15

Donde la inminencia de un acontecimiento crea una especie de vacío que atrae

Llamaron por teléfono uno detrás de otro. Primero Hélène Pessayre, luego el asesino. Yo había llamado a Babette antes. Pero desde casa de Fonfon. Félix me había puesto la mosca detrás de la oreja diciéndome que me llamaría al bar de Fonfon y no a mi casa. Hacía bien, podía tener el teléfono pinchado. Hélène Pessayre era capaz de hacerlo. Y si tenía a la policía enganchada a mi teléfono, todo lo que pudiera soltar acabaría por llegar a oídos de los mañosos. Bastaba con pagar, como ya dijo Fargette durante años. Bastaba con poner un precio. Y para los que tenía plantados delante de la puerta, el precio no parecía ser el problema.

Intenté localizar de un vistazo rápido en la calle a los asesinos y a la policía. Pero no vi ningún Fiat Punto ni ningún Renault 21. Daba igual, seguro que estaban por ahí cerca.

—¿Puedo hacer una llamada? —le dije a Fonfon al entrar al bar.

Estaba completamente absorbido por la realización de mi plan. Aun cuando después de ver a Babette, de haber hablado con ella, siguiera encontrándome en la oscuridad total. La inminencia de su llegada era un vacío hacia el que sentía la obligación de precipitarme.

—Bueno, pues vale —refunfuñó Fonfon—, aquí como en Correos, pero con la llamada gratis y el pastis de regalo.

—¡Venga ya, Fonfon! —grité mientras marcaba el número de Bruno en Les Cévennes.

—¡Cómo que venga ya! Eres como una corriente de aire. Joder, vas más deprisa que el mistral. Y cuando llegas, nada. No cuentas nada de nada. Lo único que está claro es que vas dejando muertos por donde pisas. ¡La hostia, Fabio!

Volví a colgar suavemente el teléfono. Fonfon había puesto dos pastis, en vasos de chupito. Me acercó el suyo, brindó con el mío y se lo bebió sin esperarme.

—Cuanto menos sepas… —dije.

Explotó.

—¡Pues no, señorito! ¡De eso nada! ¡Y hoy menos aún, se acabó! ¡Me lo cuentas, Fabio! Porque le he visto el careto al tipo que merodea en el Fiat Punto. Cara a cara. ¿Sabes cómo te digo? Nos hemos cruzao. Iba a comprar tabaco al bar de Michel. Y me ha mirao, y no te digo cómo.

—Uno de los de la Mafia.

—Sí… Pero lo que quiero decir es que… ese careto yo ya lo había visto antes. Y no hace mucho.

—¡Cómo! ¿Por aquí?

—No, en el periódico. Venía la foto.

—¿En el periódico?

—¿Qué te pasa, Fabio? Cuando lees el periódico, ¿no te fijas en las fotos, o qué?

—Pues claro que sí.

—Pues eso, que había una foto suya, Ricardo Bruscati. Riccie para los amigos. Volvieron a sacarlo a relucir cuando pasó todo el follón del libro de Yann Piat.

—¿Y a cuento de qué exactamente, te acuerdas?

Se encogió de hombros.

—Y qué coño voy a saber yo. Pregúntale a Babette, seguro que lo sabe —soltó a mala idea, mirándome a los ojos.

—¿Por qué hablas ahora de Babette?

—Porque todo este fregao te lo ha montao ella, ¿es verdad o no? Honorine encontró por ahí la nota que te escribió con los disquetes. Te la habías dejado encima de la mesa. Y la leyó.

Los ojos de Fonfon brillaban de rabia. Nunca lo había visto así. Gritando, echando pestes, jurando, eso sí. Pero con esa rabia en los ojos, nunca.

Se inclinó hacia mí.

—Fabio —empezó a decir; se le había suavizado el tono, pero seguía siendo firme—, si sólo estuviera yo…, me importaría un carajo, pero está Honorine. Y no quiero que le pase nada, ¿entiendes?

Me dio un vuelco el corazón. De tanto amor.

—Ponme otro —es lo único que se me ocurrió decir.

—Te lo voy a decir sin maldad. Los rollos de Babette son suyos y punto. Y tú ya eres mayorcito para hacer las tonterías que te dé la gana. No voy a ser yo quien te diga lo que tienes que hacer. Pero como esos tíos le toquen un pelo a Honorine…

No terminó la frase. Sólo hablaron sus ojos, mirándome fijamente, para decir eso, lo informulable para él: me hacía responsable de todo lo que pudiera pasarle a Honorine. Sólo a ella.

—No le pasará nada, Fonfon. Te lo juro. Y a ti tampoco.

—Bueno —dijo no muy convencido.

Pero aun así brindamos. Y esta vez de verdad.

—Te lo juro —repetí.

—Bueno, pues no se hable más —dijo.

—Sí que lo tenemos que hablar. Llamo a Babette y te cuento.

Babette aceptó venir. Hablar. Mi plan le parecía bien. Pero, por el tono de voz, adiviné que hacerle renunciar a publicar la investigación no iba a ser coser y cantar. No nos dedicamos a hacernos reproches. Lo importante era poder decirse las cosas cara a cara.

—Tengo novedades —dijo Hélène Pessayre.

—Yo también. Le escucho.

—Mis hombres han identificado a uno de los tipos.

—Ricardo Bruscati. Yo también.

Silencio del otro lado.

—Le impresiona, ¿eh? —dije divertido.

—Bastante.

—Yo también he sido policía.

Intenté imaginarme la cara que ponía en ese momento. La decepción que podría leerse en ella. No creo que le hiciera mucha gracia a Hélène Pessayre que la pillaran de improviso.

—¿Hélène?

—Sí, Móntale.

—¡No ponga esa cara, mujer!

—¿Pero ahora de qué va?

—Que es casualidad lo de Ricardo Bruscati. Es mi vecino Fonfon el que lo ha reconocido. Había visto su foto recientemente en el periódico. Y ya no sé mucho más. O sea que le escucho.

Se aclaró la garganta. Todavía estaba un poco mosqueada.

—Pues no es lo mejor que nos puede pasar.

—¿El qué?

—Que el segundo hombre sea Ricardo Bruscati.

—Bueno, por lo menos sabemos con quién estamos tratando, ¿no?

—No. Bruscati es un hombre del Var. No es conocido por ser un asesino sanguinario. Es un pistolero, no un as del cuchillo. Nada más. Un asesino que se dedica a hacer ciertas limpiezas. Sólo eso.

Ahora era yo el que guardaba silencio. Estaba viendo adonde quería ir a parar.

—Hay otro hombre, ¿es eso? Un auténtico asesino de la Mafia, ¿no?

—Sí.

—Que se debe de estar tomando unas cañas, sin inmutarse, en la terraza del New York.

—Exactamente. Y han contratado a Bruscati, que tampoco se puede decir que sea un novato, o lo que es lo mismo: que no están dispuestos a regalar nada.

—¿Está involucrado Bruscati en el asesinato de Yann Piat?

—Que yo sepa, no. Incluso tengo mis dudas. Pero formó parte de los que reventaron el mitin de Yann Piat el 16 de marzo de 1993, en L’Espace 3000 en Fréjus. ¿Se acuerda?

—Sí, a golpe de gases lacrimógenos. Fue Fargette el que dio la orden. Yann Piat no cuadraba con sus objetivos políticos.

Había leído eso en la prensa.

—Fargette —continuó ella— seguía teniendo en el punto de mira al candidato del UDF. Con el visto bueno del Frente Nacional. Coordinaría bajo manga el servicio de seguridad en la región, desde Marsella hasta Niza. Reclutador, formador… Hay un archivo sobre todo eso en el disquete blanco.

Ese archivo lo había estado mirando por encima. Parecía no contener mucho más que cosas que ya había leído en la prensa. Era más un recordatorio de asuntos del Var que un documento explosivo. Pero me había detenido unos minutos en la relación del Frente Nacional con Fargette. Una transcripción de escuchas telefónicas entre el capo marsellés Daniel Savastano y él. Me acordé de una frase: «Es gente que quiere trabajar, que quiere poner orden en la ciudad. Le dije, si tienes amigos que tienen empresa o así, intentaremos darles trabajo…».

—¿A Fargette podría haberlo matado Bruscati?

Fargette había sido asesinado al día siguiente de aquel mitin, en su casa en Italia.

—Eran cuatro.

—Ya, ya lo sé. Pero…

—¿Y para qué vamos a andarnos con suposiciones? Hay que creer que Bruscati, después del asesinato de Yann Piat, se ha cargao a un mogollón de tipos. Estorbos.

—¿Estorbos de qué clase?

—Del tipo Michel Régnier.

Solté un silbido. Después de la muerte de Fargette, Régnier había sido considerado como el padrino del sur de Francia. Un padrino salido del mundo del hampa local, no de la Mafia. Lo acribillaron a balazos delante de su mujer el 30 de septiembre de 1996. El día de su cumpleaños.

—Ésa es la información esencial para mí, con la presencia de Bruscati. Si está aquí hoy, es a cuenta de la Mafia. Lo que quiere decir que ha cogido, y de qué manera, el control económico de la región. Creo que ésa es una de las tesis de la investigación de su amiga. Que pondría término a todas las especulaciones sobre la guerra de «clanes».

—¿Económico y no político?

—Todavía no me he atrevido a abrir el disquete negro.

—Sí, pero cuanto menos sepamos… —dije yo una vez más de manera mecánica.

—¿De verdad lo cree?

Me parecía estar oyendo a Babette.

—Yo no creo nada, Hélène. Lo único que digo es que están los que están muertos y los que están vivos. Y que dentro de los muertos, están los que han financiado la muerte de los otros. Y que la mayoría se encuentran todavía en libertad. Y que continúan haciendo negocios. Actualmente con la Mafia, como lo hacían ayer con el hampa marsellesa y del Var. ¿Me sigue?

No contestó. La oí encenderse un cigarrillo.

—¿Alguna novedad sobre su amiga Babette Bellini?

—Creo que la he localizado —mentí con voz segura.

—Yo tengo paciencia. Ellos seguramente no. Espero su llamada… Por cierto, Móntale, he cambiado al equipo cuando se marchó del Centre-Bourse. Como iba usted a su casa, no nos hemos querido arriesgar a que nos localizaran. Ahora es un Peugeot 304 blanco.

—Precisamente —dije—. Tenía que pedirle un favor.

—Dígame.

—Ya que dispone usted de medios, querría un servicio de vigilancia permanente en casa de Honorine y en el bar de Fonfon, que está a dos pasos de allí.

Un silencio.

—Tengo que pensarlo.

—Hélène, no le voy a hacer chantaje. Esto por esto. No es mi estilo. Si las cosas se ponen mal… Hélène, no quiero tener que abrazar sus cadáveres. Los quiero más que a nada en el mundo. No tengo a nadie más, ¿lo entiende?

Cerré los ojos para pensar en ellos, en Fonfon y en Honorine. La cara de Lole se sobrepuso encima de las suyas. La quería también más que a nada en el mundo. Ya no era mi chica. Vivía lejos de aquí, con otro hombre. Pero al igual que Fonfon y Honorine, seguía formando parte de lo esencial en mi vida. El sentido del amor.

—De acuerdo —dijo Hélène Pessayre—. Pero no antes de mañana por la mañana.

—Gracias.

Iba a colgar.

—Móntale.

—Sí.

—Espero que acabemos pronto con esta historia tan fea. Y… Y que… salgamos de ésta siendo amigos. Quiero decir… que tenga usted ganas de invitarme a su casa con Honorine y Fonfon.

—Así lo espero, Hélène. De verdad. Me gustaría mucho invitarla.

—Cuídese mientras tanto.

Y colgó. Demasiado deprisa. Me dio tiempo justo a oír el leve pitido que hubo después. Tenía el teléfono pinchado. ¡La muy perra!, dije, pero sin que me diera tiempo a pensar en otra cosa ni a saborear sus últimas palabras. El teléfono volvía a sonar y, estaba seguro, la voz de mi interlocutor no iba a ser tan turbadora como la de Hélène Pessayre.

—¿Algo nuevo, Móntale?

Había decidido adoptar un perfil bajo. Ningún comentario. Nada de humor. Obediente. Tipo gilipollas de rodillas, al límite de sus fuerzas.

—Sí, he contactado con Babette por teléfono.

—¿Estabas hablando con ella ahora?

—No, con la policía. Ya no me dejan en paz. Dos cadáveres de gente cercana a mí es demasiado para ellos. Intentan sacarme cosas.

—Ya. Pues es tu problema. ¿Cuándo has llamado a la remuevemierda? ¿En la escapadita de hoy por la tarde?

—Sí, así es.

—¿Seguro que no está aquí en Marsella?

—Quiero ir de legal. Puede que venga en un par de días.

Guardó un tiempo de silencio.

—Dos días, Móntale, no te doy más. Tengo otro nombre en la lista. Y no le va a hacer ni puta gracia a tu encantadora comisaria, seguro.

—Ok. ¿Y cómo hacemos cuando llegue?

—Ya te lo diré. Y dile a tu amiguita que no se venga con las manos vacías, ¿eh, Móntale? Que nos tiene que devolver unas cuantas cosas. Ya te habías dao cuenta, ¿no?

—Ya lo he hablado con ella.

—Muy bien. Vas haciendo progresos.

—¿Y lo demás? ¿La investigación?

—Lo demás nos la suda. Que escriba lo que quiera y donde le salga. No le van a hacer ni puto caso. Como de costumbre.

Se descojonó y luego la voz se le volvió a poner tan cortante como el cuchillo que manejaba con destreza.

—Dos días.

El contenido del disquete negro. Era lo único que les interesaba. Ese que ni Hélène Pessayre ni yo nos habíamos atrevido a abrir. En el documento que había empezado a redactar, Babette explicaba: «Los circuitos de blanqueo de dinero siguen siendo los mismos y pasan en esta región por ser “comités de negocios”. Una especie de mesa redonda que reúne a políticos con capacidad de decisión, empresarios y representantes locales de la Mafia». Daba la lista de un cierto número de «sociedades mixtas» creadas por la Mafia y gestionadas por las autoridades.

—Otra cosa, Móntale. No vuelvas a hacerme la jugadita de esta tarde, ¿vale?

—Entendido.

Le dejé que colgara. Hubo el mismo pitido de antes. Se imponía un pastis. Y un poco de música. Un buen viejo Nat King Colé. The Lonesone Road, sí, con Anita O’Day como artista invitada. Sí, eso era lo que necesitaba antes de juntarme con Fonfon y Honorine. De menú Honorine nos había anunciado relleno de verduras. El sabor del calabacín, el tomate o la berenjena preparados de ese modo mantendría un poco la muerte a distancia. Esa noche más que nunca, necesitaba la presencia de ellos dos.