Cada verano, durante unas pocas semanas, el cielo sobre Kyralia exhibía un rotundo color azul y el sol caía a plomo. En la ciudad de Imardin, el polvo tomaba las calles y en el Puerto los mástiles sucumbían a la calima, mientras hombres y mujeres se refugiaban en su hogar, abanicándose y sorbiendo zumo o, en las zonas más peligrosas de las barriadas, bebiendo copiosas cantidades de bol.
Pero en el Gremio de los Magos de Kyralia estos días abrasadores saludaban la proximidad de un importante evento: el juramento de la promoción estival de aprendices.
Sonea hizo una mueca y se tiró del cuello del vestido. Aunque su deseo era llevar los mismos ropajes sencillos pero bien confeccionados que había vestido desde que vivía en el Gremio, Rothen había insistido en que necesitaba algo más elegante para la Ceremonia de Aceptación.
—No te preocupes, Sonea —dijo Rothen, riendo por lo bajo—. Terminará pronto y después ya tendrás la túnica con la que vestirás. Estoy seguro de que te hartarás de ella enseguida.
—No estoy preocupada —le replicó Sonea con irritación.
Los ojos del mago se iluminaron divertidos.
—¿De verdad? ¿Ni siquiera te sientes un poco nerviosa?
—No es como la Vista del año pasado. Aquello fue algo salvaje.
—¿Salvaje? —Alzó las cejas—. Estás nerviosa, Sonea. Llevabas semanas sin cometer ese lapsus.
La muchacha le obsequió con un pequeño bufido de exasperación. Desde la Vista, cinco meses antes, cuando se había ganado el derecho a ser su tutor, Rothen le había proporcionado la educación que todos los aprendices debían alcanzar antes de iniciar la universidad. Era capaz de leer la mayoría de los libros del mago, y sabía escribir, como Rothen decía, «bastante bien para empezar». Las matemáticas habían sido más duras de roer, pero las lecciones de historia resultaban fascinantes.
Durante aquellos meses, Rothen la había corregido siempre que pronunciaba alguna palabra de la jerga de las barriadas, y constantemente la obligaba a expresar las frases de forma distinta y se las hacía repetir hasta que sonara como una dama de una poderosa Casa kyraliana. La advirtió de que los aprendices no serían igual de propensos que él a aceptar su pasado, y que solo empeoraría las cosas si atraía la atención hacia sus orígenes con su manera de hablar. Había empleado el mismo argumento para convencerla de que debía llevar un vestido para la Ceremonia de Aceptación, y aunque Sonea sabía que tenía razón, no por ello se sentía más cómoda.
Un círculo de carruajes quedó a la vista cuando alcanzaron la fachada de la universidad. Cada uno estaba custodiado por un grupo de sirvientes primorosamente vestidos, todos ellos luciendo los colores de la Casa a la que servían. Al aparecer Rothen se volvieron y se inclinaron reverencialmente ante él.
Sonea observó con atención los carruajes y sintió que se le revolvía el estómago. Había visto anteriormente vehículos como aquellos, pero nunca tantos juntos. Todos estaban construidos con madera sumamente pulida, esculpida y pintada con intrincados diseños, y en el centro de cada una de las portezuelas un emblema cuadrado indicaba la dinastía a la que pertenecía el carruaje: el incal de la Casa. Ella reconoció los correspondientes a Paren, Arran, Dillan y Saril, algunos de los linajes más influyentes de Imardin.
Los hijos e hijas de estas Casas iban a ser sus compañeros de clase.
Ante este pensamiento sintió como si el estómago se le encogiera. ¿Qué pensarían de ella, la primera kyraliana que se unía a sus filas en siglos y que no provenía de las grandes Casas? En el peor de los casos se mostrarían de acuerdo con Fergun, el mago que el año anterior había intentado evitar que ingresara en el Gremio. El guerrero consideraba que solo se debía permitir aprender magia a los descendientes de las Casas. Había chantajeado a Sonea con el encarcelamiento de su amigo Cery para que cooperara en sus planes. Y esos planes habrían demostrado al Gremio que los kyralianos de clase inferior carecían de valores morales y que la magia no debía ser confiada a ellos.
Pero el crimen de Fergun se terminó descubriendo, y este fue enviado a una fortaleza lejana. A Sonea no le parecía un castigo particularmente severo por haber amenazado de muerte a su amigo, y no podía evitar preguntarse si ello disuadiría a otros de intentar algo similar.
Albergaba la esperanza de que algunos de los aprendices fuesen como Rothen, a quien no le importaba que en otro tiempo ella hubiera vivido y trabajado en las barriadas. Era posible también que algunas de las otras razas que asistían al Gremio fuesen más receptivas a aceptar a una chica de clase inferior. Los vindeanos eran gente amistosa; en las barriadas había conocido a varios que habían viajado a Imardin para trabajar en los viñedos y huertos. Los lanianos, según le habían contado, no poseían una sociedad clasista; vivían en tribus y el rango de los hombres y las mujeres se establecía mediante pruebas de valentía, astucia y sabiduría. A saber qué posición ocuparía ella en su sociedad…
Levantando la mirada hacia Rothen, pensó en todo lo que él había hecho por ella y sintió un ramalazo de afecto y gratitud. Tiempo atrás se habría horrorizado de descubrirse tan dependiente de nada menos que un mago. Antes odiaba al Gremio. Había utilizado por primera vez sus poderes involuntariamente cuando por pura rabia tiró una piedra a un mago. Entonces, mientras la buscaban, había estado tan segura de que pretendían matarla que se atrevió a solicitar ayuda a los ladrones, y estos siempre demandaban un alto precio por tales favores.
Cuando sus poderes aumentaron y se volvieron incontrolables, los magos convencieron a los ladrones para que la dejaran bajo sus cuidados. Rothen fue su captor y su maestro. Le demostró que los magos (bueno, la mayoría de ellos) no eran los monstruos crueles y egoístas que los habitantes de las barriadas creían.
Dos guardias flanqueaban las puertas abiertas de la universidad. Su presencia era una formalidad respetada solo cuando se esperaban visitantes importantes en el Gremio. Hicieron una forzada reverencia mientras Rothen conducía a Sonea hacia el vestíbulo.
Aunque ya lo había visto antes en varias ocasiones, el salón seguía impresionándola. Un millar de filamentos imposiblemente finos de un material semejante al cristal brotaban del suelo, sosteniendo una escalinata que ascendía en grácil espiral a los niveles superiores. Delicadas hebras de mármol blanco serpenteaban entre los escalones y la barandilla como las ramas de una enredadera. Parecían demasiado delicadas para aguantar el peso de un hombre; probablemente lo fueran, y habían sido fortalecidas con magia.
Dejando atrás la escalera, entraron en un corto pasillo. Más adelante se divisaba el gris tosco del Salón Gremial, un antiguo edificio protegido y encerrado en una estancia imponente que se conocía como el Gran Salón. Varias personas aguardaban frente a las puertas del Salón Gremial, y Sonea sintió que su boca se secaba nada más verlos. Hombres y mujeres se volvieron para ver quién se aproximaba, y sus ojos relucieron con interés en cuanto reconocieron a Rothen. Los magos, entre ellos, asintieron cortésmente con la cabeza. Los demás se inclinaron en una reverencia.
Entraron en el Gran Salón, y Rothen condujo a Sonea a un lado de la pequeña multitud. Sonea notó que, a pesar del calor veraniego, todos (a excepción de los magos) vestían con varias capas de prendas opulentas. Las mujeres estaban cubiertas con elaboradas togas; los hombres llevaban abrigos largos, con las mangas decoradas con sus respectivos incales. Al fijarse mejor, contuvo la respiración. Las costuras estaban bordadas con minúsculos destellos de piedras rojas, verdes y azules. Había enormes gemas engarzadas en los botones de los abrigos largos. Cadenas de metales preciosos se cerraban en torno a cuellos y muñecas, y joyas centelleaban en manos enguantadas.
Con la mirada puesta en el abrigo largo de uno de los hombres, sopesó lo fácil que sería para un ladrón profesional despojarle de sus botones. En las barriadas existían navajas pequeñas aptas para esa tarea. Lo único que se requería era un choque «accidental», una disculpa y una rápida retirada. El hombre probablemente ni se enteraría de que le habían robado hasta que llegara a su hogar. Y la pulsera de aquella mujer…
Sonea meneó la cabeza.
«¿Cómo voy a hacer amigos entre estas personas si en lo único que pienso es en lo fácil que sería robarles?»
Pero no pudo evitar sonreír. Había sido tan habilidosa en vaciar bolsillos y abrir cerraduras como cualquiera de sus amigos de la infancia (excepto, quizá, Cery), y aunque su tía Jonna consiguió, con el tiempo, convencer a Sonea de que robar estaba mal, no había olvidado los trucos del oficio.
Reuniendo todo su coraje, miró a los desconocidos más jóvenes y observó que varios de ellos volvían rápidamente la cara. Se preguntó sorprendida qué habrían esperado encontrar. ¿A una vagabunda jovencita y tonta? ¿A una ruda obrera encogida por el trabajo? ¿A una prostituta con exceso de maquillaje?
Dado que ninguno de ellos le sostendría la mirada, fue capaz de examinarlos libremente. Solo dos de las familias poseían el cabello negro y la tez pálida, los típicos rasgos kyralianos. Una de las madres vestía con la túnica verde de los sanadores. La otra asía la mano de una chica delgada que miraba con expresión ensoñadora el resplandeciente techo de cristal del salón.
Las otras tres familias permanecían juntas; su corta estatura y su pelo rojizo eran típicos de la raza elynea. Hablaban tranquilamente entre ellos, y ocasionalmente una risa resonaba en el salón.
Un par de lonmarianos de piel oscura aguardaban en silencio. Pesados talismanes dorados de la religión Mahga colgaban sobre la túnica púrpura de alquimista del padre, y tanto este como el hijo se habían rasurado la cabeza. Una segunda pareja lonmariana permanecía en el extremo más alejado de donde esperaban las familias. La piel del hijo era de un moreno más pálido, que delataba una madre de diferente raza. El padre también vestía con túnica, pero la suya era la roja de un guerrero, y no lucía joyas ni talismanes.
Una familia de vindeanos rondaba cerca del pasillo. Aunque el padre llevaba ropas lujosas, las miradas furtivas que dirigía a los demás insinuaban que se sentía incómodo en su compañía. Su hijo era un joven bajo y fornido cuya tez morena poseía unas facciones de un tono amarillo enfermizo.
Cuando la madre del muchacho apoyó una mano sobre su hombro, Sonea pensó en sus tíos Ranel y Jonna, y la embargó un recurrente sentimiento de decepción. Aunque eran su única familia, pues la habían criado después de que su madre muriera y su padre la abandonara, se habían sentido demasiado intimidados por el Gremio para visitarla allí. Cuando los invitó a la Ceremonia de Aceptación se habían negado a asistir, alegando que no dejarían a su hijo recién nacido al cuidado de otro, y que no sería apropiado ir con un bebé que no paraba de llorar a una ceremonia tan importante.
Unos pasos resonaron en el corredor. Al darse la vuelta, Sonea vio que otro trío de kyralianos grandiosamente vestidos se unía a los visitantes. El muchacho dirigió una mirada arrogante al círculo de personas. Barrió la estancia con los ojos, que se detuvieron en Rothen, y a continuación se desplazaron a Sonea.
Miró directamente a los ojos de Sonea y una sonrisa amistosa le curvó las comisuras de la boca. Sorprendida, Sonea empezó a sonreír en respuesta, pero mientras lo hacía, la expresión de él se tornó lentamente en una mueca de desprecio.
Sonea solo fue capaz de devolverle una mirada de consternación. El muchacho se giró con desdén, pero no tan rápido como para que ella no pudiera captar una sonrisa de petulante satisfacción. Sonea entornó los ojos mientras observaba cómo el chico concentraba su atención en el resto de los aspirantes.
Parecía conocer ya al otro muchacho kyraliano, y ambos intercambiaron un guiño amistoso. Brindó deslumbrantes sonrisas a las chicas; aunque la delgada muchacha kyraliana respondió con aparente desdén, sus ojos continuaron posados en el chico mucho después de que este se hubiera alejado. El resto recibió corteses inclinaciones de cabeza.
Un golpe fuerte y metálico interrumpió aquel juego social. Todas las cabezas se giraron hacia el Salón Gremial. Siguió un silencio largo y tenso, y a continuación una serie de excitados murmullos llenaron el aire cuando las imponentes puertas empezaron a abrirse hacia fuera. A medida que el hueco se ensanchaba, un familiar brillo dorado fluyó desde el salón. La luz procedía de miles de diminutos globos mágicos que flotaban a pocos pies por debajo del techo. Un cálido aroma a madera y pulimento se derramó para darles la bienvenida.
Sonea se giró al oír varios jadeos, y vio que la mayoría de los visitantes miraban maravillados hacia el interior del salón. Sonrió al darse cuenta de que los demás aspirantes, y algunos de los adultos, nunca antes habían visto el Salón Gremial. Solo los magos, y aquellos padres con hijos mayores que ya habían asistido a alguna ceremonia previa, habían estado dentro. Y ella.
Se serenó al recordar su visita anterior, cuando el Gran Lord trajo a Cery al Salón Gremial, poniendo fin al dominio que Fergun ejercía sobre ella. Aquel día para Cery también se cumplió parte de un sueño. Su amigo se había hecho la promesa de visitar todos los grandes edificios de la ciudad al menos una vez en su vida. El hecho de que fuera un golfillo callejero de clase baja no había hecho sino convertir la consecución de ese sueño en un desafío aún mayor.
Pero Cery ya no era el chico aventurero de quien se había encaprichado de niña, ni el pícaro muchacho que la había ayudado a eludir al Gremio durante tanto tiempo. Cada vez que le veía, bien cuando la visitaba en el Gremio, bien cuando se encontraba con él en las barriadas, parecía más viejo y menos despreocupado. Si le preguntaba a qué dedicaba el tiempo, o si seguía trabajando para los ladrones, se limitaba a esbozar una sonrisa astuta y cambiaba de tema.
Parecía contento, sin embargo. Y si trabajaba para los ladrones, tal vez fuera mejor que ella no supiera en qué andaba metido.
Una figura ataviada con una túnica avanzó a grandes zancadas y se plantó en la entrada del Salón Gremial. Sonea reconoció a lord Osen, el ayudante del administrador. Levantó una mano y se aclaró la garganta.
—El Gremio les da la bienvenida —dijo—. Seguidamente dará comienzo la Ceremonia de Aceptación. Los aspirantes a la universidad, formen una fila, por favor. Ellos entrarán en primer lugar; los padres podrán pasar a continuación y tomar asiento en el nivel inferior.
Mientras los demás aspirantes se precipitaban hacia delante, Sonea sintió que una mano le tocaba ligeramente el hombro. Se giró y miró a Rothen.
—No te preocupes. Terminará pronto —la tranquilizó.
Ella sonrió abiertamente.
—No estoy preocupada, Rothen.
—¡Ja! —Le dio un suave empujón en el hombro—. Adelante, entonces. No les hagas esperar.
Se había formado una pequeña congregación delante de las puertas. Los labios de lord Osen dibujaron una delgada línea.
—Formen una fila, por favor.
Mientras los aspirantes obedecían, lord Osen inspeccionó a Sonea. Una fugaz sonrisa asomó a los labios del mago y la chica respondió con un asentimiento de cabeza. Se colocó detrás del último muchacho de la fila, y su atención se vio atraída entonces por un débil siseo a su izquierda.
—Esa por lo menos sabe cuál es su sitio —murmuró una voz.
Sonea volvió ligeramente la cabeza hacia dos mujeres kyralianas que se hallaban de pie en las cercanías.
—Es la chica de las barriadas, ¿no?
—Sí —contestó la primera—. Le he dicho a Bina que se mantenga alejada de ella. No quiero que mi dulce niña adquiera hábitos desagradables… ni enfermedades.
La respuesta de la segunda mujer se perdió cuando Sonea avanzó. Se presionó una mano contra el pecho, sorprendida al descubrir que su corazón latía rápidamente.
«Acostúmbrate —se dijo—. No será la última vez.»
Resistiendo el impulso de mirar atrás en busca de Rothen, irguió los hombros y siguió a los demás aspirantes por el largo pasillo en el centro del recinto.
Los altos muros del Salón Gremial los rodearon en cuanto atravesaron las puertas. Más de la mitad de los asientos que había a ambos lados del pasillo estaban vacíos, a pesar de que se hallaban presentes casi todos los magos que vivían en el Gremio y en la ciudad. Miró hacia la izquierda y sus ojos se toparon con la gélida mirada de un mago anciano. El ceño fruncido destacaba en su rostro surcado de arrugas, y sus ojos ardían en los de ella.
Sonea volvió a fijar la vista en el suelo, sintiendo un ardor en el rostro. Se dio cuenta, con irritación, de que le temblaban las manos. ¿Iba a permitirse el lujo de ponerse nerviosa por la mirada de un viejo? Tras aleccionar a su rostro para adoptar lo que esperaba que fuera una expresión de serena tranquilidad, dejó que sus ojos vagaran por las filas de caras…
… y estuvo a punto de tropezar cuando le flaquearon las piernas. Daba la impresión de que todos y cada uno de los magos del salón la estaban observando. Tragó saliva con dificultad y clavó los ojos en la espalda del muchacho que tenía delante.
Cuando los aspirantes alcanzaron el final del pasillo, Osen dirigió al primero hacia la izquierda, luego al segundo hacia la derecha, y continuó con esta pauta hasta que formaron una fila a lo ancho del salón. Sonea quedó en el medio, enfrente de lord Osen, quien permanecía de pie silenciosamente, observando la actividad que se desarrollaba detrás de ella. Oía los pies arrastrándose y el tintineo de las joyas, e imaginó que los padres estaban moviéndose entre las hileras de sillas a sus espaldas. Cuando se hizo el silencio en el salón, Osen se volvió y se inclinó ante los magos superiores, sentados en la tribuna al frente del Salón Gremial.
—Presento a la promoción estival de aspirantes a la universidad.
—Esto es mucho más interesante ahora que conozco a uno de ellos —recalcó Dannyl mientras Rothen ocupaba su asiento.
—Pero el año pasado tu sobrino se encontraba entre los aspirantes —respondió este, girándose para contemplar a su compañero.
Dannyl se encogió de hombros.
—Apenas le conozco. Pero sí conozco a Sonea, sin embargo.
Complacido, Rothen dirigió de nuevo su atención a la ceremonia. A pesar de que Dannyl podía ser encantador cuando se lo proponía, no hacía amigos con facilidad. Esto se debía en gran medida a un incidente ocurrido años atrás, cuando Dannyl era un aprendiz. Acusado de mostrar un interés «inapropiado» para un muchacho de su edad, Dannyl tuvo que soportar las especulaciones de aprendices y magos por igual. Le habían hostigado y rehuido, y esta era la razón, creía Rothen, de que Dannyl no confiara en la gente y le costara trabar amistad, incluso ahora.
Rothen había sido el único amigo íntimo de Dannyl durante años. Como profesor, Rothen siempre le consideró uno de los aprendices más prometedores de sus clases. Cuando vio el efecto dañino que los rumores y el escándalo ejercían en la educación de Dannyl, decidió hacerse cargo de la tutela del muchacho. Con un poco de estímulo, y mucha paciencia, consiguió que la ágil mente de Dannyl se olvidara de chismes y travesuras vengativas y se centrara en la magia y el conocimiento.
Algunos magos habían expresado sus dudas acerca de la capacidad de Rothen para «encarrilar a Dannyl». Rothen sonrió. No solo había triunfado, sino que Dannyl acababa de ser nombrado segundo embajador del Gremio en Elyne. Observando a Sonea, se preguntó si la chica también, algún día, le daría motivos para sentirse así de ufano.
Dannyl se inclinó hacia delante.
—No son más que niños en comparación con Sonea, ¿verdad?
Rothen observó a los otros chicos y chicas y se encogió de hombros.
—No conozco sus edades exactas, aunque la media entre los alumnos de primer año suele ser de quince. Ella tiene diecisiete. Un par de años no supondrá mucha diferencia.
—Yo creo que sí —murmuró Dannyl—, pero es de esperar que sea una ventaja para ella.
Abajo, lord Osen recorrió a paso lento la fila de los aspirantes a la universidad, anunciando los nombres y los títulos según la costumbre de la tierra natal de cada uno de los jóvenes.
—Alend, de la familia Genard. —Osen dio dos pasos más—. Kano, de la familia Temo, Gremio de los Constructores Navales. —Otro paso—. Sonea.
Tras una pausa, Osen continuó moviéndose. Mientras anunciaba el siguiente nombre, Rothen sintió un punzada de compasión por Sonea. La falta de un gran título o del nombre de una Casa la había declarado públicamente como una intrusa. Algo que, sin embargo, era inevitable.
—Regin, de la familia Winar, Casa Paren —concluyó Osen cuando llegó al último muchacho.
—Ese es el sobrino de Garrel, ¿verdad? —preguntó Dannyl.
—Sí.
—He oído que sus padres preguntaron si podría unirse a la clase del pasado invierno tres meses después de que hubiera comenzado.
—Qué extraño. ¿Por qué lo hicieron?
—No lo sé. —Dannyl se encogió de hombros—. No capté esa parte.
—¿De nuevo espiando?
—Yo no espío, Rothen. Escucho.
Rothen sacudió la cabeza. Puede que hubiera evitado las fechorías vengativas de Dannyl «el aprendiz», pero no había logrado aún desalentar a Dannyl «el mago» de recopilar cotilleos.
—No sé qué voy a hacer cuando te marches. ¿Quién me mantendrá informado de todas las pequeñas intrigas del Gremio?
—Lo único que tienes que hacer es prestar más atención —replicó Dannyl.
—Me pregunto si no será que los magos superiores te envían lejos para impedir que «escuches» demasiado.
Dannyl sonrió.
—Bueno, dicen que la mejor forma de averigurar lo que ocurre en Kyralia es pasar unos cuantos días escuchando los chismorreos en Elyne.
Ecos de pasos atrajeron su atención de vuelta al salón. Jerrik, el rector de la universidad, se había levantado de su asiento entre los magos superiores y estaba descendiendo los escalones hacia la parte delantera. Se detuvo en el centro del piso y barrió con los ojos la fila de los aspirantes, frunciendo el ceño con su habitual gesto desaprobatorio y avinagrado.
—En este día, cada uno de vosotros da el primer paso para convertirse en mago del Gremio de Kyralia —comenzó con voz severa—. Como aprendices, estáis obligados a obedecer las normas de la universidad. Normas que, por los tratados que unen a las Tierras Aliadas, son aprobadas por todos los gobernantes, y que todos los magos deben hacer respetar. Incluso si no os graduáis, permaneceréis ligados a ellas. —Hizo una pausa y observó con intensidad a los novatos—. Para uniros al Gremio habréis de emitir un juramento, juramento que consta de cuatro partes.
»En primer lugar, deberéis jurar que nunca causaréis daño a ningún otro hombre o mujer salvo en defensa de las Tierras Aliadas. Esto incluye a personas de cualquier clase, condición, estado criminal o edad. Todas las cuentas pendientes, ya sean de carácter político o personal, quedan zanjadas aquí hoy.
»En segundo lugar, deberéis jurar obedecer las leyes del Gremio. Si aún no conocéis estas leyes, que aprenderlas sea vuestra primera tarea. La ignorancia no es excusa.
»En tercer lugar, deberéis jurar obedecer las órdenes de cualquier mago a menos que estas impliquen quebrantar la ley. Dicho esto, tratamos este punto con cierta flexibilidad: no estáis obligados a hacer nada que consideréis moralmente incorrecto o que entre en conflicto con vuestra religión o tradiciones. Pero no os atreváis a decidir por vosotros mismos cuándo y en qué medida debemos ser flexibles. En tal circunstancia, deberéis dirigiros a mí, y el asunto será tratado del modo apropiado.
»Y, finalmente, deberéis jurar que nunca utilizaréis la magia si no es bajo las instrucciones de un mago. Esto es por vuestra protección. No practiquéis ninguna forma de magia sin supervisión, a menos que vuestro maestro o tutor os haya concedido permiso.
Jerrik hizo una pausa, y reinó el silencio; ni siquiera se oyeron los habituales movimientos de sillas ni el frufrú de los vestidos. Jerrik enarcó sus expresivas cejas e irguió los hombros.
—Como dicta la tradición, un mago del Gremio puede reclamar la tutela de un aprendiz para guiarle, a él o a ella, en su adiestramiento universitario. —Volvió el rostro hacia la tribuna que se alzaba detrás de él—. Gran Lord Akkarin, ¿desea reclamar la tutela de alguno de los aspirantes?
—No —dijo una voz fría, oscura.
Mientras Jerrik formulaba la misma pregunta al resto de los magos superiores, Rothen miró hacia la figura ataviada con túnica negra que era el líder del Gremio. Akkarin, al igual que casi todos los kyralianos, era alto y delgado, con el rostro anguloso acentuado por la antigua costumbre de llevar el pelo largo y recogido en la nuca.
Akkarin observaba la ceremonia con expresión distante, como era su costumbre. Nunca había mostrado interés alguno en guiar el entrenamiento de un aprendiz, y la mayoría de las familias habían perdido la esperanza de que un hijo suyo pudiera ser favorecido por el líder del Gremio.
Aun siendo joven para ostentar el título de Gran Lord, Akkarin tenía una presencia que inspiraba respeto incluso en los magos más conservadores e influyentes. Hábil, culto e inteligente, era sin embargo su fuerza mágica lo que le confería la capacidad de intimidar a tanta gente. Se sabía que poseía poderes tan grandes que algunos conjeturaban que era más fuerte que el resto del Gremio junto.
Pero, gracias a Sonea, Rothen era uno de los dos únicos magos que conocía la verdadera naturaleza de la inmensa fuerza del Gran Lord.
Antes de que los ladrones la entregaran, Sonea y su pillastre amigo, Cery, habían explorado el Gremio una noche. Acudieron con la esperanza de que si veían a los magos usar la magia, ella podría aprender a controlar sus poderes. En cambio, fue testigo del extraño ritual llevado a cabo por el Gran Lord. No había comprendido lo que presenció, pero cuando el administrador Lorlen la sometió a una lectura de la verdad para confirmar los crímenes de Fergun, durante la Vista por la tutela, él había contemplado sus recuerdos de aquella noche y reconocido el ritual.
El Gran Lord Akkarin, líder del Gremio, practicaba la magia negra.
Los magos corrientes no sabían nada de magia negra, excepto que estaba prohibida. Los magos superiores conocían solo lo suficiente para reconocerla. Incluso saber cómo realizarla se consideraba un crimen. Rothen ahora sabía, por la comunicación de Sonea con Lorlen, que la magia negra confería la capacidad para fortalecerse a uno mismo extrayendo el poder de otras personas. Si se absorbía todo el poder de la víctima, esta moría.
Rothen no acertaba a imaginar qué habría supuesto para Lorlen descubrir que su amigo más íntimo no solo había aprendido magia negra, sino que la practicaba. Debió de ser toda una conmoción. Aunque, al mismo tiempo, Lorlen se había dado cuenta de que no podía desenmascarar a Akkarin sin poner en peligro al Gremio y a la ciudad. Si Akkarin decidía luchar, vencería fácilmente, y con cada muerte su fuerza se acrecentaría. En consecuencia, Lorlen, Sonea y Rothen debían, por el momento, mantener en secreto lo que sabían. Cuán duro debía de ser para Lorlen, suponía Rothen, fingir amistad, conociendo lo que Akkarin era capaz de hacer.
A pesar de lo que sabía, Sonea había accedido a unirse al Gremio. Al principio, la decisión sorprendió a Rothen, hasta que ella señaló que si bloqueaba sus poderes —como la ley requería que hicieran aquellos que decidieran no unirse al Gremio— se convertiría en una tentadora fuente de poder para el Gran Lord. La magia de Sonea era poderosa, pero ella era incapaz de emplearla en defensa propia. Rothen se estremeció. En el Gremio, al menos, su muerte no pasaría desapercibida si esta se producía en extrañas circunstancias.
Así y todo, había sido una decisión valiente, sabiendo lo que yacía en el corazón del Gremio. Mirándola, de pie entre los hijos e hijas de algunas de las familias más ricas de las Tierras Aliadas, experimentó al mismo tiempo orgullo y afecto. En los últimos seis meses había llegado a pensar en ella como en una hija más que como en una estudiante.
—¿Algún mago desea reclamar la tutela de uno de estos aspirantes?
Rothen saltó al darse cuenta de que su turno para hablar había llegado. Abrió la boca, pero, antes de poder decir nada, otra voz pronunció las palabras rituales.
—He hecho una elección, rector.
La voz procedía del otro extremo del salón. Todos los aspirantes se volvieron para ver quién se había levantado de su asiento.
—Lord Yarrin —reconoció Jerrik—. ¿La tutela de qué aspirante desea reclamar?
—Gennyl, de la familia Randa y la Casa de Saril, y el Gran Clan de Alaraya.
Un tenue murmullo de voces se elevó en las filas de los magos. Al mirar hacia abajo, Rothen reparó en que el padre del chico, lord Tayk, se inclinaba hacia delante en su silla.
Jerrik esperó hasta que las voces se apagaron, y luego inclinó la cabeza, expectante, hacia Rothen.
—¿Algún otro mago desea reclamar la tutela de uno de estos aspirantes?
Rothen se puso en pie.
—He hecho una elección, rector.
Sonea alzó la mirada, apretando los labios para intentar no sonreír.
—Lord Rothen —respondió Jerrik—, ¿la tutela de qué aspirante desea reclamar?
—Deseo reclamar la tutela de Sonea.
Esta vez, no hubo ningún murmullo y Jerrik se limitó a asentir en señal de reconocimiento. Rothen regresó a su asiento.
—Ya está —susurró Dannyl—. Tu última oportunidad se ha esfumado. Ya no hay salida. Ella te tiene verdaderamente bien atado a su mano, y así estarás durante los próximos cinco años.
—¡Chitón! —replicó Rothen.
—¿Algún otro mago desea reclamar la tutela de uno de estos aspirantes?
—He hecho una elección, rector.
La voz provenía de la izquierda de Rothen. Los congregados se giraron o cambiaron de posición en sus asientos, y las sillas crujieron. Un murmullo de excitación resonó en la sala cuando lord Garrel se levantó.
—Lord Garrel… —Había sorpresa en la voz de Jerrik—. ¿La tutela de qué aspirante desea reclamar?
—Regin, de la familia Winar y la Casa de Paren.
El murmullo se transformó en un suspiro colectivo de comprensión. Rothen vio que el muchacho, situado en el extremo de la fila, lucía una sonrisa abierta. Las voces y los crujidos de las sillas continuaron durante varios minutos, hasta que Jerrik alzó los brazos solicitando silencio.
—Yo no quitaría ojo a esos dos aprendices y a sus tutores —murmuró Dannyl—. Nadie suele elegir a un aprendiz en su primer año. Es probable que lo hagan simplemente para evitar que Sonea tenga un estatus superior al resto de sus compañeros.
—O… he iniciado una tendencia —caviló Rothen—. Y puede que Garrel ya haya visto potencial en su sobrino. Eso explicaría por qué la familia de Regin quería que empezara antes las clases.
—¿Hay más reclamaciones de tutela? —preguntó Jerrik. Siguió el silencio, y el rector bajó los brazos—. Que todos los magos con intención de reclamar una tutela se acerquen.
Rothen se levantó y recorrió el camino hasta el final de los asientos. A continuación bajó la escalera y se unió a lord Garrel y lord Yarrin. Esperó junto al rector Jerrik mientras un joven aprendiz, ruborizado por la excitación de desempeñar un papel en la ceremonia, se acercó portando unas telas de color marrón rojizo. Cada uno de los magos seleccionó un fardo.
—Por favor, que se adelante Gennyl —ordenó Jerrik.
Uno de los muchachos lonmarianos se precipitó hacia delante e hizo una reverencia. Sus ojos se ensancharon al encararse a lord Jerrik, y su voz tembló mientras recitaba el Juramento de los Aprendices. Lord Yarrin tendió al muchacho sus túnicas, y tutor y aprendiz se retiraron. Lord Jerrik volvió a dirigirse a los aspirantes.
—Por favor, que se adelante Sonea.
La joven caminó rígidamente hacia Jerrik. Aunque tenía la tez pálida, efectuó una grácil reverencia y recitó el juramento con voz clara y firme. Rothen dio un paso adelante y le tendió el fardo de túnicas.
—Te tomo bajo mi tutela, Sonea. Tu aprendizaje será mi tarea y preocupación hasta tu graduación en la universidad.
—Y yo os obedeceré, lord Rothen.
—Que ambos os beneficiéis mutuamente de este acuerdo —concluyó Jerrik.
Mientras se echaban a un lado para aguardar junto a lord Yarrin y Gennyl, Jerrik llamó al aún sonriente muchacho del extremo de la fila.
—Por favor, que se adelante Regin.
El muchacho, seguro de sí mismo, avanzó a grandes zancadas hacia Jerrik, pero su reverencia resultó torpe y apresurada. Mientras las frases rituales eran repetidas, Rothen miró a Sonea, preguntándose qué pensaría. Ahora era miembro del Gremio, y eso no era ninguna nimiedad.
Sonea observaba al chico situado a su derecha, y Rothen siguió su mirada. Gennyl aguardaba con la espalda recta y el rostro ruborizado.
«Está a punto de estallar, de puro orgullo», caviló Rothen.
Tener un tutor, especialmente a aquellas alturas, denotaba que un aspirante poseía un don excepcional.
Pocos opinarían así de Sonea, no obstante. Sospechaba que la mayoría de los magos asumían que había elegido ser su tutor simplemente para recordarles que había desempeñado un papel decisivo a la hora de encontrarla. No le habrían creído si les hubiera hablado de su fuerza y talento. Pero ya lo descubrirían, y saber esto le proporcionaba cierta satisfacción.
Después de que Regin y lord Garrel hubieran pronunciado las palabras rituales, se colocaron a la izquierda de Rothen. El muchacho se quedó mirando a Sonea, con expresión calculadora. Ella no se percató, o bien le estaba ignorando. Se limitaba a observar con atención mientras Jerrik llamaba al resto de los aspirantes a pronunciar el juramento. Estos fueron formando una fila junto a los tutores y sus aprendices a medida que iban recibiendo sus túnicas.
Cuando el último de los aspirantes se hubo unido a la fila, lord Jerrik se volvió hacia ellos.
—Ahora sois aprendices del Gremio de los Magos —anunció—. Que los años venideros sean prósperos para todos vosotros.
Los aprendices, como uno solo, se inclinaron en una reverencia. Lord Jerrik asintió y se hizo a un lado.
—Doy la bienvenida a nuestros nuevos aprendices y les deseo muchos años de éxito. —Sonea saltó al escuchar la voz de Lorlen a su espalda—. En este momento, declaro finalizada la Ceremonia de Aceptación.
En el Salón Gremial comenzaron a resonar ecos de voces. Las filas de hombres y mujeres con túnicas se agitaron como zarandeadas por un fuerte viento. Se levantaron e iniciaron el descenso hacia el piso, llenando la sala con el repiqueteo de sus pasos. Los nuevos aprendices empezaron a moverse en todas las direcciones al darse cuenta de que las formalidades habían terminado. Algunos corrían hacia sus padres, otros examinaban el fardo de prendas que tenían en las manos u observaban la repentina actividad que se desarrollaba a su alrededor. En el otro extremo del Salón Gremial las grandes puertas empezaron a abrirse lentamente.
Sonea se volvió y miró a Rothen.
—Ya está, pues. Soy una aprendiz.
Él sonrió.
—¿Contenta de que todo haya acabado?
—Tengo la sensación de que no ha hecho más que comenzar —dijo encogiéndose de hombros. Sus ojos titilaron—. Aquí llega tu sombra.
Rothen se volvió y descubrió a Dannyl avanzando con paso firme hacia él.
—Bienvenida al Gremio, Sonea.
—Gracias, embajador Dannyl —respondió Sonea con una reverencia. Este se echó a reir.
—Aún no, Sonea. Aún no.
Sintiendo la presencia de alguien nuevo a su lado, Rothen se volvió y encontró al rector de la universidad junto a él.
—Lord Rothen —dijo Jerrik, dirigiendo una cansina sonrisa a Sonea cuando esta se inclinó.
—¿Sí? —respondió Rothen.
—¿Se mudará Sonea al alojamiento de los aprendices? No se me había ocurrido preguntárselo hasta ahora.
Rothen negó con la cabeza.
—Se quedará conmigo. Tengo espacio de sobra para ella en mis aposentos.
Jerrik alzó las cejas.
—Ya veo. Se lo diré a lord Ahrind. Discúlpenme.
Rothen observó al anciano acercarse a un mago delgado y de mejillas hundidas. Lord Ahrind frunció el ceño y miró a Sonea mientras Jerrik hablaba.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Sonea.
Rothen señaló con la cabeza las prendas que la joven sostenía en las manos.
—Veamos si estas túnicas te quedan bien. —Miró a Dannyl—. Y creo que es de recibo una pequeña celebración. ¿Vienes?
Dannyl sonrió.
—No me lo perdería por nada.