29. Una revelación


Sonea respiró hondo cuando entró en la sala de entrenamiento de Yikmo. Con la mirada baja, se detuvo justo tras franquear la puerta.

—Milord —empezó a decir—. Le pido perdón por haberle desobedecido la otra noche. Usted me ayudó y yo fui descortés.

Yikmo guardó silencio durante un instante, y luego se echó a reír.

—No tienes que pedir perdón por eso, Sonea.

La joven levantó la mirada y vio con alivio que el profesor sonreía. Yikmo señaló una silla y ella se sentó, obedientemente.

—Tienes que entender que esto es lo que yo hago —le explicó—. Cojo aprendices que tienen dificultades con el entrenamiento en habilidades de guerrero y averiguo por qué. Sin embargo, menos en tu caso, en todos los demás los aprendices han venido buscando mi ayuda por voluntad propia. Cuando comprenden que voy a sacar a relucir asuntos personales que podrían ser la causa de sus problemas, tienen tres opciones: aceptar mi método de enseñanza, buscar a otro profesor o elegir otra disciplina.

»Pero tú… Tú estás aquí solo porque tu tutor lo desea. —La miró directamente—. ¿Tengo razón?

Sonea asintió.

—Es difícil que guste algo en lo que no se es bueno. —El mago seguía observándola directamente—. ¿Quieres ser mejor en esta disciplina?

La chica se encogió de hombros.

—Sí.

El profesor entornó los ojos.

—Sospecho que estás diciendo solo lo que crees que deberías decir, Sonea. No repetiré tu respuesta a tu tutor, si eso es lo que temes. No te miraré mal si dices que no. Medita bien la cuestión. ¿Deseas realmente dominar este arte?

Sonea apartó la mirada y pensó en Regin y en sus seguidores. Quizá si lo que Yikmo le enseñaba la ayudaba a defenderse… Pero con tantos aprendices aliados en su contra, ¿de que servían la habilidad y la estrategia?

¿Había alguna otra razón para mejorar? Ciertamente, no le importaba recibir la aprobación del Gran Lord, e incluso aunque llegara a ser tan competente como Yikmo o Balkan, nunca tendría la fuerza necesaria para luchar contra Akkarin.

Pero algún día el Gremio podría descubrir la verdad sobre el Gran Lord. Quería estar allí para prestar su fuerza en la batalla. Las posibilidades de derrotarle se incrementarían solo si también era buena en habilidades de guerrero.

Se irguió. Sí, esa era una buena razón para mejorar en esa disciplina. Tal vez no disfrutara en las clases de habilidades de guerrero, pero si servían para ayudar al Gremio a derrocar a Akkarin algún día, debería aprender todo lo que pudiera.

Levantó la mirada hacia Yikmo.

—Si es difícil que guste algo en lo que no se es bueno, ¿me gustará más cuando sea mejor?

El guerrero esbozó una amplia sonrisa.

—Sí. Te prometo que sí. Aunque no todo el tiempo. Todos tenemos que sufrir alguna derrota de vez en cuando, y no conozco a nadie que disfrute con eso. —Hizo una pausa, y adoptó una expresión sombría—. Pero primero tenemos que atender algunos asuntos más peliagudos. Tienes muchas debilidades que superar, y la mayoría de ellas las ocasionó lo que presenciaste durante la Purga. El miedo a matar te ha hecho reacia a utilizar azotes, y saber que eres más fuerte que los otros te hace incluso más cauta. Tienes que aprender a confiar en ti. Tienes que conocer los límites de tu fuerza y de tu Control. He ideado algunos ejercicios que te ayudarán. Esta tarde tenemos la Arena a nuestra disposición.

Sonea lo miró sorprendida.

—¿La Arena?

—Sí.

—¿Solo para mí?

—Toda para ti, y para tu profesor, desde luego. —Dio un paso hacia la puerta—. Vamos, pues.

Sonea se levantó y le siguió afuera de la habitación y por el pasillo.

—Pero la Arena la utilizan las otras clases a diario, ¿no?

—Sí —respondió Yikmo—. Pero he convencido a Balkan para que busque otra cosa que hacer con su clase esta tarde. —La miró sonriendo—. Algo divertido que los lleve fuera del Gremio, para que no se sientan contrariados por tu intrusión.

—¿Qué van a hacer?

El profesor soltó una risita.

—Hacer saltar por los aires piedras en una vieja cantera.

—¿Qué aprenderán con eso?

—A respetar el potencial destructivo de sus poderes. —Se encogió de hombros—. También ayuda a recordarles el daño que pueden causar a su entorno si alguna vez luchan fuera de la Arena.

Alcanzaron el corredor principal y continuaron hasta la escalera trasera. Cuando dejaron el edificio y echaron a andar por el camino hacia la Arena, Sonea miró las ventanas de la universidad. Aunque no vio ninguna cara, de repente fue consciente de que su lección «privada» no iba a ser en absoluto privada.

Descendieron hasta el pórtico de la Arena, atravesaron la oscuridad y salieron de nuevo a la luz del sol. Yikmo señaló hacia los alojamientos de los sanadores.

—Envía un azote contra la barrera.

Sonea frunció el ceño.

—¿Solo… un azote?

—Sí.

—¿De qué tipo?

El mago agitó una mano en señal de indiferencia.

—Cualquiera. No importa. Solo lanza un azote.

Respirando hondo, enfocó su voluntad y envió un azote de fuego hacia el escudo invisible. Cuando lo golpeó, cientos de finos haces de energía ondularon propagándose entre las agujas curvadas de la Arena. El aire vibró con un apagado tintineo.

—Otro azote, pero más fuerte.

En esta ocasión los rayos cubrieron por entero la barrera abovedada. Yikmo sonrió y asintió.

—No está mal. Ahora pon toda tu fuerza en él.

El poder relampagueó a través de y fuera de ella. Fue una sensación estimulante. El escudo emitió un chisporroteo luminoso y Yikmo rió entre dientes.

—Ahora libera toda tu fuerza, Sonea.

—Creí que lo había hecho.

—No lo creo. Imagina que todo lo que te importa depende de un solo esfuerzo inmenso. No te contengas.

Asintiendo, imaginó a Akkarin delante de la barrera. Dibujó mentalmente a Rothen de pie a su lado, el blanco del inmenso poder de Akkarin.

«No te contengas», se dijo mientras daba rienda suelta a su magia.

La barrera de la Arena irradió un brillo tan intenso que Sonea tuvo que protegerse los ojos. Aunque el tintineo no subió de volumen, sus oídos vibraron con el sonido. Yikmo, aunque no lo exteriorizó, estaba muy satisfecho.

—¡Ahora sí! Hazlo otra vez.

Sonea lo miró.

—¿Otra vez?

—Más fuerte, si puedes.

—¿Y qué pasa con la barrera de la Arena?

El guerrero se echó a reír.

—Haría falta mucho más que eso para romper la barrera de la Arena. Ha sido fortalecida por magos durante siglos. Espero ver los soportes al rojo vivo al final de esta lección, Sonea. Vamos, lanza otra descarga.

Tras varios azotes más, Sonea se dio cuenta de que empezaba a disfrutar. Aunque arremeter contra la barrera no representaba ningún reto, suponía un alivio ser capaz de enviar azotes sin preocuparse de precauciones o restricciones. Cada azote, sin embargo, era un poco más débil, y pronto lo único que logró fue expedir unos pocos haces de luz por la barrera.

—Eso será suficiente, Sonea. No quiero que caigas dormida en tu próxima clase. —La miró inquisitivamente—. ¿Cómo te sientes respecto a esta lección?

La chica sonrió.

—No fue tan dura como las habituales suyas.

—¿Disfrutaste?

—Supongo.

—¿En qué sentido?

Sonea frunció el ceño, y luego reprimió una sonrisa.

—Es como… ver lo rápido que puedes correr.

—¿Algo más?

No podía contarle que había imaginado que reducía a Akkarin a cenizas. Pero el profesor había notado su titubeo. ¿Algo similar, entonces? Levantó la mirada hacia él y sonrió maliciosamente.

—Es como tirar piedras a los magos.

Lord Yikmo enarcó las cejas.

—¿Lo es de verdad? —Se dio media vuelta y le hizo señas para que le siguiera hasta el portal de la Arena—. Hoy hemos probado tus límites, pero no de una forma que mida tu fuerza contra otros. Eso será el siguiente paso. Cuando conozcas cuánta energía puedes usar contra otro sin peligro, entonces eso debería eliminar tus dudas antes de enviar azotes. —Permaneció en silencio un instante—. Han pasado dos días desde que Regin te agotó. ¿Ayer estuviste cansada?

—Un poco, por la mañana.

El mago asintió lentamente.

—Vete pronto a la cama esta noche, si puedes. Necesitarás toda tu fuerza mañana.

—Y bien, ¿qué opinas de mi hermana?

Al ver que Tayend exhibía una amplia sonrisa burlona, Dannyl soltó una risita.

—Rothen diría que habla sin rodeos.

—¡Ja! —replicó Tayend—. Eso es quedarse corto.

Mayrie de Porreni era tan sincera como atractivo su hermano, aunque ambos eran delgados y de huesos finos. La mujer era directa y tenía un atrevido sentido del humor que hacía que cayera bien.

En la propiedad, que administraba su marido, se criaban caballos, se cultivaban alimentos y se producían vinos que eran muy demandados en todas las Tierras Aliadas. La casa era una amplia mansión de una sola planta rodeada por una veranda. Tras la cena, Tayend había cogido una botella de vino y unas copas, y llevado a Dannyl afuera, bajo la veranda, donde había dispuestas unas sillas para poder contemplar los viñedos.

—¿Y dónde está su esposo, Orrend? —preguntó Dannyl.

—En Capia —dijo Tayend—. Mayrie dirige todo aquí. Él sólo viene de visita una vez cada varios meses. —Miró a Dannyl y bajó la voz—. No se llevan muy bien. Padre la casó con quien decidió que era apropiado para ella. Pero, como siempre, la Mayrie que él tiene en su mente es muy distinta a la Mayrie real.

Dannyl asintió. Había notado lo tensa que se había puesto Mayrie cuando uno de los comensales mencionó el nombre de su marido.

—Pero claro, el hombre que mi hermana habría escogido de no haberse concertado su matrimonio habría sido un error aún mayor —agregó Tayend—. Lo admitirá un día de estos. —Soltó un leve suspiro—. Todavía estoy esperando a que mi padre elija para mí alguna mujer apropiadamente desastrosa.

Dannyl frunció el ceño.

—¿Haría eso a estas alturas?

—Probablemente. —El académico jugueteó con la copa; entonces bruscamente levantó la mirada—. Nunca te lo he preguntado antes, pero ¿tienes a alguien esperándote en Kyralia?

—¿Yo? —Dannyl negó con la cabeza—. No.

—¿Ninguna dama? ¿Ninguna enamorada? —Tayend parecía sorprendido—. ¿Por qué no?

Dannyl se encogió de hombros.

—Nunca he tenido tiempo. Demasiadas cosas que hacer.

—¿Como cuáles?

—Mis experimentos.

—¿Y…?

Dannyl se echó a reír.

—No sé. Cuando me remonto al pasado, me pregunto cómo logré llenar mi tiempo. Ciertamente no asistiendo a esas reuniones de la corte que parecen concebidas para pescar una esposa o un esposo. Estas no atraen al tipo de mujer en que estoy interesado.

—¿En qué tipo de mujer estás interesado?

—No lo sé —confesó Dannyl—. Nunca conocí a ninguna que me interesara lo suficiente.

—Pero ¿qué hay de tu familia? ¿No han intentado buscarte una esposa apropiada?

—Lo hicieron una vez, años atrás —dijo Dannyl soltando un suspiro—. Ella era una muchacha muy agradable, y yo tenía previsto seguir adelante con el matrimonio solo para contentar a mi familia. Pero un día decidí que no podía hacerlo, que prefería quedarme solo y sin hijos que casarme con alguien por quien no sentía afecto. Me parecía más cruel hacer eso que rechazar el matrimonio.

Tayend arqueó las cejas.

—Pero ¿cómo escapaste? Pensaba que los padres kyralianos concertaban las uniones de sus hijos.

—Sí, lo hacen —dijo Dannyl riendo entre dientes—, pero los magos tienen el privilegio de no aceptar un matrimonio concertado. Yo no me negué categóricamente, pero encontré un modo de persuadir a mi padre para que cambiara de idea. Supe que esa chica admiraba a otro joven caballero, así que me cercioré de que ocurrieran ciertos sucesos que convencieron a todos de que aquella era una unión mejor. Yo desempeñé el papel del pretendiente decepcionado, y todo el mundo sintió lástima por mí. Ella es bastante feliz, por lo que me han contado, y ha tenido cinco hijos.

—¿Y tu padre no concertó otro enlace?

—No. Decidió que… ¿cómo lo expresó? Ah, que si me oponía, mientras no escandalizara a la familia escogiendo a una sirvienta de clase baja, me dejaría en paz.

Tayend suspiró.

—Parece que sacaste más partido de ese episodio que el simple hecho de ser capaz de elegir a tu esposa. Mi padre nunca aceptó mis elecciones. En parte porque soy su único hijo, por lo cual le preocupa que no haya ningún heredero después de mí. Pero sobre todo, desaprueba mis… bueno… mis inclinaciones. Cree que estoy siendo terco, que me encantan las perversidades, como si solo se tratara de satisfacción física. —Frunció el ceño y después vació su copa—. No es así, en caso de que te lo estés preguntando. Yo no soy así, al menos. Existe una… una convicción en mi fuero interno sobre lo que considero natural y correcto que es tan fuerte como su propia convicción sobre lo que es natural y correcto. He leído libros sobre épocas y lugares donde ser un doncel era tan común como ser… no sé, músico, o espadachín. Yo… estoy despotricando, ¿verdad?

Dannyl sonrió.

—Un poco.

—Lo siento.

—No te disculpes —dijo Dannyl—. Todos necesitamos despotricar un poco de vez en cuando.

Tayend soltó una risita y asintió.

—Sí, efectivamente. —Suspiró—. Bueno, es suficiente por ahora.

Miró hacia los campos iluminados por la luna; el silencio se desplegaba confortablemente entre ellos. De repente Tayend dio un hondo suspiro. Se puso en pie de un salto y entró a toda prisa en la casa, tambaleándose un poco por el efecto del vino. Preguntándose qué habría causado la repentina marcha de su amigo, Dannyl consideró ir tras él, pero decidió esperar y ver si regresaba.

Mientras se servía otra copa de vino, Tayend volvió a aparecer.

—Mira esto.

El académico extendió uno de los dibujos de la tumba sobre el regazo de Dannyl, y luego le alargó un enorme libro. Una de las páginas mostraba un mapa de las Tierras Aliadas y los países vecinos.

—¿Qué estoy mirando? —preguntó Dannyl.

Tayend señaló una fila de jeroglíficos en la parte superior del dibujo de la tumba.

—Estos hablan sobre un lugar: el lugar de donde procedía la mujer.

Dio un toquecito con el dedo en un jeroglífico en particular: una media luna y una mano cercaban un cuadrado con las esquinas redondeadas.

—No sabía qué significaba esto, pero me era familiar, y me llevó un rato identificar qué me recordaba. Hay un libro en la Gran Biblioteca que es tan antiguo que las páginas se deshacen en polvo si no las tocas con suavidad. Perteneció a un mago hace muchos siglos, Ralend de Kemori, que gobernó parte de Elyne antes de que Elyne fuera un país. Los visitantes escribían en este libro sus nombres, títulos y propósito de la visita, aunque casi todo estaba con la misma letra, por lo cual sospecho que habían contratado a un escriba para anotar los nombres de aquellos que no supieran escribir.

»Había un símbolo similar a este en una página. Lo recuerdo porque era la marca de un sello, no un trazo hecho con pluma. Y era de un rojo desteñido, pero todavía visible. El escriba había escrito «Rey de Charkan» a su lado.

»Por lo tanto, es razonable pensar que la mujer de la tumba provenía del mismo lugar, con un jeroglífico tan similar al sello. Pero ¿dónde está ese lugar llamado Charkan? —Tayend sonrió de oreja a oreja y dio un toquecito en el mapa—. Este es un viejo atlas que poseía el bisabuelo de Orrend. Fíjate bien.

Dannyl levantó el libro de las manos de Tayend y aproximó el globo de luz. Cerca de la punta del dedo de Tayend había una palabra en letra pequeña y un dibujo.

—Shakan Dra —leyó Dannyl en voz alta.

—Lo habría pasado por alto si no fuera por la media luna y la mano.

Al estudiar el resto del mapa, Dannyl parpadeó sorprendido.

—Este es un mapa de Sachaka.

—Sí. Las montañas. Es difícil asegurarlo a partir de esto, pero apostaría veinte de oro a que Shakan Dra está cerca de la frontera. ¿Estás pensando lo que yo pienso sobre cierta persona no mencionada que viajó a las montañas hace unos años?

Dannyl asintió.

—Sí.

—Creo que tenemos un nuevo destino que explorar.

—Aún es necesario seguir nuestra ruta planificada —le recordó Dannyl. No le gustaba mucho la idea de entrar en Sachaka. Considerando su historia, no tenía ni idea de si los lugareños lo recibirían bien—. Y Sachaka no es una de las Tierras Aliadas.

—Este lugar no está lejos de la frontera. A no más de un día de camino.

—No sé si tendremos tiempo.

—Podemos regresar a Capia un poco más tarde. Dudo que alguien haga preguntas si nos retrasamos. —Tayend volvió a su silla y se desplomó en ella.

—Unos días, quizá. —Dannyl observó a su amigo con atención—. Pero creía que no querías retrasarte.

Tayend hizo un ademán de indiferencia.

—No. ¿Por qué no?

—¿No hay alguien esperando tu regreso?

—No. A menos que te refieras al bibliotecario Irand. No se preocupará si me demoro unos días.

—¿Nadie más?

Tayend negó con la cabeza.

—Hummm. —Danyl asintió para sí mismo—. Así que no le has echado el ojo a nadie, como insinuaste en la fiesta de Bel Arralade.

El académico parpadeó sorprendido, y acto seguido miró a Dannyl de reojo.

—He despertado tu curiosidad, ¿no? ¿Y si te digo que no hay nadie esperando mi regreso porque esa persona no sabe de mi interés?

Dannyl rió entre dientes.

—Eres un admirador secreto, pues.

—Quizá.

—Puedes confiar en mí para guardarte el secreto, Tayend.

—Lo sé.

—¿Es Velend?

—¡No! —Tayend le dirigió una mirada de reproche.

Aliviado, Dannyl encogió los hombros a modo de disculpa.

—Le he visto en la biblioteca un par de veces.

—Estoy tratando de disuadirle —dijo Tayend haciendo una mueca—, pero piensa que lo hago solo para mantener las apariencias por ti.

Dannyl titubeó.

—¿Te estoy apartando de quien te interesa?

Para su sorpresa, Tayend parpadeó.

—No. Esa persona es, eh…

Ambos levantaron la mirada al oír pasos que se acercaban; Mayrie caminaba hacia ellos portando una linterna. Por el sonido, llevaba puestas unas pesadas botas bajo el vestido.

—Pensé que os encontraría aquí —dijo ella—. ¿Os gustaría acompañarme a dar un paseo entre las vides?

Dannyl se levantó.

—Sería un honor. —Miró a Tayend con aire expectante, pero se sintió desilusionado al ver que el académico negaba con la cabeza.

—He bebido demasiado, querida hermana. Me temo que te pisaría los pies o que me caería sobre las vides.

La mujer chasqueó la lengua en señal de desaprobación.

—Entonces quédate donde estás, beodo. El embajador Dannyl será una compañía más que apropiada. —Se colgó del brazo de Dannyl y le arrastró con delicadeza hacia el viñedo.

Caminaron en silencio un centenar de pasos, luego torcieron y se metieron entre las vides. Mayrie preguntó a Dannyl sobre las personas que había conocido en la corte, y qué opinión le merecían. Después, cuando llegaron al final de la hilera de vides, le dirigió una mirada calculadora.

—Tayend me ha hablado mucho de usted —dijo—, aunque no de su trabajo. Tengo la impresión de que es un asunto secreto.

—Probablemente no quiso aburrirla —respondió Dannyl.

La mujer lo miró de reojo.

—Si usted lo dice. Tayend me ha contado todo lo demás, sin embargo. No habría imaginado que un mago kyraliano fuera tan… Bueno, no habría imaginado que usted conservara su amistad, o al menos que se sintiera tan cómodo con ella.

—Tenemos cierta reputación de intolerantes, por lo que parece.

—Pero usted es una excepción. Tayend me habló de los rumores que le ocasionaron problemas como aprendiz, y asegura que el incidente le ha dado una mayor comprensión de la que tienen la mayoría de los magos. Creo que también le ha dado motivos para sentirse afortunado de haber nacido en Elyne. —Se interrumpió un momento—. Espero que no le importe que le hable de esto.

Dannyl negó con la cabeza, con la esperanza de haber parecido despreocupado. Le inquietaba, no obstante, escuchar a alguien que acababa de conocer hablar sobre su pasado privado de forma tan natural. Pero era la hermana de Tayend, se recordó. Tayend no le habría mencionado nada si no la considerara de confianza.

Llegaron al final del viñedo. Doblaron a la izquierda y ella empezó a andar de vuelta hacia la casa siguiendo la última hilera de vides. Mirando hacia la mansión, Dannyl se percató de que la silla donde había estado sentado Tayend se encontraba vacía. Mayrie se detuvo.

—Como hermana de Tayend, soy muy protectora con él. —Se volvió de cara al mago, con expresión seria y penetrante—. Si usted piensa en él como un amigo, tenga cuidado. Sospecho que está enamorado de usted, Dannyl.

Dannyl parpadeó sorprendido.

«¿De mí? ¿Soy yo el amor secreto de Tayend?»

Echó una mirada a la silla vacía. No era de extrañar que Tayend se hubiera mostrado tan evasivo. Dannyl se sentía… extrañamente complacido.

«Es halagador ser admirado por alguien», se dijo a sí mismo.

—Esto es una sorpresa para usted —dijo Mayrie.

Dannyl asintió.

—No tenía ni idea. ¿Está segura?

—Muy segura. No se lo habría contado si no fuera porque me preocupo por él. No le induzca a creer algo de usted que no sea cierto.

Dannyl frunció el ceño.

—¿Lo he hecho?

—Por lo que yo sé, no. —Hizo una pausa y sonrió, pero sus ojos seguían siendo duros—. Como he dicho antes, soy muy protectora con mi hermano pequeño. Solo quería avisarle… y hacerle saber que, si oigo que le ha herido de alguna forma, podría usted encontrar su estancia en Elyne menos confortable de lo que le gustaría.

Dannyl la observó con atención. Había acero en su mirada, y no le cabía duda de que lo que decía era cierto.

—¿Qué querría que hiciera yo, Mayrie de Porreni?

Su rostro se relajó, y le dio una palmadita en la mano.

—Nada. Solo tenga cuidado. Me gusta lo que he visto de usted, embajador Dannyl. —Dio un paso hacia delante y le plantó un beso en la mejilla—. Le veré mañana en el desayuno. Buenas noches.

A continuación, se dio la vuelta y se alejó caminando hacia la casa. Dannyl la observó y sacudió la cabeza. Claramente, su propósito al llevarle hasta allí había sido darle esa advertencia.

¿Había sugerido Tayend visitar a su hermana para que ella pudiera abordar a Dannyl? ¿Había planeado él que su hermana percibiera tanto, y revelárselo?

«Sospecho que está enamorado de usted, Dannyl.»

Se acercó al asiento que Tayend había dejado vacante y se sentó. ¿Cómo iba a afectar eso a su amistad? Frunció el ceño. Si Tayend no sabía que su hermana le había confesado el interés de él, y Dannyl continuaba comportándose como si no lo supiera, entonces todo seguiría igual.

«Pero sé que no —pensó—. Esto cambia las cosas.»

Su amistad dependía de lo bien que se tomara la noticia. Repasó sus sentimientos. Estaba sorprendido, pero no consternado. Incluso le complacía un poco saber que le gustaba tanto a alguien.

«¿O me gusta la idea por otros motivos?»

Cerró los ojos y descartó ese pensamiento. Había hecho frente a esas preguntas antes, y a sus consecuencias. Tayend era, y solo podría ser, un amigo.

Las entradas a los pasadizos secretos eran sorprendentemente fáciles de encontrar. La mayoría de ellas estaban localizadas en la zona interna de la universidad, lo cual tenía sentido, pues los arquitectos originales no habrían querido que un mero aprendiz tropezara con ellas. Los mecanismos para abrir las puertas en los paneles de madera se hallaban tras las pinturas y otros ornamentos de la pared.

Sonea había empezado a buscarlos nada más terminar la clase nocturna, en lugar de ir a la biblioteca. En los pasillos reinaba la calma, aunque no estaban completamente desiertos, lo cual era la razón por la que nunca se topaba con Regin y sus amigos a esa hora. Ellos preferían esperar hasta después de que abandonara la biblioteca, y estuvieran seguros de que la universidad estaba vacía.

Incluso así, mientras atravesaba los pasillos, se sentía tan tensa como la cuerda de un arco. Inspeccionó varias de las puertas ocultas antes de reunir el coraje para probar una. Aunque era tarde, no podía evitar preocuparse por si era observada. Finalmente, en un área poco usada de los pasadizos interiores, se atrevió a accionar una palanca ubicada detrás del cuadro de un mago que sostenía material de dibujo y un pergamino.

El panel giró hacia dentro silenciosamente, y la corriente de aire frío que manó le produjo un escalofrío. Rememorando la noche en que Fergun le había vendado los ojos y conducido a los túneles para encontrarse con Cery, recordó que también había percibido un cambio similar de temperatura.

Al mirar adentro, vio un pasadizo angosto y seco. Había esperado encontrarlo húmedo, con agua goteando, como los túneles bajo la ciudad. El Camino de los Ladrones estaba bajo el nivel del río, sin embargo; la universidad se erigía en un terreno más elevado… y, por supuesto, no habría nada de humedad en el segundo piso.

Preocupada por si alguien la veía parada al lado de la puerta abierta, Sonea entró. Soltó la puerta y esta se cerró, sumergiendo el túnel en la oscuridad. Le dio un vuelco el corazón, e hizo una mueca de dolor cuando el globo de luz que creó brilló con mayor intensidad de la que había previsto.

Al inspeccionar el pasadizo, notó que el suelo estaba cubierto con una gruesa capa de polvo. Su espesor era menor en el centro, donde el tránsito de pies lo había echado a un lado, pero sus botas habían dejado unas vagas huellas, indicando que nadie había pasado por ese camino durante algún tiempo. Todas sus dudas se evaporaron. No se toparía con nadie más en los pasadizos; eran suyos para poder explorarlos. Su propio Camino de los Ladrones.

Sacó el plano y emprendió la marcha. A medida que avanzaba, encontró y tomó nota de otras entradas. Los pasadizos secretos se restringían a los muros más amplios de la universidad, por lo que conformaban un sencillo patrón que era fácil de recordar. En poco tiempo dio una vuelta completa a la planta superior del edificio.

No había visto, sin embargo, ninguna escalera. Volvió a estudiar el mapa, y se fijó en las crucecitas aquí y allá. Se dirigió a la localización de una de ellas y examinó el suelo. Despejó el polvo con la punta del pie, destapando una ranura.

Se puso en cuclillas y apartó el polvo con ligeros barridos de magia. Como sospechaba, la ranura se doblaba en ángulo recto, una vez, dos veces… formando una escotilla en el suelo. Retrocedió, se concentró en la tabla de madera y la obligó a levantarse.

Se abrió hacia arriba, como si girara sobre bisagras, quedando al descubierto otro pasadizo debajo, y una escalera acoplada a la pared. Sonriendo para sí misma, Sonea descendió al primer piso.

La distribución de los pasadizos en el segundo nivel era casi idéntica a la del piso superior. Cuando hubo comprobado todos los pasadizos laterales, localizó otra escotilla y descendió a la planta baja. De nuevo, las galerías eran similares, y aunque había menos pasadizos laterales, encontró escaleras que se internaban bajo tierra.

La colmó de entusiasmo descubrir que los cimientos de la universidad eran un encadenamiento de túneles y cuartos vacíos, indicados por líneas discontinuas en el plano de la planta baja. No solo los túneles se abrían bajo el edificio, sino que se extendían más allás de los muros, bajo los jardines. Tomando una dirección que se alejaba de la universidad, Sonea notó que el pasadizo seguía una trayectoria descendente. Las paredes eran ahora de ladrillo, y colgaban raíces del techo. Al recordar el tamaño de los árboles por encima, comprendió que debía de estar a mucha mayor profundidad bajo tierra de la que había pensado.

Un poco más adelante el pasadizo terminaba en un punto donde se había derrumbado el techo. Dio media vuelta, preguntándose cuánto tiempo había pasado explorando. Era tarde. Muy tarde. No quería dar a Akkarin una razón para ir a buscarla, o peor, para que le ordenara volver a la residencia inmediatamente después de las clases nocturnas.

Así que, satisfecha por el éxito, emprendió el camino de regreso a los muros de la universidad, y emergió en un lugar donde sabía que las posibilidades de ser vista saliendo de los pasadizos secretos eran remotas.