo imaginado. Un especialista como Beltreïn podía simular y organizarlo todo. Un falso suicidio y un coma reversible.
—¿Y cómo sabías que había llegado el momento de despertar?
—Tú me diste la señal. El día que llamaste a la puerta de Beltreïn. Eso significaba que habías comprendido que Manon estaba viva. Casi habías recorrido todo el camino. Podía renacer para representar el último acto. Simular mi posesión y desviar las sospechas hacia Manon por el asesinato de su madre. Ella era de los nuestros. ¡Era culpable! Sabía que Manon terminaría por ser detenida. Que proclamaría a gritos su odio hacia mí. Solo tenía que eliminar a mi familia y luego cargarle la culpa del triple asesinato. El caso se cerraba por sí solo.
—¿Cómo lo hiciste para congelar los cuerpos?
—Eres un buen poli, Mat. Sabía que también descubrirías eso. Hay un gran congelador en el sótano de mi casa. Había que desplazar los cuerpos, eso es todo. También pensé en la posibilidad de extraerles la sangre y congelarla, por aquello de la perfección del montaje. Pero de lo que me siento realmente orgulloso es de las huellas dactilares. Beltreïn había preparado un molde adhesivo de las huellas dactilares de Manon. No tenía más que aplicarlo por todas partes. Era la técnica que había utilizado para Agostina en la obra abandonada.
—Tú no perteneces al mundo de los hombres.
—Esa es la lección de tu investigación, Mat. ¡Ahora empiezas a medir las fuerzas que están en juego! ¡No pertenezco a vuestra lastimosa lógica! —De golpe se calmó y prosiguió—: La técnica de la congelación funcionaba a dos velocidades. Me daba una coartada pero también era mi firma. Satán siempre respeta sus propias reglas. Como cuando Beltreïn mató a Sarrazin. Había que manipular su cuerpo, pervertir su cronología natural.
En ese momento, me doy cuenta de un detalle fatal. Luc tiene una pistola automática en la mano. Volvemos al terreno de las fuerzas triviales. No tengo la menor posibilidad de desenfundar mi arma antes de que él apriete el gatillo. Cuando lo sepa todo, cuando haya podido admirar la grandeza de su «obra», Luc me matará.
Una última pregunta, no tanto para ganar tiempo como para hacer tabla rasa.
—¿Y Larfaoui?
—Un daño colateral. Beltreïn le compraba cada vez más iboga. Esos pedidos intrigaban al cabileño. Siguió a Beltreïn hasta Lausana y descubrió que era médico. Creyó que utilizaba la iboga negra con sus pacientes para hacer experimentos prohibidos. Por supuesto que se equivocaba, pero no se podía dejar que semejante entrometido siguiera en circulación. Me vi obligado a eliminarlo, sin florituras.
—La noche de su ejecución, Larfaoui no estaba solo. Había una prostituta. Ella te vio. Siempre habló de un sacerdote.
—Me apetecía ponerme el alzacuello para hacer correr la sangre. Tuve que matarla un poco más tarde.
Luc quita el seguro de su arma. Un último intento.
—Si soy tu testigo, ¿para qué matarme? Nunca podré divulgar tu palabra.
—Cuando la imagen en el espejo es perfecta, es hora de romper el espejo.
—Pero ¡nadie conocerá jamás tu historia!
—Nuestro público pertenece a otra dimensión, Mat. Tú eres el representante de Dios. Yo, el del diablo. Ellos son nuestros únicos espectadores.
—¿Qué harás después?
—Quiero continuar. Viajar por las mentes, aumentar el número de posesos. Me esperan otras identidades, otros métodos. El único viaje importante es el del limbo.
Luc se levanta y apunta. Solo entonces, me doy cuenta de que tiene mi 45 en la mano. ¿Cuándo me la ha cogido? Coloca el cañón sobre mi sien. Mathieu Durey se suicida con su arma reglamentaria. Después del fracaso de la investigación, de la muerte de Manon y de la matanza de la familia Soubeyras, ¿no es perfectamente lógico?
—Adiós, san Miguel.
La detonación me atraviesa de parte a parte. Un dolor violento; luego, el vacío. Pero no pasa nada. No hay sangre. No hay olor a pólvora. La Glock, a unos centímetros de mi rostro, no humea. Vuelvo la cabeza; oigo un zumbido atroz en los tímpanos.
El arcángel negro vacila, y suelta mi automática, que se queda en el borde de la pasarela. Antes de que pueda hacer el menor gesto, Luc tiende su brazo hacia mí, con incrédula estupefacción, y cae hacia atrás, al abismo.
Su caída deja a la vista una clara silueta negra unos metros más allá.
Incluso a contraluz, reconozco a mi salvador.
Zamorski, el nuncio justiciero de Cracovia.
Alzacuello y traje oscuro, listo para dar la extremaunción.
La primera impresión siempre es la buena.
La 9 mm humeante entre las manos le va como anillo al dedo.