Bess abrió la puerta de la cocina para dar paso a una pesadilla: su John, un muchacho tan querido para ella como sus propios hijos, escoltado por dos criados del alguacil. La casaca y las calzas estaban manchadas de sangre, y una fea quemadura ya había comenzado a arrugar el lado derecho de la bella cara del muchacho.
—Por Nuestro Señor, qué día más aciago. —Bess le acarició a John la mejilla izquierda—. Dios os bendiga por traerlo a casa. Ponedlo dentro. —Pasó junto a los criados y se dirigió al alguacil—. Decidme qué pasó.
—Vuestro vecino, el capitán Archer, lo hará mejor que yo, señora. Vendrá enseguida. —El alguacil le contó los hechos de forma escueta.
—¿Entonces Owen está buscando a Jasper? —Bess miró la nieve que caía—. Es un día arduo para esa tarea. —Le indicó al alguacil que entrara en la cocina—. Sentaos, Geoffrey. Y que se sienten vuestros dos muchachos, que han traído una carga tan macabra.
Sirvió vino especiado a todos, con un poco de agua porque todavía era temprano.
El alguacil bebió un sorbo, se llevó la mano al gorro y miró a Bess.
—Creemos que el joven ha muerto a causa de las heridas recibidas antes de quemarse la cara, señora, y ojalá sea así.
Bess se santiguó y se secó en el delantal los ojos llorosos.
El alguacil se aclaró la garganta y preguntó, sin mirar a Bess.
—Ahora bien, ese muchacho que el capitán Archer dice que estaba con su John, ¿vivía también aquí?
Bess negó con la cabeza.
—Estaba bajo la protección del capitán Archer. La señora Wilton lo había estado curando. El muchacho ha tenido que soportar un horror tras otro.
—¿Eran amigos John y ese Jasper de Melton?
—John se interesaba por el pobre Jasper. Estoy segura de que había algo en las desdichas del muchacho que le recordaba a John las épocas oscuras de su pasado.
—¿Alguna vez se enteró de cómo perdió John los dedos?
—Ni cómo ni por qué. Cuando encontramos a John dormido en la cuadra, sus dedos estaban aplastados y en un estado calamitoso, y tenía una fiebre altísima. Maese Wilton, que Dios lo tenga en su gloria, mandó buscar al barbero, que le sacó esas cosas tan lastimeras, y después maese Wilton le trató las heridas y la fiebre. Ninguno de nosotros preguntó nada, a excepción de si había que informar a algún pariente. Él nos respondió que no tenía parientes vivos, que ya no le quedaba nadie. Y eso fue todo. Si hubiera querido que lo supiéramos, nos lo habría explicado. Parecía agradecido de que no le preguntáramos nada.
El alguacil asintió.
—¿A vos os parece que el ataque de anoche estuvo dirigido a John?
Bess miró el cuerpo mutilado del joven.
—Seguramente tendrá que ver con la situación de Jasper. ¿Dónde tiene John las heridas exactamente?
—Presenta una puñalada en el abdomen. Ese tipo de heridas sangran mucho. El resto son magulladuras y un corte en la cabeza que quizás hizo que se desmayara. Parece que hubo un pequeño forcejeo.
—Un atacante fuerte —dijo Bess.
—Eso es lo extraño, señora. Matt Fletcher cree haber visto a una mujer salir corriendo por la callejuela. ¿Os imagináis a una mujer así de fuerte?
Bess puso los ojos en blanco.
—El hecho de que parimos hijos y podemos ser tan afectuosas como largo es el día no quiere decir que no podamos también ser fuertes y violentas. Bien. —Se puso de pie—. Será mejor que lave a esta pobre criatura antes de que Tildy, la muchacha de la señora Wilton, lo vea y le demuestre a toda la ciudad de York lo fuerte y violenta que puede ser una mujer cuando tiene una buena causa. —Se inclinó sobre John—. ¿Una mujer, decís? Tendremos que encontrarla, ¿verdad, Geoffrey?
—Sí. Haremos lo posible.
—Todos lo haremos —murmuró Bess para sí misma, mientras vertía agua de una pesada olla en una palangana.
* * * * *
A Lucie se le hizo un nudo en la garganta cuando vio la cara de Owen.
—Jesús Santo, ¿qué pasa? ¿Jasper está muerto? ¿Herido?
Owen se dejó caer en un taburete de la tienda.
—¿Tildy puede oírnos?
Lucie caminó de puntillas hasta la cortina de cuentas, escuchó y volvió hacia su esposo negando con la cabeza.
—Está vertiendo agua sobre las piedras del hogar: el suficiente ruido para no poder oír lo que digas.
—John está muerto.
Lucie se sentó también y se santiguó.
—¿Y Jasper?
—Creo que está herido, pero ha vuelto a desaparecer en la ciudad. —Owen se quitó el parche y se restregó la cicatriz del ojo—. No sé cómo decírselo a la muchacha, ni a Bess ni a Tom, aunque probablemente el alguacil ya habrá llevado el cadáver de John a la taberna York.
—¿Quién lo hizo?
—Creo que la mujer de la que Jasper le habló a Tildy. Tiene que haber estado vigilando la casa, esperando sorprenderlo si volvía.
—Qué tontos fueron. Era innecesario.
—Tengo una sospecha, Lucie. Según creía Bess, John tenía una mujer, ¿no es así?
Lucie asintió.
—Estoy pensando algo. —Owen se pasó las manos por el pelo—. A Kate Cooper, la esposa del capataz de Ridley, le gustan mucho los hombres. Y creo que es lo bastante fuerte, alta y de huesos grandes para vencer a John. Pudo haberse enterado de que él conocía a Jasper y, de alguna manera, convencer a John de que le entregara a Jasper. Cuando John se dio cuenta de que ella quería hacerle daño al chico, la atacó, pero ella fue más rápida y pudo con él. Y Jasper escapó.
—Encaja perfectamente, pero ¿por qué iba a hacer eso Kate Cooper?
Owen suspiró.
—Ése es el problema. No lo sé. ¿Un favor a un amante?
—No es probable. Del simple hecho de que la moral de Kate sea dudosa no se deduce necesariamente que no tenga sentido común ni un criterio propio. No. Debe estar involucrada personalmente de alguna manera.
Owen jugueteaba con el parche.
—Sé demasiado poco sobre ella. No se me ocurre cómo puede estar implicada. —Se apoyó contra la pared, con el ojo cerrado—. Aún no me creo que John esté muerto.
Lucie estaba sentada en silencio, esperando a que Owen siguiera hablando.
Por fin él abrió el ojo y cogió las manos de Lucie entre las suyas.
—Hicimos lo que pudimos por proteger a Jasper —dijo Lucie.
Owen asintió.
Parecía tan derrotado que Lucie quería cogerlo en brazos y transmitirle cariño y seguridad. Pero no era momento para eso.
Al fin Owen se puso el parche y se levantó.
—Jehannes dice que Anna Scorby está en el convento de San Clemente. Iré a hablar con ella. Le preguntaré qué sabe de Kate Cooper. Esa mujer acompañó a Gilbert Ridley hasta York en el Corpus Christi y en el día de san Martín.
—¿De verdad tienes alguna esperanza de que sea tan fácil encontrar al asesino de John?
—¿Fácil? No. Si Kate Cooper es la mujer fuerte que ha matado a un muchacho y herido a otro, sin mencionar la muerte de dos hombres adultos, ha demostrado ser capaz de cualquier cosa, además de inteligente. No será fácil de encontrar.
—¿Hay algún peligro de que haya atrapado a Jasper?
—No lo sé. Los Fletcher dicen que escapó una mujer sola. Espero que sea así. No he venido antes porque he ido a contarle a Magda Digby lo sucedido. Le he pedido que mantuviera los oídos atentos. Sinceramente, esperaba que Jasper hubiera ido otra vez allí.
—Todavía está a tiempo.
—Eso dice Magda.
—Owen, estuve pensando en Martin Wirthir.
—Yo también. —Owen le contó lo que le había dicho Magda.
Lucie trató de animarlo.
—Es muy útil, ¿no? Creo que tendría que ir a ver a Ambrose Coats para hablarle de Jasper. —Lucie le dirigió a Owen una mirada desafiante.
Con gran sorpresa suya, Owen asintió.
—Creo que sí.
Lucie lo miró.
—¿No vas a discutir?
—No. Jasper está en alguna parte, herido, tal vez muerto. Tengo que encontrarlo rápidamente. No estoy en condiciones de rechazar ayuda.
Lucie tocó a Owen suavemente en la mejilla.
—Tú no tienes la culpa. Los muchachos fueron por decisión propia. Tildy lo ha dicho con toda claridad.
Owen se encogió de hombros y se miró las manos.
—Ha llegado un mensaje del arzobispo —dijo Lucie, esperando distraerlo. Le alargó la carta—. Me tomé la libertad de leerla: así me mantuve ocupada mientras te esperaba.
—¿Algo útil?
—Quizá. Si podemos atar todos los cabos.
Owen ojeó la carta.
—Alan de Aldborough. Eso está cerca de Boroughbridge, una posible conexión con Will Crounce. Tenemos muchas piezas, pero ninguna encaja.
—Iré a ver a Ambrose Coats cuando vuelvas de San Clemente —dijo Lucie.
Owen asintió, se golpeó las rodillas con el puño cerrado y se puso de pie.
—Y ahora tengo que contarle a Tildy lo de John.
—Cierto. No se le puede ocultar. Lo leerá en nuestras caras.
—¿Cómo se suaviza una cosa así?
—Dile que probablemente murió defendiendo a Jasper. Tildy está en una edad en la que el heroísmo es importante. Al menos la ayudará a considerarlo como un final noble. Mientras, voy a ver a Bess.
* * * * *
Tom Merchet estaba sentado en un taburete junto a la mesa donde Bess había tendido a John para lavarlo. Tom miraba la herida que trazaba una línea desde cerca de la tetilla izquierda de John hasta el ombligo.
Bess, que lo lavaba con dedicación, levantó la mirada. Al ver la cara de su mejor amiga, la reserva de Bess se desmoronó.
—Ay, Lucie, mira cómo nos lo han dejado —exclamó y se acercó a Lucie para esconder la cara en el hombro de su amiga. Lucie abrazó a Bess mientras luchaba por contener sus propias lágrimas. Debía decir algo como consuelo. Pero ¿de qué servían las palabras? Dejó que las lágrimas llegaran y sostuvo con fuerza a Bess mientras ésta sollozaba.
* * * * *
Tildy observó con el entrecejo fruncido el borde mojado de su falda y luego volvió a mirar a Owen.
—¿Por qué iba alguien a matar a John? —La voz, apenas un susurro, temblaba.
—Tal vez John estaba defendiendo a Jasper —dijo Owen.
—Quiero verlo.
—Él habría querido que lo recordaras como era en vida, Tildy.
Tildy recogió el balde de agua con ceniza, lo abrazó contra su pecho y súbitamente lo arrojó al hogar. El agua se convirtió en un vapor humeante.
Owen saltó para sacar el balde antes de que se incendiara en las pocas llamas que quedaban.
Tildy miró a su alrededor, con los puños apretados, buscando algo más que tirar.
Owen la cogió por los hombros y la llevó a una silla, donde la hizo sentar y le dijo que esperara mientras iba a buscarle una copa de vino.
—No quiero vino, quiero a mi John —dijo Tildy, sin tono, todavía con los puños apretados y mirando fijamente al suelo.
—John ha muerto, Tildy. El Señor lo ha llamado a su lado. Ahora tienes que ser fuerte, por Jasper. Cuando lo encontremos, necesitará tus cuidados.
—¿Quién ha sido, capitán Archer? ¿Quién ha matado a John?
—No lo sabemos, Tildy —respondió Owen.
—Ha sido esa mujer. Se estaba acostando con él. Por eso de pronto empezó a mostrarse tan satisfecho de sí mismo.
—Podría ser, Tildy, pero no sabemos quién es ella.
—Cuando lo averigüe, la mataré. Y para mí será un inmenso placer. —Tildy sonrió.
Owen le dio el vino y le ordenó que se lo bebiera.
Cuando el vino hizo efecto, la nariz y las mejillas de Tildy se pusieron rojas, y comenzaron las lágrimas. Owen se arrodilló frente a ella y la abrazó mientras ella llamaba a John y maldecía con un vocabulario que asombró a Owen.
* * * * *
Cuando Owen se acercaba, la campana de San Clemente tocó a nonas. Entonces aminoró el paso, sabiendo que debía esperar media hora antes de que las mujeres salieran de la iglesia. Había dejado de nevar y la luz del sol se reflejaba en la nieve recién caída, haciéndola resplandecer como estrellas en un cielo blanco. Owen se detuvo en uno de los huertos que rodeaban los muros del convento. Las ramas desnudas aún sostenían delicados montoncitos de nieve. Una línea de pequeñas depresiones revelaban el camino recorrido por un gato de la vecindad. Detrás de él, un barquero llamaba a otro en el río. Owen se giró para observar el agua fangosa, que se había retirado después de la última inundación, pero que estaba dispuesta a volver a subir apenas la nieve comenzara a derretirse en los páramos. Pensó en Potter Digby, que se había ahogado en el Ouse: otra víctima muerta sin causa. Al menos esta vez Owen no cargaba con el peso de la responsabilidad. Lucie tenía razón, pero Owen hallaba poco consuelo en eso.
Mientras se paseaba sin rumbo por el huerto invernal, Owen tomó conciencia de una inquietud que lo hizo girar en redondo y mirar hacia atrás varias veces. Junto con la lluvia de pequeños pinchazos que sentía en el ojo ciego, aquello era señal de peligro. Alguien lo vigilaba, tan bien que Owen no podía sorprenderlo in fraganti.
Cuando volvió a sentirlo, Owen dio media vuelta y echó a correr a toda velocidad hacia donde le parecía que procedía la señal. De pronto aparecieron dos hombres corriendo a lo largo del río, resbalando en el barro helado. Con su visión limitada, Owen no podía correr más rápido que ellos, y pronto los perdió de vista. Bueno, les había dado un buen susto, eso seguro. Acto seguido, entró en el convento.
Anna Scorby apareció en el recibidor vestida con las ropas de las hermanas benedictinas. Mantuvo la cabeza baja y los brazos cruzados, con las manos dentro de las mangas.
—Se os ve bien aquí, señora Scorby.
Ella miró a Owen y una tímida sonrisa le iluminó la cara. La hinchazón se le había ido y unas cuantas magulladuras pálidas eran las únicas señales que le habían quedado en el rostro.
—Me alegra mucho que hayáis venido, capitán Archer. He querido agradeceros vuestra ayuda, ya que sin ella no habría podido quedarme en Riddlethorpe hasta curarme lo suficiente para venir aquí. Dios os bendiga. Rezo por vos todos los días.
—¿Habéis tenido más problemas con vuestro esposo?
Anna negó con la cabeza.
—Pero sé que no ha dado el asunto por terminado. No es el tipo de hombre capaz de perdonar. Aunque dudo que en realidad me ame.
—¿Por qué lo creéis?
Ella se ruborizó y dejó caer la cabeza.
—Tiene otra mujer, tal vez más de una. —Le temblaba la voz.
—Así que vos lo habéis amado. —Owen estaba sorprendido.
—Oh, sí, al principio yo lo amaba. —Anna levantó la cabeza—. Sabía que el matrimonio era un trato comercial, pero me sentía afortunada de que fuera buen mozo e inteligente. Pero él mató mi amor con su odiosa manera de ser. ¿Sabéis qué cosa terrible hice para merecer esa paliza? Cogí una carta que había llegado para él. Él me encontró con la carta en la mano. No leyéndola, sino sólo en la mano.
—En verdad, su cólera parece desproporcionada. Tal vez era una carta que no quería que nadie viera. ¿Estaba el sello roto?
—No. Me dijo que me iba a enseñar a no tocar sus cosas. —En ese momento Anna miraba a Owen directamente a la cara; sus ojos oscuros eran muy parecidos a los de su madre, sólo que más tristes—. ¿Sabéis, capitán? Yo soy una mujer normal; lo habría amado de buen grado. Sin embargo, él convirtió mi amor en odio. Y para salvar mi alma de ese pecado imperdonable he puesto todo mi corazón en la plegaria.
—¿Os había pegado antes?
Ella apartó la mirada.
—Nunca tanto. Un coscorrón en la cabeza por el retraso en alguna comida o por un plato que se caía al suelo. Yo tenía miedo de que, si llegábamos a tener hijos, los golpease por cualquier desliz.
—¿Sabéis de quién era la carta?
Anna negó con la cabeza.
—Pero lo sospecho. Había algo en el sello que me hizo pensar que era de una mujer. Y por eso creo que tal vez Paul tiene más de una amante. Dudo de que la esposa del capataz sepa leer o escribir y, además, una mujer como ella no tendría su propio sello; por eso creo que Paul tiene otra amante de cierta posición social. Si se supiera, quizá podría causar un escándalo. No lo sé.
—¿La esposa del capataz? ¿Vuestro capataz o el de vuestra madre? —preguntó Owen.
—El de mi madre.
Otra pequeña coincidencia.
—¿Kate Cooper es amante de vuestro esposo? ¿Estáis segura? —Una mujer insaciable, sin duda.
—De ella estoy segura. Al igual que mi madre la encontró con Will, yo la sorprendí con Paul. Antes de nuestra boda y después. Cuando los descubrí en la cuadra antes de casarnos lo perdoné; pensé que los hombres jóvenes deben satisfacerse en algún lado antes de casarse. Pero después… —Se le llenaron los ojos de lágrimas—. Claro que no dije nada. Nunca me habría atrevido a acusarlo. —Se llevó la manga a los ojos.
—¿Jack Cooper estaba casado con Kate antes de ir a Riddlethorpe?
—Oh, sí. Ella estaba embarazada del primer hijo cuando llegaron.
—¿Sabéis algo del pasado de ella?
Anna negó con la cabeza.
—Ni me interesa.
—¿Pensáis que vuestra madre sabe algo de Kate Cooper?
—Preguntadle. Para Navidad vendrá a visitarme.
—Lo haré. —Owen se puso de pie para irse. Titubeó—. Cuando recéis por mí, señora Scorby, hacedlo también por Jasper de Melton, el muchacho que presenció el asesinato de Will. Ha desaparecido, probablemente esté herido, aunque espero que siga vivo. Y asesinaron a un joven cuyo único pecado era ser amigo de Jasper.
Anna se santiguó.
—Rezaré por todos.
* * * * *
Ambrose Coats escuchó la historia de Lucie mientras lustraba la madera de su rabel con un paño embebido en aceite. La actividad le permitía mantener la cabeza gacha, y con los cabellos ocultaba su expresión.
—Sé que vuestro amigo Martin Wirthir está preocupado por seguir oculto —dijo Lucie—, pero, según Magda Digby, él había intentado cuidar de Jasper; por eso debería saber que hay que buscarlo. Probablemente el muchacho esté débil y tenga fiebre. No puede protegerse en esas condiciones.
Entonces Ambrose miró a Lucie.
—Si hubiera una manera de encontrar a Martin y decírselo, lo haría. Pero no os miento cuando digo que no tengo idea de dónde está, ni siquiera de si está en York. Él querría estar enterado de esto. Ruego porque pronto venga aquí o vaya a casa de Magda; él se preocupa por ese muchacho. Dice que es una víctima inocente y siente pena por él.
—Cuando Martin me ayudó en el camino, me pareció que sus esfuerzos estaban rodeados de una gran pena —dijo Lucie—. Fue muy amable conmigo.
Ambrose asintió.
—Martin tiene su propio código moral, que echa por tierra mis deseos por comprenderlo. Es uno de los hombres más buenos y generosos, pero también uno de los más codiciosos y crueles. Depende de quién sea el otro. —Ambrose se encogió de hombros—. Su extrañeza me resulta insufrible. —Los ojos de ambos se encontraron, y de pronto Lucie entendió lo que significaba Martin para Ambrose.
—Nuestros corazones no siempre son sabios al elegir a quien amamos, ¿verdad? —dijo.
Ambrose rio.
—Y gracias a Dios que es así. De lo contrario, ¿a qué le cantaríamos?