20 de octubre del Año

de Nuestro Señor de 1140

A la atención de Su Paternidad, Silvio de Agrigento,

de parte de Rodrigo de Arriaga

Estimado hermano en Cristo:

No puedo contar en estas letras que hemos progresado mucho en nuestro encargo pues sería faltar a la verdad. Tanto Toribio como Tomás o este humilde caballero intentamos por todos los medios averiguar algo nuevo respecto a esta hermética orden, pero la verdad es que no es fácil. Algo hemos adelantado; por ejemplo, tanto Toribio como yo nos hemos hecho eco de ciertos rumores que corren por el pueblo que dicen que hay un túnel que comunica los subterráneos del château con una cripta bajo la iglesia de la villa. Para que os hagáis una idea, también se dice en el pueblo que los templarios no ahorcaron al joven Saint Claire sino a un estafador, y que Robert escapó al Temple de París y de ahí a Tierra Santa. Como veis no andan desencaminados, así que creo que no es descabellado dar cierto crédito a las cosas que averigua el pueblo llano. Si lo del túnel fuera cierto y lo de la cripta también, tendríamos una respuesta a uno de los enigmas que más nos ocupan: ¿dónde guardan el cofre con esa cosa que mató a Giovanno?

He registrado toda la encomienda, con disimulo, claro, y no he hallado nada; ni en la capilla ni en el despacho de Jean hay nada. Sólo nos queda por registrar esa estancia misteriosa junto a los calabozos donde se reunieron en secreto Jean y otros cuatro aquella noche en que celebraron la extraña ceremonia.

Por otra parte, os diré que Jean aumenta por momentos mis atribuciones y me consta que alguien de «arriba» ha ordenado que se me envíe a Clairvaux a refrescar mi hebreo. Creo que será durante un mes, pero no sé cuándo. Con respecto al destino del joven Saint Claire, siguen pensando que yo mismo lo acompañe a las tierras de sus padres en Escocia escoltados convenientemente, pero según dice Jean el turbado estado de su espíritu no aconseja aún sacarlo de la Grande Tour del Temple de París. Por lo demás, aquí todo sigue igual, la misma rutina, los entrenamientos matutinos y la vida monacal. Debo reconocer que, como militares, estos templarios no tienen rival. Son duros, disciplinados, se entrenan y mantienen el material en perfecto estado. Su estructura militar asegura que las órdenes se obedecen al momento y sin temer las consecuencias para la integridad física del individuo. La salvación del alma si se cae en combate está asegurada. Nos ejercitamos a diario. Nos dividimos en «hombres de armas», y cada uno de éstos no es una sola persona sino el conjunto formado por un caballero y cuatro soldados —dos sargentos y dos armigueros— que combaten junto a aquél como un solo hombre. Los ejercicios que practicamos son continuos y todo el mundo sabe lo que tiene que hacer en combate. No me extraña que los infieles nos teman.

Espero poder haber avanzado algo más en mis pesquisas en mi próxima misiva. Sobre todo en lo referente a «esa cosa», al lugar donde se oculta y al misterioso túnel.

Vuestro Servidor en Cristo,

Rodrigo de Arriaga