Capítulo 24

Conexiones

Antes de ir a la enfermería, Owen se detuvo a presentar sus respetos al abad Campian. Con cierta sorpresa para Owen, Campian lo invitó a compartir una bebida caliente hecha con varias hierbas.

—Calma el espíritu de una manera notable —prometió el abad.

—¿Es uno de los remedios del hermano Wulfstan?

—Así es. Dios ha bendecido a Wulfstan con el don de combinar los frutos de la tierra para curar a la humanidad. Pero nunca vais a oír a mi viejo amigo alardear de su arte. Es el hombre más modesto que he conocido.

—El hermano Wulfstan es uno de los tesoros de Santa María.

El abad Campian sonrió y asintió.

—Tengo entendido que Su Eminencia ya ha regresado de la corte de Navidad. ¿No os parece extraño?

Así que era por esto que Campian estaba tan amigable. Quería información.

—Me sorprendió verlo tan pronto.

—¿Ha vuelto de buen humor?

—Para ser sincero, su humor es un tanto extraño. Pero la relación que mantengo con él no me permite interrogar sobre esas cosas. No tengo ni idea de qué es lo que le preocupa.

—Qué pena. Para los subordinados es muy útil conocer la causa de cualquier estado de ánimo poco habitual. En cualquier caso, en mis viajes he tenido ocasión de cabalgar junto a Juan Thoresby hasta el Gran Consejo y sé que es un hombre reservado.

—Sin duda se da cuenta de que los ojos del reino están puestos en él.

Campian inclinó la cabeza.

—Sin duda. —Dejó su taza y se puso de pie—. Ahora no debo demoraros más. Sé que sois un hombre ocupado, y estaréis ansioso por saber cómo está progresando Jasper.

Cuando dejó al abad, Owen tuvo una sensación de alivio. Aunque era amable y mucho más hombre de Dios que Thoresby, el abad vigilaba la política de York con ojo de lince. Owen siempre se sentía incómodo cuando hablaba con Campian; a menudo no sabía adonde llevaban sus preguntas y era incapaz de eludirlas.

El hermano Wulfstan recibió a Owen con calidez.

—Os vais a poner muy contento cuando veáis cómo ha mejorado Jasper. —El viejo monje condujo a Owen al jergón donde yacía el muchacho, que observaba el cielo raso. Jasper miró a su visita y volvió a mirar hacia arriba.

—¡Jasper! ¿No vas a saludar al capitán Archer?

El muchacho siguió con la atención concentrada en el techo.

—Bien, no le encuentro explicación —dijo Wulfstan, volviéndose hacia Owen—. Estaba tan agradable…

—Tal vez si hablamos a solas…

Wulfstan asintió.

—Tengo un encargo que no me llevará mucho tiempo. Sentaos con el muchacho y charlad.

Owen acercó un taburete a Jasper y se sentó.

—Como capitán de arqueros, siempre consideré aconsejable decirle a alguien por qué lo castigaba. Hacía que el castigo fuera más efectivo.

Jasper seguía mirando el cielo raso.

—Así, ¿por qué me castigas, Jasper?

El muchacho frunció el entrecejo.

—Ignorarme así es un castigo. Yo creía que éramos amigos. Camaradas de armas.

—John me dijo por qué os hicisteis amigo mío.

—¿Y no te gustaron las razones? Si es así, entonces John, que Dios lo tenga en su gloria, se equivocó. Lo normal es que un muchacho desee ser querido. Nosotros te queremos, y por eso estábamos tan preocupados por ti y tan deseosos de tenerte de vuelta en casa.

—No es porque me queráis. Soy un cebo para atraer a los asesinos y para que podáis atraparlos. —Jasper seguía mirando al techo.

—Un cebo para atraer… Dios santo, ¿nos crees capaces de hacer eso, Jasper? Lucie y yo tratamos de mantener en secreto tu presencia en la casa. Y la pobre Tildy recibió una reprimenda porque no nos avisó de que John te había estado convenciendo de ir los dos a tu antigua casa.

—Yo quería ir. Y no quería que Tildy dijera nada.

—Si no hubieras ido, no te habrías encontrado con tu atacante.

—Y John estaría vivo —gimió Jasper con voz temblorosa.

—Cierto, Jasper. Pobre John. Todavía no entiendo por qué estaba tan empecinado en que fueras allí.

—Ella lo convenció. Era su novia.

Kate Cooper, como había sospechado Tildy.

—¿Cómo lo sabes, Jasper?

—Ella lo dijo.

—¿Qué más dijo?

El muchacho se encogió de hombros.

—Por favor, Jasper. Quiero encontrar a los asesinos y detenerlos para que puedas vivir tranquilo. ¿No te das cuenta?

—Para que pueda volver a vivir en la calle.

—No. Espero que vuelvas a casa con nosotros.

El muchacho miró a Owen.

—¿Por qué queréis que vuelva?

—Porque te echamos de menos. Los tres.

—¿De verdad?

—No tengo razones para mentirte, Jasper. Por eso, cuanto antes desenmarañemos este enredo, antes estarás a salvo. ¿Qué más te dijo la mujer?

—Que los odiaba, a maese Crounce y a maese Ridley. Como debería odiar yo a los hombres que mataron a maese Crounce, según dijo. No recuerdo nada más. Estaba asustado. Explicó también que maese Crounce iba a casarse con mi madre. —Jasper cerró los ojos y las lágrimas le resbalaron por las pálidas mejillas.

—¿No dijo nada del hombre con el que trabaja?

—Sólo que me quiere ver muerto. Por eso ella quiere matarme.

—¿Es alta, Jasper?

Jasper asintió.

—Para ser mujer, sí. Y fuerte.

—Piensa en ella con el cuchillo en la mano, Jasper. ¿Cómo lo sostenía?

Jasper levantó la mano derecha, como sosteniendo un cuchillo con intención de clavarlo, pero sacudió la cabeza y cambió de mano.

—Así. Con la mano izquierda.

Owen se agachó y abrazó al muchacho.

—Excelente. Como yo pensaba. Sabemos quién es, Jasper. Vamos bien.

Wulfstan se aclaró la garganta en el umbral.

—Ya veo que os habéis reconciliado. Me alegro. Es muy triste separarse de un amigo. —Observó que Jasper se secaba los ojos—. Es hora de que descanses, hijo.

Owen se puso de pie.

—Volveré pronto a ver si estás listo para volver a casa, Jasper.

Wulfstan movió un biombo de madera que había junto a la cama de Jasper para tapar la luz.

Los dos hombres cruzaron la habitación y se dirigieron hacia la mesa de trabajo, donde llegaba un poco de luz procedente de una ventana. Wulfstan le indicó a Owen que se sentara cerca de él.

—No quiero que el muchacho oiga.

Owen se sentó.

—Debo confesaros que estuve a punto de fallaros, Owen.

—¿Jasper casi se os va de las manos? ¿Tan serias eran las heridas?

—No me refiero a eso. En la abadía había alojado alguien que estaba demasiado interesado en hablar con Jasper. Henry y yo vigilamos al muchacho día y noche hasta que el hombre se fue.

—¿Quién era?

—Ésa es una de las cosas raras. Me dijo que su nombre era John. En cambio, al abad Campian le dijo que se llamaba Paul.

—¿Paul? Describídmelo.

Wulfstan se encogió de hombros.

—Estatura media. Cabellos y ojos castaños. No era desagradable, pero tenía una expresión invariable, como si estuviera siempre ofendido. Como si el mundo fuera una continua decepción. Nada más.

—¿Sabéis algo de él?

—Me dijo que su esposa se había ido a un convento; por eso necesitaba que yo le diera un ungüento para quemaduras, ya que él no tenía.

—¿Se había quemado? ¿Cuándo?

—En Nochebuena. Durante el día. ¿Es importante?

El día del fuego en la casa de Ambrose Coats.

—Esto es muy importante, amigo mío. Creo que habláis de Paul Scorby. Aunque no sé qué tiene que ver él con todo esto. —Y sin embargo… Anna le había dicho que Paul Scorby y Kate Cooper eran amantes—. Os agradezco de todo corazón que hayáis protegido a Jasper.

—Como os he dicho, estuve a punto de fallaros. Dios sabe que no merezco vuestro agradecimiento.

—¿Una mujer visitó a ese hombre?

Wulfstan asintió.

—Vino una mujer a caballo a buscarlo.

—¿Cuánto tiempo estuvo fuera?

—El abad Campian dice que ya no volverá.

Maldición.

—¿Cuándo se marcharon?

—Ayer.

Owen estaba desilusionado.

—¿Hubo algo más? ¿Por qué quería hablar con Jasper?

—Decía que Jasper se parecía mucho a su hijo. Pero no creí que tuviera ningún hijo.

—¿Por qué?

—Después mencionó algo de que su esposa era estéril. Entonces le pregunté si el hijo era del primer matrimonio, ante lo cual pareció confundido, como si se hubiera olvidado de la primera mentira.

—¿Qué más apreciasteis en sus modales, aparte de estar decepcionado del mundo?

—Su impaciencia. No es que dijera nada especial…, pero aquella respiración… Se puede notar la impaciencia de la gente por la forma de respirar.

—¿El abad Campian sabe algo más de ese hombre?

Wulfstan negó con la cabeza.

—Al parecer no sabía cuál de los nombres que había dado era el verdadero, si es que alguno de los dos lo era.

Owen se puso de pie.

—Muchas gracias, hermano Wulfstan. Si ese hombre vuelve, aunque lo dudo mucho, por favor, que me avisen de inmediato.

Mientras salía a toda prisa de la abadía y pasaba por el Hospital de San Leonardo, Owen pensó en Ambrose Coats. Entonces decidió detenerse en la casa del Callejón del Cojo para describirle al músico a las dos personas de las que debía cuidarse. Pero no había nadie en casa. Un gran gato anaranjado maullaba en la puerta. Acto seguido, Owen se dirigió a su casa, deseoso de hablar de todo aquello con Lucie.

Pero cuando llegó, ella estaba ocupada en la tienda. Owen se paseó impaciente junto a la puerta. Cuando el último cliente se hubo ido, Lucie se dirigió a Owen con las manos en las caderas.

—¿Quieres ahuyentar a todos nuestros clientes, paseándote de esa manera, poniéndolos nerviosos? Podías haberme ayudado.

Claro… Había estado tan absorto en las conexiones que estaba tratando de establecer entre unos y otros que no se había parado a pensar en sus obligaciones.

—Perdóname. Pero tenemos que hablar. Necesito tus opiniones sobre todo lo que he averiguado hoy.

—Sí, pero vas a tener que esperar. Tengo un encargo de Camden Thorpe, el maestro de nuestro gremio, no sé si te acuerdas de él, y he de prepararlo antes de sentarme a charlar. Uno de sus hijos espera en la parte de atrás. Tildy está con él.

—Esto es importante, Lucie. Hay vidas humanas que quizá dependan de que yo resuelva esto.

—¿Vidas humanas? ¿Y a qué piensas tú que me dedico yo?

—Perdóname otra vez. Ya veo que no voy a convencerte. Voy a la cocina y te espero allí.

—De ninguna manera. Irás arriba a buscarme las esmeraldas en polvo.

—Esmeraldas… ¿El maestro del gremio puede pagar un remedio hecho con esmeraldas?

—Es para la señora Thorpe. Ha perdido un bebé en estado de gestación muy avanzado y parece que se le va el alma del cuerpo con cada respiración. Como verás, la vida de alguien depende de esto.

—Pobre Camden. Voy a buscar el polvo.

* * * * *

Después de mandar al joven Peter Thorpe con el remedio, Lucie se dejó caer en una silla junto al fuego de la cocina. Owen le pidió a Tildy que les sirviera un poco de cerveza.

—¿Tienes fuerza suficiente para levantar una jarra de la cerveza de Tom? —le preguntó Owen a Lucie.

Ella le dirigió una sonrisa cansada.

—Sería bueno beber un poco mientras hablamos de las conexiones que estás tratando de hacer.

—Así que me escuchaste, aunque tus pensamientos estuvieran con la señora Thorpe.

—Claro que te escuché. Ahora cuéntame.

Tildy vino corriendo con sendas jarras llenas de cerveza.

—¿Puedo haceros una pregunta rápida, capitán Archer? ¿Está mejor Jasper?

—Mucho mejor, Tildy. Y le he dicho que lo esperamos en casa.

Tildy sonrió, feliz.

—Espero el momento con ansia, capitán.

Owen brindó por Lucie.

—Por la mejor boticaria de Yorkshire.

Los ojos de ella denotaban tristeza.

—Ojalá lo fuera, Owen. —Pero no había fuerza en su voz—. Cuéntame qué te dijeron Jasper y Wulfstan.

Cuando Owen le hubo contado todo, Lucie se quedó un rato mirando el fuego.

—Paul Scorby y Kate Cooper. Ambos relacionados con la casa de Ridley. ¿Cómo llegó Kate Cooper a Riddlethorpe?

Owen rememoró entre lo que parecía un mar de información.

—Por Crounce. Cecilia me dijo que él le había conseguido al nuevo capataz.

—Will Crounce vivía en Boroughbridge, que queda cerca de Aldborough, y ambos lugares están cerca de Ripon. Hasta ahí todo encaja; sin embargo, no se me ocurre qué beneficio pensaba obtener Paul Scorby. No heredaría el negocio de Ridley a menos que Matthew Ridley muriera.

—Ayer Thoresby me señaló que Matthew ha estado extrañamente callado, teniendo en cuenta que es el hijo de un hombre asesinado.

—¿Y Cecilia te dijo que Matthew se estaba haciendo cargo del negocio porque era más discreto con el rey?

—Algo por el estilo.

Lucie suspiró.

—Parece importante, pero no sé qué relación tendrá con todo esto.

Owen se encogió de hombros.

—Creo que todavía nos faltan algunas piezas importantes.

Lucie asintió.

—Será mejor que comamos antes de quedarnos dormidos.

Habían terminado la comida y permanecían sentados frente al fuego cuando alguien llamó a la puerta de la cocina. Lucie se santiguó.

—Dios quiera que no sean malas noticias de la señora Thorpe.

Tildy abrió la puerta.

—¡La señora Digby!

—¿Están el capitán y la señora?

Owen se levantó para acompañar a Magda a una silla. Ella tiró del codo que él le había cogido y se soltó.

—Magda no necesita ayuda para caminar por una habitación, Ojo de Pájaro. ¿Qué os lo ha hecho pensar?

—Deben de ser rarezas de familia, seguro. —Owen sirvió una copita de brandy y se la alargó—. Para el frío. Espero que esto no lo rechaces.

—No, Magda no es ni vieja ni tonta. —Bebió un sorbo, asintió y miró las caras expectantes—. La señora Thorpe mejorará. Hicieron entrar a Magda en la ciudad. Le mandasteis un buen tónico, señora boticaria. Le sentará bien. Pero Magda viene por otro asunto. No tan agradable. La hija de Felice d’Aldbourg, Kate Cooper. La trajo la corriente al atardecer.

—¿Ahogada? —susurró Lucie.

—No. No como el Potter de Magda. Aunque, como en el caso de Potter, tampoco fue accidente. Flotaba con la corriente, boca abajo. Le habían cortado la garganta y había perdido mucha sangre antes de llegar al agua.

* * * * *

Owen fue a ver a Thoresby por la mañana para contarle la muerte de Kate Cooper.

—Mal asunto, Archer. ¿Te falta mucho para averiguar el nombre de su cómplice? Sospecho que es el que la asesinó.

—¿Os suena el nombre Paul Scorby?

Thoresby pareció intrigado.

—Me resultó conocido cuando ella me pidió que le llevara la carta, pero no caí. ¿Me lo habías mencionado?

—Desde luego. Se había casado con la hija de Gilbert Ridley.

Thoresby se puso de pie de un salto.

—Dios santo.

—¿De qué carta habláis? ¿Quién os pidió que la llevarais? ¿Y cuándo?

—La reina de los infiernos, Alice Perrers. A su primo, Paul Scorby, de Ripon. Es la carta que lleva Martin Wirthir a mi diácono, quien supongo que la hará llegar a Scorby.

—¿Perrers? Mi suegro habló de esa familia en nuestra boda. Unos don nadie que de un día para otro obtuvieron el favor del rey.

Thoresby resopló.

—¿Obtuvieron el favor del rey? Eso es quedarse corto. El caso es que Wirthir había hablado de una familia…

Owen asintió.

—Scorby está en el negocio de la lana —dijo, más para sí mismo que para el arzobispo—. Wirthir me contó que había traicionado a una familia poderosa. No quiso darme el nombre porque dijo que era demasiado peligroso, ya que en estos momentos la familia en cuestión tiene mucha influencia en la corte. ¿Puede ser ésta la conexión que estoy buscando? ¿La familia Perrers?

—Es demasiado probable para ignorar la posibilidad. —Thoresby se paseaba de un lado a otro.

—Dudo que Wirthir conozca la relación de Scorby con la familia Perrers. Lo habría mencionado.

Thoresby sacudía la cabeza.

—Qué tonto soy. Entregué ese hombre a su perdición. Debemos ir a Ripon y asegurarnos de que el diácono no le diga nada a Scorby sobre quién llevó la carta. Luego debemos ir a Aldborough y avisar a Wirthir.

Owen miró al arzobispo.

¿Debemos? ¿Vos y yo?

—¿Quién más, con tan poco tiempo? Además, es culpa mía. Sí, maldita sea. Los dos.

—Pero estáis enfermo.

—En espíritu, Archer, no en cuerpo. No permitiré que Perrers también gane esta vez. Vamos. Saldremos esta tarde.