Un dulce jugo inundió la boca de Sonea cuando sus dientes atravesaron la piel del pachi. Sostuvo la fruta amarilla con la dentadura y pasó las páginas del libro de Poril hasta que encontró el diagrama correcto.
—Aquí está —dijo después de sacarse la fruta de la boca—. El sistema sanguíneo. Lady Kinla dijo que teníamos que memorizar todas las partes.
Poril bajó la vista hacia la página y gruñó.
—No te preocupes —le aseguró ella—. Idearemos algún método que te ayude a acordarte. Rothen me ha enseñado algunos ejercicios realmente útiles para recordar listas.
Sonea reprimió un suspiro al ver su expresión dubitativa. Había descubierto rápidamente la razón por la que Poril tenía problemas con sus estudios. No era inteligente ni fuerte, y los exámenes le producían ataques de pánico. Lo peor de todo era que se sentía tan desmoralizado por ese motivo que se rendía antes de intentarlo.
Pero también estaba ávido de camaradería. Aunque Sonea no había visto que los otros aprendices se comportaran de una forma deliberadamente cruel con el chico, era evidente que este no les gustaba. Pertenecía a la Casa Heril, la cual no tenía el favor de la corte por razones que aún no había descubierto. Poseía varios hábitos irritantes, el peor de los cuales era una ridícula risa aguda que le hacía rechinar los dientes.
El resto de la clase también la ignoraba a ella. Se había percatado enseguida de que no la evitaban a propósito, no obstante, y que no les disgustaba de la misma forma que lo hacía Poril. Era sencillamente que cada uno de ellos había entablado una íntima amistad con algún otro compañero, y no tenían deseos de incluir a un tercero.
Trassia y Narron eran claramente algo más que simples amigos.
Sonea les había visto cogerse de la mano en varias ocasiones, y reparó en que lord Ahrind no quitaba ojo a la pareja. Narron ya había decidido ser sanador, y sus resultados en dicha materia eran los mejores de la clase. Trassia también se interesaba más por la sanación, pero de un modo pasivo, lo que sugería que su interés se debía solo al entusiasmo de Narron… o a la creencia de que las mujeres estaban mejor capacitadas para esta disciplina.
El único elyneo de la clase, Yalend, pasaba el tiempo con Seno, el parlanchín muchacho vindeano. Hal, el chico laniano de rostro rígido, y Benon, su amigo kyraliano, formaban la pareja restante. Aunque más callados que los chicos de la clase de Regin, estos cuatro todavía hablaban incesantemente de carreras de caballos, contaban improbables historias sobre las chicas de la corte y se gastaban bromas como si aún fueran unos chiquillos.
Y todavía lo eran, llegó a comprender ella. Los niños de las barriadas crecían rápido porque no tenían más remedio. Aquellos aprendices habían pasado sus vidas en ambientes de lujo, y tenían menos motivos para madurar rápido que sus hermanos y hermanas, que vivían fuera del Gremio.
Hasta que se graduaran, estaban libres de cualquier responsabilidad familiar, ya fuera su presentación en la corte, el matrimonio o la administración de cualquier «interés» generador de ingresos, agrícola o industrial, en el que su familia estuviera envuelto. Unirse al Gremio proporcionaba a su infancia cinco años adicionales.
Aunque Poril era un año mayor, a veces se comportaba como el más infantil de todos los aprendices. Su simpatía hacia ella parecía genuina, pero sospechaba que el chico estaba complacido de no ser ya el aprendiz de posición social más baja.
Regin, para su sorpresa y alivio, la había ignorado desde que abandonara su clase. Lo divisaba en el refectorio todos los días, y en ocasiones veía a su banda reunida en los pasillos antes de las clases, pero no hacía ningún intento por hostigarla. Incluso el rumor que había circulado referente a su relación con Rothen formaba parte del olvido. Los profesores ya no la miraban con recelo, y raras veces oía susurrar el nombre de Rothen al andar por el pasillo.
—Si tan solo supiéramos qué partes nos mandará nombrar… —Poril suspiró—. Las grandes, supongo, y un par de las pequeñas.
Sonea se encogió de hombros.
—No malgastes el tiempo intentando adivinar qué preguntará. Te supondrá tanto esfuerzo como memorizarlo todo.
Sonó un gong. Sonea pudo ver entre los árboles que los demás aprendices reunían de mala gana sus pertenencias y se apresuraban hacia la universidad. Sonea y Poril, al igual que ellos, habían pasado el descanso de enmedio en el exterior, disfrutando la rara calidez de un soleado día de otoño. Se levantó y se estiró.
—Después de clase iremos a la biblioteca y estudiaremos.
Poril asintió.
—Si tú quieres…
Caminando velozmente, salieron de los jardines hacia la universidad. Los demás aprendices ya estaban sentados en el aula. Lord Skoran entró en la sala mientras Sonea tomaba asiento.
El mago, tras colocar un montoncito de libros, se aclaró la garganta y se colocó frente a los aprendices. Entonces un movimiento en la puerta atrajo su atención. Toda la clase se volvió para observar a las tres figuras que entraban en el aula. Al ver a Regin entre ellos, Sonea sintió un escalofrío de aprensión.
El rector Jerrik paseó la mirada por el aula. Sus ojos saltaban de un rostro a otro. Frunció el ceño cuando se topó con los de ella, y a continuación miró al aprendiz que le acompañaba.
—Regin ha completado con éxito los exámenes de mitad de año. —La voz habitualmente severa de Jerrik denotaba cierta desgana—. Le he trasladado a vuestra clase.
A Sonea se le encogió el estómago. Los magos seguían hablando, pero fue incapaz de centrar su atención en las palabras. Sentía una opresión en el pecho, como si una mano invisible la hubiera envuelto y estuviera apretando. El latido de su corazón sonaba cada vez con más fuerza, hasta palpitarle en los oídos.
Entonces se acordó de respirar.
Cerró los ojos, presa de una repentina sensación de vértigo. Cuando volvió a abrirlos, Regin lucía su sonrisa más encantadora. Paseaba la mirada de los otros aprendices a ella. Aunque en su boca permanecía fija la misma sonrisa amplia, y ningún músculo de su cara parecía moverse, de algún modo su expresión se transformaba por completo.
Ella apartó los ojos.
«Esto es imposible. ¿Cómo ha podido ponerse al día? Seguro que ha hecho trampa.»
Pero no veía cómo podría haber engañado a los profesores y aun así superar los exámenes. Eso solo dejaba una posibilidad. Debía de haber empezado a estudiar por su cuenta no mucho después que ella, probablemente en cuanto se enteró de sus intenciones. Y lo había hecho en secreto, casi seguramente con la ayuda de su tutor.
Pero ¿por qué? Todos sus amigos estaban en la otra clase. Tal vez creía que lograría reunir a otra banda de admiradores. Sintió un cosquilleo de esperanza. Era improbable que él pudiera romper los emparejamientos que aquella clase tenía firmemente establecidos. A no ser que…
Conociendo a Regin, una vez decidido a hacer el esfuerzo para avanzar a la siguiente clase, habría intentado entablar amistad con todos sus aprendices. Se habría asegurado de que sería bienvenido.
Sonea miró alrededor y se sorprendió al ver que Narron contemplaba a Regin con el ceño fruncido. El muchacho parecía contrariado. Entonces recordó la firmeza con que le habían dicho que esa clase no tenía tiempo para «andarse con jueguecitos».
Así que quizá Regin no había entablado ninguna amistad con sus nuevos compañeros de clase. Y aun así había hecho un gran esfuerzo para subir de nivel.
Quizá no podía soportar, sencillamente, que una chica de las barriadas fuera mejor que él. Fergun había estado dispuesto a asumir grandes riesgos para que la expulsaran del Gremio, porque no quería que se unieran alumnos de clase baja. Su éxito o su fracaso en aprender y ser aceptada se tendrían en cuenta si alguna vez el Gremio volvía a considerar la posibilidad de acoger a miembros externos a las Casas. ¿Y si Regin trataba de dificultar su aprendizaje, de asegurarse de que fallara para que los alumnos de clase baja no fuesen nunca más bienvenidos?
«Entonces ¡más me vale impedir que lo logre!»
Había escapado de él una vez; podría hacerlo de nuevo estudiando duro para pasar al curso siguiente.
Pero incluso mientras la idea se le ocurría, supo que no sería factible. Había necesitado todas las noches y todos los dialibres para completar el aprendizaje de medio año con tres meses de antelación, y todavía tenía que ponerse al día respecto a los contenidos impartidos en los meses anteriores a su incorporación. No le quedaba tiempo para aprender también lo que los alumnos de segundo año ya habían estudiado.
Quizá lo mejor fuera que creyera que había ganado. La dejaría tranquila si pensaba que ella no era tan buena como él. No tenía por qué ser la mejor aprendiz de la clase para demostrar que los alumnos de fuera de la Casas podían lograr ser magos.
Estaba segura de que si retrocedía a la clase anterior, el orgullo de Regin no le permitiría seguirla. Desechó esa idea más rápidamente que la primera. El curso de verano aún seguía bajo el dominio de Regin, a pesar de haberlo dejado. Al menos su actual clase no estaba unida en contra de ella…
Parpadeó, dándose cuenta de repente de que la débil voz temblorosa de lord Skoran era el único sonido en el aula desde hacía un rato.
—… y continuando nuestra evaluación de la guerra Sachakana, quiero que averigüéis todo lo que podáis sobre los cinco magos superiores que se unieron a la batalla en la segunda etapa. Eran de pueblos de fuera de Kyralia, y su ayuda la consiguió cierto joven mago de nombre Genfel. Elegid a uno de esos magos y escribid una redacción de cuatro mil palabras sobre su vida antes de involucrarse en la guerra.
Sonea cogió la pluma y empezó a escribir. Puede que Regin hubiera llegado a la clase superior, pero aún le quedaba mucho trabajo por hacer antes de ponerse a su nivel. Durante unas cuantas semanas estaría demasiado ocupado para acosarla, y para entonces ya sabría si iba a tener alguna influencia sobre el resto de la clase. Sin el apoyo de los demás aprendices no le sería tan fácil convertirla en el blanco de sus burlas.
—¡Jebem, halai!
Dannyl miró ansiosamente hacia arriba al oír el grito.
—¿Qué es? —preguntó Tayend.
Dannyl apartó su plato con una mueca. Aunque el extracto de marín seco fuese un manjar, nada podría hacer apetitoso el pan rancio de barco.
—Han avistado Jebem —dijo, levantándose.
Dannyl se dirigió a la puerta, encorvado para evitar golpearse la cabeza con el techo. Al salir la luz le deslumbró. El sol estaba bajo en el horizonte, confiriendo a las olas un alegre brillo. El calor del día perduraba en el aire, irradiado desde la cubierta.
Dannyl miró al norte y contuvo el aliento; se agachó en el vano de la puerta e hizo señas a Tayend.
Se enderezó, caminó por la cubierta hasta la proa, y contempló la ciudad distante.
Casas bajas construidas de lisa piedra gris se extendían interminablemente por la costa. De entre ellas se erigían miles de obeliscos.
Tayend había aparecido a su lado.
—Grande, ¿verdad? —musitó el académico.
Dannyl asintió con la cabeza. Las pequeñas aldeas costeras que habían bordeado en los últimos días estaban formadas por casas con el mismo estilo simple, con un puñado de obeliscos elevándose sobre ellas. Las casas de Jebem no eran más grandes, pero la magnitud de la ciudad era asombrosa. Los obeliscos entre los edificios eran como un bosque de agujas, y el sol bajo pintaba todo con una vívida luz anaranjada.
Observaron en silencio mientras el barco continuaba su avance frente a la costa. Apareció una hilera de afloramientos rocosos que corrían paralelos a la ciudad como si montaran guardia. El barco navegó por el espacio intermedio. Cuando estuvieron a la altura de la parte de la ciudad donde los obeliscos eran más gruesos, el navío aminoró la marcha y viró en dirección a un estrecho canal. En cada lado, hombres de tez oscura se apresuraron hacia los bancos de piedra. Lanzaron cabos a los marineros, los cuales fueron seguidamente anudados alrededor de los resistentes palos del barco. Los extremos opuestos ya estaban atados a las yuntas de varios gorines. Las enormes bestias empezaron a remolcar el barco por el canal.
Durante la hora siguiente los peones lonmarianos del muelle guiaron el barco por el canal hasta un puerto artificial donde varias embarcaciones más, algunas con el doble de tamaño, se mecían apaciblemente en el agua. Dannyl y Tayend regresaron a sus camarotes a reunir sus pertenencias, mientras el navío era amarrado a los postes del embarcadero.
Tras un breve y formal intercambio de palabras con el capitán, descendieron por la pasarela a tierra firme. Sus arcones fueron entregados a cuatro hombres. Un quinto se adelantó e hizo una reverencia.
—Saludos, embajador Dannyl, joven Tremmelin. Soy Loryk, su intérprete. Les llevaré a la Casa del Gremio. Por favor, síganme.
Hizo un rápido gesto imperioso a los porteadores y echó a andar hacia la ciudad. Dannyl y Tayend le siguieron por los muelles y se internaron en una calle ancha.
El polvo impregnaba el aire, mutando los colores alrededor de ellos. La brisa del mar fue reemplazada por un sofocante calor y una mezcla de perfume, especias y polvo. Los hombres abarrotaban las calles, todos bien cubiertos con sencillos ropajes lonmarianos. Las voces los rodeaban, pero aquellas palabras de sonido acuoso resultaban incomprensibles. Los individuos junto a los que pasaban miraban a Dannyl abiertamente, y luego a Tayend, sin que sus miradas denotaran expresión alguna ni de bienvenida ni de desaprobación. De vez en cuando alguien entornaba los ojos al ver a Tayend, que se había puesto su traje de etiqueta más lujoso y parecía extremadamente fuera de lugar.
El académico permanecía inusualmente en silencio. Al mirar a su compañero, Dannyl reconoció los ya familiares síntomas de la inquietud: una pequeña arruga había aparecido entre las cejas de Tayend, y este caminaba medio paso detrás. Cuando el académico encontró su mirada, Dannyl le brindó una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes. Estar en una ciudad extraña es un poco perturbador al principio.
El ceño fruncido de Tayend desapareció, y se puso a la altura de Dannyl mientras seguían al intérprete por un callejón estrecho. Llegaron a una gran plaza, y entonces Dannyl aminoró el paso, mirando a su alrededor con consternación.
Había plataformas de madera construidas por toda la plaza. En la más cercana se encontraba una mujer de pie, con las manos atadas. A su lado, un hombre vestido de blanco, con la cabeza afeitada y cubierta de tatuajes, sostenía una fusta en la mano izquierda. Otro hombre caminaba con paso enérgico entre la multitud que se había reunido alrededor del tablado, recitando algo de una hoja de papel.
Dannyl alargó el paso para alcanzar al intérprete.
—¿Qué dice?
Loryk escuchó.
—La mujer ha avergonzado a su marido y a su familia al invitar a otro hombre a su dormitorio. —Agitó una mano—. Esta es la plaza de las Sentencias.
Se oyeron gritos, que ahogaron el resto de la proclama. Una multitud se había congregado alrededor de varias de las plataformas. Mientras Dannyl se alejaba de la mujer siguiendo a los porteadores, divisió a un hombre joven parado en las cercanías, observándola. Los ojos oscuros del hombre brillaban húmedos, pero su rostro era resuelto y rígido.
«¿El marido o el amante?», se preguntó Dannyl.
El centro de la plaza estaba menos abarrotado. Los porteadores la cruzaron y se abrieron camino entre dos plataformas. Los hombres de vestimenta blanca que había en ellas sostenían espadas. Dannyl mantuvo los ojos fijos en la espalda del intérprete, pero una voz se elevó sobre los abucheos de la muchedumbre y Loryk aminoró la marcha.
—Ah… dice: este hombre ha avergonzado a su familia con su antinatural… ¿cuál es su palabra? ¿Lujuria? Se ha hecho merecedor del castigo último por corromper las almas y los cuerpos de hombres. Igual que la oscuridad purga el mundo del pecado cuando el sol se pone, solo su muerte puede limpiar aquellas almas que ha mancillado.
A pesar del calor, Dannyl notó una sensación de frío extendiéndose por su cuerpo. El condenado estaba desplomado contra un poste, con expresión resignada. La multitud empezó a gritar, con los rostros retorcidos por el odio. Dannyl apartó la mirada, luchando por contener una marea de horror y rabia. El hombre iba a ser ejecutado por un delito que en Kyralia solo acarreaba deshonor y vergüenza, y en Elyne —según Tayend— no constituía en absoluto un delito.
Dannyl no pudo evitar rememorar el escándalo y los rumores que le habían causado tantos problemas siendo un aprendiz. Había sido acusado del mismo «delito» que ese hombre. Las pruebas no habían importado; una vez que el rumor se hubo iniciado, fue tratado como un paria tanto por aprendices como por profesores. Se estremeció cuando la multitud volvió a bramar tras ellos.
«Si hubiera tenido la mala fortuna de nacer en Lonmar, así es como podría haber terminado el asunto.»
Loryk se adentró en otro callejón y los abucheos menguaron tras ellos. Dannyl miró a Tayend; su rostro estaba blanco.
—Una cosa es oír o leer acerca de las leyes estrictas de otra tierra, y otra muy distinta es ver cómo se aplican —murmuró el académico—. Juro que nunca más volveré a quejarme de los excesos de la corte de Elyne.
El intérprete continuó por otra calle, y entonces se detuvo, mientras los porteadores entraban en un edificio bajo.
—La Casa del Gremio de Jebem —anunció cuando alcanzaron la puerta—. Aquí les dejo.
El hombre se despidió con una reverencia y se alejó caminando. Al examinar el edificio, Dannyl se percató de que en la pared había una placa en la que estaba representado el símbolo del Gremio. Por lo demás, la construcción era idéntica a cualquier otra de las que habían visto. Atravesaron la puerta abierta y entraron en una habitación de techo bajo. Un mago elyneo aguardaba cerca.
—Saludos —dijo—. Soy Vaulen, primer embajador del Gremio en Lonmar.
El hombre era delgado y tenía el cabello gris. Dannyl inclinó la cabeza.
—Segundo embajador del Gremio en Elyne, Dannyl. —Señaló a Tayend, quien efectuó una grácil reverencia—. Tayend de Tremmelin, académico de la Gran Biblioteca y mi asistente.
Vaulen saludó educadamente a Tayend, y sus ojos se posaron en la camisa violeta de este.
—Bienvenidos a Jebem. Siento que es mi deber advertirle, Tayend de Tremmelin, que las gentes de Lonmar valoran la humildad y la simplicidad, y que desaprueban las ropas brillantes, independientemente de lo modernas que sean. Puedo recomendarle un buen sastre que le proporcionará un atuendo de calidad con un estilo más sencillo para su estancia.
Dannyl esperaba ver un destello de rebeldía en los ojos del académico, pero Tayend inclinó la cabeza con elegancia.
—Gracias por el aviso, milord. Veré a ese sastre mañana, si está disponible.
—Sus aposentos están preparados —prosiguió Vaulen—. Estoy seguro de que querrán descansar tras su viaje. Aquí disponemos de baños separados; los sirvientes les mostrarán dónde. Después, será un placer que vengan a cenar conmigo.
Siguieron a un criado por un corto pasillo. El hombre señaló dos puertas abiertas, se inclinó y se alejó a grandes zancadas. Tayend entró en una de las habitaciones, se detuvo y dejó vagar la mirada; parecía desorientado.
Dannyl vaciló, pero al final también entró.
—¿Estás bien?
Tayend se encogió de hombros.
—Iban a ejecutarle, ¿verdad? Probablemente ya lo han hecho.
Dannyl asintió, dándose cuenta de que Tayend se refería al condenado de la plaza de las Sentencias.
—Probablemente.
—No había nada que pudiéramos hacer. Otro pueblo, diferentes leyes, y todo eso.
—Por desgracia.
Tayend suspiró y se sentó en una silla.
—No quiero arruinarte la aventura, Dannyl, pero ya me desagrada Lonmar.
Dannyl asintió.
—La plaza de las Sentencias no fue exactamente una presentación alentadora del pueblo —coincidió—. Pero no querría juzgar a Lonmar precipitadamente. Debe de haber algo más en este lugar. Si tú vieras las barriadas de Imardin primero, puede que no confiaras mucho en Kyralia. Con suerte, ya hemos presenciado lo peor, y el resto solo puede mejorar.
Tayend soltó un suspiro; luego se acercó a su arcón y lo abrió.
—Seguramente tengas razón. Intentaré encontrar algo de ropa más sencilla.
Dannyl esbozó una sonrisa cansina.
—Este uniforme tiene sus ventajas a veces —dijo, tirando de la manga de su túnica—. La misma vieja túnica púrpura todos los días, pero por lo menos puedo llevarla en cualquier lugar de las Tierras Aliadas. —Se dirigió hacia la puerta—. Si no te veo en las termas, entonces nos encontraremos en la cena.
Sin alzar la vista, Tayend levantó una mano en señal de despedida. Dannyl dejó al académico revolviendo entre las prendas de brillantes colores de su arcón, y entró en la otra habitación.
Se despejó mientras consideraba los planes de las siguientes semanas. Después de cumplir sus obligaciones como embajador en la ciudad, visitarían el Templo del Esplendor como parte de su investigación. Se decía que era un lugar serenamente hermoso, a pesar de que era el centro de la estricta religión Mahga, que establecía los castigos con los que se habían topado ese día. De repente la visita ya no le hacía tanta ilusión.
Pero cabía la posibilidad de que allí encontraran información sobre magia ancestral. Después de un mes confinados en un barco, estaba deseando desentumecer las piernas y la mente de nuevo. Con suerte, quizá estuviera en lo cierto y el resto de Lonmar fuera más acogedor que la plaza de las Sentencias.
Era tarde cuando Lorlen regresó a su despacho. Sacó de la caja de seguridad el último informe de Dannyl, se sentó frente al escritorio y volvió a leerlo. Cuando terminó, se recostó en la silla y suspiró.
Ya llevaba varias semanas pensando en el diario de Akkarin. Tendría que hallarse en algún lugar de la residencia del Gran Lord, si es que existía. Considerando el posible contenido del diario, Lorlen dudaba que se encontrara en la biblioteca de Akkarin junto a los libros comunes. Probablemente lo guardaría en el sótano del edificio, y Lorlen estaba convencido de que el lugar estaría protegido con candado.
Una gélida brisa le acarició la piel. Se estremeció y musitó una maldición. Su despacho siempre había tenido corrientes de aire, algo de lo que constantemente se quejaba el anterior administrador. Se levantó en busca del origen de la brisa como hacía a menudo en el pasado, pero, como siempre, el escalofrío desapareció tan repentinamente como había llegado.
Sacudiendo la cabeza, empezó a pasear arriba y abajo. Dannyl y su compañero el académico deberían llegar pronto a Lonmar, donde visitarían el Templo del Esplendor. Lorlen no esperaba que encontraran algo; la idea de que en aquel lugar pudiera existir información sobre magia negra era demasiado terrible para ser tenida en cuenta.
Se detuvo al oír que llamaban a la puerta. Se acercó de una zancada y la abrió, esperando recibir un amable sermón sobre no dormir lo suficiente de parte de lord Osen. En cambio, una silueta oscura llenaba el hueco de la puerta.
—Buenas noches, Lorlen —dijo Akkarin, sonriente.
Lorlen miró al Gran Lord con sorpresa.
—¿Vas a invitarme a entrar?
—¡Desde luego! —Sacudiendo la cabeza para despejar la mente, Lorlen dio un paso atrás.
Akkarin entró y se acomodó en una de las grandes sillas acolchadas. Los ojos del Gran Lord se pasearon de forma distraída por la mesa de Lorlen.
Siguiendo la mirada de su amigo, Lorlen contuvo el aliento al ver la carta de Dannyl abierta. Necesitó de toda su voluntad para reprimir abalanzarse sobre el escritorio y meter las hojas en la caja. En cambio, cruzó la habitación de manera casual, deteniéndose para poner recta una silla, y luego se dejó caer en su asiento, soltando un suspiro.
—Como siempre, me encuentras en medio de un absoluto desorden —masculló. Recogió la carta de Dannyl y la echó de vuelta a la caja de seguridad. Tras ordenar algunos elementos más del escritorio, deslizó la caja en el interior de un cajón—. ¿Qué te trae hasta aquí tan tarde?
Akkarin se encogió de hombros.
—Nada en particular. Siempre eres tú quien me visita, así que pensé que era hora de pasarme a verte. Ya sabía que no debía probar en tus aposentos primero, a pesar de que es tarde incluso para ti.
—Lo es —asintió Lorlen—. Solo estaba leyendo algunas misivas, y ya iba a dar por finalizada la noche.
—¿Algo interesante? ¿Cómo está lord Dannyl?
A Lorlen el corazón le dio un vuelco. ¿Habría sido capaz Akkarin de distinguir la firma de Dannyl, o de reconocer su letra? Frunció el ceño tratando de recordar lo que había escrito en la página a la vista.
—Se halla de camino a Lonmar para resolver la discusión del consejo sobre el Gran Clan Koyhmar. Pedí a Errend que se ocupara de ello, dado que ahora tiene a un segundo embajador a quien encomendar los asuntos de Elyne cuando esté fuera, pero Errend decidió enviar a Dannyl en su lugar.
Akkarin sonrió.
—Lonmar. Un lugar que o aviva tu apetito por viajar, o lo mata.
Lorlen se inclinó hacia delante.
—¿Qué fue en tu caso?
—Hummm. —Akkarin meditó la pregunta detenidamente—. Hizo que tuviera ansias por conocer más mundo, pero también me endureció como viajero. Puede que los lonmarianos sean las personas más civilizadas de las Tierras Aliadas, pero existe algo muy duro y cruel en ellos. Aprendes a tolerar su sentido de la justicia, tal vez también a entenderlo, pero al hacerlo, tus propias creencias e ideales se fortalecen. Lo mismo puede decirse de la frivolidad elynea, o de la obsesión vindeana por el comercio. La vida es algo más que moda y dinero. —Akkarin hizo una pausa, con la mirada perdida, y se removió en su asiento—. Y descubres que, igual que no todos los elyneos son frívolos, y que no todos los vindeanos son avariciosos, no todos los lonmarianos son inflexibles. La mayoría de ellos son amables e indulgentes, y prefieren resolver sus disputas en privado. Aprendí mucho sobre ellos, y aunque el viaje hasta allí resultó ser una pérdida de tiempo en lo concerniente a mi investigación, la experiencia ha demostrado ser de gran valor para mi cargo aquí.
Lorlen cerró los ojos y se los masajeó. ¿Una pérdida de tiempo? ¿Estaría Dannyl también malgastando el tiempo?
—Estás cansado, amigo mío —dijo Akkarin con voz suave—. Te estoy privando de la cama con mis historias.
Parpadeando, Lorlen miró al Gran Lord.
—No… no me importa. Por favor, continúa.
—No. —Akkarin se levantó, y su túnica susurró—. Te estaba adormeciendo. Nos pondremos al día en otro momento.
Lorlen sintió una mezcla de decepción y alivio mientras seguía a Akkarin hasta la puerta. Cuando salió al pasillo, Akkarin volvió la mirada hacia Lorlen, y torció la boca en una sonrisa.
—Buenas noches, Lorlen. Irás a descansar un rato, ¿verdad? Pareces exhausto.
—Sí. Buenas noches, Akkarin.
Lorlen cerró la puerta y suspiró. Acababa de enterarse de algo útil… ¿o no? Puede que Akkarin afirmara no haber encontrado nada en Lonmar para esconder algo que había descubierto. Era extraño que de repente hubiera hablado de su viaje cuando en el pasado evitaba el tema.
Se le crispó el rostro cuando una corriente de aire frío le heló el cuello. Bostezó, distraído de sus pensamientos; luego regresó a su escritorio y trasladó la caja de seguridad a su lugar correcto en el aparador. Sintiéndose mejor, abandonó el despacho y se encaminó a sus aposentos.
Debía ser paciente. Dannyl descubriría pronto si su viaje a Lonmar era una pérdida de tiempo.