Una figura sentada a la manera del pueblo lakota mira hacia el lago Ontario. Su pelo flota al viento brillando en colores claros y rojizos. Viste como los verdaderos hombres: camisola, pantalón de piel de ciervo y mocasines de gamuza.

Al fondo, al oeste, el sol se pone sobre la inmensa masa de agua. La hierba refleja los rayos del sol del atardecer, ha llegado la estación de la luz. Mientras él pronuncia una vieja oración, la brisa agita su luenga barba.

Con los brazos extendidos hacia delante, abre las manos y recita las mismas palabras una y otra vez. Con un tono monocorde, grave, canta mirando al sol:

Que haya salud y curación para esta Tierra,

que haya belleza encima de mí,

que haya belleza debajo de mí,

que haya belleza en mí,

que haya belleza a todo mi alrededor.

Pido que este mundo se llene de Paz, Amor y Belleza.

Entonces alguien le toca el hombro y lo llama por su nombre indio:

So a e Wa'ah.[1]

Él se vuelve y ve a Chu 'ma ni.[2] Ella le sonríe y le dice:

—Vamos a cenar.

El espigado extranjero se levanta y la sigue colina arriba, en dirección al bosque, caminando sobre la hierba de la suave ladera. La negra melena de la chica se agita al caminar y sus exuberantes formas guían a su marido. Al fondo, el hombre ve a los niños montando su nuevo potro. El más pequeño agita un brazo y exclama:

¡Ah-deh![3]

En ese momento, el extranjero que vino del otro lado del mar se siente feliz y satisfecho y se dirige con su familia hacia el mar de tipis que cubren el fondo del valle, junto al río. Los cuatro sonríen.