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PEREGRINOS

Por santos y por no tan santos lugares, por tantas partes, hasta las tantas, ese día de difuntos. Y entonces bajamos…

[Facilis descensus…]

A ver, no… No? A descender con la marea. Hasta el fondón. Chispas, polen de fuego flotando. Bocas, vampiras, que se encienden al aspirar. Enrarecidos aires musicaliginosos. El orco y la lira… Sopla! Orquesta y orfeón en los quintos infiernos.

Y después del Ship & Whale, sorteamos otros escollos, ITIS!, otros escolios, ITIS!, otros graff… ITIS!, trinando a trío [sonido estereofónico] ante The Crow’s Nest, ITIS!, cría cuervos y te sacarán los hijos… Y entonces…

Eh gira! Gira! La cabeza nos dio aún más vueltas en el multicoloreado The Globe, nosotros los blancos de tantas miradas globulosas, glogló, y al trote hasta The Noah’s Ark, nuestro santo patrón y primer patriarca [al bote y a la bota y a la botija, je, que genoelogía…], otra égloga no eh, a su puerta haciendo reverencias o doblándose por las arcadas, agh, Rimbaudelaire. Vómitos de mitos. Otras barras, otros barros, otro bar de sirenas y otro barco, otro trago, y otro, otro traguito o traghetto, y otra parada y fondina [dona! —sordidez con sor…], y otra, para volver al centro.

(En la furgoneta veloz de aquel indio danzarín del Albany, en Deptford, que debía llevar aún un cargamento de ropas vaporosas y velos a un almacén cerca de Oxford Circus. Ligero como una liebre. Hare Krishna…)

Hanover Street… (Se dice Hano o Hanno?)

Épico periplo, pimpla y pimplea, por el Bardo y las doce musas, tocando puertas y puertos extraños…

(ALIA, qué letrones, bajo estas colosales columnatas del 177 de Regent Street. Qué hay en un nombre. Yo es otro? Et Alia. Y otros. Milalias. Ahueca el Alia, Emil.)

Luz azul, girando, de aquel coche panda de la policía, en la otra orilla, ante Dickins & Jones. La tienda de las viejas curiosidades…

Heddon Street.

Calle para hedonistas.

[Head on! Cull-de-sac…]

Sin salida? Y sale del haloscuro esta altanera Dama vagabunda (revolvía en un cubo de basura?), en un abrigo de pieles despellejado, trayendo entre los brazos un barco y una guitarra de juguete. Olé la Morenita. Brujitanilla. Nariz ganchuda y ojos alucinados. Lechuza despeluzada. O halcón? El espantapájaras Rimbaudelaire la ahuuyentó con sus aspavientos. Uhuhlulación. El último grito. Y al abrir la boca, con mucho rouge, nos enseña —sin dientes— sus encías. Perdone el ultraje, Madame, de este desconocido borracho. Y pegada a la pared, apretando sus juguetes contra el pecho, sale runflante de Heddon Street. Ele elegiaca. Otra calleja con cuento. Aquí estuvo, en el número nueve, al fondo y a la izquierda, nos detallaba en tiempos Reis, el primer cabaret de Londres. El primero y el último, uh, jadeaba, que duró apenas un año, antes de la Primera Guerra. The Cabaret Theatre Club o, por otro nombre, la Cueva del Becerro de Oro, fundado en 1912 por Madame Strindberg, sí, la ex-esposa [segunda] del genio. Una vivaracha vividora austríaca [née Frida Uhl], siempre a la última. Protectriz de los fucubistas ingleses. Las nuevas artes. Ahí, en un sótano oblongo [decorado por Lewis, Gore, Ginner, Gill, Epstein], la selva y vórtice vorticista. [Vortex tunnel.] Una subterránea explosión de alegrías [exultaciones], —y soleares también. Un tal Senor Mathias [sic], uno de los que estaban en la danza. También, una Eva Segunda. Qué caló. Nieva, fuera? [Nevó, joven. Adán, a Canadá!] Eva con Eva. Qué despelote. Musicalidez. Loco color local, de tonos subidos. Tigrescas pupilas, sangre, ojos, hojas de cuchillos, manos de monos, cacería de ciervos, gorilas, para armar el gori… Anda jaleo, hasta las tantas, para perder la cabeza. Otra ronda. [Free da capo.] El joven Pound sólo perdió allí, aclaró Reis, el sombrero. Un error en el guardarropa. [My hat!]

REED, leyó en voz altafortísima Rimbaudelaire, en esta otra esquina de piedra. Y lo tradujo, pensativo: Roseau? [Toma caña, Pascálamo!] Ridículo, ya deja de hacer el…

Y entre los maniquíes entricherados de este gran escaparate reflejados un instante la silueta aleteante del espantapájaros de la mano engarfiada, con su abrigote condecorado de lamparones, y el búho embufandado con los pelos de punta y el barbón escuálido de la triste figura (I? I? I?: Yo!?), de punta en negro, que nos está espiando de reojo.)

Vigor Street, gorgoriteó Rimbaudelaire, señalando con la manga hacia la placa de Vigo Street, cuando tomábamos a bandazos la despoblada curva de Regent Street hacia Piccadilly.

[Vía! Mejor Vico, corsa e ricorso, que Vigo… En esa calle estaba la librería de Elkin Mathews, lugar privilegiado de encuentros para el novato vate de veintitrés años que acababa de desembarcar en Londres sin conocer a nadie y deseando darse a conocer. Había llegado a Londres, en el otoño de 1908, con tres libras en el bolsillo y un libro, su primer libro, A Lume Spento, publicado pocos meses antes en Venecia, a cuenta de autor. Un mal negrocio? Algunos ejemplares de ese libro los transformará, ya que no en libra, al menos en peniques, qué alquimia del verbo, en momentos de apuros, cuando trataba de sobrevivir allá en Islington, en uno de esos nichos de ladrillo de una amarillez ictérica. También dejó algunos ejemplares en la librería de Elkin Mathews, que fue un buen escaparate. Y al cabo de unos meses Elkin Mathews (Old Elkin, Old Mathews, que en su juventud había tenido el privilegio, en una alta ocasión, de llevarle la maleta al mismísimo Algernon Charles Swinburne) se convertiría en su editor, su primer editor. Personae, publicado a mediados de abril de 1909, será su verdadero debut en el gran teatro de Londres. Y al acabar de explicar todo esto Reis, una tarde que pasaban por Vigo Street, Milalias hizo un gesto de alto y empezó a gesticular con sus comedias al minuto: En un insdante, en un longo segundo, incluso por un cuarto o quinto de Horacio, nuestro Histrión podía ser todos los actores. Au! Reíd y os digo que seréis como dioses. Ja Ja Jano! Ju ju Júpiter! Je je… carcajeovacionando, dando palmadas. A desternellarnos de prisa. Así sí. De aquí a la sternedad! Y poniéndose serio de sopetón, Vía! Vía libre…, espantanteando a los asombrados, se dirigió como si nada hasta la acera de enfrente, donde esperaba Reis, entre resignado y divertido, apoyado en su paraguas.]

Café Royal…, demasiado irreal para estos subrrealistas refugiados bajo su marquesina. Por ahí pasaron casi todos, desde hace más de un siglo, degeneraciones y regeneraciones de escritores y escribanos. Incluido Pound. Pero al que espero encontrar ahí alguna vez, en ese limbo de dorados, terciopelos, cornucopias y espejos, es el autor de Negaciones, pobre diablo. Siempre niega? (El espíritu que… Quizá vuelva una noche, a cerrar el juego, qué encerrona. Una noche en una de esas mesas. Sésamo, ábrete. So! A mesa revuelta, ganancia de perdedores).

Las caras o máscaras mortuorias, bajo la cruda fluorescencia [O wistful, fragil faces…] de los que esperan o desesperan en la farmacia Boots. Al que más se droga, Boots le ayuda…, refraneó Reynaldo. El que se pica, a Piccadilly…, saltó Rimbaudelaire. Y ya en vena poética: Y la estatua extática de Eros sigue lanzando al cielo sus flechazos intravenenosos…

Cathay, pregonó Reynaldo, señalando hacia el cartelón amarillo de ese restaurante piccadillesco. Pica pica. Y las bocas se nos aguachinaban, discutiendo a la entrada, si subir o no subir a tomar un menú de dos para tres. Una —nuestra última libra— para todos, pero no nos llegaba. Se ve pero no se cata ay.

Oh la lay, Leicester Square… Último canto para el cisne de Avon [Pen name o nombre de pluma…], otra luminaria ras ras [Swan’s way…], otro match, otra lid, otro lied, más lieder para el líder en su redil. Con su noble testa, Alas! Poor Will…, nevada de palominas.

Qué hicimos en Leicester Square, qué hacíamos, encendiendo fósforos ras ras ante la estatua de Shakespeare. (Sèche pire, según la rimbaudeleresca pronunciación.) El Mejor Bardo. Il Miglior bardiglio. Il mi… A trío tratando de leer la inscripción: no hay oscuridad sino ignorancia… There is no darkness but ignorance. Otra lucecita. Ay. A lume spento. Espera, Rey. Eh vía! Apaga, y vámonos.

[Io venni in luogo d’ogni muto… Ras rush, rasca otro, Lucifer.]

Rumor oscuro ahí arriba, de hojas o pájaros… ((Aquella vez, el repentrino negror que le puso a Babelle carne de gallina. Eh, que no son los de Hitchcock…, empezaba a medio burlarse Milalias. Trinos atronadores. El nubarrón, ronco, girando raudo sobre las copas, cayendo, a la caída de una tarde pegajosa de julio, sobre Leicester Square. Es que dan hasta grima, dice ella, restregándose los antebrazos.))

Y luego en Soho, por Old Compton Street, Rimbaudelaire preguntando dónde estaría un restaurante llamado Belloti: Bel, belo, BE…, a balidos, el belga. A risotadas, arroz y gayo muerto, que quería un risotto en Be-belotti. [Un risotto risorto…] Y la risa casi acaba en riña [bega belga] a la puerta de aquel caverno de despelotes. Menudas tripas las de estas strippers. Y qué tipos, las tipas. Tetas de verdad, real tits, para estetas destetados. Rimbaudelaire testarudo, que adentro, que él invitaba. Otro envite. Diez peniques la entrada, rascándonos los bolsillos. Difícil el descenso, sosteniendo al trompa trompicado por aquella escalerilla. Una puerta negra, y el mostachudo, Un po’ adagio boys!, que nos cierra el paso al paraíso. Olor a humo y a húmedo. Cómo se dice, aire viciado o vicioso? Opulento penduleo de unos pechos lechosos, apenas entrevisto a través de la rendija de la puerta, que se quedó por fin cerrada cuando el mostachudo le encajó un ladrillo con el pie. Diez peniques más de membership. Qué? Merde-shit!, a voz en grito Rimbaudelaire, The merde-shit! Que ni miembros ni nada, mierda, que nos devolvieran los cuartos. Rimbaudelaire amagando con su manga. La manca. Y el mostachudo empujándonos, hacia la escalera. Qué matón, chè mattone. Amenazando con el ladrillo en alto (allá, tras el fog, de nuevo el penduleo…), y nos soltó un ladrido: Get out! A la calle, al aire más o menos libre.

Y Rimbaudelaire empeñado en encontrar luego el Cabaret Vert, algún local clandestino?, una puerta verde en Greek Street, y venga a recordar a la camarera tetona, aux tétons énORMES, así de grANDES, que le llenaba el enorme bock, con toda su espuma (Ça coule la gueuse…] O era aquí en Frith Street? El saxofón de neón azul, más arriba, abría un interrogante.

Y quien daba el party en Shepherd’s Bush? Llegamos a las tantas, y con dos noches de retraso, por lo visto. Halloween!?, por todos los demontres, era en la víspera de Todos los Santos…, qué carajo, Hallo…, alucinado, y bajó furioso la guillotina de su ventana oscura. Voz agria. Quién dijo que era cantante. Y cara de pocos amigos. Halloween Party… Era negro o estaba oscuro? Un flashback demasiado débil, entre nieblas, no como el satori o iluminación esplendorosa, el empíreo del sol naciente!, cuando el autor de A Lume Spento visitó por acá la exposición japonesa de 1910. Ezra arrobado ante tal blancura. Plura et diafana. En un cuadrilátero de luz total. Sunt lumina. Son. Sooon. Rayos, y ese ruido? Ron, ron, otra ronda de rondón. Y era Rimbaudelaire el que aporreaba la puerta del pub?, el Bush, ya cerrado a cal y a canto. Otra cantiga, ay, otro canto gregoriano por el difunto. En procesión por Holland Park Avenue. En la noche de autos. Ford… Morris… Bentley…, ahí. El gordinflón con bigotes de morsa, jadeando al pasar como una exhalación por delante de la gasolinera. [Spíriti questi? Personae?] Aquel enigmagmático brillo en el cielo. The Castle, ya atrás, inexpugnable. Y tampoco Asa, Asa! que viene el día…, nos quiso abrir su castillo de naipes o se hizo la narcotizada. ((Y el resplandor de aurora (la de los pies rosados, osados, de seda, desnudos, despacio, despacio, que te despiertan… Asa…) de la tulipa de su cuarto. The Golden Dawn, el tabernáculo de sus magias. Blancas. Y negras. Tan blanca, grandiosa. Y tan elástica, con ese cuerpazo. Asa… Asa, asana a asana, yogando antes de que se levante el sol… Despiértalo con tus pies de pétalo. Y te lo apresa, aprisa, y lo espabila. O echándote las cartas— …el Loco… los Amantes… el Mago— sobre el estómago.)) Aabre Aasa y échanos el Tarot…, Rimbaudelaire con el dedo pegado al timbre. Que no, que no es ése, hasta que logramos arrancarlo. Assai! Basta. Un silbido ensordecedor del profesor Rey, de burlas. Sh! Whistler… Cada búho a su buhardilla. Un bus nocturno al fin de la noche, Nottin Ill…, gimió el cobrador, y Reynaldo friolento resistiéndose a bajar. Notting Hill, que Pound y sus amigos [en especial Wyndham Lewis] llamaban Rotting Hill, la colina podrida, explicó Milalias repitiendo explicaciones del Reis Sabio, y Rimbaudelaire la emprendió a patadas con los bolsones de basura apilados a la boca del metro. Toujours sale!

Campden Hill Road abajo, pisando hojas secas hasta, nueva estación, plantificarnos ante South Lodge: blanca y espigada bajo el fulgor ultra-violeta del cielo. [En el jardín de esa casa estuvo largo tiempo la marmolondra hierática de Pound y en una cámara ardiente del primer piso, decorada en rojo por Wyndham Lewis, escribió Ford Madox Ford la historia más triste jamás contada, antes de irse, como buen soldado, al frente de batalla. Alta la frente, amigo. Have a good hunt, que siga la caza…]

Que tengas buena caza otro día, Diana… [Otra caza, de recuerdos.] La casa de Cindy en esta esquina de Observatory Gardens, con sus franjas chillonas. Ojeando desde este observatorio. La luz de su cuarto, en la planta baja, encendida. Ta-ta-tab, tabaleando en el cristal aquella noche para ver si dormía sola. Y Cindy estaba sola, más sola que la luna, ay, y desnuda, en cama. Vas a quedarte ahí, así? (Are you stoned? No, no de piedra.) Embelesado ante tanta beldad. Atontolondrado ante tantas hermosuras. Alunado, no anulado. Oh luna, mi pin-up. Supina. El resplandor blondulante de su pelo, desparramado por el almohadón. Más apagado en la uve, mullida, de su vientre. Su aroma, a amor, a mar…, —amargo en la memmmoria. [Nostalgia. Odore di fémmina… Remmmembra, hombre.] Y el claror sinuoso de su cuerpo en lo oscuro. Oh luna, mi starlet. Supina. [Ignorancia, y no rancia…] Irreal? Una real hembra. Deslumbrante! Un astro en aquel estropicio. La más bella en el edificio más feo. En el edifeicio. El más horroroso de Londres según Pound. Who? Que quién? Monsieur Whoosis. Algunos días. Bah, qué más da. Pero yo también, Cindy, creo que exageraba… Rayado con abominaciones amarillas… Purulentas, qué horror. Muéstrame, en cambio, tu raya gaya. Ay. Ya no hay luz de luna en esa ventana. Sólo reflejos de ramas. [De rama en rama, golondrino…]

Pasamos por Holland Street, delante del pub apagado, otra Elefanta de Castilla (todo se corrompe con el tiempo, hasta los nombres y su memoria: Elephant & Castle: Mumbo Jumbo…) y también al trote delante del bistrot con el toldo enrollado. Un coágulo, oscuro, en el mantel a cuadros. Una vieja rosa inglesa.

Y estuvimos jadeando cantos jondos en el callejón sin salida de Holland Place Chambers. Un farol iluminaba, teatralmente, la escalineta. Esa es la casa? En qué piso? Un cuarto oscuro para cocinar, Ezra el chef, y otro extrañamente triangular para comer, trabajar y recibir a los amigos. Chez Ezra. [Ezra, el ayudante…] Recibir o darse? El Pan nuestro… [En la misma planta, durante un tiempo, también vivió H. D. (His Dryad…, su Herbosa Dríada: Child of the grass, the years pass Ahove us…) con sus entonces marido el poeta inglés Richard Aldington. Des Imagistes, Magister? Y aquel otro compatriota, su satélite elitista, ahí lo visitó, en el 5 de Holland Place Chambers, por vez primera, una tarde de septiembre de 1914. (Té y estética y más té y más temas… O! T. S. out!) Ese mundo se acabó. No con un gemido, je, Mr. Prufrock, tears for two?, sino con un bang. A partir de ese test-à-tête el futuro miglior fabbro empezaría a hacer proseliotismo.]

Y bajamos por Kensington Church Walk, en procesión. Hay aquí mucho castolicismo, repasando cantos pisanos en castellano, y muy poco religionario. Santa Católica madre patria, más papista que el papa. Papisa. Así, papagayo. Ora y orina, urinator. Una parada para desaguarnos, Asperges me…, ojo con el hisopo, Esopo…, contra el muro, et mundabor, mientras el faburlista barboteaba, lavabis me, sus latinazos. ((All this… stinks piss, así lo entendía la oreja gabacha de Henri Gaudier-Brzesca [1891-1915], al oír recitar al bardo Ezra, y se meaba de risa, mientras esculpía la marmolondra entre asiria y caldea en su poco caldeado estudio de Putney. Apesta a pis. Cómo iba a entender paz, dijo Reis, si ya se presentía la pestilencia de la guarra. Dijo guarra o guerra?)) Ya está. Más que lavado este murillo. Et super nivem dealbabor. A babor y a estribor. Meandando, a bandazos, Rimbaudelaire. Qué pisoteador, el manco de la manquera. Stop, pisse-partout. Otra parada. Y pegaba los ojos a los cristales de la puerta de nuestra librería favorita, invernadero de libros, para ver si veía la vera efigie o mero retrato del viejo Pound allá en lo alto de la pared. Pasó una sombra con sombrero, cargado de hombros, y tanteaba con su bastón. Hacia la iglesia. No oyes…?, empezaba Rimbaudelaire con sus fantasmagongorías. Por quién doblan? Tan tan, tan tarde. Echa las campanas al suelo! Si algo le incordiaba [o encordaba?] de veras, al gran campanilista, era precisamente el ruido de las campanas. Que sí sabía de dónde venía. De St. Mary Abbots. Y hasta una vez fue a visitar al párroco, el Reverendo Pennefather (qué hay en un nombre, Dios mío!) para decirle que ya estaba hasta la coronilla de su dingdong o dindán. Eso sería antes de casarse, en esa misma iglesia. Una mañana de abril albricias mil de 1914. Y fueron felices y—. En marcha.

((Ahí en lo alto del edificio oscuro de ventanas ojivales, en su pedestal, la niña vestida de azul y con su cofia color zanahoria, que le gusta tanto a Babelle. Una niña de nueve años?))

Y canturreamos más cantos en el sanctasanctórum, el 10 del callejón sin salida. Temblor de una lucecita en esa ventana del primer piso? En una época, hacia 1910, tenía permanentemente encendida una vela ante la foto de una madonna de su devoción. The Secret Bride? [S! secretona…] Su dama oscura… Y la voz amable de una lady nos pidió por favor, desde la casa de enfrente, que no gritáramos. A sus órdenes señora. Y excuse los rugidos de estas animalias. Sólo el silencio es grande. Tempus tacendi. Mudez. Callandico por este callejón. Ora por Horacio, una fuente ad hoc junto a la casa. [Iugis aquae fons.] Y en la fuente de Kensington High Street, Anno Domini de mil novecientos, cegada y rebosante de desperdicios cacacolados, pretendía apagar sus sedes Rimbaudelaire. Capaz sería de brindar con una clepsidra. Abreva, ebrio, y abrevia. Bebería ahí alguna vez el Longo Bardo Ezra? [Tan pocos beben en sus fuentes…] Quizá al volver de una de sus largas marchas o merodeos londinenses. Polucionada, Polumetis. Ahora ya no corre. Aqua deficit… AD: All-soûls Day. Bon! O dilo así: Anónimos Dipsamoniacos. Vamos. Oscuros todos los escaparates. Maniquí embozado en su capa: Sandeman o vampira? Escapar antes. Y frente a Barkers, a gritos, conseguimos un taxi. Llovizna, acuarela, coloreándose verde-negro-rojo en los cristales. Destacándose blanquecino, como un gran trasatlántico atracado acá, el Olympia. Stop. Alto, y abajo. Aquí yo. Ellos en su taxi, alejándose por Hammersmith Road. Parada, —y fonda? La mole rojiza de Argyll Mansions, otras dimensiones, otro mundo, ahí en lo más alto, Alice en el paisaje de las maravillas, Alice in Wonderland, en el mejor de los mundos, seguramente dormida, o en brazos de otro… Ah, amor feo? Passons, passions. Oh no? (Y quizá también euroasiática, un aire con Alice: la morena de largo pelo lacio que sonríe empapada desde este cartelón cubriéndose sus partes vergonzosas* con un triángulo virtuoso. Mejor hubiera sido un círculo, vicioso. Una palabra de cinco letras para meterte rápidamente en agua caliente. Qué asco de anuncio. Sí, una dos… cinco, lo que no suelen tener los ingleses, DUCHA. Pero sí Alice, la muy ducha. Un lujo asiático así en su ático. En el centro del cuarto. Lo nunca visto. Una chapuza de su casero. Y qué lucha para no mojar la cama. Quelle douche écossaire. Y Milalias se metió por Rowan Road, hacia Brook Green. ((Reis me contaba y yo se lo contaba a Babelle. Anota, ratona. Sabías que el longobardo Ez vivió aquí, en Brook Green…? Te lo imaginas ahí enfrente esperando el bus para ir a kulchurizarse ratón de biblioteca al British Mus… Anotar anotar…)) Vivió durante una corta temporada, en esta casita, el 10 de Rowan Road: planta baja y un piso. Antes de irse a Kensington. De diez en diez, rediez. Ten con ten, tentando en esta tenebroza. Pasa la mano por este seto. Con su pequeño jardín, seguro que más grande el de atrás. Tac, tac, con tacto. No hay oscuridad sino…, encendida allá la farola del Queen’s Head. Que no se te vaya, tu cabeza. Tac, tac, taconeando, ya va a llegar. [La meta es la metamorfosis a lo largo del camino: Metaomorfosis.] Robot con botas de siete lenguas, robotarate, o zombi zumbado. [O es ido?] Quién dirije estos pasos que resuenan en mi cabeza. (Ese ectoplasma parecido a Reis al que llamamos Herr Narrator?) Quién? Qué quídam? [Dómine, dirige nos…] Qué vacío. Nada es real? Y casi mete la pata. Mírate en este charco, eau vide, qué chasco: Yo hoy? (Yo hoy is mi name. Amen. Mi nombre hoy. Mañana será otro día. O ya es hoy?) Y me doblo o se dobla para limpiar el barro de la bota con un manojo de hojas secas. Verde ésta, pegada en la suela junto al tacón. Desde cuándo. Te resistes a despegarte de esta bota botánica? Así. Doblada pero no rota. Y le pasa los dedos por los dientes, tres de cada lado, la punta en flecha, y más verde por esta cara, examen a la luz de esta farola. OK, okey, esta hoja lo corrobora, yo no sé ((I? I? I?)), pero el mundo es real. Sin vuelta de hoja. Andando. De vacío, pero no con las manos vacías, seguro que a ella le gustará este regalo de druida. (Quercus alba? Quizá no, estaría parda en esta época.) A buen paso. Y ya va a arribar. Relumbre de alambres, la alambrada. Alumbrada toda la noche su jaula de gorilas. No hay claridad sino ignorancia. Dejad que pegue ojo el viejo. Pisa este cemento. La alambrada del campo de tenis. Son ido. Voces partidas. Break, break, break… Al Longo Bardo le gustaba raquetear, y lo hacía bastante bien, con un estilo estrambótico. Pisa, la dudosa oscluridad. Entre dos luces. Y ya arriba. Fin, finis. [Incursión o excursión: peripeciolos peripatréticos en el gran periplo, Hannotator, de la sima a la cima, hasta llegar a lo más alto, al séptimo cielo, al NOUS…, oui, she knows and he knows…, la luz del re-conocimiento…] Phoenix Lodge. Otras dimensiones. Aún estará? Arriba. Un siglo de peldaños. Esta escalera arcaica. No para cardiacos. Al galope, arriba arriba, el corazón. Despacio, que no chirríe, la puer…ca. Ni que le llegara su San Martín. Otro chillido, al cerrarla. Pero la bella donna como un bel leño. Babelle Au Bois D’Or… En el jardín de las esperas. Murmura algo, de cara al muro. Que no se nos despierte. Ah, tensión. Casi se vuelca esta maldita silla, chaise spirite, y la máquina infernal. La blanca hoja, ahí, que asoma. Tentadora. A ti me asomo. Y el impulso. Ta-ta-ta…, se me va el dedo, ta, piano piano, por el teclado, ta-ta-ta…, música y letra, ta-ta-, sh!, ya la has despert. Qui-qui-quién… y requiempezará el quiquiriquirie. Babelle que se sobresalta, Qui-qui…, y casi salta sobre el intruso. Sale con braceos del espantano de la noche, debatiéndose en esa espesadilla. A despertarse, visto y no visto. Y lo que puede recordar es la silueta encorvada del viejo, como ido, aterido, envuelto en una manta, que dijo que le habían robado el abrigo a la puerta de una taberna. [Ale! El tabardo del bardo…] Pero no sabía de dónde venía ni dónde estaba. Ahí donde tú estás, sentado ante la máquina, inquieto, rascándose el dorso de las manos. Y de pronto con el índice empezó a tentar, ta-ta, tecleando con precaución, ta, cuando tú me despertaste. Esto te pasa por despertarte antes de tiempo, y arranqué de la máquina la hoja con su línea quebrada:

And then went down to the sh

A de ese, Shades, —al infierno? E e te, sheet? [Sh! Ecoute…] Ojalá. Y entonces metí una hoja en la máquina infernal [Ma Chine infernale: T’a!T’a!-T’a!…] para empezar por el incipit:

(III.67) <<

* Fe de erratas: Ver gozosas donde dice vergonzosas. <<