Capítulo 3

P

bandoné el convento y, de nuevo a lomos de mi montura, puse rumbo, ahora sí, hacia el sur, directo a la boca del lobo. Me obligué a dejar atrás todos los recuerdos, pues constituían un lastre que me ralentizaba y embotaba mis sentidos, y yo necesitaba tener la mente más despejada que nunca para la batalla que se avecinaba.

Al llegar al punto de encuentro acordado me reuní con el grupo de vasallos que mi padre había dejado a mi mando. Se trataba de unos cien hombres de entre quince y cincuenta años y todos me miraban con una mezcla de curiosidad y recelo; no vi en sus ojos ni un solo rastro de temor o respeto, y eso me molestó. Cabalgué de un lado a otro entre ellos, obligándoles a abrirme paso, inspeccionándoles a la vez que me aseguraba de que todos reparaban en mi llegada, hasta que advertí un rostro que conocía muy bien y cuya presencia, aunque deseaba, no esperaba.

—¡Stelian! —le llamé desde lo alto de mi montura, incapaz de ocultar mi sorpresa. El chico, tan solo un par de años menor que yo, se acercó caminando despacio, con una media sonrisa burlona en su rostro.

—Empezaba a pensar que el gran hijo del diablo estaba demasiado ocupado en el Infierno como para venir a mezclarse con simples mortales —bromeó.

—A mí me sorprende más que tu mujer te haya dejado salir de casa. Sin duda subestimé la magnitud de tu gallardía.

—Bueno… me dijo algo como que si me iba no volviera, pero tampoco las tengo todas conmigo así que…

Sonreí y me incliné sobre el caballo para estrechar su mano.

—Me alegro de que hayas decidido venir —admití.

—¿Bromeas? Es tu estreno como capitán… Quiero estar ahí cuando yerres y tenga que salvar tu trasero.

Reí, pero entonces recordé dónde estaba. Todos se encontraban pendientes de mí, así que me obligué a adoptar una actitud más cercana a lo que pensaba que se esperaba de un capitán.

—¿Hay noticias de mi padre? —pregunté en un tono más serio.

Stelian borró también la sonrisa de su rostro. Era el primogénito de quien fuera lugarteniente de mi padre hasta hacía un año, por lo que en cierto modo yo estaba ocupando el lugar de su progenitor en aquella empresa. Él había muerto en la batalla de Vaslui, que enfrentara a las huestes de Esteban III de Moldavia y las tropas otomanas el año anterior, y ahora era su hijo quien debía ponerse a mis órdenes. Stelian era mi mejor amigo, casi como un hermano, y ya habíamos luchado juntos con anterioridad en todas las batallas en las que había participado hasta el momento.

—Un mensajero partió hace un buen rato, no debería tardar mucho…

Asentí, aunque esperaba que entre las noticias que hubiera llevado a mi padre no estuviera la de mi retraso.

—¡De cualquier modo, nos pondremos en marcha! —informé gritando para que todos pudieran oírme—. ¡Debemos reunirnos con el resto antes de que la noche nos alcance, el frío nos retrasaría demasiado!

Mi padre me había pedido que estuviera preparado. Había ordenado que me encargara de reunir aquel pequeño ejército y aguardara su señal. Era un gran estratega, de eso no me cabía duda, así lo había demostrado en todas las victorias arrebatadas al Imperio otomano hasta el momento, pero yo no podía quitarme de la cabeza aquel mal presentimiento. Prefería estar cerca por lo que pudiera pasar.

—¡Deberíamos esperar a recibir noticias! —protestó un caballero junto al que recordaba haber luchado pero cuyo nombre ignoraba—. Las órdenes son…

—¡Las ordenes las doy yo! —le interrumpí y dirigí al caballo hasta él, acompañado de Stelian. Ambos teníamos un don para intuir posibles problemas—. Y tú deberías aprender a acatarlas en silencio —añadí.

—Solo digo que…

—Sé lo que dices, acabo de escucharte. ¿Me has oído tú a mí?

Asintió.

—¿Y me has entendido?

Volvió a afirmar con la cabeza.

—Entonces tienes dos opciones: obedecer mis órdenes o regresar a casa. No toleraré cobardía ni insubordinación entre mis filas.

—Sí, señor… —inclinó la cabeza y se alejó. Le seguí con la mirada hasta que se perdió entre la multitud y entonces me dirigí a los demás.

—¡Lo que acabo de decir va por todos! ¡Si alguien teme a la muerte, que dé media vuelta y regrese a su hogar! ¡No lucharé junto a agoreros!

Paseé la mirada entre los rostros que me observaban con atención. Hubo murmullos y reparé en que el hombre que acababa de cuestionar mis órdenes era uno de los autores de los mismos. Lo que él no sabía era que mis sentidos estaban mucho más desarrollados que los de cualquier humano.

Agucé el oído.

—Si llegamos antes de tiempo todo se irá al carajo —susurró a otro hombre al que no había visto nunca—. Tenemos que pararle los pies con cualquier nadería.

—Puede que sea joven e inexperto pero no es estúpido; si intentamos retenerle aquí lo descubrirá y estaremos muertos antes de que podamos siquiera reparar en ello.

No me di cuenta de la fuerza con la que mis puños se habían cerrado alrededor de las riendas hasta que mi caballo se movió piafando nervioso, consciente de la tensión que se había adueñado de mí, y Stelian murmuró mi nombre en tono de aviso. Olvidé que, dada mi situación en lo alto de mi montura, todos podían observarme con atención, y todavía no habían dejado de hacerlo cuando advirtieron la dirección de mi mirada y la ira contenida que empezaba a adueñarse de mi rostro.

Se hizo un silencio tal que alertó a los hombres que creían hablar en secreto. Miraron a su alrededor pero antes de que pudieran fijar su vista en mí y entender lo que ocurría, sacudí las riendas y me abrí paso hasta ellos.

—¿Existe algún plan alternativo del que no se me haya informado? ¿Alguna propuesta que queráis hacer?

Ambos guardaron silencio, intentando aparentar tranquilidad, pero podía oler su miedo y cuando descabalgué, su hedor se me hizo casi palpable.

—Tu sordera comienza a ser irritante… —añadí a la espera de su respuesta—. Casi tanto como tu estupidez. —Me acerqué a él con paso decidido, pero no se movió—. A un estúpido puedo perdonarle… a un traidor, no. ¿Qué eres tú? —me detuve y justo en ese momento, el hombre desenvainó su espada obligándome a dar un paso atrás.

Su hoja pasó muy cerca de mi cuello, demasiado, tanto que pude sentir contra mi piel el aire arrastrado por ella. Desenvainé la mía y los hombres que nos rodeaban retrocedieron dejándonos espacio, todos excepto Stelian, que llevó la mano a la empuñadura de su espada y dio un paso hacia nosotros. Le hice un gesto para que se detuviera, aquello tenía que resolverlo yo solo.

—Un traidor estúpido… pero con agallas —sonreí.

El hombre se tomó un instante para mirar hacia aquel con quien había estado hablando, claramente a la espera de ayuda, pero el valor no era un rasgo que compartieran y este, a diferencia de él, optó por ir en busca de su montura y huir.

—Tu amigo es más sensato que tú… —comenté.

Inmediatamente después lancé el primer golpe de mandoble que a punto estuvo de hacerle caer. Pero logró contener el embate y contraatacar con su espada.

—¡Esta guerra está perdida! —bramó mientras la hoja de su arma se encontraba con la mía. El fuerte golpe metálico hizo que mi caballo se encabritara y retrocediera entre resuellos, obligando a Stelian a sujetarle por las riendas—. Las tropas otomanas vencerán. Vlad caerá hoy y con él llegará el final de los Drăculeşti.

—Hablas demasiado. Las palabras no ganan las batallas.

Volví a arremeter contra él una y otra vez, obligándole a adquirir una posición defensiva constante. Me doblaba en tamaño y edad, lo que sin duda le había hecho confiarse. Ahora empezaba a ser consciente de que me había subestimado. Pero sabía lo que pasaba por su mente: que una vez descubiertas sus intenciones solo tenía dos alternativas, rendirse y aceptar su condena o acabar conmigo. Porque solo mi muerte le haría posible la huida.

Seguí arremetiendo contra él incansable, asestando golpes que su espada, convertida improvisadamente en escudo, luchaba por frenar una y otra vez. Comenzaba a aburrirme de aquello así que le di unos segundos de tregua que él aprovechó para retroceder unos pasos y cambiar de mano su arma mientras abría y cerraba la diestra en un intento de descargar la tensión que en ella debía de haberse acumulado.

—Ríndete y juro que te daré una muerte rápida —le ofrecí.

—Si debo morir será peleando; para vos la muerte del cordero —prácticamente escupió las últimas palabras.

Esperé a que volviera a sujetar la espada con la diestra y volví a atacar incesantemente. Le permití contraatacar un par de veces por pura diversión, pero se hacía tarde y no podía perder más tiempo. No podía permitir que me retuviera y cumpliera así sus planes. Me arrojé sobre él con todas mis fuerzas y cuando su espada recibió mi nuevo golpe pude oír el crujido de su muñeca al quebrarse. Gimió de dolor y se vio obligado a dejar caer el arma. Yo retrocedí un paso, alejando la mía, pero cuando le vi inclinarse para intentar recogerla volví a arremeter contra él hundiendo el hierro de mi mandoble a través de su pecho. El hombre levantó la mirada y entreabrió la boca, pero de ella no salió más que un amago de palabras arrastradas por un torrente de sangre.

En cualquier otra ocasión habría acabado con aquello de manera rápida y más limpia, su cabeza habría rodado por el suelo sin más, pero aquella alimaña no se merecía una muerte digna. Le mantuve en pie con mi espada atravesada en una variante de los empalamientos que caracterizaban los castigos de mi padre, mis ojos fijos en los suyos, contemplando cómo la vida iba abandonándole más despacio de lo que él hubiera querido. Solo cuando sus piernas se doblaron retiré el metal de su cuerpo dejando que se desplomara sobre la nieve.

Limpié la sangre del arma y volví a envainarla. El silencio era casi total. Los murmullos habían sido sustituidos por el sonido de mi respiración acelerada y el ulular del viento.

—Stelian. —Se acercó de inmediato mirando de pasada el cadáver ensangrentado—. Que levanten el campamento. Partimos ya —ordené.

Asintió y se apresuró a hacer correr la orden. En cuestión de segundos todos estuvieron listos y nos pusimos en camino.