Alcé la vista del suelo y me quedé de piedra. ¡No era Judith!

La Dama de la Esfera me miraba intensamente con sus ojos negros. Llevaba su chal rojo en torno a los hombros.

—¡Usted! —grité furiosa, intentando levantarme.

—No eres feliz ¿verdad? —me dijo casi dulcemente.

—¡Sus deseos me han arruinado la vida! —me quejé mientras me sacudía las hojas secas del suéter.

—Yo no deseo que seas desgraciada. Yo sólo pretendía corresponder a tu amabilidad.

—¡Ojalá no la hubiera conocido nunca!

—Muy bien. —La Dama de la Esfera Mágica levantó la bola roja con una mano y sus ojos oscuros resplandecieron—. Anulo tu tercer deseo. Y como has sufrido tanto, te voy a conceder otro.

Oí un crujir de hojas a mis espaldas. Judith se acercaba.

—¡Ojalá no la hubiera conocido nunca! —exclamé—. ¡Ojalá la hubiera conocido Judith en mi lugar!

La bola roja brilló cada vez más y más hasta que su luz pareció envolverme. Cuando se desvaneció yo me encontraba en el lindero del bosque.

«¡Uf, qué alivio! —pensé—. ¡Menos mal!»

Judith y la Dama de la Esfera estaban a la sombra del grueso tronco de un árbol, hablaban, muy cerca la una de la otra.

«¡Es la venganza perfecta! —me dije—. ¡Ahora Judith formulará un deseo y será su ruina!»

Riéndome para mis adentros, me esforcé por descifrar lo que decían. Me moría de ganas de saber lo que Judith iba a desear. Por los labios parecía como si dijera: «Que levante el vuelo la Zancuda».

Pero eso no tenía sentido. ¡Yo era feliz! ¡Tan feliz! Era libre, totalmente libre. Me sentía diferente, más ligera, más feliz.

«Que Judith formule sus tres deseos. ¡Ya verá lo que es bueno!»

Ladeé la cabeza y vi un gusano que asomaba sobre la tierra. De pronto tenía mucha hambre. Bajé rápidamente la cabeza, atrapé al gusano y me lo comí.

Estaba riquísimo.

Moví las alas, comprobando el viento, y entonces alcé el vuelo. Me deslizaba sobre los árboles. La brisa me refrescaba las plumas. Aleteé con más fuerza, gané altura, y al mirar hacia abajo, vi a Judith.

Estaba con la Dama de la Esfera y me miraba fijamente. Supongo que se había cumplido su primer deseo, porque en su rostro se dibujaba una inmensa sonrisa.