16

Wolruf otra vez

—Es inútil —declaró Derec.

Mandelbrot intentaba remendar su casco.

—Pues ha de funcionar —intervino Ariel, mordiéndose el labio por detrás del casco—. De lo contrario, Wolruf…

El otro Detector de Estrellas había recibido un impacto mucho mayor que el de ellos, y apenas podía ser maniobrado. Mandelbrot, usando los cohetes soldados a su cuerpo y un lanzacables, volvió a acercar las dos naves, mientras Ariel realizaba toda la maniobra. En ambas naves quedaba poco aire y no tenían un traje espacial para la alienígena caninoide.

—Estamos demasiado fatigados. Lo mejor que podemos hacer es ejecutar unos remiendos temporales.

Derec quiso frotarse la cabeza, pero su mano tropezó con el casco por decimoquinta vez. Frustrado, la dejó caer.

—Si se sostiene lo bastante para intentar el salto —insinuó Ariel.

Derec negó con la cabeza.

—Cuatro saltos hasta Robot City… cinco, para mayor seguridad —calculó—. Esto significa días de cálculo y comprobaciones de rumbo. No quiero que mi vida dependa de esa clase de chapuzas… Y estaremos maniobrando, lo cual estropeará aún más el resultado.

—Pues hay que hacer algo. Tal vez la nave de Aránimas…

Se estaba agarrando a un clavo ardiendo, y ella lo sabía.

—Ni siquiera Wolruf sabe realmente cómo hacerla volar, suponiendo que lográsemos llegar hasta el tablero de mandos. Y sin ayuda de un ordenador, Ariel…

—Lo sé —asintió ella—. No es posible. Bien, serán estas naves o nada.

—Quizá haya aire o comida allí. Y podemos utilizar ambas cosas.

Se contemplaron mutuamente con aire sombrío. No era una situación agradable.

En una nave en mal estado, apenas manejable, sin apenas instrumentos, con tantos agujeros como un colador, en una trayectoria que les llevaría cerca de Procyon en unos cuantos millones de años, faltos de aire, de agua y de comida, con una caninoide amiga en otra nave en peor estado, dentro de una sola estancia.

—Ingresaremos en el Servicio Espacial y veremos las estrellas —intentó bromear Derec.

Ariel sonrió sin ganas.

La nave alienígena daba vueltas a su alrededor. Algunas de las piezas habían sido seguramente seres vivos. Derec, sintiendo que aquello no era bueno para volver a empezar, evitaba mirarlas, aunque se hallaban a tanta distancia que se perdían todos los detalles. Pero su imaginación los suplía. Muchos eran narwes, pero había bastantes seres en forma de estrella de mar, moradores de las tinieblas, a los que él había vislumbrado cuando estuvo a bordo de la nave, después de despertar en el asteroide de hielo.

—Me sorprende que no intenten algo —observó.

Él y Ariel lo llevaban diciendo durante más de una hora.

—Derec, creo que todos han desaparecido.

Era posible, pero…

—¿Muertos?

Muchos sí. Pero Ariel sacudió la cabeza.

—No lo creo. Más bien pienso que han saltado en lo más álgido del combate.

Inclinándose hacia adelante, Derec escrutó todo el espacio visible, tratando de contar los cascos de la nave. No le sirvió de nada.

—No sé cuantos cascos tenía, y ahora parecen diferentes. El central debía tener los motores hiperatómicos. Tal vez también los había en alguno de los otros cascos. Sin embargo, creo que no falta más que uno.

—¿Estás, pues, de acuerdo? —inquirió Ariel, preocupada.

—Estoy de acuerdo —concedió Derec—. Conociendo a Aránimas, si estuviese vivo, dispararía contra nosotros con lo que fuese.

—Sí —ella calló un momento—. No es probable que todo este destrozo lo haya causado Mandelbrot.

Wolruf había dejado caer al robot cuando ella frenó lo suficiente para rebajar la velocidad relativa entre las naves a un nivel que Mandelbrot pudiera soportar. El robot había aterrizado en la nave alienígena, lesionándose una rodilla, y luego había recorrido la nave, colocando cargas explosivas en las junturas de los cascos. La poderosa nave había estallado, simplemente.

—Ya sabíamos que había cargas explosivas en las uniones de los cascos —observó Derec.

Aránimas había dejado caer uno de sus cascos para huir de la Estación Rockliffe.

—Sí, debió volarlos todos, liberó el casco central y saltó.

—Si saltó a ciegas, puede estar en cualquier parte del Universo —calculó Derec—. ¡Ojalá nunca pueda regresar!

Pero no podían contar con ello.

Media hora más tarde, Mandelbrot los llamó por el comunicador y sugirió que se abordaran a la nave de Wolruf. Al fin, Ariel logró reunirlas, guiada por Mandelbrot y juntaron las cámaras de presión abiertas. Eran compatibles y, con un ligero toque, se encajaron debidamente.

—Esta unión no mantendrá el aire mucho tiempo —observó el robot—. Debemos cargarlo y Wolruf moverse deprisa, a pesar de la bolsa.

Habían estado bombeando todo el aire que podían en bidones, para salvar al menos una parte. Derec llevó un bidón a la compuerta, ensartó su conector a la válvula de emergencia y abrió el bidón. Al final, Wolruf golpeó en la puerta interior, y la exterior se cerró a sus espaldas. Derec dejó que el aire continuara saliendo para equilibrar la presión, pero el bidón se vació antes.

Maldiciendo, lo quitó de la válvula de emergencia, que se cerró automáticamente, y se volvió hacia la válvula manual de salida. Necesitó asirla con fuerza para abrirla, pero, al cabo de unos minutos, la presión era igual y habían perdido muy poco de su precioso aire.

Wolruf entró, metida en un globo de plástico transparente, medio desinflado bajo la presión del camarote. Parecía falta de aliento o asustada. Derec no se lo podía censurar. No había sido fácil ir dando tumbos en la ingravidez dentro de aquel globo, pasando por la nave y las compuertas retorcidas.

La pequeña caninoide salió temblando por entre la cremallera descorrida.

—Yo dar gracias —dijo—. Ser un momento de nervios. Tener gran miedo del Eranio.

—Creemos que Aránimas ha desaparecido —le comunicó Ariel.

—Yo esperar, pero no entender.

Ariel se lo explicó.

—Él disparar con potencia —concedió Wolruf.

Oyeron la voz de Mandelbrot por el comunicador.

—Entraré en la otra nave y traeré todo lo que pueda. Vosotros necesitaréis más pienso orgánico para los sintetizadores de alimentos, y también aire. Tal vez sería prudente explorar también la nave alienígena.

Era una buena idea, pero Derec se puso un poco nervioso, y vio como a Ariel tampoco le hacía gracia la propuesta.

—Los restos todavía están cerca, pero las piezas mayores cada vez se separan más entre sí —dijo la joven—. En realidad, no habrá dificultades.

—Aquel apartamento de la Tierra me parece cada vez más acogedor —dijo Derec, riendo.

—Yo quedar para maniobrar esta nave —se ofreció Wolruf—. Mi gustar hacerlo, no agradecérmelo.

Riendo como locos, todos se vistieron los trajes y se agruparon en la cámara de presión, con la bolsa de plástico de Wolruf. Normalmente, la bolsa se usaba para transportar artículos a través del vacío. Ahora, la bombearon a la mitad de la presión del camarote, la colocaron contra la puerta interior de la compuerta, e hicieron funcionar las bombas de la misma. Tan pronto como la presión cayó por debajo de la del camarote, la bolsa empezó a empujarles contra la puerta exterior.

Sus trajes se movieron por el empuje, y la expansión del globo aceleró la eliminación del aire más allá de la bolsa, desde la compuerta. Cuando se abrió la puerta exterior, se vieron empujados afuera y Ariel tuvo justo el tiempo de agarrarse a la compuerta, mientras Derec la sujetaba por el pie. Riendo de nuevo, empujaron el globo al interior y cerraron la compuerta.

Su primera preocupación fue transferir las antenas en buen estado de la nave de Wolruf y reemplazar los visores destrozados. Las dos naves flotaban muy cerca una de otra, unidas por el cable flexible y resistente. Derec había traído herramientas y reparó la rodilla de Mandelbrot. Le costó una hora de trabajo, mientras los restos de la nave pirata se iban separando cada vez más.

Se apretujaron dentro de la nave para descansar, recargar la reserva de aire y comer.

—¿Cómo llegaste tan cerca de la Tierra, Wolruf? —quiso saber Ariel, pese a su cansancio.

La caninoide devoraba la verdura sintética.

—Cuando vosotros saltar con la Llave, oír la hiperonda estática. Oír dos explosiones estáticas, y yo conseguir aprovechar una. Esperar estar en Robot City, pero no ser. Nosotros conocer coordenadas de Robot City. Estar muy lejos, pero Mandelbrot y yo saltar para seguir. Peligroso, un salto largo. Pero no atrevernos a saltar más o perder orientación. Por eso sólo dar un salto.

Calló para tragar más comida. Estaban acostumbrados a sus modales en la mesa.

—Cuando llegar a la Tierra, Mandelbrot hacer identificación. Escuchar las emisiones; la hiperonda aún no funcionar, y decirme ser la Tierra, y explicar qué ser la Tierra. No tener que preguntarnos mucho tiempo si esto deberse a la Llave. Yo oír dos explosiones estáticas más, muy juntas.

—Muy simple —comentó Derec. Estaba cansado y sentía la cabeza muy ligera, más de lo que podía deberse a la caída libre—. La Llave estaba enfocada al apartamento. Si se usa para abandonar cualquier sitio, incluso en el mismo planeta, te envía al apartamento. Nunca nos moriremos de hambre, porque, en caso de necesidad, siempre podemos volver al número 21, Subcorredor 16, Corredor M, Subsección G, Sección 5, de la Alameda Webster, en St. Louis.

—Bien, nosotros esperar. Poco después, detectar explosiones de estática de hiperonda con la llegada de la nave de Aránimas, y comprender que haber lío. El también haber detectado el uso de la Llave.

—¿Cuánto tiempo hacía que Aránimas sabía cómo hacerlo? —se interesó Ariel.

Wolruf se encogió de hombros.

—Posiblemente, siempre saberlo. Nadie poder decir qué saber Aránimas. O aprenderlo cuando le dejamos en la Estación Rockliffe. Ser obvio, si pensar en ello.

—¿Por qué? —preguntó Ariel.

—Obvio. La Llave deber ser un motor hiperatómico —respondió Wolruf, y Derec la interrumpió.

—No lo creo. Los robots de Robot City aprendieron a duplicarlas, incluso pudieron fabricar la que ahora nosotros tenemos. No creo que los humanos o sus robots pudiesen duplicar un avance tan radical de la ciencia y la tecnología como sería la reducción de un motor hiperatómico al tamaño de bolsillo. Creo que las Llaves son emisora de hiperondas muy compactas. Esos subetéricos disparan los motores hiperatómicos que están en otro sitio, y se enfocan en las Llaves.

—¿Poder estar en Perihelion, los motores?

Wolruf también era piloto estelar, y conocía la teoría de lo hiperatómico.

—Probablemente —convino Derec.

La caninoide dejó escapar un gruñido de interés, calló para volver a comer, y reanudó su relato después de reflexionar en la conclusión de Derec.

—Bien, nosotros sentarnos a esperar, y Aránimas sentarse a esperar. Nosotros esperar usar la Llave para escapar. Aránimas deber estar mordiendo clavos y escupiendo tuercas. No poder saber qué pasaba, y la Tierra demasiado grande para atacarla un irresponsable como él.

—¿Cómo sabías que éramos nosotros? —preguntó Ariel, y Derec, pese al zumbido de su cabeza, intentó captar la lógica de la frase.

—Cuando vosotros usar el transmisor de hiperonda, él deber saberlo. Aránimas avanzó para interceptar y nosotros seguirle. Por suerte, estar cerca de media órbita solar. Aránimas no detenerse a pensar la suerte que él tener al disponer de un meteorito para esconderse, yendo tan veloz como iba. Sólo equivocación él hacer.

Derec esperaba que fuese la última.

—¿Y qué le hiciste a su nave? —inquirió Ariel, exasperada.

—Volarla. Todo el tiempo que nosotros esperar en órbita, fabricar explosivos. Receta de carbonita en el banco de datos de la nave del doctor Avery. Yo saber bastante de química para añadir oxidante. Tener que usar piensos sintéticos, pero haber pocos y yo reducirme.

Los robots necesitaban carbonita para la construcción de Robot City. Derec sabía cómo se hacía era una superforma de polvo negro, usando carbón activado y saturado con nitrato potásico o nitrato sódico. Como el carbón se quemaba casi por completo, se aproximaba al cien por cien de eficacia y, por tanto, apenas humeaba. Sí, la carbonita era diez veces más poderosa que el trinitotolueno.

—Aun así, no haber funcionado si Aránimas no haber tenido miedo y saltar. Pero no poder saber qué estar sucediendo.

Derec asintió, e inmediatamente deseó no haberlo hecho. El camarote parecía girar.

—Es comprensible su pánico —comentó.

—¿Estar tú bien? —se interesó Wolruf.

—No, pero no estoy peor. Bueno, no me siento peor que antes de la batalla.

Ariel empezó a explicar lo de los chemfets y Wolruf se mostró preocupada, pero incapaz de ayudar. No sabía nada de robots ni conocía ninguna raza, aparte de la humana.

—Espero que te cures —dijo, pero se veía claramente que lo dudaba.

Parecía desasosegada por la idea de aquella invasión corporal. Derec la consideraba una enfermedad, y, al menos, tenía la esperanza de que los chemfets estuviesen programados de acuerdo con las Tres Leyes.

—¿Nos vamos? —sugirió. Se volvió y halló a Mandelbrot mirándole.

—¿Qué piensas hacer con esa infestación? —indagó el robot.

—Dirigirme a Robot City y, o bien pasar el problema al Equipo Médico para Humanos, o atrapar al doctor Avery y obligarle a invertir el proceso… o bien ambas cosas —declaró Ariel.

—Entiendo. Es lo mejor, porque no creo que los recursos médicos o robóticos de Aurora fuesen los adecuados para erradicar a esos chemfets —manifestó Mandelbrot—. Esto debe reservarse como un último recurso.

—Exacto —asintió Wolruf—. Hallaremos al doctor Avery. ¡Ser peor que Aránimas!

El paso siguiente era explorar la nave pirata. Arrojaron el cable desde la nave de Wolruf y se movieron suavemente hacia uno de los cascos más intactos y próximos. Llevaban palos, y Ariel un cuchillo de cocina, pero lo encontraron sin aire y apenas temían encontrar supervivientes. En realidad, no había ninguno. Tampoco había demasiados cadáveres.

—Aránimas debió tocar la alarma y reunirlos a todos en el casco principal —reflexionó Wolruf—. Naturalmente, ser todos valiosos para él. Sin embargo, bastantes inocentes narwes, y otros estrellas de mar, no tan inocentes, habían muerto en el combate. No hallaron nada de uso inmediato en los primeros dos cascos, y se mostraron deprimidos.

—Al menos necesitamos aire —exclamó Mandelbrot—. Y algunos piensos orgánicos para los sintetizadores. Hay cinco saltos hasta Robot City, lo cual llevará al menos tres semanas, y faltará el abordaje final y una reserva contra las emergencias. Este casco no contiene aire para tres días. Podría quedar mejor remendado, pero, aun así, seguramente no mantendría el aire por más de una semana. Necesitaríamos cuatro complementos de aire y, a pesar de esto, tendríamos que perder el tiempo calafateándolo hasta el salto.

—Yo lo voy a calafatear después de cada salto —se ofreció Derec.

Mandelbrot tenía razón. Reanudaron la búsqueda, aunque los cascos ya estaban bastante separados.

El casco siguiente había sido el ocupado por la gente en forma de estrella de mar, e inmediatamente abandonaron toda esperanza de encontrar aire allí. Aquellos extraños alienígenas respiraban una mezcla que contenía un compuesto de azufre al que Wolruf llamaba «gas amarillo». Al salir encontraron un robot.

Al grito de Ariel, Derec meneó la cabeza y respiró hondo. El robot, cuando entró en la cámara abierta donde estaba la joven, pareció un respiro de cordura en aquella irrealidad la nave espacial destruida, en estado ingrávido y sin aire, era como la imagen de un mundo cabeza abajo. El cuerpo de un estrella de mar estaba pegado a una pared, con un émbolo de energía, de aspecto odioso, asido por un tentáculo. Ariel y el robot giraron lentamente en el vacío hacia un mamparo. Ariel saltó para atraparla.

—Es disfuncional —murmuró la muchacha.

Armonizando sus movimientos con los de ella, el robot los interceptó en el mamparo, y ellos lo iluminaron con sus lámparas. El robot no se movió, pero no pudieron decir si hablaba o no.

Mandelbrot entró mientras examinaban el cuerpo del robot.

—Depósito de energía en la cabeza y marcas de fusión en diversos sitios, especialmente en el tronco. Por lo visto, ese estrella de mar lo hubiese matado durante la batalla.

—¿Cómo llegó a esta nave? —quiso saber Ariel.

—¡Hummm! Supongo que Aránimas debió capturarlo en alguna parte.

—¿Dónde?

Derec meditó la respuesta.

—Posiblemente es uno de los que encontró en el asteroide de hielo, aunque lo dudo. Estaba desesperado para que yo le fabricase un robot. Me dio todas las piezas de recambio que pudo.

Mandelbrot fijó sus fríos ojos en el robot lesionado.

—Este robot es de Robot City.

—Sí.

El diseño era inconfundible para un ojo adiestrado.

—Saquémoslo al aire. Tal vez intenta hablar —sugirió Ariel.

Pero, de vuelta al Detector de Estrellas, siguió tan inerte como antes. Tras quitarse el traje espacial, Derec cogió su bolsa de herramientas y miró a Mandelbrot. La perspectiva de ocuparse del robot le hacía sentirse mejor que en todos los días anteriores. Era un asunto interesante. Rápidamente, se enteraron de que la energía del cerebro se había perdido. Pero reactivarlo no sirvió de nada.

—Una descarga casi total de un rayo de energía podría originar quemaduras en el cerebro sin que éste quedara visiblemente dañado —aseguró Mandelbrot.

El cerebro positrónico era una esponja de platino e iridio, con una alta refractividad. No se fundiría fácilmente. Pero los canales positrónicos del cerebro no eran tan resistentes.

—Por tanto, interrogándole no sabremos nada —resumió Derec, abatido—. Eh, un momento. ¿Qué es esto?

Asido apretadamente a su mano había un objeto brillante. Un objeto rectangular muy brillante.

—Una Llave de Perihelion —observó Mandelbrot.

—Aránimas se la habría cogido, si hubiera sabido que este robot tenía una —comentó Ariel—. ¿Qué haría el robot con ella?

—Nunca lo sabremos. Quizás la cogió en el primer momento en que no estuvo bajo observación y probó de usarla. Y ese estrella de mar le sorprendió en el acto.

Derec cogió la Llave, extrayéndola del puño. Instantáneamente vio que era diferente.

—¡Es como dos Llaves fabricadas juntas!

—En efecto —afirmó Mandelbrot—. Una para hacer salir al robot de Robot City. La otra para hacerle regresar allí.

—¿Y cuál es cada una? —se interesó Ariel.

Derec y Mandelbrot pasaron unos minutos tratando de acertarlo. Y encontraron que una Llave tenía un enchufe en un extremo.

—Ya veo —dijo Ariel, cuando se lo enseñaron—. Un cable muy fino con cinco prolongaciones. Deben ser para reprogramación. Aunque no sé dónde hay que enchufarlo.

—En algún ordenador —explicó Derec—, para permitirle a uno entrar las coordenadas de destino.

La otra Llave no estaba preparada para cambiar su programa y, por tanto, era fija para Robot City.

—No nos sirve para nada —desdeñó Ariel—. Está inicializada para un robot. Lástima. Necesitamos desesperadamente ir a Robot City, especialmente Derec. Y sólo Mandelbrot puede ir.

—Cierto. Derec debe trasladarse a Robot City lo antes posible, y la Llave es un medio preferible a las tres semanas en una nave, incluso si ésta no sufre filtraciones —observó Mandelbrot—. Yo te llevaré, Derec.

Rodeó al joven con su brazo normal, medio llevándole en volandas.

—¿Y nosotros? —gritó Ariel—. Esta nave no es más segura para Wolruf y para mí.

El brazo mutable de Mandelbrot, diseñado por Avery, ya se estaba estirando en un largo tentáculo.

—Es cierto, y es muy probable que tú y Wolruf fallezcáis, si no nos acompañáis. Por tanto, tendré que llevaros a todos.

El tentáculo se enroscó en torno a Ariel y Wolruf, y desplegó una pequeña mano en su extremo.

—Derec, la Llave, por favor.

Derec colocó la doble Llave en la pequeña mano.

—Al menos, el doctor Avery no nos esperará.

Mandelbrot extrajo otro dedo de la mano que sostenía la Llave de Perihelion, y esperó a que apareciese el botón de activación, después de presionar las esquinas.

Comprendiendo que era algo irracional, Derec sintió cómo el aire se enrarecía en el pequeño espacio de tiempo que tomó la operación. Después… Perihelion. Y luego, un cielo planetario estalló en azul muy brillante sobre ellos. Podían respirar profundamente, y se hallaban en lo alto de la Torre de la Brújula, la poderosa pirámide que dominaba la Robot City del doctor Avery.