El cielo empezaba a calentarse con el resplandor del amanecer cuando Sonea salió de las termas. El aire seguía siendo frío, sin embargo, así que creó una barrera a su alrededor y caldeó el aire en el interior. Cuando se detuvo para alisarse la túnica, una figura de verde surgió de la sección de las termas reservada a los hombres.
Su estado de ánimo se iluminó al reconocer a Dorrien. Como este planeaba marcharse esa mañana temprano, se habían despedido la noche anterior tras la cena en los aposentos de Rothen. Pero ahora tenía una oportunidad más de hablar con él antes de que se fuera.
—Debería haber imaginado que eras madrugador —dijo ella.
Darrien se volvió, parpadeando sorprendido.
—¡Sonea! ¿Qué estás haciendo levantada al amanecer?
—Siempre empiezo temprano. Así puedo hacer cosas sin que nadie me moleste.
El mago esbozó una sonrisa.
—Una sabia medida, aunque quizá ya no será necesario. Regin ya te deja tranquila, ¿verdad?
—Sí.
—Bien. —Le dirigió una extraña mirada, ladeando ligeramente la cabeza—. Iba a visitiar una vieja guarida mía antes de irme. ¿Quieres venir?
—¿Dónde está?
—En el bosque.
Sonea echó una ojeada a los árboles.
—¿Otro de tus lugares secretos?
Dorrien sonrió.
—Sí, pero esta vez es realmente secreto.
—¿Sí? Pero si me lo enseñas, entonces dejará de serlo.
—Supongo —dijo con una risita—. Es solo un lugar que solía visitar cuando era niño. Me escondía allí siempre que me metía en líos.
—Entonces estoy segura de que lo hacías a menudo.
—Por supuesto que sí. —Sonrió abiertamente—. Bueno, ¿vienes?
Sonea bajó la mirada a la caja. Su siguiente parada iba a ser el refectorio.
—¿Tardaremos mucho?
El sanador negó con la cabeza.
—Te traeré de vuelta a tiempo para las pruebas.
—Muy bien —dijo ella.
Echó a andar por el sendero que ascendía hasta el bosque. Caminando a su lado, Sonea pensó en la última vez que había tomado aquella ruta. Había sido una fría noche casi un año antes, cuando todavía era una «prisionera» del Gremio. Rothen había determinado que ella necesitaba aire fresco y algo de ejercicio. A no mucha distancia dentro del bosque había un antiguo cementerio, y Rothen le había explicado lo que le sucedía a los magos cuando morían.
Se estremeció al recordarlo. Cuando la vida de un mago llegaba a su fin, la mente renunciaba al Control sobre su poder. La magia remanente que quedaba en el cuerpo lo consumía, convirtiendo la carne y los huesos en cenizas y polvo. Dado que no quedaba nada que enterrar, nunca se sepultaba a los magos, así que la existencia del antiguo cementerio era un misterio.
La zancada de Dorrien era larga, y ella tuvo que andar con rapidez para mantener su ritmo. Repasando la conversación de la noche anterior, recordó lo ansioso que estaba por regresar a su hogar, pero ella no pudo evitar desear que se quedara un poco más. No recordaba haber disfrutado tanto en las últimas semanas. Aunque Rothen era una buena compañía, Dorrien era enérgico y siempre estaba buscando oportunidades para divertirse. Le había enseñado a levitar, y también varios juegos. Todos ellos tenían que ver con la magia, y era evidente que le entusiasmaba tener una compañera con la que practicarlos.
—¿Cómo es ser el único mago entre personas normales y corrientes? —preguntó.
Dorrien meditó la pregunta.
—Es satisfactorio y desafiante. La gente nunca olvida que eres diferente, independientemente de cuánto intimes con ellos. Se sienten incómodos porque puedes hacer algo que no entienden. Algunos de los granjeros no permiten que les toque, incluso aunque están más que felices de dejarme sanar a sus animales.
Sonea asintió.
—La gente de las barriadas también es así. Les aterrorizan los magos.
—La mayoría de los granjeros me tenían miedo al principio. Transcurrió mucho tiempo antes de que confiaran en mí.
—¿Te sientes solo?
—A veces. Aunque merece la pena. —Ya habían alcanzado la carretera, y Dorrien torció a la izquierda—. Hay algo bueno en lo que hago. Hay personas en esas montañas que habrían muerto si yo no hubiera estado por allí para ayudar.
—Eso debe de ser maravilloso, saber que has salvado la vida de alguien.
Dorrien sonrió.
—Es el mejor uso que se le puede dar a la magia. En comparación, el resto no es más que una serie de juegos frívolos. Padre no estaría de acuerdo, pero yo siempre he pensado que la alquimia es un desperdicio de poder, y en cuanto a las habilidades de guerrero… bueno, ¿qué puedo decir?
—Los alquimistas dicen que han creado e inventado cosas para hacer la vida de la gente más segura y cómoda —señaló Sonea—. Los guerreros dicen que son esenciales para la defensa de Kyralia.
El sanador asintió.
—Los alquimistas han realizado buenos trabajos, y no es prudente dejar que los magos olviden cómo defenderse. Supongo que tengo rencor a aquellos que pasan su tiempo satisfaciendo sus deseos cuando podrían estar ayudando a otros… a aquellos que malgastan su tiempo en pretenciosas aficiones.
Sonea sonrió al pensar en los experimentos de Dannyl con la transferencia de imágenes mentales al papel, abandonados desde que era embajador del Gremio en Elyne. Dorrien probablemente no aprobaría la «afición» de Dannyl.
—Hay demasiados alquimistas y no los suficientes sanadores —prosiguió Dorrien—. Los sanadores se dedican tan solo a aquellos con dinero y estatus porque no tienen tiempo para tratar a todo el mundo. Todos nosotros aprendemos sanación básica. No hay razón para que los alquimistas y los guerreros no puedan dedicar parte de su tiempo echando una mano a los sanadores. De esa forma podríamos ayudar a más gente.
»Yo trato a todo aquel que necesita mi ayuda: pastores, artesanos, granjeros, peregrinos de paso… No hay razón por la que los sanadores de aquí no deberían hacer lo mismo. Los artesanos aquí pagan impuestos, y parte de ellos se destinan al mantenimiento del Gremio. Deberían tener acceso a un servicio que se sustenta con su dinero.
El tono de su voz había crecido en intensidad. Era evidente que creía en ello pasionadamente.
—¿Y la gente de las barriadas? —inquirió ella.
Dorrien se detuvo en secó y se volvió para mirarla.
—También —dijo, empezando a caminar con un paso más lento—. Aunque creo que deberíamos vigilar cómo lo acometemos.
Sonea frunció el ceño.
—¿Eh?
—Las barriadas forman parte de un problema mucho mayor, y fácilmente podríamos malgastar mucho tiempo y esfuerzo. Son como (perdóname por la expresión) forúnculos en la piel de la ciudad: señalan problemas más profundos del cuerpo. Los forúnculos no desaparecerán mientras esos problemas no se traten.
—¿Problemas más profundos?
—Bueno —empezó Dorrien, mirándola—, si me ciño a mi analogía, diría que la ciudad se ha convertido en un viejo guerrero gordo comedor de dulces. No es consciente, o no se preocupa, de la glotonería que está destruyendo los sistemas de su cuerpo ni de la panza que lo afea. Ya está muy lejos de encontrarse sano, pero como no tiene ningún enemigo más del que preocuparse, es feliz viviendo recostado y dándose todos los gustos.
Sonea le observaba impresionada. Lo que estaba diciendo, se dio cuenta, era que el rey y las Casas eran glotones y vagos, y que el coste de eso lo pagaban el resto de los habitantes de la ciudad, como los de las barriadas. Dorrien la miró de nuevo, con incertidumbre en los ojos.
—O sea —agregó rápidamente—, que no estoy diciendo que no deberíamos hacer nada porque sea un problema demasiado grande. Deberíamos estar haciendo algo.
—¿Como qué?
El mago sonrió.
—Oh, pero no quiero arruinarte el paseo con mis críticas y delirios. Mira, ya estamos en la carretera.
Dorrien la guió por la calzada, pasando por las casas de los residentes ancianos del Gremio ya retirados. Cuando alcanzaron el final de la vía, se internó en el bosque, haciendo crujir la nieve bajo sus botas. Sonea le seguía detrás, pisando sobre las huellas que iba dejando el mago.
Pronto el terreno se hizo irregular. La pesada caja le difultaba el avance por el bosque, así que la dejó apoyada en un leño, protegida por una barrera mágica. La abrupta pendiente pronto le hizo perder el aliento. Finalmente Dorrien se detuvo y posó la mano en el tronco de un árbol gigantesco.
—El primer indicador. Recuerda este árbol, Sonea. Camina en la misma dirección que sigue la carretera hasta llegar a él, luego gira al este y asciende hasta que encuentres la muralla.
—¿La Muralla Exterior?
Asintió, y Sonea reprimió un gemido. El camino por el bosque hasta la Muralla Exterior debía de ser largo. Caminaron con dificultad por la nieve colina arriba durante varios minutos, hasta que Sonea empezó a jadear, falta de aliento.
—¡Para! —gritó cuando pareció que sus piernas no podrían llevarla más lejos.
Dorrien se giró y sonrió de oreja a oreja, pero a ella le produjo satisfacción ver que él también respiraba costosamente. Señaló un montón de rocas cubiertas de nieve más adelante.
—La muralla.
Sonea se quedó mirando la nieve, y entonces se dio cuenta de que las rocas, debajo, eran en realidad enormes bloques de piedra esparcidos por el bosque. Esos escombros eran todo lo que quedaba de la Muralla Exterior.
—Ahora —dijo Dorrien respirando entrecortadamente—, tomamos de nuevo rumbo al norte.
Antes de poder protestar, él ya se alejaba a grandes zancadas. Era más fácil caminar ahora que no trepaban la colina, y gradualmente recuperó el aliento. Dorrien llegó a un afloramiento de rocas, trepó sobre ellas y desapareció. Sonea siguió las marcas que había dejado en la nieve y se encontró en el interior de un pequeño círculo de rocas monolíticas. Por la profusión de árboles se dio cuenta de que ese lugar quedaría bien oculto cuando brotaran las hojas. A un lado el agua se ondulaba al caer por las rocas y se acumulaba en un estanque con los bordes congelados antes de derramarse por encima de otras rocas.
Dorrien aguardaba a varios pasos de distancia, sonriendo.
—Aquí está. El manantial. La fuente de agua del Gremio.
Sonea caminó hasta su lado y vio agua vertiéndose por una grieta en las rocas.
—Es maravilloso —dijo, alzando la mirada hacia Dorrien—. En verano debe de ser encantador.
—No esperes al verano —dijo Dorrien con los ojos brillantes—. Es igual de maravilloso en primavera. Solía visitar el lugar en cuanto la nieve empezaba a derretirse.
Sonea intentó imaginarse a Dorrien de niño, subiendo a duras penas la pendiente y sentándose allí él solo. El niño que llegó a ser un aprendiz del Gremio y luego un sanador. Ella también volvería allí, decidió. Sería un lugar al que acudir cuando necesitara estar un rato sola, alejada de Regin y de los demás aprendices. Tal vez esa había sido la intención de Dorrien todo el tiempo.
—¿En qué estás pensando, pequeña Sonea?
—Quiero darte las gracias.
El mago arqueó las cejas.
—¿Darme las gracias?
—Por hacer que Regin mordiera el cebo. Por llevarme al tejado de la universidad. —Soltó una risita—. Por enseñarme a levitar.
—Bueno —dijo, restándole importancia con un movimiento de la mano—. Eso fue fácil.
—Y por hacer que vuelva a divertirme. Supongo que casi creía que la diversión no formaba parte de ser mago. —Sonrió torciendo la boca—. Sé que tienes que irte, pero ojalá pudieras quedarte más tiempo.
El semblante de Dorrien se tornó serio.
—Yo también te echaré de menos, pequeña Sonea. —Dio un paso en su dirección, luego abrió la boca como para agregar algo más, pero de esta no surgió ninguna palabra. Sujetándole la barbilla con un dedo, le levantó la cabeza, se inclinó hacia ella y posó los labios sobre su boca.
Sonea se retiró un poco, sorprendida. Él estaba muy cerca, con ojos brillantes e interrogantes. De repente, la joven tenía la cara muy caliente, y el corazón le latía muy deprisa. Sonreía tontamente y, aunque lo intentó, no pudo parar. Dorrien rió suavemente, y entonces se inclinó para besarla de nuevo.
Esta vez el beso se alargó por más tiempo, y ella fue consciente de la suavidad y calidez de sus labios. Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda, pero no tenía frío. Cuando él se apartó, Sonea se balanceó un poco hacia delante, prolongando el contacto.
El mago dio un paso hacia atrás, y su sonrisa se desvaneció.
—Lo lamento, eso fue injusto por mi parte.
La chica tragó saliva. Y recuperó el habla.
—¿Injusto?
Se miró los pies, con expresión seria.
—Porque me marcho. Porque tú podrías querer o necesitar a alguien más entre ahora y quién-sabe-cuándo, y alejar a otros pretendientes de ti por mi culpa.
Sonea rió, con cierta amargura.
—Lo dudo.
Dorrien la miró con recelo, y Sonea frunció el ceño. ¿Pensaría ahora que sus atenciones hacia ella eran bien recibidas solo porque creía que nadie más se interesaría jamás en ella, en un sentido romántico?
¿Lo creía? Hasta hacía un momento ni siquiera había considerado la posibilidad de que él pudiera ser algo más que un simple amigo. Sacudió la cabeza y sonrió.
—Menuda sorpresa me has dado esta vez, Dorrien.
Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
¿Dorrien?
Sonea reconoció la voz mental de Rothen.
Padre, respondió Dorrien.
¿Dónde estás?
Salí a dar un paseo matutino.
El mozo de cuadra está aquí.
Volveré pronto.
Dorrien puso una mueca de disculpa.
—Me temo que tardamos más en llegar aquí de lo que pensé.
Sonea sintió una punzada de inquietud. ¿Llegaría tarde a los exámenes de primer año?
—Vamos.
Pasaron con dificultad sobre las rocas e iniciaron el camino de regreso. Tras varios minutos caminando a paso rápido por el bosque, encontraron el leño donde había dejado la caja. No mucho después, llegaron a la carretera y pudieron echar a correr.
De cuando en cuando lanzaba miradas a Dorrien, preguntándose qué estaría pensando. Otras veces notaba que él la observaba, y sonreía cuando ella alzaba la mirada al encuentro de sus ojos. Alargó el brazo y la tomó de la mano. Sus dedos eran cálidos, y se sintió decepcionada cuando tuvieron el Gremio a la vista y él dejó caer la mano a un costado.
Cuando se aproximaban al alojamiento de los magos, Rothen salió a su encuentro dando grandes zancadas.
—Tu caballo te espera delante, Dorrien. —Rothen los miró de arriba a abajo, y alzó las cejas al percatarse de la nieve en su calzado y en sus túnicas—. Será mejor que os sequéis.
El vapor se elevó en nubecitas de las ropas de Dorrien mientras echaban a andar por el sendero que corría junto a la universidad. Sonea se concentró y calentó al aire alrededor de su túnica para secarla. Un sirviente se reunió con ellos frente a la escalera de la universidad, sosteniendo las riendas del caballo de Dorrien.
Dorrien envolvió primero a Rothen, luego a Sonea, en un fuerte abrazo.
—Cuidaos el uno al otro —dijo.
—Cuídate tú también —respondió Rothen—. Y no te metas en tormentas de nieve solo por llegar a casa antes.
Dorrien montó en la silla de un salto.
—¡No ha habido nunca una tormenta que pudiera impedirme llegar a casa!
—Entonces ¿de qué te has estado quejando las pasadas cuatro semanas?
—¿Yo? ¿Quejarme?
Riendo, Rothen se cruzó de brazos.
—Largo de aquí, Dorrien.
Dorrien sonrió con una mueca.
—Que te vaya bien, padre.
—Hasta pronto, Dorrien.
Los ojos de Dorrien titilaron con un pestañeo en busca de los de Sonea. Esta sintió un contacto vacilante en el borde de su mente.
Hasta pronto, Sonea. Aprende rápido.
Después el caballo de Dorrien se alejó, franqueando al galope las puertas e internándose en las calles cubiertas de nieve de la ciudad.
Permanecieron durante unos minutos contemplando las puertas. Rothen suspiró y se volvió a mirar a Sonea. Entornó los ojos.
—Hummm —dijo—. Algo pasa aquí.
La chica mantuvo una expresión neutral.
—¿Como qué?
—No te preocupes. —Sonrió de manera cómplice y empezó a subir la escalera de la universidad—. Lo apruebo. No creo que la diferencia de edad importe. Son solo unos pocos años. Te das cuenta de que tienes que quedarte aquí hasta la graduación, ¿verdad?
Sonea abrió la boca para protestar, pero entonces la cerró al captar un movimiento en el vestíbulo. Se aferró al brazo de Rothen.
—Me da igual que especules, Rothen —dijo en voz baja—. Pero te agradecería que lo hicieras en privado.
El mago frunció el ceño y la miró sorprendido. Ella mantenía su atención en el portal. Cuando entraron, la sala retumbó con el eco de unos pasos rápidos en los escalones. Sonea levantó la mirada y vislumbró la figura familiar de un aprendiz precipitándose escalera arriba.
Se le encogió el estómago. Había captado con claridad la expresión del semblante de Regin antes de que este se escabullera fuera de su vista. Puede que se hubiera ganado la hiriente compasión de los profesores ahora que Regin había sido pillado tendiéndole una trampa, pero dudaba que se hubiera librado de su acoso. La preparación de los exámenes de primer año había mantenido al chico ocupado, pero Sonea sospechaba que estaba planeando una venganza especialmente desagradable.
—Te veré esta noche —dijo a Rothen.
Este asintió con solemnindad.
—Buena suerte, Sonea. Sé que lo harás bien.
La chica sonrió, y empezó a subir la escalera. Arriba, cautelosamente, se internó en el pasillo. La universidad estaba llena de aprendices; sus voces bajas y sus expresiones tensas creaban una atmósfera de expectación y temor. Llegó hasta su aula y entró.
Regin estaba sentado en su sitio habitual, observándola detenidamente. Se volvió, hizo una reverencia a los dos profesores que presidían la clase y se dirigió a su asiento. Abrió la caja y sacó el proyecto de historia que lord Skoran les había impuesto. Al hojear las páginas se sintió aliviada por encontrarlas en orden, sin daño alguno. Aunque estaban intactas cuando selló la caja antes de abandonar su habitación, casi había esperado descubrir que Regin había llegado de algún modo hasta ellas.
Skoran asintió a modo de aprobación cuando le tendió las páginas. Para su satisfacción, las guardó en una caja bajo candado.
En todo momento fue consciente de que Regin la observaba. Mientras regresaba a su asiento ignoró el rostro que veía por el rabillo del ojo. Se quedó mirando a los últimos aprendices que entraban en el aula y entregaban sus trabajos al profesor. Cuando todos estuvieron presentes, lord Vorel dio un paso al frente y se plantó delante de ellos con los brazos cruzados.
—Hoy completaréis vuestros exámenes de primer año en habilidades de guerrero —les informó—. Se os requerirá que luchéis contra todos los integrantes de la clase, y seréis puntuados de acuerdo con vuestra habilidad, Control y, por supuesto, número de victorias. Por favor, seguidme.
Sonea se levantó con el resto de la clase. Mientras los primeros aprendices salían en fila de la sala, Regin se volvió para mirarla a los ojos. El muchacho sonrió con dulzura.
Aunque había ganado mucha práctica en devolverle las miradas con una fría indiferencia, un escalofriante temor se abatió esta vez sobre Sonea. Continuaba siendo mucho más fuerte que los demás aprendices, pero las restricciones que le había impuesto Vorel le impedían utilizar todo su poder en beneficio propio. De algún modo el escudo interior que desplegaba alrededor de los aprendices para protegerles cuando luchaban le decía si sus azotes eran más potentes de lo que él consideraba apropiado. Regin seguía siendo mejor que ella en habilidades de guerrero, y aunque el chico ya no recibía lecciones de lord Balkan, nada le impedía dar clases adicionales con lord Garrel.
Cuando salió del aula, un sirviente con uniforme de mensajero se detuvo a su lado dando un patinazo.
—Lady Sonea —dijo el hombre—. He sido enviado con la petición urgente de que debe regresar a los aposentos de Rothen inmediatamente.
Miró sorprendida a lord Vorel. El mago frunció el ceño.
—No podemos esperar por ti, Sonea. Si no has regresado dentro de una hora, tendremos que concertar una prueba a principios del próximo año.
Sonea asintió. Dio las gracias al mensajero y echó a andar por el pasillo.
¿Por qué habría enviado Rothen a buscarla? A duras penas le habría dado tiempo a llegar a sus habitaciones desde que se separaron. Tal vez había descubierto que Regin tenía algo planeado, y la había llamado para impedirlo.
Sacudió la cabeza. Rothen no haría eso. Trataría de alertar a Vorel de los planes de Regin antes que obligarla a ausentarse de un examen importante.
A no ser que simplemente quisiera contarle lo que debía esperar de Regin. Tal vez quería sugerirle un modo de volver en su favor lo que fuera que tuviera preparado, y siempre podría regresar a la Arena a tiempo para los combates.
Pero si era eso, ¿por qué no se había encontrado con ella simplemente fuera del aula?
¿Y por qué no estaba él en su aula, preparando el examen a su propia clase?
Frunció el ceño mientras descendía a la planta baja de la universidad. ¿Y si existía alguna otra razón para la citación? El mensajero no había especificado que el mensaje proviniera de Rothen. En ese caso, Rothen podría ser el motivo por el que había sido citada. Podría estar enfermo. No era viejo, pero tampoco joven. Podría estar…
«¡Deja de preocuparte! —se dijo a sí misma—. Seguro que no es nada serio.»
No obstante, atravesó el patio hacia el alojamiento de los magos a medio correr. Su corazón se desbocó mientras subía a toda prisa la escalera y recorría el pasillo hasta las habitaciones de Rothen.
La puerta se abrió con tan solo tocarla. Rothen, de pie junto a la ventana, se volvió cuando ella entró. Sonea abrió la boca para formular la pregunta que tenía en la punta de la lengua, pero se contuvo al detectar la expresión de advertencia en él.
Sintió la presencia primero. Era tangible, nítida. Llenaba la habitación como humo, espeso y sofocante. El terror le aceleró el corazón, pero se las arregló para componer una expresión que esperaba que mostrara solo sorpresa y respeto.
«No sabes por qué está aquí —se dijo a sí misma mientras se giraba—. No dejes que vea que le tienes miedo.»
Con los ojos clavados en el suelo, de cara al visitante, Sonea hizo una reverencia.
—Mis disculpas, Gran Lord.
Este no respondió.
—Sonea. —La voz de Rothen era débil y tensa—. Ven aquí.
Miró a Rothen y sintió que se le retorcía el estómago. Su rostro mostraba una palidez casi enfermiza. Hizo una seña, y su mano tembló ligeramente. Turbada por aquellas señales de miedo, se apresuró a su lado.
La voz de Rothen sonó sorprendentemente tranquila cuando se dirigió al Gran Lord.
—Aquí está Sonea, como vos solicitasteis, Gran Lord. ¿En qué podemos serviros?
Akkarin fijó una mirada en Rothen que a ella la habría transformado en hielo.
—Estoy aquí para descubrir la fuente de cierto… rumor. Un rumor que proviene del administrador y que os concierne a ti y a tu aprendiz.
Rothen asintió. Parecía estar escogiendo sus siguientes palabras con sumo cuidado.
—Creí que ese rumor sobre nosotros había cesado. Nadie pareció darle crédito y…
Los oscuros ojos relampaguearon.
—No ese rumor. Me estoy refiriendo a cierto rumor sobre mis actividades nocturnas. Un rumor que debe cesar.
Sonea sintió que una mano se le cerraba en torno a su garganta, haciéndole difícil respirar. Rothen fruncía el ceño y movía la cabeza de lado a lado.
—Estáis confundido, Gran Lord. Nada sé de sus…
—No me mientas, Rothen. —Akkarin entornó los ojos—. No habría venido hasta aquí si no tuviera la certeza. —Dio un paso hacia ellos—. Acabo de leerlo en la mente de Lorlen.
Rothen se puso blanco como el papel y se quedó mirando a Akkarin en silencio.
«Si Akkarin ha leído la mente de Lorlen —pensó ella—, ¡entonces lo sabe todo!»
Sintió que sus rodillas flaqueaban, y, temiendo desplomarse en el suelo, asió el alféizar de la ventana detrás de ella.
El Gran Lord esbozó una leve sonrisa.
—Vi muchas cosas que me impresionaron: cómo Sonea visitó el Gremio cuando aún era una descarriada, y lo que presenció aquella noche; cómo Lorlen lo descubrió cuando la sometió a una lectura de la verdad durante la Vista por la tutela, y que os ordenó a ambos mantener el descubrimiento en secreto hasta hallar una solución que posibilitara imponer la ley del Gremio. Una sensata decisión. Y afortunada para todos vosotros.
Rothen se irguió y alzó la cabeza para mirar a Akkarin nuevamente a la cara.
—No le hemos contado a nadie ni una palabra.
—Eso dices tú. —La voz del Gran Lord se suavizó, pero no perdió nada de su frialdad—. He de saberlo con certeza.
Sonea oyó la abrupta inspiración de Rothen. Los dos magos se miraban el uno al otro de hito en hito.
—¿Y si me niego?
—Tomaré las medidas que me obligues a tomar, Rothen, las que sean. No puedes evitar que lea tu mente.
Rothen apartó la mirada. Bruscamente, Sonea recordó la descripción de Cery de cómo Akkarin leía la mente. Cery le había contado que cuando Akkarin descubrió que Fergun le tenía prisionero en una habitación bajo la universidad, este había permitido que el Gran Lord le leyera la mente para confirmar la verdad. Había sido una tarea fácil, completamente diferente a compartir la mente con Rothen o a la lectura de la verdad de Lorlen, y ella había sacado la conclusión de que la leyenda acerca de que Akkarin era capaz de leer las mentes, estuvieran o no dispuestos a ello, debía de encerrar cierta verdad.
Rígidamente, como si sus huesos fueran los de un hombre veinte años más viejo, Rothen se acercó al Gran Lord. Sonea se quedó mirándole, incapaz de creer que se rindiera tan fácilmente.
—Rothen…
—Está bien, Sonea. —La voz de Rothen sonaba forzada—. Quédate donde estás.
Akkarin cubrió la distancia entre su posición y el tutor de Sonea con un par de zancadas y colocó las manos a ambos lados de la cabeza de Rothen. Cerró los ojos y su rostro se suavizó y adquirió una inesperada expresión de paz.
Rothen tomó aire bruscamente y tragó saliva. Las manos a cada lado se cerraron y se abrieron. Sonea dio un paso adelante y se detuvo. No se atrevía a interferir. ¿Y si provocaba que Akkarin hiciera daño a Rothen? Frustrada, aterrorizada, cerró los puños hasta que sintió que las uñas se le clavaban en la palma de las manos.
Los dos magos permanecieron inmóviles y en silencio durante un período de tiempo interminablemente largo. Entonces, sin previo aviso, Akkarin respiró hondo y abrió los ojos. Contempló al hombre parado ante él durante un instante, luego retiró las manos y se apartó.
Sonea observaba ansiosa a Rothen, que respiraba con inspiraciones largas e irregulares, y se tambaleaba un poco. Akkarin se cruzó de brazos, observando al viejo mago. Sonea avanzó con cautela y tomó del brazo a Rothen.
—Estoy bien —dijo fatigosamente—. Estoy bien. —Se frotó las sienes e hizo una mueca, después le apretó una de las manos para confirmárselo.
—Ahora Sonea.
Una descarga de terror frío le atravesó el cuerpo. Sintió que las manos de Rothen apretaban con más fuerza.
—¡No! —protestó Rothen con la voz quebrada. Le pasó un brazo de forma protectora sobre los hombros—. Ya lo sabéis todo. Dejadla en paz.
—No puedo.
—Pero ya lo habéis visto todo —protestó Rothen—. Ella solo es una…
—¿Una niña? —Akkarin alzó las cejas—. ¿Una chica? Vamos, Rothen. Sabes que esto no la lastimará.
Rothen tragó con dificultad, y lentamente se volvió hacia ella. La miró a los ojos.
—Lo sabe todo, Sonea. No hay nada que ocultar. Deja que lo confirme por sí mismo si debe hacerlo. No te hará daño.
Sus ojos, aunque empañados, permanecieron firmes. Sonea sintió que le apretaba las manos, y luego se las soltó. Rothen se apartó, y una terrible sensación de traición afloró.
Confía en mí. Debemos cooperar. Es todo lo que podemos hacer por ahora.
Oyó las pisadas de Akkarin detrás de ella. Su corazón se desbocó cuando quedó frente a él. La túnica negra emitió un suave susurro cuando el Gran Lord se acercó. Ella retrocedió y sintió las manos de Rothen en los hombros.
Akkarin, frunciendo el ceño, alargó las manos hacia ella. Unos dedos fríos le acariciaron el rostro y Sonea se estremeció. Entonces le presionó firmemente las sienes con las palmas de las manos.
Una presencia tocó su mente, pero que no albergaba personalidad alguna. No percibió pensamientos ni sentimientos. Tal vez no tenía emociones. La idea no era reconfortante.
De súbito, una imagen rasgó su mente como un relámpago. Sonea se sobresaltó, dándose cuenta de que había estado esperando a que el intruso se topara con las barreras de su mente. De algún modo las había superado. Comprobó sus defensas y vio que seguían intactas, pero la presencia del mago no era suficientemente tangible para encontrar resistencia.
La misma imagen seguía destellando intermitentemente en su cabeza. Era la de la habitación subterránea bajo su residencia, vista desde el otro lado de la puerta. Emergió un recuerdo de la escena que había presenciado la noche en la que estuvo espiándolo.
Algo se aferró a ese recuerdo y empezó a revisar los detalles. Sonea se acordó de cómo Lorlen había manipulado sus recuerdos, y cómo ella había sido capaz de ocultarlos con su voluntad, borrándolos de sus pensamientos. Quizá pudiera hacer lo mismo ahora. Intentó silenciar el recuerdo, pero la lectura mental continuó sin pausa. Sus esfuerzos no surtían ningún efecto, comprendió, porque Akkarin tenía el control del recuerdo, mientras que Lorlen se había limitado a guiar y a alentar.
El descubrimiento la llenó de pánico. Desesperada, intentó ahogar el recuerdo con otros pensamientos e imágenes.
«Detén esto.»
Las palabras iban acompañadas de un trasfondo de ira. Sonea hizo una pausa, sintiendo un ramalazo de triunfo al comprender que había encontrado un modo de obstaculizarle. Su miedo se endureció, afianzándose en su determinación. Evocó lecciones, listas de acontecimientos, imágenes de trabajos que había realizado. Lo bombardeó con ilustraciones sacadas de libros de texto y poemas sin sentido que había descubierto en la biblioteca. Le arrojó recuerdos de las barriadas, retazos intrascendentes, ordinarios, de su pasado.
Apareció la imagen mental de una tormenta; un remolino de imágenes que mantenían al mago atrapado en su centro. Sonea no sabía si era real, o algo que su propia mente había creado…
¡Dolor! Cuchillos hendidos en su cráneo. Un grito llegó hasta sus oídos. Comprendiendo que lo había emitido ella, abrió los ojos y su consciencia se balanceó entre el mundo interior y el exterior. Unas manos le apretaron con fuerza los hombros. Le llegó una voz por encima de ella:
—Deja de luchar conmigo —exigió.
Unas manos le apretaron con fuerza las sienes. Sonea se retiró bruscamente a los dominios de su mente. Desorientada y conmocionada por el dolor, intentó recobrar cierto sentido del equilibrio. La presencia retornó a la tarea de desenterrar los recuerdos que buscaba. Evocaba imagen tras imagen sin misericordia. Esta vez se encontró reviviendo los momentos en la plaza Norte. Una vez más, tiraba la piedra y huía del fuego de los magos. Cuartos y pasadizos de las barriadas pasaban en un abrir y cerrar de ojos. El día que había sentido la mente escrutadora de Rothen y ella instintivamente le había ocultado su presencia. Cery, Harrin y su banda. Farén, uno de los ladrones. Senfel, el mago de los ladrones.
Después se halló avanzando sigilosamente por el bosque en los terrenos del Gremio. Los recuerdos se perfilaban, eran examinados detenidamente. Una vez más trepó al muro del alojamiento de los sanadores y observó a los aprendices en su interior. Una vez más sintió las vibraciones que rodeaban la Arena. Escudriñó a través de las ventanas de la universidad. Su excursión la llevó de vuelta a la parte trasera del Gremio y miró al interior del alojamiento de los aprendices y al bosque más allá. Luego, después de que Cery se fuera a robar los libros, ella se deslizó hacia el extraño edificio gris de dos plantas. Llegó un sirviente, y la obligó a retirarse bajo los arbustos. Luego, al ver la luz que salía por los pozos de ventilación, se agachó y atisbó por ellos.
Un tenue destello de irritación tocó sus sentidos.
«Sí —pensó—, yo también estaría enfadada si mis secretos fueran descubiertos tan fácilmente.»
Vio al hombre cubierto de sangre quitarse la ropa, limpiarse y desaparecer. Cuando regresó envuelto en una túnica negra, habló a su sirviente. «La lucha me ha debilitado. Necesito tu fuerza.» El hombre sacó una daga reluciente y practicó un corte en el brazo del sirviente, para luego posar la boca sobre la herida. Una vez más, ella detectó la sensación de una magia extraña.
El recuerdo se detuvo abruptamente, y no sintió nada proveniente de la mente que merodeaba tras la suya. Se preguntó qué estaría cavilando…
¿Has permitido que algún otro sepa esto aparte de Lorlen y Rothen?
No, pensó ella.
Se relajó, segura de que aquello era todo lo que buscaba, pero un implacable interrogatorio siguió a continuación, mientras la presencia rebuscaba en su memoria. Exploró partes de su vida, desde la infancia hasta las lecciones en la universidad. Inspeccionó sus sentimientos, desde su cariño hacia Rothen hasta su persistente lealtad hacia Cery y la gente de las barriadas, pasando por sus recientes sentimientos hacia Dorrien.
Y, espontáneamente, apareció la ira que sentía hacia él por hacerle aquello. El mago buscó sus sentimientos acerca de la práctica de la magia negra, y la mente de ella respondió con desaprobación y temor. ¿Le desenmascararía si pudiera? ¡Sí! Pero solo si sabía que Rothen y los otros no serían lastimados.
Entonces la presencia se desvaneció y sintió que cesaba la presión en sus sienes. Abrió los ojos y pestañeó. Akkarin le había vuelto la espalda y se paseaba lentamente lejos de ella. Sintió las manos de Rothen sobre sus hombros, firmes y tranquilizadoras.
—Ambos me desenmascararíais si pudiérais —dijo Akkarin. Guardó silencio durante un tiempo, después se volvió para mirarles de frente—. Reclamaré la tutela de Sonea. Sus aptitudes están a un nivel avanzado y, como conjetura Lorlen, su fuerza es inusualmente elevada. Nadie cuestionará mi decisión.
—¡No! —exclamó Rothen jadeando. La agarró con fuerza.
—Sí —replicó Akkarin, girándose de cara a ellos—. La chica certificará tu silencio. Mientras sea mía, nadie sabra por ti que practico la magia negra. —Sus ojos se clavaron en los de Sonea—. Y el bienestar de Rothen será mi garantía de que tú cooperarás.
Sonea lo miraba aterrorizada. ¡Iba a ser su rehén!
—No hablaréis entre vosotros más que para evitar levantar sospechas. Os comportaréis como si no hubiera ocurrido nada más inusual que un cambio de tutela. ¿Entendido?
Rothen dejó escapar un ruido ahogado. Sonea se volvió hacia él, alarmada. Este la miró y en sus ojos detectó un sentimiento de culpa.
—No me hagas plantearme una solución alternativa —advirtió Akkarin.
La voz de Rothen sonó forzada cuando respondió.
—Lo entiendo. Haremos lo que pedís.
—Bien.
Akkarin dio un paso en su dirección. Sonea levantó la mirada hacia él; el Gran Lord la observaba intensamente.
—Hay una habitación en mi residencia para el aprendiz del Gran Lord. Vendrás conmigo ahora, y más tarde enviaré a un sirviente a buscar pertenencias.
Sonea, con un nudo en la garganta, miró a Rothen. Este buscó sus ojos.
Lo lamento.
—Ahora, Sonea. —Akkarin señaló la puerta. Esta se abrió.
Sintió que Rothen aflojaba las manos y que la empujaba con la mayor suavidad. Mirando a Akkarin, se dio cuenta de que no quería que Rothen viera que se la llevaba a rastras. Él encontraría un modo de ayudarla. Él haría todo lo que pudiera. Por el momento, no tenían otra alternativa sino obedecer.
Inspiró profundamente, se apartó de Rothen y salió al pasillo. Akkarin echó a Rothen una última mirada calculadora y a continuación se encaminó hacia la puerta. Cuando el Gran Lord la franqueó, Rothen entornó los ojos con odio.
Después la puerta se cerró y Akkarin desapareció de su vista.
—Adelante —dijo este—. La habitación para el aprendiz de mi residencia no ha visto un ocupante en muchos años, pero ha estado siempre preparada para recibir a uno. La encontrarás mucho más cómoda que las del alojamiento de los aprendices.