Carcasona, a 26 de abril del Año

de Nuestro Señor de 1140

Lucca Garesi, de parte de su secretario

y servidor en Cristo Silvio de Agrigento

Estimado y admirado padre:

No he podido escribir antes porque no tenía la seguridad de que nuestro hombre fuera a hacerse cargo de la misión, pero es ahora, a las afueras de Carcasona, en una posada donde hemos pernoctado, que me despido de Arriaga para dejarlo solo ante su destino.

Ni que decir tiene que no resultó fácil de convencer; es un tipo testarudo, independiente y resabiado por los avatares del destino, que gusta de trabajar solo y al que no agrada meterse en líos. Desde luego, el argumento que minó su determinación —más que el oro, las tierras y las prebendas— fue la posibilidad de que su amada y la criatura que ésta albergaba en su seno descansen en tierra consagrada. A pesar de ello, desde el día en que hablé con él y aceptó el negocio, se ha arrepentido varias veces y a punto ha estado de abandonar. No resultó asunto fácil que dejara sus tierras y he tenido que gastar mis buenos dineros en contratar a dos hombres que ayuden a sus caseros a recoger las cosechas en verano y a mantener reses y tierras en buen estado hasta su vuelta, que no auguro yo inminente, la verdad, pues es éste un encargo de calado que puede llevar sus buenos cuatro o cinco años, y él lo sabe.

Después de disponer que todo quedara en orden me vi obligado a invertir una fortuna en comprarle un caballo de combate y arreos de los que necesita un caballero, pues es indispensable que vaya bien pertrechado de cara a que lo tomen en serio y lo acepten en la orden. Y por si esto fuera poco, tuve que comprometerme a asignarle una renta de por vida —con cargo a las arcas de su Ilustrísima— para el caso de que vuelva con éxito de esta tribulación en la que se embarca. Cuando ya creía que íbamos a partir, viendo que el deshielo era inminente, nuestro hombre se empeñó en que bajáramos hasta Jaca para buscar a un hombre de su confianza que, junto con Giovanno y el bueno de Tomás, lo acompañará en la misión. Este tipo, de nombre Toribio, es como su mano derecha, y Arriaga no aceptó del todo el encargo hasta que se aseguró de contar con su concurso en el viaje. Con tanta vuelta, tira y afloja, hemos llegado a este mes de abril en el que, gracias al Altísimo, he podido comprobar que Jean de Rossal permanece aún en Carcasona, aunque, según me dicen nuestros espías, su partida es inminente. Así que esta mañana, y tras desayunar como es debido, Rodrigo Arriaga, Toribio, Giovanno de Trieste y Tomás se han dirigido al interior de la bien fortificada ciudad de Carcasona para comenzar con la misión.

Permaneceré de momento al tanto de lo que ocurra. Por cierto, debo decir que he sabido que nuestro hombre estuvo en Tierra Santa. Fue de peregrino con su fiel Toribio. Eso es bueno para nuestra misión, sin duda, porque ya conoce el terreno. Espero que Dios nos asista.

Vuestro humilde servidor en Cristo,

Silvio de Agrigento