14

Otra vez las estrellas

Derec contempló la nave con gran alivio y maravillado.

—No puedo creer que lo hayamos logrado —exclamó.

Se aproximó e insertó su tarjeta de identidad en la ranura. La puerta se abrió al cabo de un instante.

—Claro —murmuró—. R. David nos dio unos documentos de identidad compatibles.

La nave era un Detector de Estrellas, idéntico, o casi, al que habían dejado en órbita alrededor de Kappa Whale. En tierra, resultaba tonto dar vueltas por su interior, pero esto era normal. Subieron al aparato lentamente hacia la sala de mandos de proa.

Ariel subió con facilidad, como Derec, sin izarse, y el joven se convenció de que ella ganaba fuerzas día a día. Él también se sentía mucho mejor, después de haber dormido la noche anterior mucho mejor que en varias semanas, aunque sabía que sus reservas todavía eran escasas. El sillón de aceleración fue un gran alivio después de la subida.

—Lista de comprobación, por favor —pidió, presionando la llave Nave y hablando al aire.

Obedientemente, la nave le presentó en un visor una lista que ambos estudiaron con mucha atención. Era preciso comprobar personalmente algunas partidas, siendo la más importante la de los alimentos. Ariel informó preocupada que las cantidades eran más bien bajas.

—Sólo hay algunos artículos duraderos —anunció—, algunos paquetes de alimentos esterilizados con radiación y varias latas.

Derec vaciló. Esto podía ser grave.

—¿Qué opinas?

—Que hay que correr el riesgo —respondió Ariel—. Los del DIT deben estar locos por nuestra desaparición. Si realizan una comprobación por ordenador, tal vez lleguen a pensar en esta nave espacial. Y no me digas que no vigilan atentamente todos los despegues y los aterrizajes.

Naturalmente, no podrían interferir, pues los terrícolas tenían poco control en su propio aeropuerto espacial, toda vez que poseían pocas naves. Sin embargo, si él y Ariel se iban de compras…

—Bien, nos largaremos.

Cuando pidieron vía libre, les fue concedida con facilidad, y Derec disparó los cohetes y dispuso la micropila. Los tubos se encendieron con un trueno amortiguado. Cambió el nivel del aire respirable, tan pronto como lograron cierta velocidad y tomó una trayectoria G-alta, la más económica hacia el espacio. Unos minutos más tarde, el gran mundo azul estaba ya a un lado.

—¿Qué dirección? —quiso saber Ariel.

Existía una ligera ventaja técnica en apuntar la nave propia hacia el objetivo perseguido, puesto que la velocidad intrínseca no quedaba alterada por el paso a través del hiperespacio. Pero el reajuste podía efectuarse en el otro extremo.

—Recto arriba —replicó Derec—. No temo demasiado que nos persigan, pero…

—De acuerdo.

«Recto arriba» era la dirección en la que iba la Tierra. Ariel calculó el carburante y Derec convino en usar un veinte por ciento. Le gustaba mucho la reserva de maniobra. El encendido de los cohetes no fue largo y, una vez terminó, la Tierra no había cambiado mucho. Se hallaba a su popa y se la veía sólo un poco más pequeña. Ahora ya había un muro delta V entre ellos y la Tierra. Para atraparles, una nave debería igualar su cambio de velocidad: su delta V.

—Nos sobra tiempo —exclamó Derec, sintiéndose fatigado.

La reacción pesaba en él incluso en ausencia de gravedad.

—¿Crees que debemos aparejar el condensador? —preguntó Ariel.

La idea de una excursión con el traje espacial fatigó aún más a Derec. Luego, pensó «Naturalmente, Ariel puede hacerlo. Ya no está enferma».

Pero ella todavía estaba débil, pese a su rápida convalecencia, y él mismo no se encontraba muy bien.

—Es sólo para una o dos semanas —observó—. Creo que la nave podrá resistirlo. Además, es solamente para dos personas.

Ariel asintió.

—Oye —preguntó luego— ¿cómo te sientes? Después de haber dormido tienes mejor aspecto, pero aún estás enfermo. Saber lo que ocurre en tu interior no te ha curado.

Era verdad.

—Por el momento, me siento fatigado. ¿Por qué?

—Deseo hablar acerca de Robot City. Deseo hablar contigo de todo lo que hemos pasado juntos, desde lo de la sala de mandos de la nave de Aránimas, y lo de la Estación Rockliffe.

Ella le miró con sus ojos muy abiertos e intensos.

—Quiero toda la ayuda que puedas prestarme para recuperar la memoria.

—Claro —Derec lo comprendía—. Me encantará ayudarte. Ojalá supiese todavía más cosas.

Ariel abrió la boca, la cerró y se ruborizó.

—Derec… —balbuceó—. Yo… Derec… lo siento, pero no te conté gran cosa de mí misma… de nosotros. ¡Pero no podía! ¡No podía decirte que padecía la peste amnemónica! Y no pude hablar de nosotros… antes… porque no estoy segura de mis recuerdos. He perdido gran parte de mi memoria, y no sé hasta qué punto puedo fiarme de lo que recuerdo. Lo siento… pero es todo tan inseguro… tan doloroso.

Una enfermedad puede tornar la mente de una persona extraordinariamente clara. Ariel era una joven que había sido desterrada y desheredada por haber contraído una terrible enfermedad.

—Claro.

Sus sentimientos hacia él eran obvios; la atracción, la repulsión, el dolor y el placer entremezclados en unos recuerdos que él no compartía. Eran unos recuerdos en los que ella ahora no podía confiar.

—No necesitas disculparte —la consoló él gentilmente—. No ha habido nada entre nosotros desde la sala de mandos de la nave de Aránimas. Tus recuerdos anteriores, reales o irreales, pertenecen a una persona diferente y olvidada… cuyo nombre ni siquiera conozco.

Ella logró sonreír débilmente.

—Cierto, esta persona está olvidada. Es verdad. Tú eres un individuo diferente, Derec… ¿y no te importa que no te diga tu nombre? No estoy segura de conocerlo, en realidad. Además, para mí resulta más fácil pensar en ti como Derec.

El joven reprimió una punzada de dolor. La falta de un pasado era un vacío que jamás le abandonaba.

—¡Oh!, no me importa —replicó—. Algunas cosas son más importantes que otras. Tú, para mí, eres más importante que mi memoria.

Lo cual era verdad.

—¡Oh, Derec!

Ariel se abalanzó hacia él y lo abrazó con fuerza, lo que los envió rodando por la sala, riendo, chocando con los mamparos y el tablero de mandos. Por suerte, los capuchones estaban bajados sobre las secciones del control.

«Prolongar el vuelo alrededor de la Tierra era un asunto arriesgado en varios aspectos», pensaba Derec, «pero no deseaba quemar más carburante, a menos que se viese obligado a ello».

Repostar, hasta cierto punto, no ofrecía ningún problema el cohete, simplemente, calentaba la masa con una reacción en la micropila y la despedía por la popa a una velocidad altísima. Servía casi cualquier clase de masa, y la roca pulverizada en agua, una buena mezcla, era una excelente masa de reacción. Y casi podía obtenerse en cualquier parte.

Después, el agua era lo mejor la nave estaba equipada para efectuar tales mezclas, y las bombas podían ocuparse fácilmente del agua. Tales suministros podían conseguirse en el espacio o en los planetas.

Tal vez no hubiese tiempo para detenerse y pasar diez horas repostando. Y quizá llegaran a encontrarse en un sistema con abundante combustible para ellos, pero con falta de la reserva de carburante necesaria para maniobrar en su busca.

Ariel era un piloto competente, pues había viajado algún tiempo sola, aunque Derec ignoraba cuánto tiempo exactamente, antes de ser capturada por el pirata Aránimas. Y era mucho más resistente que él.

—Si vamos a pasar todo el tiempo derivando, ¿por qué no lo hacemos alrededor de Kappa Whale? ¿O de Robot City?

—Si nos persiguen, quemaremos más combustible —contestó Derec—. Esto significaría que tendremos que quemar todavía más en Robot City, para perder nuestra velocidad intrínseca.

—Opino que tenemos que apresurarnos —fue la respuesta de Ariel—. Derec, no me gusta tu aspecto. No creo que estés mejor. De vez en cuando caes en una especie de fuga.

Era cierto que, ocasionalmente, el monitor interior del joven se abría y que los chemfets invadían su sangre, enviando un informe carente de emoción a su mente, respecto a haber superado ésta u otra dificultad, o haber conseguido éste o algún otro hito de su crecimiento. Derec suponía que todo esto significaba mucho para el doctor Avery. Para él, en cambio, no tenía el menor significado, aunque no podía ahuyentar aquellos informes.

—Al menos, ya no sufro convulsiones —observó.

Aquel incidente era todo lo que había padecido, pero a Ariel todavía le obsesionaba su recuerdo. Derec estaba contento de no haberlo tenido que presenciar él mismo.

—Ocasionalmente, también tú tienes fugas… en un sentido todavía más literal.

—Veo que tú padeces lo mismo —asintió ella—. Supongo que todavía tienes destellos de memoria, cuando te vuelven los recuerdos; tan vívidamente como que estás aquí.

—Esto suele ocurrir cuando duermo, y después los pierdo casi todos —repuso Derec.

Los recuerdos de Ariel volvían a su mente en forma masiva, en comparación con los de Derec. En realidad, no obtendría una serie coherente de los sucesos de su vida pasada, sino sólo un fragmento aquí y otro allá. Como las páginas de un libro diseminadas por el viento, aquí una hoja pegada a un árbol, allí otra contra una casa.

Llevaban cuatro días fuera de la Tierra, con el planeta madre, como una estrella brillante de color azul-verdoso, detrás de ellos, y ahora se aproximaban cada vez más al Sol. Derec y Ariel estuvieron de acuerdo en que abrir la hiperonda era ya seguro. Llamaron a Wolruf y Mandelbrot en Kappa Whale, sin obtener respuesta.

—¿No puedes mover las antenas y radiar en la misma longitud de onda que las Llaves de Perihelion? —preguntó ella.

Derec le había contado sus deducciones acerca del fallo de la hiperonda a bordo de la otra nave Detectora de Estrellas del doctor Avery; pero, en aquel entonces, Ariel se hallaba en un estado tan febril que no lo había comprendido. Derec meneó la cabeza, sombríamente.

—Requiere unos instrumentos de alta precisión y un gran esfuerzo de búsqueda. Primero, para determinar qué frecuencias de estática radian las Llaves.

—¿Tal vez las longitudes de onda estáticas de la nave?

—Tal vez. Es probable, en efecto.

La estática de hiperondas era un hecho frecuente, pero los usuales enlaces de hiperonda estaban preparados para ignorarla.

—Pero ¿cuándo has oído hablar de un hiperenlace destinado a captar la estática?

Ariel sonrió y sacudió la cabeza.

Al cabo de una semana fuera de la Tierra empezaron a calcular el salto a Kappa Whale.

—No nos hemos demorado demasiado —resumió Ariel—. La comida de Wolruf se habrá agotado, y también sus energías. La micropila aún puede durar varios años. Poseen suficiente carburante para realizar todas las maniobras que necesiten. Podrían saltar fuera de Kappa Whale y volver allí para eludir una persecución, en caso necesario.

—O sea que seguirán allí. ¿Adónde irían sin nosotros, a pesar de haber conseguido cartas de navegación espacial?

Ariel ni siquiera podía sospecharlo. Las cartas fueron una de las primeras cosas que Derec y Ariel habían buscado cuando entraron en la nave. Había una serie completa. En caso contrario, habrían podido pedir una copia a Control. Habrían recibido una rápidamente, sin hacer preguntas.

—Es más fácil calcular un solo salto a Kappa Whale —decidió Derec—, pero, definitivamente, no es más seguro.

Ariel calculó tres saltos, y Derec casi estuvo de acuerdo.

—Lo malo es que Kappa Whale está casi detrás de nosotros. Tu primer salto nos cambia a hiper, lo cual es posible, pero exigirá una tensión enorme en los motores. Sugiero que saltemos a Procyon, que está bastante cerca de nuestra línea de vuelo, y efectuemos una órbita parcial en torno, quemando carburante, a fin de ponernos en línea directa para el primero de tus saltos.

—Lo siento —Ariel se mordió el labio inferior—, ya sé que soy demasiado inquieta. Creo que esto se debe a haber pasado una niñez sin problemas. Nunca me hice daño de pequeña.

—Debo admitir —sonrió Derec— que, en mis breves meses de vida, he adquirido un gran respeto por las leyes de la probabilidad.

Hecha su primera aproximación, sólo faltaba poner las cifras finales en el ordenador, y que éste solucionara las ecuaciones del salto. Necesitaban conocer su dirección y velocidad correctas con bastante exactitud, con lo cual sabrían lo que debían esperar al aterrizar en los brazos de Procyon.

Ariel se sentó ante los instrumentos, mientras Derec tecleaba en el ordenador, a fin de disponerlo para su primer salto.

—Ariel —murmuró el joven tras un largo tiempo—, ¿puedes manejar esto? No puedo concentrarme y siento los dedos como si fuesen de goma.

Ella le miró preocupada.

—Ya temía que volvieras a caer en un estado febril.

Durante el viaje, Derec ya había sufrido dos accesos de fiebre cuando los chemfets aceleraban su crecimiento, lo que, a su vez, alteraba el ambiente en que vivían, o sea él.

Derec trató de ahuyentar su temor. Todavía ignoraba cuál era el objetivo final de los chemfets, ni había podido «hablar» con ellos. Peor aún, no sabía si él era contagioso. Después de aquel abrazo, habían evitado tocarse uno al otro por miedo a que Ariel también quedara infestada de chemfets. Estos microorganismos podían matarlo… y no le hubiera importado demasiado.

—Muy bien —consintió Ariel con voz que temblaba un poco. Luego añadió—. ¿Por qué no tomas un febrifugo y te tiendes? Tal vez una siesta te sentará bien.

A Derec le pareció una buena idea. El febrífugo habíale ayudado a restablecerse del último acceso de fiebre. Estaba tragando el espeso líquido cuidadosamente a causa de la ingravidez y por tener la garganta ligeramente hinchada, cuando Ariel gritó.

—¿Sí? —inquirió él, recuperando el aliento y contento al comprobar que no se ahogaba.

—Se aproxima una nave…

«Persiguiéndonos desde la Tierra», pensó él. La nave Detectora de Estrellas no poseía un buen aparato de detección, sino solamente uno para la detección de meteoros. Era ese aparato el que había destellado la alarma. Los meteoros, no obstante, no se movían muy deprisa. Y este objeto corría velozmente hacia ellos. El detector dio dos lecturas y, finalmente, Derec, a pesar del zumbido de su cabeza, llegó a la conclusión de que su asaltante había salido de detrás de un meteorito que se movía con más lentitud.

—Deberíamos obtener una imagen —musitó Ariel.

—Todavía está muy lejos para obtener una imagen visual —opuso Derec. Parpadeó para concentrar la visión en un solo foco—. Ojalá poseyésemos detectores de neutrinos.

Todas las plantas nucleares emitían neutrinos, y nadie se molestaba en alterarlos. Una lectura de neutrinos les daría un cálculo de su capacidad generadora de energía y, con ello, del tamaño de la nave. Naturalmente, una nave de combate y un carguero de volumen medio poseían plantas de energía casi iguales, pero un poco de información sería mejor que ninguna.

—¿Calor?

—En este momento no está quemando —replicó ella, consultando el bolómetro—. Ha debido descubrirnos hace varios días y se ha lanzado a interceptarnos.

—Bien, entra nuestro salto en el ordenador —ordenó Derec. Era lo único que se le ocurría, y no era mucho—. ¿Cuánto tardarás?

—Demasiado —respondió ella, sombríamente—. Tienes razón, no obstante. Es lo mejor, especialmente si se trata de una nave patrullera de la Tierra. Derec, podría seguirnos.

El joven abrió la boca para decir que no importaba, pero volvió a cerrarla.

—¡Diantre!

Intentaban dirigirse a Procyon. Podían llegar al sistema en una semana, durante la cual la otra nave, que era mayor, podría atraparlos. Y no les quedaba la menor esperanza de ayuda allí.

Derec se agarró a un clavo ardiendo.

—Las naves más grandes necesitan más carburante. Si ésa no puede igualar nuestras maniobras…

—¿Y me llamas inquieta? No confiemos en ello, ¿de acuerdo?

—Diantre…

El otro piloto no maniobraba, sino que se precipitaba para interceptarles el rumbo desde la popa, y hacia un costado. Cruzaría su trayectoria en un ángulo muy agudo, se impulsaría adelante y frenaría para que cayesen en sus brazos. Se movía a gran velocidad en comparación con ellos, mucho más de prisa que el meteorito del que había surgido, y tendría que encender pronto algún cohete o se abalanzarían sobre ellos.

Sus opciones eran limitadas podían disparar sus cohetes para acelerar, podían hacer girar la nave y quemar carburante para desacelerar, o podían saltar. Para esto, tardarían algún tiempo en disponer el ordenador. Saltar a ciegas tal vez no significase una muerte cierta, sino quedar permanentemente perdidos en la inmensidad de la galaxia… o de las galaxias. En hiper, todas las partes del universo normal son equidistantes.

O podían hacer girar la nave noventa grados y desviarse a un lado.

Ariel no consideraba esto último, y Derec ni siquiera pensó en ello. Habían gastado un veinte por ciento de su combustible para adquirir su actual velocidad. Y la conservarían por mucho que empujasen «lateralmente» en su rumbo. Por tanto, costaría otro veinte por ciento de combustible ladear la nave a un ángulo de sólo cuarenta y cinco grados… una variación bastante pequeña.

—¿Llamo pidiendo ayuda? —insinuó Ariel.

—Esa nave estará sobre nosotros antes de veinte minutos —observó Derec, hoscamente—. A menos que dispare antes contra nosotros.

No podían esperar ninguna ayuda.

—Es improbable.

—Cierto.

Su cabeza no funcionaba bien. La nave que se aproximaba con tanta rapidez no podía aumentar su velocidad hacia ellos, sino que tendría que frenar bastante al pasar por su lado.

—Podemos suponer que ninguna nave de patrulla dispararía contra nosotros sin un motivo suficiente —razonó Ariel—. Por tanto, propongo que les hablemos con la mayor cortesía posible, pero manteniendo el rumbo y la velocidad. En caso necesario, podemos disparar, pero…

—¿Piensas que es una patrullera de la Tierra? —preguntó Derec, y luego asintió—. Una nave de los espaciales tampoco dispararía.

—Una nave de los espaciales nos llamaría. Enfréntate con la verdad sea lo que sea, es un enemigo.

—Yo debería tener una idea exacta de nuestro rumbo y nuestra velocidad respecto al Sol antes de que se acerque más —asintió Derec—. Después, podremos saltar en cualquier momento, si introducimos los datos necesarios en el ordenador.

La nave enemiga no iba a embestirles, naturalmente, pues su punto de abordamiento más próximo sería un punto «próximo» a su rumbo; pero las dos naves estarían muy separadas con la otra muy por delante de ellos.

—Y no debemos provocarlos —estableció Ariel.

—¿Con qué? —casi se burló Derec.

—Ya sabes a qué me refiero.

Derec lo captó.

—Tenemos un arma…

—¡Comunicación! —gritó Ariel, al oír el ruido de la campana del comunicador.

—Espero que no sea una nave de los espaciales —murmuró luego, muy angustiada, al abrir el canal.

Ambos se quedaron boquiabiertos ante el rostro que apareció, en proyección tridimensional, sobre el tablero.