—¿Podrías conseguirme uno de estos más sencillo? —preguntó Sonea, alzando un cepillo plateado.
—Oh, ¿ese tampoco? —dijo Tania suspirando—. ¿No se va a llevar nada que sea atractivo?
—No. Nada de valor ni nada que me guste.
—Pero deja tanto atrás… ¿qué tal un florero bonito? Le llevaré de vez en cuando algunas flores. Harán la habitación mucho más agradable.
—Estoy acostumbrada a lugares mucho peores, Tania. Cuando tenga que encontrar un modo para esconder o proteger cosas, puedo venir a coger algunos libros. —Sonea miró el contenido de una caja que reposaba encima de la cama—. Eso es todo.
Tania suspiró. Recogió la caja y la sacó de la habitación. Sonea la siguió y encontró a Rothen dando vueltas en la sala de invitados. Tenía el ceño fruncido, y cuando la vio corrió hacia ella y la tomó de las manos.
—Lamento todo esto, Sonea —empezó a decir—. Yo…
—No te disculpes, Rothen —le dijo—. Sé que has hecho lo que has podido. Es mejor que me vaya.
—Pero es una tontería. Podría…
—No. —Le dirigió una mirada inexpresiva—. Tengo que marcharme. Si no, Regin se asegurará de que encuentren una prueba. Y puede que todavía lo intente, si su objetivo es que me quiten tu tutela. Entonces los profesores me ignorarían y no podría hacer nada al respecto.
Rothen volvió a fruncir el ceño.
—No había pensando en eso —gruñó—. No es correcto que un mero aprendiz nos cause tantos problemas.
Ella sonrió.
—No, pero no me impedirá que me ponga por delante de él, ¿verdad? Seguiremos trabajando.
Rothen asintió con la cabeza.
—Desde luego.
—¿Quedamos entonces a la salida de la biblioteca de los magos dentro de una hora?
—Sí.
Le apretó las manos y las soltó, después hizo una seña a Tania. La sirvienta levantó la caja y la llevó hasta la puerta. Al atravesarla, Sonea miró hacia atrás y sonrió al mago.
—Estaré bien, Rothen.
Este esbozó una breve sonrisa. Sonea dio media vuelta y se alejó por el pasillo, con Tania a su lado.
En el alojamiento de los magos había un ajetreo poco corriente para un dialibre por la mañana. Sonea ignoró las miradas de los magos que pasaban, sabiendo que la ira que sentía sería demasiado difícil de ocultar si buscaba el contacto visual con ellos. Medio oyó a Tania farfullar algo sobre injusticia mientras empezaban a descender la escalera, pero no le pidió que lo repitiera. En los últimos días ya había tenido suficiente.
Había parecido mucho más valiente de lo que se sentía, allí en los aposentos de Rothen. Una vez en el alojamiento de los aprendices sería imposible escapar de Regin. Podría candar la puerta de su habitación con magia —Rothen le había enseñado cómo—, pero estaba segura de que Regin encontraría algún modo de llegar a ella. Y no podría quedarse dentro todo el tiempo.
Esa era la venganza de Regin por calumniar a su Casa. Debería haberlo arrojado al suelo y no pasar de ahí. Pero abrió la boca y le insultó, y el muchacho no iba a permitir que se saliera con la suya. Sus esperanzas de que ignorándole se aburriría y la dejaría tranquila se habían ido al traste.
Ahora no eran solo los aprendices los que susurraban su nombre en los pasillos. Había escuchado suficientes murmullos procedentes de magos para saber la opinión que tenían de ella. A ninguno le preocupaba realmente quién había hecho circular el rumor ni por qué. «Rumores como ese nunca deberían haberse iniciado, para empezar», como había señalado un maestro. Vivir con Rothen levantaba sospechas, en especial si se tenía en cuenta el pasado de Sonea. ¡Como si todas las mujeres de las barriadas fueran prostitutas!
Y había oído a mucha gente preguntando por qué debería ser tratada de modo diferente que los demás aprendices. Ellos tenían que vivir en los alojamientos de los aprendices. Y también ella.
Sonea alcanzó las puertas del alojamiento de los magos y empezó a atravesar el patio. El sofocante calor estival ya había quedado atrás, y el día era agradablemente cálido. Podía sentir un tenue calor irradiando de las piedras del pavimento.
Nunca antes había entrado en el alojamiento de los aprendices. Solo en una ocasión, durante la noche en que Cery y ella se colaron a hurtadillas en el Gremio, tanto tiempo atrás, había espiado a través de las ventanas y visto las habitaciones. Eran pequeñas, sencillas y sin decoración.
Varios grupos de aprendices se arremolinaban alrededor de la entrada. Interrumpieron sus conversaciones para observarla, y algunos se arrimaron un poco más, inclinándose para susurrar. Les dirigió una breve mirada al pasar y atravesó las puertas abiertas.
Dentro, más aprendices deambulaban por el pasillo, y Sonea resistió el impulso de buscar rostros familiares. Tania avanzó hacia la derecha de la entrada y llamó a una puerta.
Mientras esperaban, Sonea observó a los aprendices del pasillo con el rabillo del ojo. Se preguntaba dónde estaría Regin. Con toda certeza se presentaría para ese pequeño momento victorioso.
La puerta se abrió y un guerrero delgado y de rasgos afilados contempló a Sonea. Esta hizo una reverencia y pensó en las quejas y lamentos que había oído acerca del director del alojamiento de los aprendices. A Ahrind no se le tenía mucha estima.
—Bueno, aquí estás —dijo fríamente—. Sígueme.
Echó a andar por el pasillo a grandes zancadas, los aprendices iban saliendo con cuidado de su camino, y se detuvo frente a una puerta no muy lejos. La abrió para revelar una habitación tan sencilla y pequeña como las que recordaba.
—Nada de cambios en la habitación —dijo Ahrind—. Nada de visitas después del gong de la noche. Si te vas a ausentar durante una o varias noches, por favor, infórmame dos días antes de la primera noche. La habitación tiene que mantenerse limpia y ordenada. Ponte de acuerdo con los sirvientes como creas conveniente. ¿He sido claro?
Sonea asintió.
—Sí, milord.
Dio media vuelta y se alejó con pasos amplios. Sonea intercambió una mirada con Tania, entró en la habitación y echó un vistazo alrededor.
Era ligeramente mayor que su dormitorio, y contenía una cama, una cómoda para la ropa, un escritorio y algunas estanterías. Se acercó a la ventana y miró hacia fuera, hacia la Arena y los jardines. Tania depositó la caja sobre la cama y empezó a desempaquetar.
—No he visto a ese muchacho —hizo notar Tania.
—No. Eso no significa que no estuviera observando, él o alguno de sus seguidores.
—Es bueno que esté tan cerca de la entrada.
Sonea asintió, sacó de la caja sus cuadernos de notas, plumas y papel, y los guardó en los cajones del escritorio.
—Seguro que Ahrind quiere tenerme vigilada. Cerciorarse de que no soy una mala influencia.
Tania emitió un rudo sonido.
—No cae bien a los sirvientes. Yo que usted, milady, no le daría razones para que se fijara en mí. ¿Qué va a hacer con las comidas?
Sonea se encogió de hombros.
—Cenaré con Rothen. Las demás… en el refectorio, espero. A lo mejor soy capaz de entrar, coger algo y salir otra vez antes de que Regin termine.
—Le traeré la comida aquí, si quieres.
—No deberías. —Sonea suspiró—. Te convertirías en un blanco.
—Vendré con alguno de los otros sirvientes, o haré que se la dejen aquí. No voy a permitir que ese muchacho la prive de la comida.
—No lo hará, Tania —le aseguró Sonea—. Bien, ya está todo desempaquetado. —Apoyó la palma de la mano en la puerta del armario, luego en el cajón del escritorio—. Todo está cerrado. Vamos a reunirnos con Rothen en la biblioteca.
Sonriendo, hizo salir a la sirvienta de la habitación, candó la puerta y se encaminó hacia la universidad.
—¿Qué es esto que hay en mi bolsillo? —Tayend sacó un trozo de papel de su abrigo y lo examinó—. Ah, las notas de mi visita al embarcadero. —Las leyó y frunció el ceño—. Akkarin estuvo fuera durante seis años, ¿verdad?
—Sí —respondió Dannyl.
—Eso significa que pasó cinco de ellos aquí, después de regresar de las islas Vin.
—A menos que viajara por tierra a algún otro sitio —puntualizó Dannyl.
—¿Adónde? —Tayend frunció otra vez el ceño—. Ojalá pudiéramos preguntar a la familia con la que se quedó, pero lo más probable es que informaran a Akkarin de que alguien está haciendo preguntas sobre él, y tú pareces querer evitar eso. —Tamborileó con los dedos sobre la barandilla del barco.
Dannyl sonrió y volvió la cara hacia el viento. Había llegado a apreciar al académico desde que empezaron a trabajar juntos. Tayend poseía una mente ágil y una buena memoria, y aparte de ser un buen ayudante, se portaba amigablemente. Cuando Tayend se ofreció a acompañar a Dannyl en su viaje a Lonmar, Dannyl se sorprendió y se sintió complacido. Le preguntó si Irand se lo permitiría.
—Oh, yo trabajo aquí solo porque quiero —había respondido Tayend, claramente asombrado—. De hecho, no es un trabajo como tal. Me encargo de la biblioteca a cambio de ser útil a los visitantes e investigadores.
Cuando Dannyl expresó su deseo de visitar Lonmar y Vin, estaba convencido de que el primer embajador lo desaprobaría. Después de todo, solo llevaba en Elyne unos meses. Pero Errend se había mostrado encantado. Al parecer, Lorlen le había solicitado que visitara aquellas tierras para tratar ciertos asuntos diplomáticos, y Errend no era en absoluto partidario de viajar en barco. De inmediato decidió que Dannyl fuera en su lugar.
Aquello resultaba sospechosamente conveniente…
—¿Cómo volvió al Gremio?
Dannyl se sobresaltó, y se giró para mirar a Tayend.
—¿Quién?
—Akkarin.
—Dicen que simplemente llegó caminando hasta las Puertas del Gremio, sucio y vestido con ropas ordinarias, y al principio nadie le reconoció.
Los ojos de Tayend se abrieron de par en par.
—¿De verdad? ¿Explicó por qué?
Dannyl se encogió de hombros.
—Posiblemente. Tengo que admitirlo, no prestaba mucha atención en esa época.
—Ojalá pudiéramos preguntarle a él.
—Si lo que nos interesa es la magia ancestral, los motivos de Akkarin para aparecer tan deslucido al final de su búsqueda probablemente no nos digan nada. Lorlen dijo que su investigación quedó incompleta, recuerda.
—Aun así, me gustaría saberlo —insistió Tayend.
El barco cabeceó al pasar entre los brazos de la bahía. Dannyl volvió la vista atrás y lanzó un suspiro de admiración ante la resplandeciente ciudad. Era afortunado, sin lugar a dudas, por haber sido nombrado embajador del Gremio en semejante lugar.
Tayend guardó el trozo de papel.
—Adiós, Capia —dijo con añoranza—. Es como dejar los brazos de una hermosa amante a la que con descaro has considerado siempre tuya. Solo en la distancia te das cuenta de lo que tienes.
—Se dice que el Templo del Esplendor es un sitio extraordinario.
Tayend recorrió la cubierta del barco con la mirada.
—Sí, y lo comprobaremos por nosotros mismos. ¡Menuda aventura nos aguarda! ¡Cuántos hermosos parajes y experiencias memorables…! ¡Y qué manera tan fantástica de viajar!
—Quizá deberías esperar hasta ver tu cuarto antes de lanzar otra grandilocuente descripción de nuestro viaje… aunque admito que dormir en él te resultará una experiencia memorable.
Tayend se tambaleaba con el vaivén del barco sobre las olas.
—Esto parará pronto, ¿verdad? Cuando se aleje un poco más.
—¿Que se parará? —exclamó Dannyl maliciosamente.
El académico le miró con horror, y entonces se inclinó sobre la barandilla y vomitó. Dannyl se sintió de inmediato avergonzado de su socarrón comentario.
—Aquí. —Tomó la mano de Tayend y posó la palma en torno a la muñeca del hombre. Cerró lo ojos y proyectó su conciencia dentro del cuerpo de Tayend, pero dejó de percibirlo cuando este retiró velozmente la mano.
—No. No lo hagas. —Las mejillas de Tayend se tiñeron de rubor—. Estaré bien. Es un mareo, ¿no? Me acostumbraré.
—No tienes por qué encontrarte mal —dijo Dannyl, perplejo ante la reacción del académico.
—Sí, sí que tengo. —Tayend volvió a inclinarse sobre la borda. Tras un momento se desplomó contra la barandilla y se limpió la boca con un pañuelo—. Todo forma parte de la experiencia, ¿lo ves? —dijo a las olas—. Si haces que no lo sienta, no tendré ninguna buena historia que contar.
Dannyl se encogió de hombros.
—Bien, si cambias de idea…
Tayend tosió.
—Te lo haré saber.
Cuando los últimos rayos de sol abandonaron todo excepto las copas más altas del bosque, Lorlen salió de la universidad y se encaminó hacia la residencia del Gran Lord.
De nuevo tuvo que esforzarse por guardar todo lo que sabía en algún rincón oscuro de su mente. Una vez más, mantendría una conversación amistosa, haría algunas bromas y bebería el mejor vino de las Tierras Aliadas.
En otro tiempo, habría puesto su vida en manos de Akkarin. Como aprendices, habían sido amigos íntimos, confiando el uno en el otro, defendiéndose el uno al otro. Akkarin había sido el más propenso a romper las reglas del Gremio y proponer travesuras. ¿Eso le había conducido a su interés por la magia negra? ¿Estaba Akkarin violando las normas solo por mera diversión?
Lanzó un suspiro. No le gustaba temer a Akkarin. Era más fácil, en noches como aquella, imaginar que Akkarin tenía una buena razón para estar usando la magia negra. Pero las dudas siempre permanecían.
«La pelea me ha debilitado. Necesito tu fuerza.»
¿Qué pelea? ¿Con quién había luchado Akkarin? Lorlen se acordó de la sangre que cubría a Akkarin en los recuerdos de Sonea, pero la única conclusión que sacaba era que el adversario había sido gravemente herido. O asesinado.
Lorlen movió la cabeza. Las historias que Derril y su hijo habían contado eran extrañas y perturbadoras. Ambas involucraban a víctimas que parecían estar muertas a causa de unas heridas no muy graves. Aquello no era suficiente para probar que había sido obra de un mago negro, sin embargo. No podía evitar pensar que, si no estuviera preocupado por Akkarin, habría estado más inclinado a someter las muertes a la atención de Vinara. Era posible que la sanadora conociera un modo de detectar si una persona había sido asesinada con magia negra.
Pero si el Gremio empezaba a buscar a un mago negro, ¿conduciría todo ello a una confrontación prematura con Akkarin?
Lorlen se detuvo en la puerta de la residencia del Gran Lord y suspiró. Debía apartar esos pensamientos de su cabeza. De hecho, algunos magos sospechaban que el Gran Lord podía leer la mente desde cierta distancia. Aunque él no lo creyera, lo cierto era que Akkarin poseía una asombrosa habilidad para descubrir secretos antes que cualquier otra persona.
Como siempre, la puerta se abrió hacia dentro en cuanto la tocó. Entró y encontró a Akkarin a unos pasos de distancia, alargándole una copa de vino.
Lorlen sonrió y aceptó la copa.
—Gracias.
Akkarin cogió otra copa de una mesa cercana y se la llevó a los labios. Observó a Lorlen por encima del borde.
—Pareces cansado.
Lorlen asintió con la cabeza.
—No me sorprende.
Meneó la cabeza y, apartándose, se dirigió hacia una butaca.
—Takan dice que la cena estará lista en diez minutos —dijo Akkarin—. Vayamos arriba.
Akkarin se desplazó al extremo izquierdo de la habitación, abrió la puerta de la escalera e hizo señas a Lorlen para que pasara. Mientras ascendía, Lorlen sintió que el desasosiego se abatía sobre él, y de pronto fue extremadamente consciente del mago de la túnica negra que le seguía. Ignoró esa sensación y se adentró en el largo pasillo en lo alto de la escalera.
Había un par de puertas abiertas a mitad de camino, invitando a Lorlen a entrar en el comedor. Takan esperaba dentro. Cuando el sirviente se inclinó, Lorlen se resistió a estudiar con más detenimiento al hombre, a pesar de que había tenido pocas oportunidades de observar a Takan desde que se enteró de las actividades de Akkarin.
Takan se acercó a una silla y la retiró para que Lorlen se sentara. Después el administrador observó al hombre realizar la misma acción para el Gran Lord, y luego el sirviente se marchó apresuradamente.
—Bien, ¿y qué es lo que te turba, Lorlen?
Lorlen miró a Akkarin sorprendido.
—¿Lo que me turba?
—Pareces distraído —respondió Akkarin sonriendo—. ¿Qué ocupa tu mente?
Lorlen se frotó el puente de la nariz y suspiró.
—Esta semana he tenido que tomar una decisión desagradable.
—¿Sí? ¿Lord Davin está intentando comprar más material para sus experimentos meteorológicos?
—No… Bueno, eso también. Tuve que trasladar a Sonea al alojamiento de los aprendices. Fue algo en apariencia cruel, pues es evidente que no se lleva bien con sus compañeros de clase.
Akkarin se encogió de hombros.
—Fue afortunada de pasar tanto tiempo con Rothen. Era predecible que alguien protestara al final. Me sorprende que este asunto no surgiera antes.
Lorlen asintió y movió la mano en un gesto de resignación.
—Está hecho. Lo único que me resta es mantener vigilada la situación entre ella y sus compañeros de clase, e instar a lord Garrel para que ponga freno a las payasadas de Regin.
—Puedes intentarlo, pero incluso aunque pidas a Garrel que siga a su aprendiz, ello no impedirá al muchacho que continúe con lo que quiera que esté haciendo. La muchacha tendrá que aprender a valerse por sí misma si pretende ganarse el respeto de los demás aprendices.
Takan llegó con una bandeja y sirvió pequeños cuencos de sopa. Akkarin sostuvo el suyo en una mano de dedos alargados, tomó un sorbo para probarla y luego sonrió.
—Siempre que vienes mencionas a Sonea —advirtió—. No es propio de ti mostrar interés por un aprendiz en particular.
Lorlen tragó con precaución la sopa salada que le anegaba la boca.
—Tengo curiosidad por ver cómo se adapta… ver hasta qué punto el ambiente dificulta su progreso. Nos interesa a todos que se adapte a nuestras maneras, y desarrolle su potencial, así que tomaré nota de sus progreso de vez en cuando.
—¿Pensando en reclutar a más aprendices de clase baja, tal vez?
Lorlen hizo una mueca.
—No. ¿Tú sí?
Akkarin apartó la mirada y levantó los hombros ligeramente.
—A veces. Puede que nos estemos perdiendo mucho potencial por ignorar a una parte tan grande de la población. Sonea es la prueba de ello.
Lorlen rió entre dientes.
—Ni siquiera tú podrías convencer al Gremio para intentarlo.
Takan regresó con un gran fuente que colocó entre Lorlen y Akkarin. Recogió los cuencos vacíos y los reemplazó por platos. Cuando el criado volvió a desaparecer, Akkarin comenzó a picotear de las muchas viandas dispuestas en la fuente.
Lorlen siguió su ejemplo, y se permitió exhalar un pequeño suspiro de satisfacción. Le agradaba volver a tener una cena formal propiamente dicha. Las comidas apresuradas que engullía en su despacho nunca eran tan buenas como la que estaba recién cocinada.
—¿Qué noticias tienes? —preguntó.
Entre bocado y bocado, Akkarin describió las gracias del rey y su corte.
—Me han llegado buenos informes de nuestro nuevo embajador en Elyne —agregó—. Parece que ha sido presentado a varias jovencitas solteras, y no pocas, pero nuestro hombre se ha mostrado educadamente desinteresado.
Lorlen sonrió.
—Estoy seguro de que está disfrutando. —Hizo una pausa y decidió que era una buena oportunidad para formular preguntas sobre los viajes de Akkarin—. Le envidio. A diferencia de ti, nunca tuve la oportunidad de viajar, y no sé si ahora me quedará tiempo para ello. Supongo que no llevarías un diario, ¿verdad? Sé que tenías esa costumbre cuando éramos aprendices.
Akkarin contempló a Lorlen con expresión pensativa.
—Recuerdo a cierto aprendiz que siempre intentaba leer mi diario a la menor oportunidad.
Lorlen soltó una risita entre dientes y bajó la vista a su plato.
—Ya no. Solo busco una historia de viajes para leer por las noches.
—No puedo ayudarte —dijo Akkarin. Suspiró y meneó la cabeza—. Mi diario y todas las notas que tomé fueron destruidas durante la última etapa de mi viaje. He deseado con frecuencia haber hecho una copia, y a veces me invade el antojo de regresar y volver a recopilar toda la información. Como tú, tengo responsabilidades que me atan a Kyralia. Tal vez cuando sea un anciano me escabulla de nuevo.
Lorlen asintió con la cabeza.
—Entonces tendré que buscar historias de viajes en otra parte.
Cuando Takan regresó a buscar la fuente, Akkarin empezó a sugerir libros. Lorlen asentía e intentaba parecer atento, pero una parte de su mente se alejaba a la carrera. Conociendo a Akkarin, probablemente tuvo un diario. ¿Habría contenido referencias a la magia negra? ¿Fue realmente destruido, o Akkarin mentía? Puede que estuviera en algún lugar de la residencia del Gran Lord. ¿Sería capaz de colarse y buscarlo?
Pero mientras Takan servía cuencos de compota de piorre bañada en vino, Lorlen supo que tal búsqueda sería arriesgada. Si Akkarin descubría siquiera la más mínima evidencia de un intruso, se pondría en guardia frente a la posibilidad de que alguien conociera su secreto. Mejor esperar y ver si Dannyl descubría algo antes de intentar una acción tan peligrosa.