32. Un pequeño desvío


Rothen bostezó mientras subía la escalera del alojamiento de los magos. Ni siquiera un baño frío había servido de mucho para despertarle. Encontró a Tania esperándole en la sala de invitados, disponiendo platos de pasteles y panecillos.

—Buenos días, Tania —dijo.

—Es un poco tarde esta mañana, milord —respondió ella.

—Sí. —Se frotó la cara, luego empezó a preparar sumi. Al darse cuenta de que ella seguía mirándolo, lanzó un suspiro—. He reducido la dosis a una décima parte.

La mujer no dijo nada, tan solo asintió con aprobación.

—Tengo noticias. —Se interrumpió, y cuando el mago le hizo una seña para que continuara, ella esbozó una mueca de disculpa—. No le gustará.

—Prosigue.

—Las muchachas que limpian la universidad se estaban quejando esta mañana de que uno de los pasillos estaba todo salpicado de un líquido maloliente. Les pregunté qué creían que había pasado, y empezaron a refunfuñar sobre aprendices peleándose. Eran un poco reacias a decir sus nombres; bueno, reacias a decirlos delante de mí, claro está. Así que soborné a una de las sirvientas que ya habían oído la historia.

»Regin ha estado reuniendo a unos cuantos aprendices y atacando a Sonea por las noches. Le pregunté a Viola, y me dijo que no había visto nada que sugiriera que Sonea hubiera sido lastimada de forma alguna.

Rothen frunció el ceño.

—Se necesitarían muchos para agotar a Sonea. —Sintió un estallido de furia al comprender qué significaba aquello—. Pero en cuanto estuviera rendida, Regin podría hacerle cualquier cosa. Estaría demasiado cansada incluso para pelear con él físicamente.

A Tania se le cortó la respiración.

—Ese muchacho no se atrevería a hacerle daño, ¿no?

—No un daño permanente, o sería expulsado. —Rothen arrugó la frente, con la vista fija en la mesa.

—¿Por qué no ha puesto fin a esto el Gran Lord…? ¿O es que no se ha enterado? Quizá debería usted contárselo.

Rothen negó con la cabeza.

—Él lo sabe. Está en posición de saberlo.

—Pero… —Tania calló cuando llamaron a la puerta.

Aliviado por la interrupción, Rothen la abrió con su voluntad. Un mensajero pasó adentro, hizo una reverencia y tendió a Rothen una carta antes de retirarse.

—Es para Sonea. —Rothen miró el reverso de la carta y sintió que el corazón le daba un vuelco—. De sus tíos.

Tania se acercó.

—¿No saben que ya no vive aquí?

—No. Sonea pensó que Regin podría echar mano a su correo si lo recibía en los alojamientos de los aprendices, y probablemente no ha contactado con ellos desde que se mudó a la residencia.

—¿Quiere que se la entregue yo? —se ofreció Tania.

Rothen levantó la mirada, sorprendido. Era fácil olvidar que otros no tenían motivos para temer a Akkarin.

—¿No te importa?

—Claro que no. Llevo mucho tiempo sin hablar con ella.

Sin embargo, Akkarin podría sospechar si viera a la sirvienta de Rothen entregando un mensaje a Sonea.

—Querrá leer esto lo antes posible. Si se la entregas en su habitación, no la tendrá hasta esta noche. Creo que pasa los dialibres en la biblioteca de los aprendices. ¿Puedes dársela a lady Tya?

—Sí. —Tania cogió la carta y se la guardó en la parte delantera de su uniforme—. Me pasaré por la biblioteca después de dejar estos platos en la cocina.

—¡Uf! ¡Me duelen las piernas! —se quejó Tayend.

Dannyl rió discretamente cuando el académico se derrumbó en una roca para descansar.

—Tú quisiste visitar las ruinas. No fue idea mía.

—Pero Dem Ladeiri las hizo parecer muy interesantes. —Tayend sacó su petaca y bebió unos tragos de agua—. Y cercanas.

—Solo olvidó decir que tendríamos que escalar unos cuantos riscos para llegar aquí. O que el puente colgante de cuerdas no era seguro.

—Bueno, supongo que no nos contó que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que subió aquí. La levitación debe de ser práctica a veces, ¿no?

—A veces.

—¿Por qué a ti no te cuesta respirar?

Dannyl sonrió.

—La levitación no es el único truco útil que nos enseñan en el Gremio.

—¿Te estás sanando a ti mismo? —Tayend le tiró una piedrecita—. ¡Eso es hacer trampas!

—Así pues, asumo que rehusarías mi auxilio si te lo ofreciera.

—No, simplemente consideraría justo tener la misma ventaja que tú.

Dannyl lanzó un suspiro de resignación fingida.

—Dame tu muñeca, pues.

Para su sorpresa, Tayend le alargó el brazo sin vacilación, pero cuando la mano de Dannyl tocó la piel del académico, Tayend apartó la mirada y cerró los ojos con fuerza.

Enviando un poco de magia sanadora al cuerpo de Tayend, Dannyl alivió los estresados músculos. La mayoría de los sanadores verían con malos ojos aquel desperdicio de magia. A Tayend no le pasaba nada, simplemente no estaba acostumbrado al esfuerzo de caminar por terreno montañoso.

Cuando Dannyl liberó el brazo de Tayend, este se puso en pie y se miró de arriba a abajo.

—¡Esto es asombroso! —exclamó—. Me siento tan bien como esta mañana, antes de partir. —Sonrió a Dannyl; después echó a andar con paso enérgico por el sendero—. Vamos, pues. No tenemos todo el día.

Pasmado, Dannyl le siguió. Solo unos cientos de pasos más adelante, Tayend llegó a una subida y aminoró el paso hasta detenerse. Cuando Dannyl alcanzó al académico, las ruinas aparecieron ante sus ojos. Sobre una suave pendiente se extendían muros bajos, que señalaban los contornos de los edificios. Aquí y allá, antiguas columnas habían sobrevivido, y en el centro de la pequeña ciudad desierta aún perduraba intacta una estructura grande sin techo, cuyos muros estaban construidos con enormes bloques de piedra. Toda suerte de hierbajos crecían por doquier, cubriéndolo todo.

—Bien, esto es Armje —musitó Tayend—. No queda mucho.

—Tiene más de mil años.

—Echemos una ojeada más de cerca.

El sendero se ensanchaba a medida que describía una curva hacia la ciudad para dar paso a una alzada cubierta de hierba. Tras alcanzar el primero de los edificios seguía recta hasta la construcción más grande. Dannyl y Tayend redujeron la marcha para examinar algunas de las habitaciones que quedaban a la vista de los edificios más pequeños.

—¿Crees que esto era algún tipo de baño público? —preguntó Tayend en determinado momento, parado junto a un banco de piedra con orificios a intervalos regulares.

—Quizá una especie de cocina —respondió Dannyl—. Los agujeros podrían haber sido para poner cacerolas sobre un fuego o un brasero.

Cuando se acercaron a la estructura grande en el centro, Dannyl percibió cierta quietud en el aire. Pasaron bajo un sólido dintel a una amplia sala. El suelo estaba oculto bajo tierra y yerbajos que les llegaban a la altura de la cintura.

—Me preguntó qué sería este lugar —caviló Tayend en voz alta—. Algo importante. Un palacio, quizá. O un templo.

Pasaron a una sala más pequeña, y de repente Tayend salió disparado hacia un extremo. Estudió la pared, que estaba esculpida siguiendo un complejo diseño.

—Hay palabras aquí —dijo—. Algo sobre leyes.

Dannyl la examinó más de cerca, y entonces se le paró el corazón al ver una mano tallada.

—Mira.

—Ese es el jeroglífico para magia —dijo Tayend con tono displicente.

—¿El símbolo de la magia en elyneo antiguo es una mano?

—Sí, y aparece en muchos escritos antiguos. Algunos creen que la letra moderna «m» deriva del símbolo de una mano.

—Por tanto, la mitad del título del rey de Charkan indica magia. ¿Qué significa la media luna, entonces?

Tayend se encogió de hombros y se internó más en las ruinas.

—Magia lunar. Magia nocturna. ¿La magia está influenciada alguna vez por los ciclos de la luna?

—No.

—Quizá tiene que ver con mujeres. Magia de mujeres. Espera… ¡fíjate en esto!

Tayend se había detenido delante de otra pared esculpida. Estaba apuntando hacia una sección en lo alto, donde se habían derrumbado algunas piedras, dejando solo parte de las tallas. Entonces Dannyl ahogó una exclamación. El académico no apuntaba a uno de los jeroglíficos tallados. Señalaba un nombre familar escrito en letra moderna.

—Dem Ladeiri no mencionó nada de que Akkarin hubiera subido hasta aquí —dijo Tayend.

—Quizá se le olvidó. Quizá Akkarin no se lo contó.

—Pero él realmente quería que viniéramos aquí.

Dannyl se quedó mirando el nombre, luego echó un vistazo al resto de la pared.

—¿Qué dice la escritura más antigua?

Tayend la estudió detenidamente.

—Dame un minuto…

Mientras el académico examinaba los jeroglíficos, Dannyl retrocedió y paseó la mirada por la sala. Bajo el nombre de Akkarin había una talla en relieve de un arco abovedado.

¿Era eso realmente?

Raspó la base, eliminando la hierba y la tierra, y sonrió cuando dejó al descubierto una ranura.

Tayend inspiró bruscamente.

—Según esto, esto es una…

—Puerta —concluyó Dannyl.

—¡Sí! —Tayend dio unas palmaditas en la pared—. Y conduce a un lugar de sentencias. Me pregunto si todavía podrá abrirse.

Mirando hacia la puerta, Dannyl aguzó sus sentidos. Detectó un mecanismo simple, diseñado para ser accionado solo desde el interior… o mediante magia.

—Échate atrás.

Tayend se apartó de en medio y Dannyl proyectó su voluntad. El mecanismo giró con renuencia, combatiendo la tierra, el polvo y la hierba acumulados que atascaban la entrada. El estridente sonido de la piedra arañando el suelo llenó la sala cuando la puerta se abrió hacia dentro, revelando un oscuro pasillo.

Cuando hubo espacio suficiente para que un hombre se deslizara de lado, Dannyl liberó el mecanismo, por miedo a causarle un daño irreparable si lo forzaba más. Intercambió una mirada con Tayend.

—¿Entramos? —susurró el académico.

Dannyl frunció el ceño.

—Yo iré primero. Podría ser inestable.

El rostro de Tayend indicaba que iba a protestar, pero pareció cambiar de idea.

—Seguiré traduciendo esto.

—Volveré en cuanto me cerciore de que es seguro.

—Más te vale.

Tras deslizarse por la puerta, Dannyl concentró su voluntad en un globo de luz y lo envió por delante. Las paredes no presentaban adornos. Al principio tuvo que retirar finas cascadas de raíces y telas de farenes, pero después de unos veinte pasos el camino se despejaba. El suelo se inclinaba ligeramente hacia abajo y el aire se enfriaba con rapidez.

No había pasillos laterales. El techo era bajo, y pronto Dannyl sintió que una familiar inquietud se abatía sobre él. Llevaba la cuenta de sus pasos, y a los doscientos las paredes llegaron a su fin. El suelo continuaba, sin embargo, en una angosta cornisa que se perdía en la más completa oscuridad. Pisó con cautela en el saliente, preparado para levitar si se derrumbaba bajo su peso. Por el eco de sus pisadas, la caída a ambos lados era considerable.

El saliente se ensanchaba para formar una plataforma circular unos diez pasos más adelante. Dannyl hizo que el globo de luz brillara con más intensidad y jadeó cuando la luz se reflejó en una bóveda llameante. La superficie centelleaba y relucía como si estuviera revestida de innumerables piedras preciosas.

—¡Tayend! —llamó—. ¡Ven a ver esto!

Echando la mirada atrás, hacia la negra abertura del pasillo, Dannyl proyectó su voluntad y creó pequeños globos de luz en toda su longitud.

Vio por el rabillo del ojo algo que se movía. Se giró y distinguió una sección de la bóveda que emitía destellos más brillantes que el resto. Aparecieron haces ondulantes de luz, acercándose temblorosos el uno al otro. De hito en hito, observó con fascinación cómo aceleraban hasta colisionar. Se asemejaba a la barrera de la Arena cuando recibía azotes, salvo que a la inversa…

Una instintiva señal de alarma hizo que levantara un escudo justo a tiempo para recibir el haz de poder procedente de la bóveda. Profirió una exclamación de sorpresa ante su fuerza, y entonces, al sentir un nuevo ataque por detrás, soltó un grito de terror. Cuando se giró, vio en las piedras un segundo destello de haces de poder… y dos más en rápido proceso de formación.

Dio un paso hacia la entrada del pasillo, otro más, y entonces sintió el escozor de una barrera que le bloqueaba el camino.

«¡¿Qué está pasando?! ¿Quién hace esto?»

Pero allí no había nadie más. Solo Tayend. Dannyl miró hacia el pasillo, pero estaba vacío. Cuando recibió más impactos, Dannyl extendió las manos hacia la barrera y envió una descarga de magia. La barrera se mantuvo alzada. Quizá, si ponía toda su fuerza… pero necesitaba poder para escudarse.

Sinitó que afloraba el pánico. Cada azote le cansaba más. No tenía idea de por cuánto tiempo se prolongaría aquel ataque. Si esperaba, aquel lugar, aquella trampa, podría matarlo.

«¡Piensa!», se dijo a sí mismo. Los azotes procedentes de las paredes eran dirigidos a un punto sobre el centro de la plataforma. Si se apretaba contra la barrera, los azotes podrían no acertarle cuando se debilitara su escudo. Y si dejaba caer el escudo y concentraba todo su poder en la barrera, podría romperla antes de que el siguiente azote le golpeara.

Era todo lo que se le ocurría. No tenía tiempo para discurrir una idea mejor. Con los ojos cerrados, ignoró los embates de la magia cuando se apretó contra la barrera. Tomó aliento, y entonces, simultáneamente, dejó caer su escudo y arremetió con todo su poder.

Sintió que la barrera fluctuaba. Al mismo tiempo, fue consciente de que las últimas trazas de fuerza le abandonaban. Se preparó para aguantar el dolor, pero en cambio sintió que empezaba a caer. Abrió los ojos, pero solo veía oscuridad… una oscuridad en la que continuó cayendo mucho tiempo, aun cuando ya debería haber alcanzado el fondo…

—Lady Sonea.

La muchacha levantó la mirada y sintió que el corazón le daba un vuelco.

—¡Tania!

Cuando la sirvienta sonrió, unos preciados recuerdos de sus charlas a primera hora de la mañana le provocaron un nostálgico dolor. Sonea dio una palmadita en la silla contigua, y Tania se sentó.

—¿Cómo está? —preguntó Tania. Algo en el modo de mirar a Sonea sugería que la sirvienta no era optimista con respecto a la respuesta.

—Bien. —Sonea forzó una sonrisa.

—Parece cansada.

Sonea se encogió de hombros.

—Demasiadas noches acostándome tarde. Ahora hay mucho que aprender. ¿Cómo estás tú? ¿Rothen sigue sin darte un momento de respiro?

Tania soltó una risita.

—Él no es problema, aunque la echa de menos una barbaridad.

—Yo también le echo de menos… y a ti.

—Tengo una carta para usted, milady —dijo Tania. La sacó de entre sus ropas y la dejó en la mesa—. Rothen dijo que era de sus tíos, y que a lo mejor querría leerla inmediatamente, así que me ofrecí a traérsela aquí.

Sonea cogió la carta con ansiedad.

—Gracias.

La abrió y empezó a leer. El texto era formal y rebuscado. Como ni su tío ni su tía sabían escribir, contrataban a un escriba siempre que querían enviarle una carta.

—¡Mi tía va a tener otro hijo! —exclamó Sonea—. Oh, ojalá pudiera ir a verlos.

—Por supuesto que puede —dijo Tania—. El Gremio no es una prisión, ¿sabe?

Sonea miró reflexivamente a la mujer. Tania no sabía lo de Akkarin, claro. Pero Akkarin nunca le había dicho que prohibiera las visitas familiares. Ni que nunca debería salir del Gremio. Los guardias de la puerta no la detendrían. Le bastaba sencillamente con salir andando e ir a cualquier parte de la ciudad que deseara. A Akkarin no le gustaría, pero dado que la había echado de los pasadizos secretos y dejado a merced de la banda de Regin, no se mostraba muy dispuesta a colaborar.

—Tienes razón —dijo Sonea lentamente—. Iré a visitarlos. Iré a visitarlos hoy.

Tania sonrió.

—Seguro que estarán encantados de volver a verla.

—Gracias, Tania —dijo Sonea, poniéndose en pie.

La sirvienta hizo una reverencia y, todavía sonriendo, caminó hacia la puerta de la biblioteca.

Mientras colocaba los libros en la caja, Sonea sintió un entusiasmo creciente, pero al recapacitar sobre lo que estaba a punto de hacer, su ánimo se ensombreció. Podría moverse por la ciudad fácilmente. Nadie se extrañaría por la presencia de un mago en las calles, ni siquiera de un aprendiz. Pero en las barriadas su túnica atraería la atención, y posiblemente una atención hostil. Era un problema que no había necesitado afrontar en las visitas anteriores porque entonces no era una aprendiz. Aunque podría protegerse con magia de cualquier proyectil u hostigamiento, no quería que la persiguieran, ni atraer ese tipo de atención hacia su tío y su tía.

Sin embargo, la ley decía que debía llevar su uniforme todo el tiempo. No le preocupaba demasiado quebrantar la ley, pero ¿dónde iba a ponerse la clase de ropas raídas con las que pasaría desapercibida en las barriadas, incluso si conseguía encontrarlas?

Podría comprar un abrigo o una capa en el mercado cuando llegara a la Cuaderna Septentrional. Para eso, no obstante, necesitaría dinero, pero lo guardaba en su habitación, en la residencia del Gran Lord. Bajando la mirada a la caja, reconsideró su plan. ¿Iba a permitir que su miedo a Akkarin la disuadiera de visitar a su familia? No. Él raramente estaba en la residencia durante el día. Seguro que no se lo encontraría allí.

Cogió la caja, hizo una reverencia a lady Tya, y abandonó la biblioteca. Sonreía mientras caminaba por los pasillos de la universidad. Además, compraría un regalo a sus tíos, y puede que más tarde se pasara por la posada de Gollin para ver a Harrin y a Donia, y preguntar por Cery.

Se le aceleró el pulso en el momento de entrar en la residencia del Gran Lord. Para su alivio, Akkarin no estaba dentro, y Takan, su sirviente, apareció solo el tiempo suficiente para brindarle una respetuosa reverencia y volvió a desaparecer. Dejó la caja, se metió una bolsita de dinero en la túnica y salió de su habitación. Cuando la puerta de la residencia se cerró tras ella, se puso derecha y se encaminó hacia las puertas.

Los guardias la miraron con curiosidad al pasar. Probablemente nunca la habían visto antes, pues solo había salido del Gremio unas pocas veces en un carruaje con Rothen. O quizá simplemente les parecía raro ver a un aprendiz marcharse a pie.

Una vez en el Círculo Interno, se sintió extrañamente fuera de lugar. Al ver las ostentosas viviendas que flanqueaban las calles, regresaron a ella vívidos recuerdos de sus escasas visitas a aquella parte de la ciudad años atrás, para entregar zapatos reparados y ropas a los sirvientes de las Casas. Durante aquellas visitas, hombres y mujeres bien vestidos pertenecientes al Círculo Interno la habían mirado con recelo y desdén, y ella se había visto obligada a mostrar su aval de admisión repetidas veces.

Ahora aquellas personas sonreían y se inclinaban educadamente cuando pasaba ante ellas. Era una sensación extraña e irreal, que se acrecentó cuando atrevesó las puertas hacia la Cuaderna Septentrional. La Guardia de Puertas saludó formalmente, e incluso detuvo un carruaje de la Casa Korin para que Sonea pudiera pasar sin demora.

Una vez en la Cuaderna Septentrional, las educadas reverencias y las sonrisas se transformaron en miradas de hito en hito. Tras varios centeneras de pasos, Sonea cambió de idea respecto a la visita al mercado. En su lugar, se dirigió a una casa que anunciaba «Ropa de calidad y arreglos».

—¿Sí? —Una mujer de cabello gris contestó a la puerta y, en cuanto vio a una joven maga en su escalera de entrada, ahogó una exclamación de estupefacción—. ¡Milady! ¿Qué puedo hacer por usted? —preguntó, haciendo una reverencia con precipitación.

Sonea sonrió.

—Me gustaría comprar una capa, por favor.

—¡Pase! ¡Pase!

La mujer abrió completamente la puerta y se inclinó otra vez ante Sonea cuando esta entró. La hizo pasar a una habitación, donde percheros de ropa colgaban bordeando las paredes.

—Tal vez no posea algo lo suficientemente bueno —dijo la mujer en tono de disculpa, mientras levantaba varias capas de los percheros—. Esta lleva piel de limek alrededor de la capucha, y esa otra tiene un dobladillo bordado con cuentas.

Incapaz de resistirse, Sonea inspeccionó las capas.

—Es un buen trabajo —dijo de la capa bordada—. Sin embargo… dudo que esta piel sea de limek. El limek tiene un pelaje doble.

—¡Oh, cielos! —exclamó la mujer, arrebatándole la capa.

—Pero no es lo que estoy buscando, de todas formas —agregó Sonea—. Necesito algo viejo y un poco gastado… No digo que espere encontrar algo de baja calidad aquí. ¿Alguno de sus sirvientes tendría una capa que parezca como si se fuera a tirar a la basura cualquier día?

La mujer miró fijamente a Sonea, sorprendida.

—No sé… —Dudó un instante.

—¿Por qué no les pregunta ahora? —sugirió Sonea—. Mientras tanto, yo me quedaré admirando sus creaciones.

—Si es lo que desea…

La curiosidad había asomado ahora a los ojos de la mujer. Hizo una reverencia y desapareció en el interior de la casa, pronunciando el nombre de una sirvienta.

Sonea se acercó a los colgadores y examinó algunas de las prendas. Lanzó un suspiro de melancolía. Con la restrictiva ley con respecto a la túnica, con toda probabilidad nunca vestiría nada como aquello, incluso aunque ahora pudiera permitírselo.

Oyó unos pasos apresurados que se aproximaban, y se volvió en el momento en que la costurera entraba en la habitación, con los brazos cargados de ropa.

Una sirvienta asomó tras ella, con aspecto pálido y tenso. La muchacha abrió los ojos de par en par cuando vio a Sonea.

Tras revisar las capas, Sonea eligió una con un largo desgarrón en un costado, que había sido remendado pulcramente. Además, tenía el dobladillo descosido del forro. Sonea miró a la sirvienta.

—¿Hay un jardín aquí? ¿Tal vez un patio de corral?

La muchacha asintió.

—Coge esta capa y arrastra el dobladillo por el suelo… y tira un poco de tierra por encima.

Con aspecto desconcertado, la chica desapareció con la capa. Sonea puso una moneda de oro en la mano de la costurera, y después, cuando la sirvienta regresó con la capa sucia, deslizó una de plata en el bolsillo de la muchacha.

«¿Quién habría pensado que terminaría usando mis habilidades como carterista para dar dinero en lugar de robarlo?», caviló mientras dejaba la casa.

Con la capa cubriendo la túnica, ya no recibió más miradas en su camino hacia las Puertas Septentrionales.

Los guardias solo le echaron una rápida ojeada al entrar en las barriadas. Estaban más preocupados por los habitantes que las abandonaban que por quienes se internaban en ellas. Un olor, desagradable pero a la vez reconfortantemente familiar, la envolvió mientras se movía por las sinuosas calles. Mirando alrededor, sintió que se relajaba un poco. Allí, Regin y Akkarin parecían problemas insignificantes y lejanos.

Entonces notó que un hombre la observaba desde la puerta de una casa de bol y volvió a ponerse tensa. Aquello seguían siendo las barriadas, y aunque pudiera protegerse con magia, sería mejor evitarlo. Alerta y amparada en las sombras, continuó su camino velozmente por las calles y callejones.

Jonna y Ranel vivían ahora en una zona más próspera de las barriadas, donde los residentes habitaban sólidas casas de madera. Se internó en un mercado para comprar algunas mantas y una cesta de verduras y pan recién hecho. Deseó poder comprar algo más lujoso, pero Jonna siempre había rehusado tales regalos, diciendo: «En mi hogar no quiero nada que parezca de las Casas. La gente pensaría cosas raras de nosotros».

Cuando llegó a la calle donde vivía su familia, arrojó unos panecillos a un grupito de chicos sentados en cajones vacíos en la esquina. Ellos le dieron las gracias. Se dio cuenta de que no había disfrutado tanto en meses.

«No desde la visita de Dorrien —pensó de repente—. Pero es mejor no pensar en él.»

Su gesto se tornó serio en el momento de alcanzar la casa de su tío y su tía. Desde que se uniera al Gremio, ellos se habían mostrado inquietos e incómodos. Habían presenciado cómo perdía el Control de sus poderes hacía poco más de un año, y a Sonea no le sorprendería que siguieran teniendo miedo de ella. Pero sabía que nunca superarían su temor o su incomodidad si cesaban sus visitas. Eran todavía su única familia y no iba a dejar que desaparecieran de su vida.

Llamó a la puerta. Un momento después se abrió, y Jonna la miró con sorpresa.

—¡Sonea!

La muchacha esbozó una sonrisa.

—Hola, Jonna.

Jonna empujó la puerta para abrirla del todo.

—Pareces diferente… pero ya veo lo que has hecho con la capa. ¿Eso es legal?

Sonea soltó un bufido.

—¿A quién le importa? Recibí vuestra carta hoy, y tenía que veros. Mira, os he traído un regalo para celebrarlo.

Tras entregarle la cesta y las mantas, Sonea pasó a la pequeña sala de invitados, amueblada con sencillez. Ranel entró en la habitación y rió con deleite.

—¡Sonea! ¿Cómo está mi sobrinita?

—Bien. Contenta —mintió Sonea.

«No pienses en Akkarin. No estropees la tarde.»

Ranel le dio un abrazo.

—Gracias por el dinero —murmuró.

Sonea sonrió y empezó a quitarse la capa, pero se lo pensó mejor. Al ver una cuna en un lado de la habitación, se acercó a ella y contempló a su primo, que dormía.

—Está creciendo bien —dijo—. ¿Ningún problema?

—No, solo un poco de tos —dijo Jonna, sonriendo. Se dio una palmadita en la tripa—. Tenemos la esperanza de que esta vez sea niña.

Mientras dialogaban, Sonea se sintió aliviada al encontrarlos más relajados en su presencia. Comieron algo de pan, jugaron con el bebé cuando este despertó y hablaron de posibles nombres para el siguiente. Ranel contó a Sonea las novedades sobre los viejos amigos y conocidos, y otros sucesos que habían preocupado a los habitantes de las barriadas.

—No estábamos en la ciudad, pero hemos oído dónde tuvo lugar la Purga —dijo Ranel tras un suspiro. Miró a Sonea—. ¿Tú…? —preguntó de mala gana.

—No. —Sonea arrugó el gesto—. Los aprendices no van. Yo… supongo que era estúpido, pero pensé que no la harían, después de lo que pasó el último año. Quizá, cuando me haya graduado… —Sacudió la cabeza.

«¿Qué haré? ¿Hablarles abiertamente de ello? Como si fueran a escuchar a una chica de las barriadas.»

Suspiró. Tenía aún un largo camino por delante para ser capaz alguna vez de ayudar a la gente de la que en una ocasión se había sentido parte. La idea de persuadir al Gremio para que cesaran las Purgas parecía ahora ingenua y ridícula, igual que la esperanza de que en el futuro ofrecieran sus servicios de sanación a los habitantes de las barriadas.

—¿Qué más tenemos aquí? —dijo Jonna, rebuscando entre las verduras de la cesta—. ¿Te quedas a cenar, Sonea?

La muchacha, alarmada, se puso rígida.

—¿Qué hora es? —Miró por una de las ventanas altas y estrechas. La luz en el exterior era tenue y dorada—. Tendré que volver pronto.

—Ten cuidado de camino a casa —dijo Ranel—. No querrás toparte con ese asesino del que todo el mundo habla.

—No sería ningún problema para Sonea —dijo Jona, soltando una risita.

—¿Qué asesino? —preguntó Sonea, sonriendo ante la confianza de su tía.

Ranel enarcó las cejas.

—Creía que ya lo sabías. Se habla de ello por toda la ciudad. —Hizo una mueca—. Se comenta que el asesino no es uno de los ladrones… y he oído que los ladrones andan tras él. Pero sin suerte.

—No me lo imagino capaz de huir de los ladrones por mucho tiempo —caviló Sonea.

—Pero de esto ya hace meses —dijo Ranel—. Y algunos losdes dicen que se acuerdan de muertes parecidas que ocurrieron hace un año, y antes.

—¿Sabe alguien cómo es?

—Las historias son todas distintas. Pero casi todas dicen que lleva un anillo con una gema roja enorme. —Ranel se inclinó hacia delante—. La historia más extraña que he escuchado ha sido la de uno de nuestros clientes. Dijo que el marido de su hermana es dueño de una posada allá en Ladosur. Una noche, ese hombre oyó gritar a alguien en una de las habitaciones, así que fue a mirar. Cuando abrió la puerta, el asesino saltó por la ventana. Pero en vez de caer al suelo, desde tres pisos, se fue hacia arriba, ¡como si estuviera volando!

Sonea puso cara de circunstancias. Mucha gente de dudoso empleo utilizaba atajos por los tejados de las barriadas, que formaban lo que llamaban el Camino Alto. Era posible que el hombre hubiera salido columpiándose de un asidero y trepado luego hasta el techo.

—Aunque lo extraño no fue eso —prosiguió Ranel—. Lo que puso los pelos de punta al posadero fue que el hombre que se alojaba en la habitación estaba muerto, pero lo único que tenía en el cuerpo eran unos cortes superficiales.

Sonea frunció el ceño. ¿Muerto, pero sin ninguna herida salvo unos pocos cortes superficiales? Entonces se le heló la sangre. Un recuerdo asomó como un rayo en su mente, un recuerdo de Akkarin en la habitación subterránea.

«Takan caía sobre una rodilla y ofrecía su brazo. En la mano de Akkarin relucía una daga. El mago deslizaba la hoja sobre la piel del sirviente, después posaba una mano sobre la herida…»

—Sonea. ¿Estás escuchando?

Parpadeó, y a continuación miró a su tío.

—Sí. Es que me estaba acordando de algo. De hace mucho tiempo. Con tanto hablar de asesinos… —Se estremeció—. Tengo que irme.

Cuando se levantó, Jonna la envolvió en un abrazo.

—Es bueno saber que puedes protegerte tu sola, Sonea. No tendré que preocuparme por ti.

—Hummm. Por lo menos podrías preocuparte un poquito.

Jonna se echó a reír.

—Vale. Si eso te hace sentir mejor.

Sonea dijo adiós a Ranel, y salió a la calle. Mientras atravesaba las barriadas, no pudo evitar recordar las palabras de Lorlen durante la lectura de la verdad.

«Además, aunque no me guste la idea, me temo que podrías ser una víctima muy atractiva para él. Sabe que tus poderes son fuertes. Serías una abundante fuente de magia.»

Pero Akkarin no podía matarla. Si ella desaparecía, Rothen y Lorlen denunciarían su crimen al Gremio. Akkarin no se arriesgaría a eso.

Aun así, mientras franqueaba las puertas de la ciudad hacia la Cuaderna Septentrional, Sonea no pudo reprimir un sentimiento de angustia. ¿Había hecho de las barriadas su terreno de caza? ¿Corrían peligro su tío y su tía?

«A ellos tampoco los matará —se dijo—. Porque entonces yo misma contaría al Gremio la verdad.»

Pero de repente se le ocurrió que visitar a su tío y a su tía había sido una insensatez, y de la peor clase. Era casi como desaparecer; solo Tania sabía dónde estaba. Si Lorlen y Rothen se enteraban de su ausencia, podrían hacer responsable a Akkarin. O este podría haber sacado la conclusión de que Sonea se había fugado del Gremio, y en ese preciso instante podría estar preparándose para silenciar a los otros.

La recorrió un escalofrío, y comprendió que no se sentiría a salvo hasta estar de vuelta en el Gremio, incluso aunque eso significara vivir bajo el mismo techo que el hombre que quizá fuera el asesino al que temían los habitantes de las barriadas.