Efectivamente, me llevé una sorpresa. ¡Jugaba peor que nunca!

Las primeras dos veces que lancé a canasta, el tiro me salió totalmente desviado y tuve que ir detrás de la pelota por la hierba mojada.

Ron se echó a reír.

—¡Ya veo que has estado practicando! —se burló.

Le tiré la pelota al estómago. Se lo merecía. Aquello no tenía ninguna gracia.

Estaba decepcionadísima. Me dije una y otra vez que los deseos no se hacen realidad, y menos cuando te los concede una loca perdida un día de lluvia.

Pero no podía evitar tener esperanzas. Las otras chicas del equipo eran tan crueles conmigo… sería genial que, al día siguiente, en el partido contra el colegio Jefferson, yo fuera la estrella del equipo.

La estrella, qué risa.

Ron avanzó hasta la canasta y encestó con toda facilidad. Luego cogió su propio rebote y me hizo un pase. La pelota se me escapó de las manos y fue botando por la rampa del garaje. Salí corriendo tras ella, resbalé en el suelo mojado y me caí de narices en un charco.

Menuda estrella.

«¡Estoy jugando peor que nunca! —me dije—. ¡Mucho peor!»

Ron me ayudó a levantarme y yo me limpié la cara.

—Recuerda que ha sido idea tuya.

Yo cogí la pelota, pegué un grito y eché una furiosa carrera hacia la canasta. Tenía que encestar. ¡Tenía que encestar!

Pero cuando iba a lanzar Ron me alcanzó, dio un salto con los brazos levantados y me hizo un tapón.

—¡Aaaaaj! ¡Ojalá midieras dos palmos! —grité frustrada.

Él se echó a reír y salió corriendo en pos de la pelota. Y entonces sentí que me invadía el miedo.

«¿Qué he hecho? —me pregunté escudriñando la oscuridad que me rodeaba y esperando que Ron volviera con la pelota—. ¿Acabo de pronunciar mi segundo deseo? ¡No lo decía en serio! —me dije, el corazón martilleándome en el pecho—. ¡Ha sido sin querer! ¡No era un deseo de verdad!»

¿No habría hecho que mi hermano encogiera hasta no levantar más de dos palmos? «No, no, no», repetí una y otra vez mientras esperaba que volviera.

El primer deseo no se había hecho realidad, así que no había razones para suponer que el segundo se cumpliría. Entorné los ojos para escudriñar la oscuridad.

—Ron, ¿dónde estás?

De pronto vi que se acercaba hacia mí y me quedé sobrecogida. ¡Medía dos palmos!