Aránimas otra vez
«¡Oh, no!», pensó Ariel. «¡Aránimas!».
El frío rostro del pirata les estaba mirando. Su rostro era vagamente humano, pero con ciertos rasgos de lagarto. Los ojos, por ejemplo, se hallaban muy separados, casi a cada lado de la cara. Apenas estaban lo bastante cerca para darle una visión binocular, pero Aránimas no se molestaba en obtenerla. Casi constantemente enfocaba un ojo en lo que estaba mirando, mientras el otro giraba en su cuenca, aportándole, aparentemente, una visión periférica. En aquel momento tenía el ojo enfocado en Derec.
—Derec —gritó, con una voz estridente que era la voz que más odiaba Ariel de cuantas había oído—. Ariel.
Mientras los miraba, alteró el foco de su comunicador y acortó la distancia, sin moverse, con lo que su figura humanoide estuvo a la vista desde la cintura para arriba. De esta manera no era tan obvia su condición de alienígena, pero los dos le habían visto personalmente. Era tan alto sentado como Derec de pie, y sus largos brazos, muy desproporcionados, tenían tres veces la longitud de un humano muy alto. Cuerpo delgado, cuello flaco, cabeza en cúpula con escaso pelo, piel pálida. Ojos oscuros, ahora coléricos.
—¿Dónde está la Llave de Perihelion? Huisteis con ella, en lugar de conducirme hasta los robots.
Tras un brevísimo instante en que Derec estuvo libre temporalmente de su enfermedad, Ariel dijo con sólo un leve temblor en su voz:
—La perdimos en el alboroto. Hemos… hemos estado en un hospital de la Tierra.
—¡Mientes! He detectado tres impulsos, por los estallidos de la estática de la Llave, en este planeta. El primero, hace unas semanas, empezó en otra parte. Los dos últimos empezaron y terminaron aquí. Sólo la Llave radia de esta manera.
Se miraron uno al otro, sintiéndose vencidos. Antes de que pudieran hablar, el pirata sacó un pequeño lápiz dorado y reluciente de un bolsillo. Ariel se atragantó, y notó cómo a Derec le pasaba lo mismo. ¡Un estimulador de dolor! Era, según sabía, algo semejante a un látigo neurónico humano, pero mucho más intenso. O tal vez fuese que Aránimas se mostraba más violento al usarlo. No hacía daño si no se utilizaba con gran violencia como un látigo neurónico, pero nadie era lo bastante resistente para soportar más de un «tratamiento», antes de decidirse a colaborar.
—Lo confesaréis todo y diréis la verdad, o bien os mataré lentamente con esto.
No dudaban de su sinceridad. El pirata no escucharía nada hasta haber destruido la nave. No podían darle la Llave, aunque le hubiese podido prestar algún servicio, porque estaba inicializada sólo para los humanos. Aránimas quería robots, entre otras cosas; y, más que nada, poder. Derec cortó el canal.
—Tenemos otra opción —rezongó, volviéndose hacia Ariel—. Podemos usar la Llave, llamar al agente Donovan y dejar todo el problema en manos del DIT o de cualquier otra autoridad espacial que esté en la Tierra. O podemos intentar tratar nosotros con Aránimas.
—Tratar con él… ¿cómo? —Ariel se mostraba escéptica.
—No me refiero a negociar con él. Ariel, debes usar la Llave. —El plan iba formándose cada vez más claro en su mente, a medida que hablaba—. Creo que podré arremeter contra esa nave remendada cuando se acerque.
—¡No, Derec! —exclamó Ariel muy pálida.
—¡Es la única forma! No podemos permitir que viva. Es demasiado peligroso.
—Pero… —el rostro de Ariel se aclaró—, pero podemos usar la Llave en el último instante.
Derec la miró. El alud de adrenalina que había ahuyentado momentáneamente la enfermedad estaba desapareciendo.
La joven decidió que no utilizaría la Llave a menos que él lo hiciese, y Derec lo comprendió.
—De acuerdo, esto es lo que haremos. Fingiremos rendirnos y…
Iba a poner en marcha el comunicador, pero ella le cogió del brazo.
—No, Derec, no servirá de nada. Nunca permitirá que nuestra nave maniobre, mientras se aproxima.
—Es nuestra única posibilidad —gritó él—. Nuestra única arma es el cohete… ¡y el morro de la nave! Me gustaría dispararle el cohete, pero no pasará por delante de él…
Ariel suspiró, pero no podía imaginar nada mejor.
—Está bien. Toma la Llave, yo conduciré la nave.
Derec asintió aliviado, pues no estaba en condiciones de ponerse a los mandos. Cuando sintonizaron de nuevo el canal del comunicador, Aránimas estaba ladrando con su voz inhumana, tan estridente que a la joven le dolieron hasta los dientes.
—¡Humanos, no volváis a interrumpir la comunicación!
—Muy bien. Hemos conferenciado y estamos de acuerdo en acceder a tus peticiones —mintió ella—. Sólo pedimos que garantices nuestras vidas, o destruiremos la Llave delante de tus ojos.
—¡No destruiréis la Llave! Os mataré poco a poco…
—No, si antes ya estamos muertos —le interrumpió Derec con voz cansada y exasperada, como la de un padre tratando con un hijo revoltoso—. Queremos tu promesa.
El alienígena calló y los estudió durante un momento, con una mirada capaz de helar la sangre al más valiente.
—Muy bien. Tenéis mi promesa de que no os mataré, si me entregáis la Llave en perfecto estado.
Ariel se preguntó si el alienígena cumpliría su promesa. Pero no importaba. Derec tenía razón. Aránimas debía morir. La joven experimentó una momentánea punzada al pensar en los indefensos y decaídos esclavos narwe con los que Aránimas gobernaba la nave.
Derec extrajo la Llave de su camisa y se la enseñó. Mientras Aránimas la contemplaba ávidamente, Ariel, a los mandos, inquirió con tono casual:
—¿Debemos maniobrar para situarnos a tu lado?
—No, ya maniobraré yo.
Se produjeron unos minutos de tensión cuando el alienígena manipuló sus mandos, hizo girar la nave, la orientó y luego avanzó velozmente hacia ellos. Al final del avance, la nave no estaba lejos y pasaba todavía con lentitud. Volvió a girar, ahora ya bien visible era una masa enorme, constituida por más de media docena de cascos de naves, calafateados juntos. Ariel no lograba imaginarse de qué modo Aránimas conseguía equilibrar la nave a lo largo de una masa central y disparar cohetes sin perder el control, y todo sin ayuda de un ordenador.
«Está demasiado cerca», se dijo la joven atemorizada.
No habían tenido tiempo de acumular mucha velocidad para el impacto… ni para disponer la Llave. Mientras pensaba esto, ella miró a Derec, quien empezaba a presionar las esquinas de la Llave. Luego, disparó el cohete, girando la nave sobre sus cohetes secundarios… El giroscopio, más económico de combustible, era demasiado lento.
Aránimas podía volar en un conglomerado miserable, pero era un piloto excelente y su nave era de combate. Poseía unos sensores ajustados incluso en la popa, donde estaban los cohetes. El pirata descubrió la maniobra y se apartó sin molestarse en increparles por el canal comunicador.
Ariel miró a Derec, aplastada contra su asiento por la aceleración. La Llave ya estaba a punto, pero ellos no. La nave pirata estaba sobre ellos, a estribor, en tanto ellos luchaban por apuntar el morro de su propia nave hacia la enemiga. Demasiado tarde… Aránimas se hizo a un lado.
Ariel cortó instantáneamente la propulsión y empezó a hacer girar la nave para no alejarse demasiado. Los artilleros de Aránimas les tendrían en sus puntos de mira tan pronto como estuviesen en la zona más próxima. Aránimas, hábilmente, efectuó una embestida más lateral cuando vio hacia donde giraba la nave de los jóvenes, a fin de ensanchar la brecha entre ambos. Entonces, sonó la alarma de choque.
Oyeron cómo Aránimas chillaba alarmado por primera vez desde el inicio de la batalla. Ariel intentó poner la nave en línea con la nave alienígena, demasiado atareada para mirar.
—¡El meteorito se está moviendo! —advirtió Derec.
El fragmento rocoso que había girado detrás de ellos y gradualmente los había superado, ahora aceleraba hacia ellos, a una gravedad estándar… y el bolómetro registraba la temperatura del escape de un cohete.
El rostro de Wolruf apareció al lado de la reducida figura de Aránimas en la pantalla.
—¡Contenle, Derec! ¡Ya vengo!
Lo que dijo Aránimas no fue inteligible, pero sí lo fue la energía lanzada desde la gran nave a la roca. Ésta se vaporizó, alejándose sus restos en vaharadas de vapor incandescente, mientras las armas atronaban el espacio silenciosamente. Aquellas poderosas armas habían vaporizado metros cúbicos de hielo y nieve, casi al cero absoluto, en el asteroide helado donde Aránimas había encontrado por primera vez a Derec.
Bajo el débil camuflaje, había un pequeño Detector de Estrellas como el de ellos.
La visión de Ariel disminuyó al darle toda la fuerza a sus cohetes. A los pocos instantes, su cabeza se aceleró contra el respaldo, y la nave volvió a abalanzarse hacia la de Aránimas. Éste la hizo girar y disparó para esquivarles, pero algo monstruoso golpeó su flanco, haciendo retemblar toda la nave.
—¡Tocado! —exclamó Derec, pero Ariel no pudo decir nada. Tenía que mantenerse cerca de Aránimas hasta que llegara Wolruf.
Aránimas volvió a hacer girar su nave y volvió a disparar para evitar la otra, lo que desvió la puntería de sus artilleros.
«Buen trabajo», pensó Ariel. «No tiene computarizado el control de fuego».
Ariel se enfrentaba con un problema táctico de una fracción de segundo. Dentro de unos momentos, sobrepasarían a la nave alienígena, demasiado pronto para embestirla de frente. Aránimas había captado su intención, y se dirigía hacia el otro costado, a babor. Por tanto, Ariel hizo girar más la nave en la dirección en que tenía apuntado el morro, a fin de llevar su cola hacia el enemigo.
En el momento crítico, disparó y el proyectil llegó hasta la nave de Aránimas. Debió resonar como una campana. Hubo un gran estallido de aire y partículas. Ariel se alegró al no poder ver si las partículas pataleaban.
Pasaron de largo en un momento, y el resplandor del fuego se extinguió; Aránimas volvía a moverse, surgiendo fuego de varios puntos de sus cascos mal ensamblados. Destelló otra clase de disparo, y la nave de los jóvenes fue alcanzada, dio varios saltos y, cuando la cabeza de Ariel chocó contra el respaldo de su asiento, la alarma sonó. Derec estaba diciendo algo cuando ella hizo girar la nave lo más rápidamente que le permitían sus temblorosas manos. «Error», pensó.
No debió disparar y apartarse tanto de la otra nave, ya que ahora, gracias a la distancia, los artilleros podrían apuntar mejor.
Apretando los dientes, Ariel movió la nave, tratando de ignorar los impactos y esperando que no destruirían el aparato espacial, o les matarían. Un solo tiro bien acertado.
—Todavía estamos en su zona más próxima —anunció Derec, falto de aliento—. Mira sólo los impactos…
«Cierto», pensó ella, sonriendo sin ganas. «¡Todavía estaban vivos!». De pronto, completaron el giro, mucho más lejos de Aránimas de lo que ella deseaba, y disparó en respuesta. No hubo más impactos. La irregular silueta de la nave pirata fue creciendo en sus pantallas, y Ariel respiró mejor.
Luego, tuvo un momento de reflexión se sentía mejor porque los artilleros de Aránimas no podían matarla durante los próximos segundos. ¡Pero ella intentaba suicidarse al embestir con la nave!
La nave de Aránimas empezó a deslizarse a un lado y ella, automáticamente, corrigió el rumbo, centrándolo en la oscura masa. ¿Qué podía hacer?
—Wolruf se acerca rápidamente, pero no sé si la nave todavía es manejable —exclamó Derec tensamente—. Ha sufrido un fuerte impacto.
—¿La llamo?
Entonces, la nave de Aránimas apareció como un monstruo. El pirata había preparado una sorpresa un cañón en el casco empezó a girar para apuntarles directamente. Nunca sabrían qué esfuerzo tan prodigioso había sido preciso para tenerlo listo en el corto tiempo que duraba la batalla. Era un cañón de gran calibre, aunque el primer obús fue débil, mal apuntado.
Los artilleros de Aránimas no eran los tímidos narwes. Eran unos seres en forma de estrella de mar a los que Ariel apenas conocía. Evitaban la luz y respiraban una atmósfera ligeramente distinta de la del resto de la tripulación. Ariel no experimentó compasión hacia ellos, y ladeó la nave. Aránimas lo vio y movió su propia nave para impedir que Ariel apuntase sus cohetes hacia el cañón.
Llegó un segundo obús, pero los artilleros carecían de la eficacia salvaje de Aránimas.
—Otra perforación, y la antena no funcionará —anunció Derec serenamente.
Su serenidad calmó a Ariel, que trató de embestir una vez más. Al apartarse del propulsor, Aránimas se había colocado delante de su morro. Ariel dio toda la energía y los dos jóvenes se vieron pegados a sus asientos. La visión de Ariel disminuyó. Pensó que la fuerza también disminuía.
Demasiado despacio. El inmenso cuerpo del enemigo se deslizó de costado, al tiempo que crecía monstruosamente ante ellos. Luego, la pantalla destelló en un resplandor pálido, debido a que el circuito de seguridad no transmitía toda la parte visual del destello, pues el sensor había recibido el impacto del cañón.
—¡Nos han quitado la proa! —gritó Derec.
Ariel se atragantó, casi esperando ver el espacio vacío ante ella, pero no habían perdido tanta extensión de proa. Sin visión, Ariel sólo pudo agacharse, jadeando, sobre su tablero lanzando un cohete y esperando que…
—La Llave… hazla funcionar —gimió, volviéndose hacia Derec, sabiendo que un instante después sería tarde. Estaban tocados.
La nave traqueteó, y el impacto fue muy distinto de los de un proyectil. Los dos se vieron arrojados al frente, contra sus arneses. La nave retembló, el metal crujió, algo se rompió… todo en un breve instante, y, de pronto, quedaron libres, con la nave flotando quedamente.
El aire silbaba y las alarmas todavía sonaban. Sin comunicación exterior, sin visión del espacio. Ariel tocó sus mandos y los propulsores de elevación respondieron. Podía girar y avanzar de nuevo, pero estaban ciegos.
—¡Los trajes! —gritó Derec—. Y mira si el autocircuito puede darnos más visores.
«Los trajes primero», pensó ella.
Cuando el aire sale de una nave pequeña, lo hace muy deprisa. Y podía hacerles salir al mismo tiempo, si no se apresuraban.
Se pusieron los trajes en una imitación de ingravidez que era mortalmente seria. Ariel esperaba el fogonazo de un impacto a cada momento, pero la nave continuaba serenamente su camino.
No se molestaron en intentar comunicar, sabiendo que el obús del cañón o el impacto, debía de haber destruido las antenas de proa. La visión, no obstante, podía reanudarse en cualquier parte de la nave. Sólo estaban fuera de servicio los visores de proa. Después de trabajar unos instantes, hallaron un sensor en buen estado que podía ayudarles en su última batalla.
—¿Qué… qué es esto? —inquirió Ariel, asustada.
—Eso iba a preguntarte —contestó Derec—. Tú conoces mejor la nave de Aránimas, estuviste allí más tiempo.
—Esto fue antes de mi amnesia.
—¡Oh!
—Creo que uno de los cascos se ha separado.
Sólo tenían una vista parcial de ello, pues quedaba por debajo de la visión del sensor. Sólo era una cúpula irregular y giratoria de metal, con un resplandor ocasional, una protuberancia aquí y allí… torretas, cabrías, puestos de aterrizaje, sensores… ¿y proyectores interiores?
—No puede ser toda la nave —decidió, finalmente, Derec—. ¿Pero, qué le ha sucedido?
Ariel respiró hondo y halló que el aire en el interior de su traje olía a sudor.
—Daré una vuelta —gritó—. No me daba cuenta de la tensión que experimento.
No pensaba.
«Jamás seré piloto de combate. Hubiese podido reajustar la nave», pensó «mientras, he perdido unos minutos buscando un visor. ¿O es esto lo que suelen hacer los pilotos?».
Pero la raza humana no tenía pilotos de combate, por lo que no se sabía cómo podían actuar.
«Si en el espacio hay muchos de la raza de Aránimas», siguió pensando, «tal vez lleguemos a saberlo».
—¡Aránimas… se ha desintegrado! —advirtió Derec.
La enorme nave construida a base de cascos añadidos no era más que una docena de piezas grandes, una nube de centenares de piezas mucho menores. El rostro de Derec estaba tan blanco como debía estar el de ella.
—¿Lo hicimos nosotros?
—No sé cómo… ¡Wolruf!
Al cabo de un momento, Ariel asintió.
—Sí, tienes razón. Pero ¿de dónde sacó las armas?
Derec meneó la cabeza.
Si alguien estaba vivo allí fuera, estaban decididos a no seguir disparando. Los restos de la nave se alejaban lentamente. Ariel volvió en sí, sobresaltada.
—Hemos de volver allí.
—Sí, claro.
—Pero ¿cómo?
No era fácil, pero lo intentaron. El visor de que disponían les dio la orientación. Eligieron un sitio que les permitiría no chocar con ninguno de los restos de la nave, y giraron la suya hasta que su morro ciego quedó apuntando a dicha orientación. Ariel colocó entonces sus manos en el tablero, miró hacia las tinieblas y pensó «Ahora descubrirás si eres buen piloto, muchacha».
En aquel momento se recordó en Aurora, a punto de efectuar su primer despegue. Había experimentado lo mismo que ahora, o algo muy parecido, y estaba más nerviosa que en estos momentos. Ahora estaba estremecida. Los recuerdos fueron sucediéndose el despegue, la aceleración, que le pareció más feroz que ahora que estaba consciente, el alivio de los propulsores al cerrarse, y luego, la indescriptible caída, la sensación de flotar en una sola órbita.
—¿Ariel?
Su instructor.
—¡Ariel!
Con otro estremecimiento, volvió en sí.
—Lo siento. Una fuga de la realidad.
Mientras sus manos se movían sobre los mandos, cuidando de pulsar los botones reales y no los de su imaginación, los recuerdos retornaban, pasaban… captaban los detalles. Todo un fragmento de su pasado, recuperado por un pensamiento casual, una repetición accidental de una circunstancia olvidada.
Avanzó a toda velocidad durante diez segundos y luego hizo girar la nave para estudiar los restos flotantes. Tenía que haber detectores que les dijeran lo deprisa que ellos se movían en relación con aquella chatarra, pero no debían funcionar. Los restos todavía se alejaban más. Ariel hizo girar la nave, retropropulsó durante otros veinte segundos y volvió a mirar.
—Esto debería servir.
Sólo tenían que esperar, flotando hacia la nave destruida, con su popa delante de ellos, listos para quemar combustible de frenado.
—¿Cómo lo haría?