4. Atendiendo a las obligaciones


Mientras deambulaba lentamente por el pasillo de la universidad, Sonea experimentó una irónica sensación de alivio. El día siguiente era dialibre, lo que implicaba que no tenía clases a las que asistir y que se libraría de Regin y de los demás aprendices.

Estaba sorprendida de lo cansada que se sentía, considerando lo poco que había hecho esa semana. Había pasado la mayor parte de las clases leyendo libros u observando a los aprendices ir y venir de sus lecciones de Control. No había sucedido mucho más, pero aun así tenía la impresión de que habían transcurrido no semanas, sino meses.

Issle ya no reconocía en absoluto la presencia de Sonea, y si bien era mejor que una hostilidad abierta, parecía que todos los aprendices habían dedicido también que aquel era el mejor modo de tratar con ella. Ninguno le hablaba, ni siquiera si les formulaba alguna pregunta razonable sobre sus lecciones.

Evaluó a cada uno de los aprendices. Elayk era todo lo que cabía esperar de un hombre típico de Lonmar. Criado en un mundo donde se escondía a las mujeres, las cuales vivían una vida de lujo pero con poca libertad, no estaba acostumbrado a hablar con ellas, y trataba a Bina y a Issle con la misma indiferencia fría. Farén, el ladrón que la había ocultado del Gremio el año anterior, no se le parecía en nada, pero definitivamente Farén no era un lonmariano típico.

Mientras que el padre de Gennyl también era originario de Lonmar, su madre era kyraliana, y parecía sentirse cómodo con Bina e Issle. Ignoraba a Sonea, pero en unas pocas ocasiones ella le había descubierto observándola con ojos entornados.

Shern raramente hablaba con ninguno de los otros aprendices; pasaba la mayor parte del tiempo mirando en lontananza. Sonea aún era consciente de su extraña presencia mágica, pero esta ya no latía erráticamente.

Bina era callada, y Sonea sospechaba que la chica simplemente era demasiado tímida y torpe para unirse a cualquier conversación. Cuando Sonea había tratado de aproximarse a ella, la muchacha había reculado, diciendo: «No se me permite hablar contigo». Sonea no se sorprendió, pues recordaba los comentarios que había hecho la madre de la chica antes de la Ceremonia de Aceptación.

Kano, Alend y Vallon se comportaban como niños con la mitad de edad, encontrando sorprendentes las cosas más infantiles, y presumiendo de sus posesiones y suerte con las chicas. Después de haber oído pullas de ese tipo entre los chicos de la banda de Harrin, Sonea sabía que las fanfarronadas sobre lo último eran seguramente inventadas. Lo que seguía asombrándola era que los muchachos que ya conocía de antes habían acumulado a esa edad experiencias suficientes para dejar de alardear sobre ello hacía años.

Regin dominaba toda la actividad social. Sonea notaba cómo controlaba a los otros con sus cumplidos, bromas y algún que otro comentario autoritario aquí y allá; cómo todos asentían siempre que expresaba una opinión. Le había resultado gracioso hasta que empezó a hacer comentarios maliciosos sobre el pasado de Sonea a cada oportunidad. Incluso Alend, que había expresado algo de compasión por Sonea al principio, reía con aquellas burlas. Y un momento después de su fallido intento de entablar conversación con Bina, Regin ya se había puesto al lado de la chica, todo encanto y simpatía.

—¡Sonea!

La voz sin aliento procedía de detrás de ella. Se giró y vio que Alend se acercaba corriendo.

—¿Sí?

—Esta noche es tu turno —dijo resollando.

—¿Mi turno? —Ella frunció el ceño—. ¿De qué?

—Servicio de cocina. —La miró fijamente—. ¿No te lo han dicho?

—No…

El muchacho hizo una mueca.

—Claro. Regin tiene la lista. Todos tenemos que hacer servicio de cocina una noche a la semana. Hoy es tu turno.

—Oh.

—Será mejor que te apresures —le advirtió—. No querrás retrasarte.

—Gracias —contestó Sonea. El muchacho se encogió de hombros y se alejó a grandes zancadas.

Servicio de cocina. Sonea suspiró. Había hecho un calor sofocante durante todo el día, y estaba deseando darse un baño frío antes de la cena. Las tareas asignadas a los aprendices, no obstante, posiblemente no serían desagradables ni demasiado largas, así que quizá todavía tuviera tiempo.

Descendiendo a la carrera la escalinata en espiral hasta la planta baja, se dejó guiar por el olor de los guisos hasta el refectorio. Dentro había mucho movimiento, y los asientos eran ocupados rápidamente a medida que llegaban los aprendices. Siguió a uno de los sirvientes encargados de las bandejas al interior de la cocina y se encontró en una estancia grande con largos bancos alineados. Volutas de vapor ascendían desde los calderos en ebullición, la carne chisporretaba en las parrillas y el aire estaba cargado con el sonido del metal contra el metal. Los sirvientes se movían raudos de un lado a otro, llamándose entre sí por encima del ruido.

Sonea se quedó parada en el umbral, abrumada por el caos y los olores. Una mujer joven levantó la vista de la olla que removía. Miró a Sonea, luego se volvió y llamó a otra mujer mayor que llevaba una larga camisa blanca. Cuando esta última vio a Sonea, dejó su olla, se acercó a la aprendiz y la saludó con una reverencia.

—¿En qué puedo ayudarla, milady?

—Servicio de cocina —respondió Sonea, encogiéndose de hombros—. Me han dicho que tengo que echar una mano.

La mujer la miró fijamente.

—¿Servicio de cocina?

—Sí. —Sonea sonrió—. Bueno, aquí estoy. ¿Por dónde empiezo?

—Los aprendices nunca entran aquí —le dijo la mujer—. No existe tal servicio de cocina.

—Pero… —Las palabras murieron en la garganta de Sonea, y arrugó la frente al darse cuenta de que la habían engañado. ¡Como si los hijos e hijas de las Casas no fueran a trabajar nunca en una cocina!

La mujer la estudió con cautela.

—Lamento haberla molestado —dijo Sonea suspirando—. Creo que he sido víctima de una broma.

Una explosión de risas se abrió paso por encima del ruido. La mujer miró por encima del hombro de Sonea y alzó las cejas. Sonea se volvió, con una sensación de angustia creciendo en su interior. Cinco rostros familiares ocupaban el hueco de la puerta, haciendo desagradables muecas de burla con la boca. Cuando Sonea les miró, los aprendices estallaron en carcajadas sin control.

El ruido de la cocina disminuyó, y se percató de que varios sirvientes habían hecho una pausa en sus tareas para ver lo que sucedía. El calor invadió su rostro. Apretó los dientes y echó a andar hacia la puerta.

—Oh, no. Tú no te vas —declaró Regin—. Puedes quedarte con los sirvientes aquí, en el lugar al que perteneces. Pero, ahora que lo pienso, eso no estaría bien. Incluso los sirvientes son mejores que los habitantes de las barriadas. —Se volvió hacia la mujer de la cocina—. Yo tendría cuidado si fuera tú. Es una ladrona, y lo admitirá si le preguntas. Yo vigilaría, no sea que coja a escondidas uno de tus cuchillos y te lo clave en la espalda cuando no estés mirando.

Dicho eso, asió el picaporte de la puerta y la cerró tras de sí. Sonea se arrimó a la puerta y movió el pomo, pero aunque giró con facilidad, la puerta no se abrió. Una tenue vibración agitaba el aire alrededor de su mano.

¿Magia? ¿Cómo podían estar empleando magia? Ninguno de ellos había superado todavía el segundo nivel.

Al otro lado pudo oír risitas y comentarios amortiguados. Reconoció la voz de Alend, y la carcajada de Issle era inconfundible. Al distinguir las risas de Vallon y Kano, se dio cuenta de que la única voz que no oía era la de Regin.

Probablemente era porque estaba muy concentrado en mantener la puerta cerrada con magia. Se le cayó el alma a los pies cuando comprendió lo que eso significaba. Regin ya dominaba el segundo nivel y más. No solo podía acceder a su poder e invocarlo, sino que había aprendido a utilizarlo. Rothen la había advertido de que algunos aprendices podrían conseguirlo rápidamente, pero ¿por qué tenía que ser Regin?

Recordando los meses que ella había pasado jugando y practicando con la magia, sonrió forzadamente. Al muchacho aún le quedaba un largo camino por recorrer. Dio un paso atrás y estudió la puerta. ¿Era capaz de combatir su magia? Probablemente, pero también podría destruir la puerta. Se volvió hacia la mujer de la cocina.

—Tiene que haber otra salida. ¿Me la enseñaría?

La mujer vaciló. Su expresión ya no era de compasión, solo de recelo. La sensación de angustia que Sonea notaba en su interior se convirtió en ira.

—¿Y bien? —dijo bruscamente.

Los ojos de la mujer se abrieron de par y par, y a continuación dejó caer la mirada al suelo.

—Sí, milady. Sígame.

Haciendo señas a Sonea para que fuera tras ella, la mujer se abrió camino serpenteando entre los bancos. Los sirvientes de la cocina miraron a Sonea al pasar, pero ella mantenía los ojos fijos en la espalda de la mujer. Entraron en una despensa aún más grande que la cocina, con estanterías atestadas de comida y utensilios. Al otro lado de la despensa, la mujer se detuvo frente a otra puerta, la abrió y señaló en silencio el pasillo que se extendía más allá.

—Gracias —dijo Sonea, y salió de la habitación. La puerta se cerró con firmeza a su espalda. Miró arriba y abajo por el pasillo. No le era familiar, pero tenía que conducir a alguna parte. Lanzó un suspiro, sacudió la cabeza y empezó a andar.

Las tardes en el Salón de Noche no eran tan interesantes como solían ser, cavilaba Rothen. Donde antes medio le amedentraba asistir a la reunión social semanal por la avalancha de preguntas acerca de la misteriosa chica de las barriadas, ahora se sentía ignorado.

—Esa chica elynea requerirá observación —dijo un voz femenina al otro lado de la habitación—. Por lo que dice lady Kinla, no pasará mucho tiempo antes de que necesite una charla privada con un sanador.

La respuesta fue inaudible.

—¿Bina? Tal vez. ¿O te refieres a…? No. ¿Quién querría? Es asunto de Rothen.

Al oír su nombre, Rothen miró en busca de los interlocutores. Reparó en dos jóvenes sanadoras que estaban de pie junto a una ventana cercana. Una levantó la mirada y, percatándose de que estaba observando, se sonrojó y apartó la vista.

—Hay algo extraño en ella. Es algo… —Rothen reconoció aquella voz nueva y experimentó una estremecedora sensación de triunfo. Quien hablaba era lord Elben, uno de los profesores de Sonea. Otras conversaciones más bulliciosas y cercanas amenazaban con ahogar la voz, pero Rothen cerró los ojos y se concentró, como Dannyl le había enseñado.

—No encaja —respondió una voz temblorosa—. Pero ¿alguien esperaba de verdad que lo hiciera?

Rothen frunció el ceño. El segundo interlocutor era el profesor de historia de los aprendices de primer año.

—Es más que eso, Skoran —insistió Elben—. Es demasiado callada. Ni siquiera habla con los demás aprendices.

—A ellos tampoco les gusta mucho, ¿verdad?

Una risa irónica.

—No, ¿quién puede culparles?

—Piensa en lord Rothen —dijo Skoran—. Pobre hombre. ¿Crees que sabía en qué se estaba metiendo? No me gustaría que esa chica regresara a mis aposentos cada noche. Garrel me ha dicho que les contó una historia sobre que apuñaló a un hombre cuando vivía en las barriadas. No me haría ninguna gracia tener a la pequeña asesina merodeando por mi habitación mientras duermo.

—¡Encantador! En ese caso, espero que Rothen cande la puerta por la noche.

Las voces fueron desvaneciéndose cuando la pareja se alejó. Rothen volvió a abrir los ojos y miró su vaso de vino. Dannyl tenía razón. Aquella butaca estaba en una buena ubicación para escuchar las conversaciones de los otros magos. Dannyl siempre había dicho que los asistentes regulares al Salón de Noche estaban demasiado ansiosos por expresar sus opiniones para comprobar si alguien escuchaba, y de ellos se podía aprender mucho.

A diferencia de Dannyl, no obstante, Rothen se sentía incómodo espiando a sus compañeros magos. Se levantó y localizó a Skoran y a Elben. Forzando una sonrisa cortés, se aproximó a la pareja.

—Buenas noches, lord Elben —dijo, inclinando la cabeza a modo de saludo—. Lord Skoran.

—Lord Rothen —respondieron, devolviendo con educación el saludo.

—Solo he venido a preguntar cómo le va a mi pequeña ladrona.

Los dos profesores se detuvieron, lívidos por la sorpresa, y entonces Elben se echó a reír nerviosamente.

—Le va bien —dijo—. De hecho, lo está haciendo bastante mejor de lo que esperaba. Aprende rápido y el control que ejerce sobre sus poderes es bastante… avanzado.

—Tuvo muchos meses para practicar, pero en realidad aún no hemos evaluado su fuerza —agregó Skoran.

Rothen sonrió. Pocos le creyeron cuando describió lo fuerte que era Sonea, a pesar de saber que un mago tenía que ser necesariamente fuerte para que sus poderes aflorasen por sí mismos.

—Estoy deseando oír vuestra opinión cuando la evaluéis —dijo, alejándose.

—Antes de que te vayas… —Skoran levantó una arrugada mano—. Me gustaría saber si mi nieto, Urlan, está progresando en química.

—Sí, bastante. —Rothen se volvió y se encaró al mago. Mientras se veía obligado a mantener una conversación sobre el chico, apuntó mentalmente que preguntaría a Sonea si los profesores la estaban tratando bien. Que un aprendiz no gustara no fue nunca una buena excusa para ser negligente con su educación.

El administrador Lorlen se detuvo a los pies de la escalera de la universidad y contempló el Gremio bajo el velo nocturno. A su derecha estaba el alojamiento de los sanadores, un edificio redondo de dos plantas que se alzaba detrás de los árboles más altos de los jardines. Por delante corría el camino hacia el alojamiento de los sirvientes, serpenteando en el oscuro brazo del bosque que rodeaba los terrenos. Más adelante, justo enfrente de él, se hallaba una carretera amplia que describía un círculo entre la universidad y las puertas. A la izquierda estaban las caballerizas, y otro brazo del bosque se extendía por ese lado.

Acechando entre la linde de ese bosque y el otro lado de los jardines se encontraba la residencia del Gran Lord. El edificio de piedra negra no relucía bajo la luz de la luna como las demás estructuras blancas del Gremio, sino que se erigía como una presencia fantasmal a la vera del bosque. Era el único edificio, aparte del Salón Gremial, que había sobrevivido desde la formación del Gremio. Durante más de siete siglos había alojado al mago más poderoso de cada generación. A Lorlen no le cabía duda de que el hombre que vivía allí ahora era uno de los magos más fuertes que jamás la había habitado.

Respiró hondo y echó a andar por el sendero hasta su puerta.

«Olvídate de todo por ahora —se dijo—. Es tu viejo amigo, el Akkarin que tan bien conoces. Hablaremos de política, de nuestras familias y de los asuntos del Gremio. Intentarás convencerle para visitar el Salón de Noche, y rehusará.»

Lorlen irguió los hombros cuando alcanzó la residencia. Como siempre, la puerta se abrió a su llamada. Una vez dentro, Lorlen sintió una punzada de alivio, pues ni Akkarin ni su sirviente salieron a recibirle.

Se sentó y contempló la sala de invitados. En su origen había sido un vestíbulo con unas escaleras muy gastadas a cada lado. Las salas de invitados no se habían convertido en una característica común de las casas hasta siglos después de la construcción de la residencia, así que, en su lugar, los Grandes Lores anteriores recibían a los invitados en una de las habitaciones interiores. Akkarin había modernizado el edificio, disponiendo los muros para ocultar las dos escaleras. Al llenar el espacio entre ellas con muebles confortables y cálidas alfombras, había creado una agradable, aunque estrecha, sala de invitados.

—¿Qué tenemos aquí? —dijo una voz familiar—. Un visitante inesperado.

Lorlen se volvió y se las arregló para sonreír al hombre de la túnica negra que se hallaba de pie ante la puerta de las escaleras.

—Buenas noches, Akkarin.

El Gran Lord sonrió y, tras cerrar la puerta tras él, se dirigió a una estrecha vitrina que contenía una reserva de vino y una selección de copas y cubiertos de plata. Abrió una botella y sirvió dos copas, escogiendo el mismo vino que Lorlen había decido no comprar el día anterior.

—Casi no te he reconocido, Lorlen. Ha pasado tiempo.

Lorlen alzó los hombros.

—Nuestra pequeña familia ha dado trabajo últimamente.

Akkarin rió entre dientes porque Lorlen había empleado el apelativo que tenían ambos para referirse al Gremio. Tendió a Lorlen una copa de vino y se sentó.

—Oh, pero te mantienen ocupado, y tienes que recompensarlos de vez en cuando por buen comportamiento. Lord Dannyl fue una interesante elección para el puesto de segundo embajador del Gremio en Elyne.

Lorlen sintió que le daba un vuelco el corazón. Enmascaró su estado de alarma fingiendo preocupación.

—¿No la que tú habrías hecho?

—Es un hombre excelente para el puesto. Demostró iniciativa y audacia al ir en busca de los ladrones y negociar con ellos.

Lorlen alzó una ceja.

—Debería habernos consultado primero, sin embargo.

Akkarin agitó una mano en un gesto displicente.

—Los magos superiores lo habrían discutido durante semanas, y luego habrían tomado la decisión más segura, probablemente la errónea. Que Dannyl se diera cuenta de eso, y que se arriesgara a la desaprobación de sus compañeros por encontrarla, muestra que no se deja intimidar fácilmente por la autoridad cuando los métodos de esta son contrarios al bien de otros. Necesitará esa confianza en sí mismo cuando trate con la corte de Elyne. Me sorprendió que no me pidieras mi opinión, pero estoy seguro de que sabías que aprobaría tu decisión.

—¿Qué noticias tienes para mí? —pregunto Lorlen.

—Nada emocionante. El rey me preguntó si la «pequeña descarriada», como llama a Sonea, formaba parte de la promoción estival. Le contesté que sí, y quedó complacido. Eso me recuerda otro incidente gracioso: Nefin, de la Casa Maron, me preguntó si Fergun podía volver a Imardin ahora.

—¿Otra vez?

—Es la primera vez que Nefin me lo ha preguntado. La última vez fue Ganen, hace unas tres semanas. Parece que todo hombre y mujer de la Casa Maron tiene intención de plantearme este asunto. Incluso los niños me han preguntado cuándo volverán a ver a tío Fergun.

—¿Y qué respondiste, pues?

—Que tío Fergun había hecho una cosa mala mala, pero que no debían preocuparse, que los simpáticos hombres del Fuerte se asegurarían de cuidar bien de él todos los años que permaneciera allí.

Lorlen rompió a reír.

—Quiero decir, ¿qué le dijiste a Nefin?

—Precisamente lo mismo. Bueno, no exactamente con las mismas palabras, por supuesto. —Akkarin suspiró y se alisó el pelo—. No solo me proporcionan la satisfacción de negarme, sino que no he recibido ninguna proposición de matrimonio de la Casa Maron desde que Fergun partió. Esa es incluso una razón mejor para mantener a ese hombre retenido en el Fuerte.

Lorlen tomó un sorbo de vino. Había asumido siempre que Akkarin no estaba interesado en las frívolas mujeres de las Casas, y que tarde o temprano encontraría esposa entre las mujeres del Gremio. Pero ahora se preguntaba si Akkarin habría resuelto permanecer soltero para proteger su oscuro secreto.

—Tanto la Casa Arran como la Casa Korin me han preguntado si disponemos de sanadores para atender a sus caballos de carreras —dijo Akkarin.

Lorlen dejó escapar un suspiro de exasperación.

—Les dijiste que no podemos prescindir de ellos, por supuesto.

Akkarin se encogió de hombros.

—Les dije que lo pensaría. Puede que exista un modo de sacar partido de esa petición.

—Pero necesitamos a todos nuestros sanadores.

—Cierto, pero ambas Casas se inclinan por esconder a sus hijas, como si también fueran más valiosas para la reproducción que para cualquier otra cosa. Si pudiéramos persuadirlos para que permitan que las chicas con talento se unan a nosotros, con el tiempo tendríamos sanadores más que suficientes para reemplazar a aquellos que se marchen para atender a los caballos.

—Y mientras tanto tendremos menos sanadores y deberemos dedicar parte de su tiempo a entrenar a las chicas nuevas —argumentó Lorlen—. Y puede que esas chicas no elijan convertirse en sanadoras cuando se gradúen.

Akkarin asintió con la cabeza.

—Entonces es una cuestión de equilibrio. Debemos conseguir suficientes chicas para asegurar que con el tiempo compensaremos el número de sanadores que enviemos a atender a los caballos. Al final, tendremos más sanadores a los que llamar si se produce un desastre, como un incendio o una revuelta. —Akkarin golpeó el brazo de la silla con sus largos dedos—. Existe otra ventaja. Lord Tepo me habló hace unos meses de su deseo de expandir nuestro conocimiento de la curación animal. Fue bastante persuasivo. Esta podría ser una oportunidad para que inicie sus estudios en el campo.

Lorlen sacudió la cabeza.

—A mí me parece que es malgastar el tiempo de los sanadores.

Akkarin frunció el ceño.

—Discutiré ambas ideas con lady Vinara. —Miró a Lorlen—. ¿Tienes alguna noticia para mí?

—Las tengo —dijo Lorlen. Se reclinó en la silla y suspiró—. Noticias terribles. Noticias que perturbarán a muchos en el Gremio, pero que te afectarán a ti más que a nadie.

—¿Sí? —La mirada de Akkarin se agudizó.

—¿Te queda más de este vino que estamos bebiendo?

—Es la última botella.

—Oh, cielos. —Lorlen meneó la cabeza—. Entonces la situación es peor de lo que imaginaba. Me temo que esa es la última de todas. Decidí no renovar nuestro suministro. Después de hoy, no más Anuren oscuro para el Gran Lord.

—¿Esas son tus noticias?

—Terribles, ¿verdad? —Lorlen se volvió para observar a su amigo—. ¿Estás contrariado?

Akkarin resopló.

—¡Por supuesto! ¿Por qué no has encargado más?

—Querían veinte de oro por botella.

—¡Por botella! —Akkarin se recostó en su silla y silbó—. Otra buena decisión, aunque en esta ocasión deberías habérmela comunicado primero. Podría haber dicho unas cuantas palabras aquí y allá en la corte… Bueno, todavía puedo.

—¿Tengo que esperar entonces que llegue una oferta más razonable a mi mesa en las próximas semanas?

Akkarin sonrió.

—Veré lo que puedo hacer.

Permanecieron sentados en silencio durante un momento, tras el cual Lorlen apuró su copa y se levantó.

—Debería pasarme por el Salón de Noche. ¿Vienes?

La expresión de Akkarin se oscureció.

—No, tengo que encontrarme con alguien en la ciudad. —Miró a Lorlen—. Me ha gustado volver a verte. Ven por aquí más a menudo. No quiero tener que concertar una reunión contigo solo para enterarme de los cotilleos del Gremio.

—Lo intentaré. —Lorlen le dirigió una sonrisa—. Tal vez deberías visitar el Salón de Noche con más frecuencia. Tú mismo podrías oír algunos cotilleos.

El Gran Lord negó con la cabeza.

—Todos se muestran demasiado cautelosos cuando estoy cerca. Aparte, mis intereses se centran más allá de los confines del Gremio. Te cedo a ti los escándalos de nuestra familia.

Lorlen puso el vaso sobre la mesa y se dirigió a la puerta, que se abrió silenciosamente. Miró hacia atrás y vio que Akkarin bebía su vino con satisfacción.

—Buenas noches —dijo.

Akkarin alzó su copa a modo de respuesta.

—Disfruta.

Cuando la puerta se cerró tras él, Lorlen inspiró profundamente, y a continuación echó a andar. Revisó en retrospectiva lo que se habían dicho. Akkarin había expresado su aprobación del nombramiento de Danny, lo cual, considerándolo, era irónico. El resto de la conversación había transcurrido relajada y sin nada fuera de lo común; era fácil olvidar la verdad en esas ocasiones. Pero a Lorlen siempre le sorprendía cómo Akkarin se las arreglaba para eludir sus actividades secretas durante aquellas conversaciones.

«Mis intereses se centran más allá de los confines del Gremio.»

Por decirlo de algún modo.

Lorlen resopló suavemente. Sin duda Akkarin se refería a sus ocupaciones en la corte y para con el rey.

«Es simplemente que no puedo evitar interpretar lo que dice a la luz de lo que sé.»

Visitar a Akkarin nunca había constituido una prueba antes de la Vista de Sonea. Ahora abandonaba la residencia del Gran Lord cansado y aliviado de que la dura experiencia hubiera acabado. Pensó en su cama y meneó la cabeza. Aún tenía que sentarse en el Salón de Noche y pasar por interminables peticiones y preguntas antes de poder escabullirse a sus habitaciones. Dejó escapar un suspiro, alargó el paso y echó a andar a través de los jardines.