La noche es la misma, y la sombra, en el agua, es la sombra de un hombre gastado
Aun así, nos habíamos ido a tomar una copa, Ribero, Vernet y yo. Ribero llevó el saab hasta David, en la rotonda de la playa. Ahora, con un whisky calentito en el estómago, todo iba mejor. No había sido más que un Glenmorangie de nada, pero no estaba mal. Ellos eran de los de menta con agua.
Vernet se bebió su vaso, se levantó y estiró el brazo hacia la izquierda.
—Mira, tu casa es por ahí. ¿Podrás tú solo o necesitas todavía a los ángeles de la guarda?
—Podré —dije.
—Porque no hemos acabado. Todavía tenemos faena.
Les di un apretón de manos.
—¡Ah!, por cierto. Loubet te aconseja con entusiasmo la pesca. Dice que no hay nada mejor para lo tuyo.
Y se echaron a reír otra vez.
Apenas había aparcado en la puerta y Honorine ya estaba saliendo de su casa. En camisón. No la había visto nunca en camisón. Como mucho, cuando era muy pequeño.
—Venga, venga —dijo muy bajo.
La seguí hasta su casa.
Fonfon estaba allí. Acodado a la mesa de la cocina. Con una baraja. Estaban echando una partida. A las dos de la mañana. ¡Pasaba cada una en cuanto me descuidaba!
—¿Qué tal? —me dijo dándome un abrazo.
—Oiga, ¿ha comido? —preguntó Honorine.
—Si ha hecho una daube, no digo que no.
—¡Anda que… menudas ocurrencias que tiene éste! —refunfuñó Fonfon—. Una daube. Como si no tuviéramos otra cosa en que pensar.
Estaban tal como los quería.
—Le hago rápido un poco de bruschetta, si quiere.
—Déjelo, Honorine. Lo que más me apetece es beber algo. Me voy a buscar mi botella.
—No, no —dijo Honorine—. Va usted a despertar a todo el mundo. Por eso estábamos pendientes con Fonfon.
—¿Cómo a todo el mundo?
—Pues… En su cama están Gélou, Naima y… ¡ay!, ya no me acuerdo cómo se llama. La señora vietnamita.
—Cûc.
—Eso. En el sofá está Mathias. Y en un rincón, en un pequeño colchón que he pasado yo, Murad, el hermano de Naima, ¿no?
—Exacto. ¿Y qué hacen aquí?
—Pues yo qué sé. Habrán pensado que estarían mejor aquí que en otro sitio, digo yo. ¿Usted cómo lo ve, Fonfon?
—Que creo que han hecho bien. ¿Te quieres venir a dormir a mi casa?
—Gracias, de verdad. Pero creo que ya no tengo sueño. Me voy a dar una vuelta en el barco. Creo que hace una noche estupenda.
Les di un beso.
Entré en mi casa como un ladrón. De la cocina agarré la botella de Lagavulin sin empezar, una cazadora y, de un armario, una manta caliente. Me coloqué mi vieja gorra de pescador y bajé hacia el barco.
Mi fiel amigo.
Vi mi sombra en el agua. La sombra de un ser gastado.
Salí a remo, para no hacer ruido.
En la terraza me pareció ver a Honorine y a Fonfon abrazándose. Me eché a llorar.
Joder, qué gusto.