Aunque el circo ha conservado la vida, distamos mucho de considerarnos satisfechos, porque a la terrible inmolación de Ismail y la destrucción de nuestra Banshee ha venido a sumarse una nueva y más dolorosa muerte: Wimdyl, la muchacha de la sonrisa tenue, la sílfide de ojos brillantes y mirada de luz, ha escapado también hacia los dominios de las sombras y la noche. La radiación la ha hecho desangrarse gota a gota. El contenedor de la crisálida ha dejado de funcionar durante la persecución y ella ha ido consumiéndose lentamente sin su ayuda; ninguno de nosotros ha podido darse cuenta, ninguno de nosotros ha intentado lo imposible para salvarla.
Todavía trozos de metralla incandescente burbujeaban en la negra concavidad del espacio cuando la Fergus ha acudido a rescatarnos. A salvo en su interior, hemos abierto el retículo que durante tanto tiempo ha sido el santuario que prolongaba la vida de Wimdyl, su refugio. Libre de la envoltura de cristal, ella ha caído muy despacio hacia adelante, dormida como si estuviera muerta, y las alas de seda se han volcado sobre su cuerpo, materializándose por última vez, abiertas a su alrededor con la presencia de un abanico, como la cola multicolor de un pájaro. Imposible volver el tiempo atrás, el circo ha llorado insatisfecho al comprender que Wimdyl ha emprendido su vuelo definitivo desde la vida hasta la muerte.
Hemos decidido reintegrarla al espacio. Lágrimas heladas se nos han clavado en los ojos mientras ofrendábamos el funeral, y Héctor de Troya ha pronunciado su lamento por mí, porque me conozco incapaz de crear un sentimiento con palabras en este instante. Héctor ha hablado con mi voz, ha recitado versos antiguos como antigua es la Historia, hexámetros dactílicos que aprendí hace años en Monasterio, cuando no imaginaba la manera en que habría de utilizarlos: Ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.
Hemos decidido reintegrarla al espacio. Wimdyl, mejor que nadie, merece semejante honor. Es ella, y no los soldados que me señalara Ares Wayne, quien puede ser considerada una criatura del aire, una mariposa capaz de orbitar hasta el fin de los tiempos en torno al foco de un sol nuevo y repetir esta consigna, mi lamento de amor que suena como el despropósito de un niño. Después, una vez concluida la ceremonia de su sepelio, nos confundimos entre la pálida canción de las estrellas. Wim se ha quedado aquí, en este lugar sin nombre, rotando con las dos alas abiertas, los ojos que más he amado cubiertos par la caricia satinada de sus párpados, la piel de doncella más querida reluciendo como escarcha a través de cien mil soles.
Esta metáfora amarga que durante tanto tiempo me ha correspondido está llegando al final, pero no me quejo. He tenido más suerte de la que había supuesto hace veinte años, cuando desesperaba creyendo que jamás saldría de la Tierra. La Tierra. Ahora sé que nunca podré regresar a su seno, y esto ni siquiera me interesa, porque nada me aguarda allí. No, desde luego, no me quejo. He conocido mucho dolor, mucha angustia, mucha incomprensión y mucha sangre, pero también ha llegado hasta mi boca el dulce sabor del conocimiento, y este débil contacto sirve para nivelar cualquier balanza. No me duele un solo paso del camino que he seguido. Ahora el circo va a internarse más allá del Confín, donde las naves de la Corporación no creerán lógico encontrarnos. Ignoro cuánto tiempo se alargará esta situación, hasta cuándo la garra de Nueva York permitirá que continuemos siendo fantasmas sin ojos, semillas de viento. El circo va a intentar seguir huyendo, y yo estaré con él, conduciéndolo en su loco sueño. Paddy Charles O'Shaugnessy ha conseguido su relevo en mí, y yo no soy nadie para desobedecerlo.
Una ojeada a mí mismo, un pequeño vistazo a mi interior me clarifica la situación que me rodea. He atravesado muchas tempestades, he ido colocándome en posiciones muy diversas hasta caer finalmente al otro lado, a mi justo sitio. Ahora voy a cumplir cuarenta años, y parece que he ganado algo de peso, y unas entradas en mi pelo advierten que su color no va a conservarse rubio mucho más tiempo. Es curioso. Debo haber madurado, porque ni siquiera me importa no volver a ser ya nunca un petimetre, un poeta elegante y bien vestido como he pretendido siempre. Es curioso, sí, pero he dejado de preocuparme por el resultado final de esta trampa que me trenza mi destino. No escapo de lo que voy a ser, ni tampoco de aquello que he sido. La existencia o el vacío: ese es mi problema, y no hay mejor momento que el presente.