Dos días después de Navidad, por san Juan, Thoresby mandó a buscar a Owen. Una desagradable sorpresa. Owen no esperaba que el arzobispo regresara de la Navidad que pasaba en la corte al menos hasta al cabo de otras dos semanas.
—Día de san Juan. —Lucie levantó la mirada de su trabajo—. Es imposible que estuviera en la corte de Navidad. ¿Qué pasa ahora?
Owen encontró al arzobispo mirando el fuego de modo taciturno. Los ojos ensombrecidos y una lasitud de movimientos al levantar la mano para que Owen le besara el anillo hablaban de enfermedad. Una lástima, porque Owen había pensado mencionar el papel del arzobispo en las desdichas de Jasper. Pero si estaba enfermo…
—¿No os habéis quedado en la corte de Navidad, Eminencia?
—No. Tuve mi propia corte de Navidad en Bishopthorpe. —Los ojos profundos eran impenetrables.
—Espero que la causa no haya sido vuestra salud.
—Si estuviera enfermo, no elegiría Yorkshire en lugar del valle del Támesis para mi convalecencia, Archer. ¿Por qué? ¿No has adelantado nada?
—Adelantar, sí. Pero todavía hay mucho por dilucidar.
—¿Te sirvió de algo la información sobre ese desdichado hombre de la prisión de Fleet?
—Desde luego. Y os agradezco que me enviarais la carta. Es casi seguro que la hija de ese hombre, Kate Cooper, esposa del capataz de Ridley, tiene algo que ver. Atacó dos veces a Jasper de Melton y lo hirió seriamente en ambas ocasiones. La segunda de ellas lo habría matado de no habérselo impedido el amigo del muchacho, el mozo de mulas de mis vecinos, que murió defendiendo a Jasper.
—¿Otra muerte? ¿A qué estamos enfrentándonos? ¿A un engendro de Lucifer? ¿Y dices que es una mujer?
—Estoy seguro de que no actúa sola. Pero es violenta y decidida.
—¿Por qué no está en la cárcel de mi palacio?
—Ha desaparecido, Eminencia. Desapareció antes de que yo descubriera su culpabilidad.
—Me alegro de que no te hayas enamorado otra vez de una sospechosa.
Owen pensó lo agradable que sería estrangular a Thoresby con su cadena de canciller.
—Deseo señalaros que la muerte del caballerizo y las heridas de Jasper podrían haber sido evitadas si hubierais accedido desde el principio a proteger a Jasper. Pero si mal no recuerdo, el chico era demasiado insignificante.
Thoresby cerró los ojos y se reclinó en la silla.
—Sería más útil que te limitaras a los hechos y dejaras las emociones para cuando estés en tu casa sentado junto al hogar.
—¿Podéis desechar la vida de un muchacho con tanta facilidad?
Thoresby suspiró.
—No necesito que me cuenten mis propios pecados. Últimamente soy demasiado consciente de mis pecados y de mi mortalidad para sentirme tranquilo. Duermo poco. No tengo apetito. Y me pregunto si mi capilla de Nuestra Señora estará lista a tiempo. ¿Te complace esto, Archer? ¿Satisface tu deseo de que yo sufra como he hecho sufrir a otros?
—Entonces estáis enfermo.
—Tal vez lo esté.
—En ese caso, seré breve. Por fin he establecido contacto con Martin Wirthir.
—Excelente.
—Cree que los asesinatos son el resultado de una amenaza que profirió contra él Alan de Aldborough por haberlo traicionado ante la corona. Alan juró que le cortaría la mano a Wirthir por ladrón.
Éste piensa que quizás Aldborough creyó que Ridley y Crounce estaban también involucrados. Por lo tanto, Wirthir es la siguiente, y probablemente la última, víctima potencial.
—¿Cómo es el Wirthir ese?
—Me contó toda una historia de traiciones y venganzas: un sinvergüenza, y no creo que del todo arrepentido.
—¿Y esta Kate Cooper es la que corta manos y gargantas?
—Como única hija viva de Aldborough, Kate Cooper parece estar actuando con un hombre o un grupo de hombres. Posiblemente esté involucrada otra familia, que en estos momentos goza del favor de la corte y que está ansiosa por eliminar a todos los detractores. Como ha desaparecido, no puedo interrogar a la señora Cooper. Wirthir sale hoy para la ciudad de Aldborough, a intentar descubrir quién heredará la propiedad, que está ahora confiscada por la corona.
—Esa familia poderosa… ¿Cómo se llama?
—Wirthir no ha querido decírmelo. Según él, es demasiado peligroso que lo sepamos.
—Ajá. Probablemente espera que yo le dé dinero. ¿Y qué hay del estado de Ridley? ¿Su problema de estómago? ¿Su desgaste progresivo?
Owen había preparado una respuesta que no incriminara a Cecilia Ridley. Tanto Owen como Lucie pensaban que el remordimiento ya era suficiente castigo para Cecilia.
—Dudo de que las quejas de Ridley tuvieran nada que ver con esto. A menos que se debiera a su propio sentimiento de culpa.
—¿Por qué asesinaron primero a Will Crounce?
—Wirthir piensa que los asesinos pudieron haber creído, equivocadamente, que Crounce tenía algo que ver. Sin embargo, no está seguro. Al parecer, Crounce no sabía nada de la traición. Es más, no sabía nada del negocio con Aldborough.
—¿Y me dices que el muchacho de Melton fue herido?
Owen le contó a Thoresby los dos encuentros de Jasper con Kate Cooper.
—Me da la impresión de que el segundo encuentro y la muerte del otro muchacho ocurrieron bajo tu ineficaz protección, Archer. ¿Cuán eficaz piensas entonces que habría sido la mía?
—No os quepa duda de que Lucie y yo sentimos el peso de la culpa.
Thoresby se puso de pie y se detuvo frente al fuego, con las manos entrelazas a la espalda y con la cabeza gacha.
—No te culpo, Archer; no tienes por qué culparte. Simplemente estoy decepcionado. Cada vez tengo una sensación más clara de que la donación de Ridley servía para aplacar su conciencia. Es dinero manchado de sangre. No puedo aceptarlo para mi capilla de Nuestra Señora.
—En mi opinión, todo dinero dado para caridad o a la Iglesia es en cierto sentido dinero para aplacar la conciencia, Eminencia. ¿Qué, si no, motivaría a los comerciantes, que trabajan tanto para acumular riquezas, a regalarlas?
—En ese sentido, estoy de acuerdo contigo. Pero me parece como si a Ridley le hubiera sido demasiado fácil perdonarse por haber adquirido dinero a expensas de otros. O por haber utilizado a otros para evitarse problemas él mismo.
—Él os ofreció el dinero de buena fe. Vos lo aceptasteis. No importa cómo obtuvo el dinero; él creía que dándoselo a la Iglesia, a la casa de Dios, estaba pagando sus culpas, al menos parte de ellas. ¿Eso no os es suficiente?
Thoresby miró a Owen un largo rato antes de hablar.
—Tratemos de llegar a la conclusión de esto, si es posible, Archer. Es todo lo que te pido. No quiero consejos, por excelentes que sean. —Jugó con el anillo, mientras pensaba—. ¿Qué hay del hijo y heredero de Ridley? Se llama Matthew, ¿no?
—Está en Calais, ocupándose de los negocios.
—Es raro que no haya venido traído por los vientos para exigir que cojan al asesino de su padre. ¿Tú actuarías con esta indiferencia?
—No.
—Es poco natural.
—Confieso que no he pensado mucho en Matthew Ridley.
—Tal vez tendrías que hacerlo.
Cuando Owen se puso de pie para irse, Thoresby levantó una mano.
—Aldborough. ¿Te parece que podré utilizar a Martin Wirthir para que le lleve una carta al diácono de Ripon?
Owen se encogió de hombros.
—Se lo pediré. Ripon queda bastante cerca de Aldborough.
—Excelente. Michaelo llevará la carta a la casa del músico en menos de una hora.
Owen le dirigió una sonrisa desagradable a Michaelo cuando pasó junto a él en el camino de salida. Su conversación con el arzobispo le había dejado a Owen un desagradable sabor a ceniza en la boca. Qué diferente de su comportamiento casi comprensivo antes de salir hacia la corte de Navidad. Algo habría pasado para provocar el temprano retorno de Thoresby y su estado de ánimo actual. Algo que ponía al arzobispo de mal humor y lo hacía pensar en su mortalidad. Eso hizo sonreír a Owen.
* * * * *
Después del breve servicio de nonas, el hermano Henry volvió a la enfermería para darle al hermano Wulfstan la oportunidad de echar una cabezada. Era una tarde muy fea, caía una lluvia helada y la enfermería estaba a oscuras. Pero no era normal que estuviera tan oscura. Cuando entró, Henry se inquietó. Wulfstan debería tener lámparas alrededor de su mesa de trabajo, o una lámpara de lectura cerca de su silla. En vez de ello, encontró al viejo enfermero cabeceando en la silla junto al catre de Jasper. Encendió enseguida una lámpara para ver el estado del muchacho. Gracias a Dios, Jasper dormía. Henry rezó una oración en agradecimiento.
Pero se dio cuenta de que su plan para proteger a Jasper no funcionaría si no contaban con ayuda.
—Debemos explicarle nuestro problema al abad Campian, hermano Wulfstan. Necesitamos ayuda. Debes admitir que no puedes estar alerta todo el tiempo que se requiere. Tal vez nuestro abad nos permita tener un novicio que comparta las guardias conmigo.
Avergonzado, Wulfstan se restregó los ojos.
—Tienes razón, Henry. La arrogancia es mi pecado. Me niego a admitir que no puedo proteger yo solo al muchacho. Sin embargo, no aumentaré el pecado ignorando tu buen consejo. Iré de inmediato a hablar con el abad Campian.
El abad estaba sentado leyendo en su sala, cerca del fuego, con una vela sobre la mesa que había a su lado. Cuando vio a Wulfstan, cerró el libro y lo apartó.
—Ven. Siéntate, viejo amigo.
Wulfstan se instaló con gusto cerca del fuego. Aunque la arcada lo había protegido del grueso de la lluvia, tenía los dedos de los pies congelados por la caminata desde la enfermería.
—Dios os proteja, mi abad. —Wulfstan besó la mano tendida.
El abad Campian sonrió y apoyó sus manos de dedos largos en el regazo.
—Ahora, viejo amigo, ¿vas a decirme por fin en qué andáis tú y el hermano Henry en la enfermería?
Wulfstan se sorprendió.
—¿Cómo lo habéis sabido?
—Durante seis días he visto a uno o al otro, nunca a los dos juntos, en las cenas y los servicios. Me preguntaba si estabais llevando a cabo algún experimento que tuvierais que vigilar.
—Ah, no, nada de eso, no. Es el muchacho. Jasper de Melton. ¿Conocéis la historia? ¿Sabéis por qué está aquí?
Campian asintió.
—Bien, a mí me parece que cierto visitante, me dijo que su nombre era John, el que se quemó la mano en Nochebuena, estaba demasiado interesado en el muchacho. Ha vuelto una y otra vez a visitarlo. Así que Henry y yo hemos montado una guardia.
El abad Campian frunció el entrecejo.
—¿John? ¿El que se quemó la mano? No estoy muy… Ah. ¿Tenía un vendaje que le envolvía la palma de la mano? ¿Sólo una franja de tela?
—Tiene que ser el mismo.
—Bien, alégrate de haber venido a verme porque por fin te has librado de él. Le he deseado un buen viaje justo antes del almuerzo. Ha venido una mujer a buscarlo. Se han ido en hermosos caballos. Hermosísimos. Pero ¿por qué lo llamas John?
—Es el nombre que me dio.
—Qué extraño. No sé por qué te habrá mentido. A menos que me haya mentido a mí. Me dijo que se llamaba Paul. —El abad se miró, ceñudo, las blancas manos. No le gustaba el desorden que había en Santa María—. Creo que debemos rezar una plegaria de agradecimiento porque se ha ido de la abadía.
* * * * *
Martin y Ambrose se detuvieron a pasar la noche en una posada pequeña y modesta de Alne. En el viaje habían pasado frío y había llovido mucho, por lo que se alegraron de tener un fuego y comida caliente. En especial una excelente cerveza. Mientras bajaba el morral de la montura, Martin reparó en el nombre que figuraba en la carta del arzobispo.
—Caramba, qué buena suerte, Ambrose. Es para Paul Scorby, el esposo de Anna Ridley. La tierra de Scorby está en este lado de Ripon.
Ambrose se pasó una loción suavizante por las manos y se puso los guantes. Una cabalgata larga, incluida la lluvia, el frío y la tirantez de las riendas, no era muy aconsejable para las manos de un músico.
—¿Cómo es que conoces a los Scorby? ¿Otros que antaño te contrataban? —El tono era mordaz.
—Sí. ¿Me vas a reprochar esto toda la vida?
—¿Estaría aquí si fuera a hacerlo?
—Percibo la desaprobación en tu voz.
—Ya se me pasará. ¿Qué importancia tiene que la carta esté dirigida al Scorby ese?
—Si la entregamos nosotros mismos, acortaremos el viaje y tal vez él sepa algo de utilidad con respecto a los asuntos de su suegro. ¿Qué te parece?
—Parece del todo conveniente.