El Otro
Yo vengo de años sin fronteras, de ciudades sepultadas, de cementerios que me hablan, de canciones que ya nadie recuerda. Yo vengo de un ancho tiempo. Por eso no soy nunca el mismo, como no es la misma mi ciudad, y por eso a mis historias no les puedo poner nombre.
Cuando yo nací, la gran llanura barcelonesa que se extendía más allá de la muralla gótica era tierra de vicio. Allí estaban las mancebías baratas que no habían sido aceptadas en la ciudad amurallada y honesta, los titiriteros, las gentes de la farándula, siempre muertas de hambre, los mendigos y los fugitivos de la ley.
Yo nací en esa tierra.
Curiosamente, la falta de espacio provocó que, en poco tiempo, la llanura del vicio se transformara en la llanura de los conventos. Mi madre —que había aprendido muchas cosas oyendo hablar a los clientes— me dijo que la primera muralla barcelonesa, la romana, enseguida había ahogado la ciudad, hasta el extremo de que ésta se extendió fuera de las defensas y en la Edad Media se tuvo que levantar una segunda muralla, la que con el tiempo se llamó gótica. Descendía por lo que hoy llamamos la Rambla, que entonces era un puro torrente y contaba con algunas hermosas puertas, como la de la Puertaferrisa y la de Canaletas, donde había un puentecillo para que los ciudadanos pudieran cruzar sin riesgo la corriente de agua de las Ramblas. Los clientes de mi madre sabían tanto porque en su mayoría eran clérigos.
Pero más allá de esa segunda muralla, la ciudad iba creciendo. Y así surgió la «tierra de nadie» en la que yo nací, y que era donde estaba la mancebía de mi madre. Claro que muy cerca, por contraste, se alzaban también hospitales como el de la Santa Cruz, conventos que no cabían dentro de las murallas, y cuarteles, es decir, edificios que luego dieron lugar a instituciones tan sacras como el Liceo. Pero eso no me lo podía explicar mi madre, porque aún no había sucedido, ni tampoco lo podían adivinar los hombres que frecuentaban su cama.
Y en su cama nací yo, sin que nadie la atendiese en el parto.
Mi madre era una esclava. Y que nadie se sorprenda.
Que nadie se sorprenda tampoco de que alguien tratara de matarnos a los dos.
Ese alguien era El Otro. Y no voy a mencionar su nombre porque todavía me lo encuentro con frecuencia.