Me la quedé mirando horrorizada, con la boca abierta.
—¿Cómo que no pueden venir?
—Faltarán por lo menos una semana —dijo Audrey mientras cerraba con llave la puerta.
—¿Cómo? —chillé.
Audrey no podía sacar la llave de la cerradura.
—Han ido al médico. Sus madres han llamado esta mañana. Por lo visto están muy enfermas. Tienen la gripe o algo así. Se ve que están muy débiles.
Yo suspiré aliviada. Menos mal que Audrey seguía tirando de la llave, así no vio mi reacción.
Al final la enfermera se marchó por el pasillo, y en cuanto desapareció de la vista me desplomé contra la pared.
—Por lo menos no están muertas —gemí—. ¡Me ha dado un susto de espanto!
Cory movió la cabeza.
—A mí también —confesó—. Pero, ¿ves? Judith y Anna tienen la gripe, nada más. Seguro que el médico…
—No es la gripe. Están débiles por mi culpa.
—Llámalas luego. Verás como están mejor.
—No puedo esperar —dije con voz trémula—. Tengo que hacer algo, Cory. Tengo que impedir que se vayan debilitando hasta que se consuman del todo y se mueran.
—Cálmate, Sam.
Yo me había puesto a dar vueltas alrededor de él. Unos chicos pasaron a la carrera hacia las taquillas. Alguien me llamó, pero no contesté.
—Tengo que ir a clase —dijo Cory—. Creo que te estás preocupando por nada, Sam. Si esperas hasta mañana…
—¡Ella dijo que me concedía tres deseos! —exclamé, sin oír ni una palabra de lo que me decía Cory—. Sólo he formulado uno.
—Sam…
—¡Tengo que encontrarla! Tengo que encontrar a esa mujer. ¿No lo ves? Puedo desear que mi primer deseo se anule. Ella dijo que me concedía tres deseos, así que el segundo puede ser anular el primero.
Empezaba a sentirme mucho mejor, pero Cory me devolvió a mis preocupaciones con una sola pregunta:
—¿Cómo vas a encontrarla, Sam?