A primera vista todo estaba correcto, pero cuando Sonea miró de cerca vio que la solución química de uno de los viales estaba turbia, y que el contenido del otro se había secado formando un terrón de color marrón. La intrincada estructura de varillas y pesas dispuesta en el temporizador era un caos.
Sonea oyó una familiar risita procedente de la entrada, a su espalda, seguida por otras medio sofocadas. Se puso rígida, pero no se dio la vuelta.
Tras su conversación con Dorrien, se había sentido llena de confianza y preparada para desafiar a Regin a la primera oportunidad, pero a medida que transcurría el día, las dudas habían empezado a crecer. Cada vez que pensaba en la posibilidad de un combate real contra Regin, la idea le parecía menos brillante y más insensata. Las habilidades de guerrero eran la especialidad de Regin, y lo que ella llevaba peor. Nunca vería el fin de su acoso si perdía. No merecía la pena el riesgo.
Hacia el final de la semana, había decidido que era el peor movimiento que podía hacer. Si aguantaba a Regin el tiempo suficiente, el chico terminaría por aburrirse de ella. Podía soportar los insultos, o los ataques y los tormentos fuera de clase.
Pero no lo que acababa de hacer. Mientras contemplaba las ruinas de su trabajo, sintió que una oscura furia empezaba a hervir a fuego lento. Cuando Regin hacía algo como aquello, incluso aunque los profesores no la penalizaran por fallar en un ejercicio, el muchacho impedía que aprendiera. Y cuando le impedía aprender, disminuía sus opciones para, algún día, adquirir la destreza suficiente y poder ayudar al Gremio a derrotar a Akkarin.
Sintió que algo se revolvía en su interior a medida que su furia se intensificaba.
De repente no quería nada más que reducir a Regin a cenizas.
«Propina a ese estúpido crío una buena paliza. Si después vuelve a acosarte, desafíale de nuevo. No te dará más motivos para que continúes poniéndole en semejante situación.»
Un duelo formal. Era peligroso. Pero esperar también era una apuesta arriesgada. Cabía la posibilidad de que nunca se aburriera de ella, y de que nunca la dejara en paz. Y a Sonea no le gustaba esperar…
«Haz público tu desafío, tanto como sea posible.»
Lentamente, se volvió y vio que Regin y los aprendices de la clase anterior estaban de pie en la entrada, observándola. Caminó hacia ellos, y se abrió paso a empellones para salir del aula. Aprendices y profesores abarrotaban el corredor. El zumbido de voces era alto, pero no tanto como para hacer inaudible una única voz. Apareció un mago con túnica púrpura, de camino hacia el aula. Lord Sarrin, el líder de alquimistas. Perfecto.
—¿Algo va mal, Sonea? —dijo Regin con sorna—. ¿No ha funcionado tu experimento?
Sonea giró sobre sus talones y encaró a Regin.
—Regin, de la familia Winar, Casa Paren, te desafío a un duelo formal en la Arena.
El rostro de Regin se congeló, boquiabierto por la sorpresa.
El silencio pareció expandirse como humo. En la periferia de su visión, las cabezas se volvieron en su dirección. Incluso lord Sarrin se había detenido. Sonea se obligó a reprimir la acuciante sensación de que acababa de hacer algo de lo que se arrepentiría siempre.
«Ya es demasiado tarde.»
Regin consiguió cerrar la boca. Su cara adquirió una expresión pensativa. Sonea se preguntó si rehusaría, si diría que no valía la pena luchar con ella.
«No le des tiempo a pensar en ello.»
—¿Aceptas? —exigió ella.
El chico vaciló, luego sonrió de oreja a oreja.
—Acepto, Sonea, de ninguna familia ilustre.
De inmediato, los susurros y murmullos empezaron a llenar el pasillo. Temiendo que su coraje desfalleciera si miraba alrededor, Sonea mantuvo sus ojos sobre Regin. Este miró hacia atrás, buscando a sus compañeros; después se echó a reír.
—Oh, esto va a ser…
—Tú eliges la hora —le espetó ella con brusquedad.
Su sonrisa se desvaneció, pero enseguida regresó.
—Supongo que vale más que te dé tiempo para ponerte a mi altura —dijo él con indulgencia—. Dialibre, de mañana en una semana, una hora antes de la puesta de sol. Eso parece bastante generoso.
—Sonea —dijo una voz adulta.
Se dio la vuelta y vio que lord Elben avanzaba con paso enérgico hacia ella. El mago echó un vistazo al público que se había congregado y frunció el ceño.
—Tu experimento ha sido un fracaso. Lo comprobé anoche, y esta mañana, y no veo la causa. Te concederé otro día para que lo intentes de nuevo.
Sonea hizo una reverencia.
—Gracias, lord Elben.
Contempló a los aprendices que permanecían en la entrada.
—Basta de charla, entonces. Que yo sepa, hay clases impartiéndose en las aulas.
—Bebe más siyo que última vez, ¿eh?
Dannyl tendió la botella a Jano y asintió.
—Creo que le estoy tomando el gusto.
El marinero parecía un poco preocupado.
—No ir a hacer magia mal por bebida, ¿no?
Dannyl suspiró y negó con la cabeza.
—No estoy tan borracho todavía, pero no querría encontrarme con sanguijuelas marinas.
Jano le dio una palmadita en el hombro.
—No eyomas tan al sur, recuerdas.
—No es probable que lo olvide —musitó Dannyl.
Su comentario quedó sofocado por la algarabía de los marineros. Un miembro de la tripulación acababa de entrar en el camarote. El hombre le dirigió una sonrisa abierta y se acercó a su lecho colgante. Sacó de una bolsa un pequeño instrumento de viento de cerámica, y fue a ocupar su sitio a la cabeza de la mesa.
Cuando el hombre empezó a tocar, Dannyl repasó la última semana. Él y Tayend habían logrado volver a Capia en tres días, viajando directamente y cambiando los caballos varias veces. Tayend se había quedado en la casa de su hermana, mientras que Dannyl continuó hasta la ciudad. Se detuvo en la Casa del Gremio solo el tiempo suficiente para empaquetar un pequeño arcón de ropa. Dannyl había encontrado y embarcado en un buque que partía hacia Imardin esa noche.
Le había complacido hallarse de nuevo a bordo del Finda. Jano le había recibido como a un viejo amigo, y le aseguró que navegarían a mayor velocidad, pues cogerían los vientos primaverales.
Jano no había mencionado que los vientos primaverales contribuían a hacer la travesía más movida. A Dannyl no le habría importado, excepto porque se sentía indispuesto durante casi todo el día, y pasaba horas preocupándose por la recepción que le aguardaba en el Gremio.
Su temor de que Akkarin hubiera percibido algo de sus sentimientos hacia Tayend se había acrecentado desde que embarcó en el buque. Durante su parada en la Casa del Gremio, Errend le había entregado algunas cartas pendientes de leer. Al encontrar una de Rothen, Dannyl la había abierto con ansiedad, solo para descubrir que contenía una advertencia.
… yo no me inquietaría en demasía por estos rumores. En cualquier caso, conciernen a tu asistente, no a ti. Pero pensé que deberías saberlo para que juzgaras por ti mismo si podría causarte problemas en el futuro…
Estaba claro que Rothen pensaba que Dannyl no sabía lo de Tayend. Eso era exactamente lo que había querido que la corte de Elyne creyera, pero ahora que había sido «informado», los elyneos, y los kyralianos, esperarían de él que evitara la compañía de Tayend.
A menos que nadie supiera que Rothen se lo había contado. Podía fingir que no había recibido la carta… Pero no, en cuanto llegara al Gremio, Rothen querría saber si se la habían entregado, y le repetiría la advertencia si su respuesta era negativa.
Pero ¿y Akkarin? Dannyl no estaba seguro de cómo se había enterado el Gran Lord de su investigación. ¿Y si esas fuentes también le habían hablado de la «amistad» de Dannyl con Tayend? ¿Y si las sospechas de Akkarin se habían confirmado durante su breve comunicación mental?
Dannyl suspiró. Durante unos días, todo había sido maravilloso. Había sido más feliz que nunca en su vida. Luego…
Cuando la botella le llegó de nuevo a él, tomó otro sorbo del potente licor.
«Mientras que Tayend no sufra por mi causa —pensó—, yo estaré contento.»
El Salón de Noche estaba muy concurrido. Lorlen no lo había visto tan lleno desde la caza de Sonea. Magos que raramente se unían a la reunión social semanal ahora estaban presentes.
El más notable de estos era el hombre que se hallaba a su lado. El mar de túnicas rojas, verdes y púrpuras se abrió ante Akkarin mientras este se hacía camino hasta la butaca que, oficiosamente, era suya.
Akkarin estaba disfrutando. Para otros, su expresión neutral sugería indiferencia, pero Lorlen le conocía mejor. Si Akkarin no quisiera participar en el debate sobre el reto lanzado por su predilecta a otro aprendiz, no estaría allí. Los tres líderes de disciplinas ya estaban sentados alrededor de la silla de Akkarin, y una pequeña muchedumbre empezó a congregarse cuando el Gran Lord ocupó su asiento. Entre ellos, notó Lorlen, estaba Dorrien, el hijo de Rothen.
—Parece que vuestra predilecta ha encontrado una forma de entretenernos una vez más —dijo lady Vinara—. Estoy empezando a preguntarme qué podemos esperar de ella tras su graduación.
Akkarin esbozó una media sonrisa.
—Igual que yo.
—¿Este desafío fue idea vuestra o suya? —masculló Balkan.
—No fue mía.
Balkan enarcó las cejas.
—¿Y solicitó ella vuestra aprobación?
—No, pero creo que no existe ningua norma que lo requiera, aunque tal vez debería haberla.
—Entonces ¿se la habríais denegado, de haberlo hecho?
Akkarin entornó los ojos.
—No necesariamente. Si ella hubiera consultado mi opinión sobre el asunto, puede que le hubiera aconsejado esperar.
—Quizá fue una decisión espontánea —sugirió lord Peakin, de pie tras la silla de Vinara.
—No —respondió lord Sarrin—. Ella escogió un momento que garantizaba la presencia de numerosos testigos. Regin no tenía más opción que aceptar.
Al ver que el líder de alquimistas desviaba de forma significativa los ojos a un lado, Lorlen siguió su mirada. Lord Garrel estaba entre los magos congregados, con cara de pocos amigos.
—Si lo planeó, pues, debe de estar segura de la victoria —concluyó Peakin—. ¿Coincide usted, lord Balkan?
El guerrero se encogió de hombros.
—Es fuerte, pero un oponente con habilidades desarrolladas podría superarla.
—¿Y Regin?
—Sus habilidades son superiores a la media de segundo año.
—¿Lo bastante para vencer?
Balkan miró a Akkarin.
—Lo suficiente para que el resultado no sea fácil de predecir.
—¿Créeis que vencerá? —preguntó Vinara dirigiéndose a Akkarin.
El Gran Lord se tomó su tiempo para contestar.
—Sí.
La maga sonrió.
—Por supuesto que lo creéis. Ella es vuestra aprendiz, y debéis hacer ver que la apoyáis.
Akkarin asintió.
—Eso también es cierto.
—La chica, sin duda, hace esto para complaceros. —Lorlen levantó la mirada, sorprendido, al oír la voz de Garrel.
—Lo dudo —respondió Akkarin.
Sorprendido ante aquella declaración, Lorlen miró a Akkarin, y después se fijó detenidamente en las expresiones de los demás magos. Ninguno parecía sorprendido. Solo el hijo de Rothen, Dorrien, tenía aspecto pensativo. Quizá se había percatado de que Sonea no le tenía ningún afecto a su tutor.
—¿Cuál es su motivación, pues? —preguntó Peakin.
—Si gana, Regin no volverá a intimidarla por miedo a otro desafío, y a otra derrota —contestó Vinara.
Se produjo una pausa, durante la cual se intercambiaron miradas. Al hablar abiertamente de intimidación delante de Akkarin y Garrel, Vinara había atraído la atención hacia el conflicto potencial entre los dos tutores. Aunque generalmente nadie eludía sacar el tema de las riñas entre aprendices delante de sus tutores, pocos se atreverían a hacerlo cuando uno de los tutores era el Gran Lord. Ponía a Garrel en una interesante situación.
Ninguno de los tutores habló.
—Eso depende de cómo se desarrolle la contienda —dijo Balkan, rompiendo el silencio—. Si ella vence con la mera fuerza bruta, nadie la respetará.
—Eso no supondrá ninguna diferencia —argumentó Sarrin—. Si vence, dará igual cómo lo haga; Regin no volverá a molestarla. Dudo que a ella le importe si se respetan o no sus aptitudes como guerrera.
—Existen métodos para derrotar a un mago más fuerte —le recordó Balkan—. Regin lo sabe. Ya me ha solicitado que le instruya en estas tácticas.
—¿Y Sonea? ¿Recibirá también ella un adiestramiento adicional por su parte? —preguntó Vinara a Balkan.
—Lord Yikmo es su profesor —respondió Akkarin.
Balkan asintió.
—Su estilo de enseñanza se ajusta mejor al temperamento de la muchacha.
—¿Quién supervisará el enfrentamiento? —preguntó otro mago.
—Yo lo haré —dijo Balkan—. Si no hay protestas. Lord Garrel protegerá a Regin. ¿Vos protegeréis a Sonea? —preguntó a Akkarin.
—Sí.
—Aquí está el maestro de Sonea —observó lord Sarrin, señalando.
Lorlen se giró y vio que lord Yikmo acababa de entrar en el salón. El guerrero se detuvo y miró a su alrededor, claramente sorprendido por la concurrencia. Cuando sus ojos se posaron en los magos congregados alrededor de Akkarin, arqueó las cejas. Sarrin le hizo señas para que se acercara.
—Buenas noches, Gran Lord, administrador —dijo Yikmo cuando llegó a los asientos.
—Lord Yikmo —dijo Peakin—. Debe de estar haciendo planes para unas cuantas sesiones nocturnas.
Yikmo frunció el ceño.
—¿Sesiones nocturnas?
Peakin soltó una risita.
—Por lo visto, es realmente buena, ¿no? ¿No necesita prácticas adicionales?
Las arrugas de la frente del joven mago se acentuaron.
—¿Prácticas?
Vinara se apiadó del hombre.
—Sonea ha desafiado a Regin a un duelo formal.
Yikmo la miró de hito en hito; después, ante los rostros que lo observaban, el suyo palideció.
—¿Que ha hecho qué?
Sonea paseaba por su habitación, retorciéndose las manos.
«¿Qué he hecho? Dejar que mi rabia saque lo mejor de mí, eso es. No tengo ni idea de pelear. Lo único que voy a conseguir es quedar como una idiota delante de…»
—Sonea.
Se giró, y parpadeó sorprendida al ver al hombre que estaba de pie junto a la puerta de su habitación. Nadie la había visitado antes en la residencia del Gran Lord.
—Lord Yikmo —dijo, haciendo una reverencia.
—Todavía no estás preparada, Sonea.
La chica se estremeció, repentinamente asustada. Si Yikmo no la creía capaz de ganar…
—Tenía la esperanza de que me ayudara con eso, milord.
Varias expresiones cruzaron el rostro de Yikmo. Consternación. Circunspección. Interés… Frunció el ceño y se pasó las manos por el cabello.
—Entiendo tus razones para hacer esto, Sonea. Pero de sobra sabes que Garrel es un consumado guerrero, y que las habilidades de Regin son superiores a las tuyas, a pesar de todo lo que te he enseñado. Tiene una semana para prepararse, y Balkan ha accedido ha instruirle.
«¡Balkan! ¡Esto empeora por momentos!»
Sonea se miró las manos. No temblaban, notó con alivio, pero tenía el estómago tan revuelto que sintió náuseas.
—Pero yo soy más fuerte, y las normas de un desafío no imponen límites a la fuerza —puntualizó ella.
—No puedes depositar toda tu confianza en que la fuerza gane el enfrentamiento por ti, Sonea —le advirtió Yikmo—. Existen medios para sortearla, y estoy convencido de que Balkan se cerciorará de que Regin los conozca todos.
—Entonces será mejor que usted se cerciore de que yo también —replicó ella. Sorprendida por la determinación de su propia voz, esbozó una mueca de disculpa—. ¿Me ayudará?
El mago sonrió.
—Por supuesto. Difícilmente abandonaría ahora a la predilecta del Gran Lord.
—Gracias, milord.
—Pero no pienses que hago esto solamente por respeto a tu tutor.
Sorprendida, lo miró detenidamente y se quedó atónita al percibir una expresión de aprobación en su mirada. De entre todos los profesores, nunca habría esperado ganarse el respeto de un guerrero.
—Comprende que la gente estará observando mis enseñanzas —dijo—. Informarán de todo a Regin y a lord Garrel.
—Ya había pensado en eso.
—¿Y?
—¿Qué… qué hay de la Cúpula?
Yikmo enarcó las cejas, y esbozó una amplia sonrisa.
—Estoy seguro de que eso podrá arreglarse.