Epílogo
ras lo acontecido aquellos cortos y, a la vez, terriblemente largos días que desembocaron en la muerte de mi padre, en el fallecimiento de Vlad III Draculea, el Empalador, quien ahora es conocido como uno de los mayores asesinos de la Historia por la mayor parte del mundo (excepto, curiosamente, sus compatriotas rumanos) pero antaño fuera considerado el mayor defensor de Europa y la Cristiandad frente al Imperio Otomano, Valaquia volvió a caer en poder de los Turcos, que devolvieron al trono a Basarab Laiotă.
No había nada que yo pudiera hacer para evitarlo en aquel momento, así que, muy en contra de mi voluntad y teniendo que hacer un enorme esfuerzo de autocontrol para evitar que mi orgullo y sed de venganza me llevaran a cometer un error, di un paso atrás y dejé ganar a la prudencia y la sensatez.
Valaquia ya no era un lugar seguro para mí. Ninguno de los supervivientes de aquella batalla me había visto regresar con vida, y los que se habían enfrentado a mí y, por lo tanto, sabían que uno de los hijos de Vlad Draculea, aquel al que más razones tenían para temer, había participado en ella, estaban muertos y no podían hacerles ver que mi cuerpo no se encontraba entre los cadáveres, pero había mucha gente ajena a la batalla que sabía quién era yo y que seguía con vida. Empezando por mis abuelos maternos y terminando por los habitantes de la ciudadela en la que vivía y, por supuesto, mi hermana.
Tras entregar el cuerpo de Stelian regresé directamente a mi hogar y, sin perder un momento, cogí lo indispensable y cabalgué lejos de allí, hacia el norte, fuera del amplio alcance de la mirada otomana.
Una vez me encontré seguro, varios días después, escribí a mi hermana para comunicarle que estaba vivo, pero no di dirección alguna sobre mi paradero, pues cuanto menos supiera, más seguros estaríamos ambos. Tuve cuidado con mis palabras y, aparte de asegurarle que me encontraba bien, también me encargué de hacerle saber que volvería, que regresaría a por ella y para recuperar aquello por lo que tanto había luchado nuestro padre: nuestro hogar y nuestro pueblo. Si algún ojo curioso osaba quebrantar la intimidad de esa carta, sabría a qué deberían atenerse allá en mi patria, y lo que estaba por llegar.
Mi querida Connie:
Te escribo desde un lugar lejano y seguro, con la única finalidad de hacerte conocedora de mi situación: sigo vivo y con buena salud, no debes temer por esto.
Espero que me perdones por no haber ido a verte pero, como imagino ya sabrás, la batalla no fue como planeábamos, las cosas se torcieron. Valaquia ya no es un lugar seguro para mí, no solo por el control Otomano bajo el que se encuentra, sino por los traidores que viven en ella, las ratas ocultas bajo rangos de nobles.
Solo quiero pedirte que seas prudente y cauta y tengas paciencia, que permanezcas ahí, pues es el único lugar seguro que hallarás, y mantengas viva la esperanza de que el día menos pensado me tendrás de vuelta y viviremos juntos. Podrás dejar atrás esa vida tan limitada, esa suerte de prisión que para ti supone tu actual hogar, y vivir como quieras, como siempre has deseado.
Pero te pido que aguantes un poco más porque hay algo que debo hacer antes. Sé que nunca has sentido afecto por padre, y lo entiendo ya que él tampoco te lo ha mostrado jamás, pero para mí ha sido un ejemplo a seguir, obra suya es el esbozo de hombre en el que me he convertido, y le debo el terminar el trabajo que él comenzó. Siento que es mi deber hacer que se cumplan sus deseos, que también son los míos, pues Valaquia no merece ser subyugada al Imperio Otomano, sino alzarse como la gran patria que fue y puede volver a ser.
Necesito tiempo para reunir las viejas piezas, obtener otras nuevas, recolocarlas en el tablero y lanzar un nuevo movimiento. Estudiaré a fondo las reglas del juego y el próximo Jaque provendrá de mí.
Recuperaré lo que es nuestro, Connie, y lo disfrutaremos juntos, para siempre.
TE QUIERE,
~N