Capítulo 17

La búsqueda de Jasper

—Deja de moverte —exclamó Tildy, apretando el peine de madera contra el cuero cabelludo de Jasper para que dejara quieta la cabeza.

Jasper suspiró y cerró los ojos. Le dolía la cabeza de los intentos de Tildy por peinarlo después de lavarle el cabello.

—¿Por qué me odias?

—No te odio, bobalicón. Lo hago por tu bien.

Jasper puso los ojos en blanco y movió la cabeza, obligando a Tildy a clavar otra vez el peine en su cuero cabelludo.

—¡Ay! Tengo la cabeza llena de astillas. Mi madre tenía un peine de cuerno. No tenía astillas. Y era más suave y no se me enganchaba en el pelo.

—Pues éste es el mejor que tengo.

—Si no me hubieras restregado tan fuerte con el paño estaría más mojado y sería más fácil desenredarlo, hasta con ese peine.

Tildy bufó.

—Me recuerdas a mi hermano William: siempre con una opinión a mano sobre cosas de las que no sabía nada. —Volvió a atacar el pelo de Jasper.

Jasper abandonó la discusión.

—¿Cuántos hermanos tienes?

—¿Vivos? Cuatro varones y tres mujeres.

—¿Cómo es tener hermanos?

—Ruidoso. Y nunca hay comida suficiente. Los varones se lo comen todo.

—De todas formas, seguro que nunca te sentiste sola.

Tildy rio.

—De eso no te quepa la menor duda. El capitán Archer también tuvo una casa llena de hermanos. Cuenta que uno de ellos decidió ser monje porque oyó decir que en los monasterios cada monje tiene su propia celda. Pensó que podría quedarse todo el tiempo en su celda y pensar en paz. Cuando averiguó que tenía que pasar la mayor parte del tiempo en la iglesia, rezando con los demás monjes, se fue corriendo sin tomar los votos.

Jasper estaba fascinado.

—¿El capitán Archer te ha hablado de su familia?

Tildy dio un tirón y desenredó el último mechón.

—Ya está —dijo con satisfacción, y se sentó junto a Jasper—. Sí, el capitán Archer habla mucho conmigo, como si yo fuera de la familia. Es un buen hombre.

Jasper asintió.

—Ojalá yo fuera hijo suyo.

—Podrían pasarte cosas peores que tenerlo de padre, sin duda.

Detrás de ellos se abrió la puerta que daba al jardín. Jasper se percató de que Tildy se ruborizaba cuando se volvía hacia la puerta. Antes de girarse ya sabía que era John.

—Mira qué escena tan hogareña. —John se sacudió los copos de nieve de los hombros y acercó un taburete al fuego—. Vi al capitán y a la señora comiendo en la taberna y se me ocurrió venir. —Sonrió, mostrando los dientes que faltaban. Observó los cabellos mojados de Jasper y el peine que Tildy tenía en el regazo—. Así que lo estás poniendo guapo, ¿eh, Tildy?

Jasper se ruborizó por el comentario de su nuevo amigo.

Tildy rio.

—No, John. La señora Lucie puso alheña en el pelo de Jasper para disfrazarlo y que pudiera salir ayer a la calle. Pero ahora tiene un sarpullido en el cuero cabelludo y he tenido que lavarle el pelo con agua de romero para aliviarle las molestias. Si le miras bien la cara te darás cuenta de que no está contento.

John observó a Jasper y asintió.

—Pobre muchacho. Y me da la impresión de que todo es en vano. Ya te dije que no confiaras en nadie. El capitán Archer es un buen hombre, pero antes que nada está al servicio del arzobispo. Creo que te está usando para atraer a los asesinos. Él sabía que te reconocerían aun con ese pelo; lo hizo sólo para que estuvieras tranquilo. Y ahora ellos saben que pueden encontrarte cerca del capitán.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Jasper, confundido—. Fui yo quien le pidió al capitán que me llevara.

John asintió.

—Y así le diste la idea, ¿te das cuenta?

—¿Qué insinúas, John? —preguntó Tildy—. ¿De qué estás acusando al capitán?

John sonrió por el tono de Tildy. Sus ojos, al mirarla, eran picaros.

—Así que te has enamorado del capitán, ¿eh, Tildy?

—¡No!

John se encogió de hombros.

—Sabes que el arzobispo designó al capitán Archer para averiguar quién mató a esos dos comerciantes, Will Crounce y Gilbert Ridley. Por eso tiene a Jasper aquí. Para protegerlo de los asesinos. Pero a lo mejor también para atraerlos.

Jesús de mi vida. A Jasper nunca se le había ocurrido… ¿Lo traicionaría el capitán?

Tildy parecía irritada con John.

—El capitán Archer no permitiría que le sucediera nada malo a Jasper.

—No —dijo Jasper en voz muy baja—. Ha sido bueno conmigo.

—Y además, la señora Lucie no permitiría que el capitán pusiera a Jasper en peligro. —Tildy le apretó el hombro a Jasper para tranquilizarlo.

John estiró sus largas piernas hacia el fuego. Olía a cuadra.

—Me alegraría mucho estar equivocado. Pero te dije que no confiaras en nadie, Jasper. Es la única manera segura de estar a salvo.

De pronto a Jasper se le ocurrió una idea espantosa.

—No les has contado mi secreto, ¿verdad, Tildy?

Tildy miró de soslayo a Jasper.

—Claro que no. La señora Lucie me dijo que está bien guardar un secreto siempre y cuando no se lastime a nadie. —Miró a John para ver si él la creía capaz de traicionar a Jasper.

John tenía la vista clavada en una jarra de cerveza que había cerca de él, sobre la mesa.

—Adelante —dijo Tildy—. Sírvete un poco.

John se levantó para traer una copa.

—Me alegro de que no se lo hayas contado, Tildy —dijo Jasper con suavidad.

—Te prometí que no lo haría, ¿no? Aunque sigo pensando que sería mejor explicárselo todo al capitán.

—Si John tiene razón, me alegro de no haberlo hecho.

Tildy abrazó a Jasper.

—El capitán nunca permitiría que te hicieran daño. No entiendo por qué John te dice esas cosas. —Lo dijo en voz lo bastante alta para que John lo oyera.

John volvió a sentarse y se sirvió una copa de cerveza.

—No he querido molestar, Tildy, sólo quería que Jasper entendiera que debe tener cuidado. Y que fue una tontería salir ayer. —John se inclinó hacia Jasper—. Pero, ya que fuiste, cuéntame.

Jasper miró ceñudo a John, no muy seguro de que, después de todo, fuera tan buen amigo.

—¿Por qué no vienes con nosotros la próxima vez? Los domingos no vas a practicar. Ya tienes edad suficiente. Eres mayor que yo.

John levantó la mano derecha, exhibiendo la falta de los tres dedos del medio.

—Con este desastre no puedo sostener bien el arco; de lo contrario, allí estaría. Me gustaría disparar con el arco. —Ahora ya no sonreía.

Jasper no supo qué decir. Había querido desafiar a John, no lastimarlo; se había olvidado de lo de su mano.

—Lo siento. He hablado sin pensar.

John se encogió de hombros.

—No importa. El Buen Señor me encaminó hacia el trabajo honrado. No tengo de qué quejarme. —Bebió un sorbo de cerveza—. ¿Y qué? Cuéntame algo del prado de San Jorge.

Jasper pensó un momento, para decidir por dónde comenzar.

—Traen los blancos de un cobertizo cercano a la capilla y los colocan de manera que el sol no dé en los ojos. Eso es importante. Y el capitán Archer va de un grupo a otro y les dice lo que están haciendo mal. Algunos no saben disparar bien ni siquiera después de que él les explique qué tienen que hacer. Dice que es porque nadie les ha enseñado nunca. Pero lo intentan, y nadie discute con él. Todo el mundo lo respeta. Es un gran hombre.

—Eso no tienes que decírmelo, Jasper —replicó John—. A mí me gusta mucho el capitán Archer. Sólo te advierto que el arzobispo Thoresby es un hombre poderoso. No es sólo arzobispo, es lord canciller de toda Inglaterra. Y si él le ordena al capitán que encuentre a unos asesinos, el capitán tiene que hacerlo del modo que sea. Y si la única manera es atraer a los asesinos utilizándote a ti, ya que eres la única persona que los vio, pues bien… —John cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para apurar la copa.

Jasper no abrió la boca. No quería creer que el capitán pudiera ponerlo en peligro.

John dejó la copa y se inclinó hacia Jasper.

—He estado pensando en eso de que tuviste que abandonar el arco de tu padre, y que era especial porque lo había pintado él.

Jasper se encogió de hombros.

—Igual soy demasiado pequeño para ese arco.

John resopló.

—Bien, pero algún día crecerás, Jasper de Melton. Todos los días creces. Lo que estoy pensando es que vayamos temprano una mañana de éstas a ver si lo encontramos.

Jasper frunció el entrecejo.

—Pero si acabas de decirme que salir ayer fue una estupidez.

John asintió.

—Exhibiéndote de esa manera, claro. Pero iríamos solos tú y yo, sin que nadie nos viera, y andaríamos por los callejones. ¿Quién repararía en nosotros? ¿Y no te gustaría recuperar el arco de tu padre si pudieras?

Jasper cruzó los brazos y, frunciendo el ceño, se miró los pies calzados con medias mientras lo pensaba.

—No sé si debo ir. Pero tú sí puedes ir y preguntarle a la señora Fletcher. Está en su casa. Si tiene nuevos inquilinos, conservará el baúl en el que estaba guardado. A ti nadie te busca, John.

Tildy asintió.

—Ésa me parece una idea mejor. Hasta yo podría ir.

John puso los ojos en blanco.

—¿Y por qué la señora Fletcher me iba a dar a mí, un desconocido, tus cosas, Jasper?

—Podrías escribir una nota para la señora Fletcher —sugirió Tildy.

—La señora Fletcher no sabe leer. En su familia nadie sabe —precisó Jasper. En realidad, tampoco Jasper, Tildy ni John sabían.

—Bien —dijo John—, entonces iremos y veremos qué pasa. Aunque haya alguien esperándote, ¿quién va a estar vigilando tan temprano por la mañana, Jasper? Y si no encontramos el arco donde tú lo dejaste, entonces tal vez Tildy pueda ir a preguntarle a la señora Fletcher. Es probable que confíe en ella.

Jasper estudió el rostro de John. Le brillaban los ojos como si estuviera a punto de emprender una búsqueda.

—¿Por qué quieres que haga eso? —preguntó Jasper.

—Porque, en tu lugar, a mí me gustaría regresar, ver si está mi arco y todo eso. Nada más.

—No me parece muy buena razón —dijo Tildy.

John gimió.

—Las mujeres no entendéis de estas cosas. Tú no has tenido ninguna experiencia para saber de qué va esto.

Tildy abrió la boca como para hablar, pero quedó paralizada, con la cara colorada y lágrimas de rabia brillándole en los ojos.

—Te equivocas, John —soltó por fin—. Vas a meter a Jasper en problemas sólo porque tú quieres correr una aventura. Eso es lo que tú no entiendes. —Arrojó el peine y salió corriendo de la habitación.

—Ay, las mujeres —suspiró John.

Jasper no comprendía, aunque eso no era nada nuevo. Se le escapaba la mayor parte de las cosas que pasaban entre Tildy y John. Tenían una relación muy peculiar. Se sonreían mientras se llamaban por los adjetivos más espantosos y se atormentaban. Pero esta vez el asunto parecía más serio.

—¿Por qué no te reconcilias con Tildy? Le has hecho daño.

John sonrió.

—Iré a hablar con ella. Debe estar en la tienda, haciéndose la ocupada. Pero primero, ¿qué te parece? ¿Nos escapamos mañana por la mañana e intentamos recuperar el arco de tu padre?

Jasper se encogió de hombros. No quería parecer un cobarde. Y tenía muchas ganas de comprobar si sus cosas seguían allí. Pero ¿y si Tildy tenía razón?

—¿Qué me dices? —John miraba a Jasper con los ojos entornados.

Jasper miró la mano derecha de John, los dedos mochos que le habían enseñado lo peligroso que es el mundo. John no era ningún estúpido. Había andado por ahí y había sobrevivido. Jasper asintió.

—Lo haremos. Mañana por la mañana. Ahora ve a pedirle disculpas a Tildy.

Jasper encontró a John dormido en la cuadra de la taberna York, envuelto en varias mantas y rodeado de paja. Habían tocado maitines un poco antes y Jasper, que no podía dormir, había considerado que era una buena hora, bastante oscura, para llevar a cabo su aventura.

Despertar a John fue difícil. Y cuando Jasper lo logró y le dijo que habían tocado maitines hacía ya casi una hora, John le replicó al muchacho que estaba loco.

—¿Qué dirán los Fletcher cuando oigan que hacemos ruido en las escaleras en plena noche? Pensarán que somos ladrones y nos perseguirán con garrotes.

—Pero es que somos ladrones. Incluso de día, es de ladrones meternos en la habitación.

—Hagamos un poco más de tiempo. —John abrió las mantas—. Ven, métete conmigo y duerme otro rato.

—Lo único que quieres es seguir durmiendo. No tenías verdaderas intenciones de ir conmigo.

—Eso no es cierto. Pero escúchame, yo sé lo que me digo. Tenemos que esperar hasta un poco antes de amanecer.

—Entonces voy solo.

John cogió a Jasper, que empezaba a ponerse de pie.

—No, no irás solo. —Se sentó junto a Jasper, restregándose los ojos—. ¿Sigue nevando?

—No, por ahora no.

—Bien, es una bendición. ¿Por qué quieres hacer esto en mitad de la noche?

—Por si hay alguien vigilando la casa. O la botica.

John bostezó y se desperezó.

—Probablemente tengas razón. —Se levantó—. Bien. Andaremos siempre juntos, nos mantendremos siempre en las sombras y no haremos ningún ruido. Después subiremos las escaleras. ¿La puerta cruje?

Jasper cerró los ojos e imaginó que abría la puerta. Le pareció que hacía muchísimo desde la última vez que había estado en la casa.

—No, no cruje, pero no está derecha, así que se arrastra por el suelo.

—Entonces la abres tú…, ya sabrás cómo sostenerla.

Jasper asintió. Sentía un nudo en el estómago, ahora que de verdad estaba pensando en hacer aquello.

—¿Y si hay alguien durmiendo allí?

—Nos daremos cuenta enseguida y nos iremos tan rápida y silenciosamente como podamos. —John sujetaba la capa que iba a ponerse—. Tal vez sea mejor dejar esto. En la oscuridad, las capas pueden engancharse con alguna cosa.

Jasper tenía frío.

—Me entrará tiritera si no llevo capa.

—Mejor, así te moverás más aprisa. Venga.

A Jasper no le gustaba el entusiasmo que había en la voz de John, pero parecía demasiado tarde para echarse atrás y sólo por una sensación. De mala gana, Jasper se quitó la capa.

Se mantuvieron cerca de los edificios, pasaron por la posada y por la botica, luego cruzaron la calle donde las sombras eran más espesas y doblaron una esquina. La nieve nueva era traicionera, porque no dejaba ver las zonas heladas. Una vez, John resbaló y aterrizó sobre su trasero soltando un gruñido de desagrado. Después los dos se pegaron a un portal porque pasaba un guarda nocturno. Jasper había tenido razón, los dientes le castañeteaban con tanto ruido que John lo oía y le dio con el codo. Cuando el guarda se perdió en la noche, John le indicó a Jasper que avanzara. Éste tenía que ir delante, pues conocía el camino.

La casa de la señora Fletcher estaba a oscuras. Se deslizaron a hurtadillas hasta llegar a los escalones laterales y subieron: once escalones, estrechos y empinados.

—Señor —susurró John—, más que unos pocos peldaños esto es una escalera de verdad. No podemos bajar un baúl por aquí, en la oscuridad.

—Sólo cogeremos el arco; y tal vez mi jubón —susurró Jasper.

Intentó abrir la puerta. Se movió. No estaba atrancada. Bien. La levantó ligeramente y la empujó hacia sí, lo suficiente para entrar. John se deslizó tras él. Jasper le quitó la pantalla a la pequeña lámpara que había llevado. La luz era débil, pero bastaba para mostrarle que el baúl estaba justo donde lo recordaba. Se arrodilló frente a él y lo abrió. Se le encogió el corazón. El baúl estaba vacío. Olió la lavanda de su madre, pero dentro no había nada.

Detrás de él, John hizo un ruido extraño, como si hubiera chocado con algo.

—Sshh —susurró Jasper mientras se volvía para contarle lo que había encontrado. Santa María Madre de Dios, la hoja del cuchillo revoloteó justo frente a la cara de Jasper.

—Así que tenía yo razón. Has vuelto a buscar tus cosas. —Era la voz de la mujer de la catedral, la que había escondido la mano.

Jasper alcanzó a ver los pies de John junto a la puerta. Estaba en el suelo. No se veía sangre, pero eso no importaba; el hombre yacía inmóvil mientras una mujer amenazaba a Jasper con un cuchillo. Eso significaba que John estaba como mínimo desmayado.

Sin dejar de sostener el cuchillo, la mujer se inclinó, cogió la lámpara y la acercó a la cara de Jasper. Éste se apartó de la luz, pero, apuntado a la barbilla, el cuchillo lo guio de nuevo hacia la lámpara y Jasper se quedó mirando fijamente a los ojos de la mujer.

—Bueno, chico —dijo ella suavemente—, ¿qué voy a hacer contigo, eh? Él te quiere ver muerto, ¿sabes? Fuiste tan tonto que le contaste a todo el mundo lo que habías visto. Si hubieras salido corriendo en medio de la noche y no le hubieras dicho nada a nadie, tu vida no estaría ahora en juego.

—No vi ninguna cara. —El cuchillo había herido a Jasper debajo del mentón y el corte le ardía. Arrodillado en el áspero suelo de madera, las rodillas le temblaban. Sintió que se le clavaba una astilla.

La luz parpadeó en la cara de la mujer. Ella estudiaba a Jasper.

—Yo sabía que venías detrás de nosotros aquella noche, ¿sabes? —Su voz era tranquila, como si se tratara de una conversación común—. Te vi en la taberna mientras esperabas y también cuando te disponías a seguirnos. Un muchacho tan serio. —Le acarició la mejilla con la hoja del cuchillo—. Después me enteré de que tu madre se estaba muriendo. La hermosa Kristine. Will Crounce iba a casarse con ella, ¿sabías? Yo jugaba con él para llevarlo a la emboscada cuando llegara el momento. Como ahora, que he utilizado a John para atraerte a ti.

Jasper abrió la boca.

—Sí, tu amigo y yo hacemos cositas juntos. Él creía que te traía para tu iniciación. Pero yo tenía otros planes.

Entre sus lágrimas, Jasper trató de distinguir a su amigo. Entonces resultaba que John no era tan inteligente.

—¿Está muerto?

La mujer resopló.

—Qué tonta sería si matara a mi amorcito, ¿no te parece? Supongo que tú también podrías ser mi amorcito. —Otra vez le acarició la mejilla con la hoja—. Tenías que haberte quedado callado, muchacho. Yo no iba a decirle que habías visto nada. ¿Qué me importaba? Yo no maté al pobre Will Crounce. Su propia codicia lo mató. Él no era tan valiente como tú, Jasper. En absoluto.

Acercó tanto la lámpara a Jasper que éste sintió el calor. Cuando él saltó, ella rio y la apartó.

—Qué hermosos rizos. —Le movió uno con la punta del cuchillo—. Qué muchacho tan dulce. —Un ceño reemplazó a la risa—. ¿Cómo puedo lastimar a un niño tan dulce? —murmuró mientras tocaba la cara de Jasper con la punta del cuchillo. Él sintió un pinchazo y algo líquido en la mejilla—. Te dije que la próxima vez tendría un cuchillo afilado y con una buena punta, ¿te acuerdas?

Jasper se llevó la mano a la cara. No era un corte profundo, pero sangraba mucho.

—¿Vas a matarme? —preguntó.

—¿Tú qué piensas que debería hacer, mi amor? Soy tan culpable como él. Ninguno de nosotros levantó la mano para matarlos, pero les atrajimos a la muerte. —Sus ojos recorrieron el cuerpo de Jasper. El cuchillo siguió el recorrido, se demoró en la entrepierna y cortó la tela—. Nos divertimos mucho planeando esto. Él es un hombre grande. Me pregunto si algún día tú serás un hombre grande como él.

Jasper sintió que se mojaba. No era sangre, sino orina. Ella vio la mancha oscura o la olió, porque rio.

—El miedo es humillante. Antes de que muriera tendríamos que haberle preguntado a Will si Jesús se había orinado en la cruz. Estoy segura de que después de tantos años haciendo el papel de Jesús, Will lo sabría. ¿A ti no te gustaría saber eso?

Jasper negó con la cabeza.

—Es blasfemia hablar así.

Ella se arrodilló a su lado y puso la lámpara sobre el baúl, a la espalda de Jasper. Lo cogió de los hombros, con el cuchillo aterradoramente cerca de su oreja, y clavó sus ojos en los del chico.

—Te asusto, ¿no, Jasper? Pero dime algo. ¿Nos odias por haber matado a Will Crounce?

Jasper asintió.

—Imagina que el odio se encona a lo largo de los años. Ves a muchachos que tienen la vida que tú podrías haber tenido. La envidia te corroería como un veneno. Así es como odiaba yo a Will Crounce y a Gilbert Ridley. Rezaba para que sufrieran. Ellos destruyeron a mi padre. Y Dios respondió a mis oraciones de una manera misteriosa: Ridley el jabalí se convirtió en Ridley el hombre frágil y asustado. —Le tocó la oreja a Jasper con la punta de la hoja y rio cuando éste se encogió—. Tu sangre es tan roja, mi pequeño, tan saludable…

Por el rabillo del ojo Jasper se percató de que John movía un pie. ¡Dios santo, por favor que despierte! Jasper no sabía qué haría John. No creía que llevase armas. Pero tal vez, si John podía asustarla…

Ella aferró el hombro de Jasper con la mano que sostenía el cuchillo, se inclinó hacia delante y cerró la pantalla de la lámpara.

Todo quedó a oscuras. Ella apretó a Jasper contra sí, con fiereza, hundiéndole los dedos en la espalda y en el hombro.

—No quiero matarte, mi niño —susurró en la oscuridad—, pero tengo que hacerlo. Si no, él me matará a mí. —La mano que sostenía el cuchillo soltó el hombro de Jasper. Ella echó el brazo hacia atrás para clavar el cuchillo. Jasper contuvo el aliento, esperando la muerte.

Sin embargo, la mujer cayó hacia un lado, arrastrando a Jasper consigo. El cuchillo le cortó la cara al muchacho, y luego, cuando cayeron, el costado.

—Corre, Jasper —bisbiseó John en la oscuridad—. ¡Corre!

Jasper se escurrió de debajo de la mujer cuando ella se movió. Logró ponerse de pie y trastabilló hasta la puerta; conocía bien la habitación y halló el camino sin pensar. En mitad de las escaleras se dobló sobre sí mismo y tosió, lo que hizo que el costado le doliera. Como consecuencia de ello, tropezó y cayó rodando los peldaños que restaban; aterrizó hecho un ovillo tembloroso al final de la escalera. Se arrastró hacia las sombras. El corazón le latía fuerte, y gemía de dolor. Debía ir a buscar al capitán Archer y hacerlo venir para que ayudara a John. Pero la escalera, el edificio y la nieve daban vueltas a su alrededor. Si cerraba los ojos un momento todo se quedaría quieto.

Jasper cerró los ojos.

Cuando los abrió, la nieve caía espesa y pesada. Estaba temblando sin poder controlarse y sin embargo le ardía el costado, sentía la mejilla abierta y la cabeza caliente. Lo protegía del grueso de la tormenta el saliente de un segundo piso, pero tenía los pies mojados a causa de la nieve derretida. Los metió debajo de su cuerpo y quiso envolverse en la capa. No tenía capa. Recordó. John. Debía ir a ayudar a John.

Bajaba gente por la escalera; se oyó un ruido pesado.

—Dios Todopoderoso —dijo la señora Fletcher—, ¿qué estaba haciendo este muchacho ahí arriba? ¿Quién lo ha atacado mientras dormíamos? Dios nos ha abandonado. Desde la peste. Ninguno de nosotros morirá en paz. Ninguno de nosotros, pecadores. María Santísima, cómo pesa.

—Por eso se habla de peso muerto —murmuró maese Fletcher—. Tendríamos que haber llamado al alguacil antes de moverlo.

—¿Y quién sabe cuándo iba a venir? Tenemos que llevarlo abajo por si no está muerto. Vamos. Pongámoslo cerca del fuego.

—Sé reconocer un cadáver, Joanna —dijo maese Fletcher.

Jasper estaba lo suficientemente lúcido para entender. John estaba muerto. Y por culpa de Jasper. Él había dejado a John arriba con la mujer y ella lo había matado. Nadie podría jamás perdonarle esto a Jasper. Y ahora ella estaría más decidida que nunca a matarlo.

Lo buscaría donde fuera. Debía escapar. No debía confiar en nadie. Había confiado en John, y John lo había conducido hasta ella. ¿Sabía John quién era la mujer? Ay, John, ¿por eso me dijiste que corriera pero tú te quedaste? A Jasper le daba vueltas la cabeza y tenía ganas de vomitar, pero se esforzó por permanecer quieto hasta que los Fletcher estuvieran dentro. Luego logró levantarse y apoyarse en la pared. Vació el estómago y el dolor de los espasmos en el costado lo sofocó y le hizo caer. Pero debía moverse. Debía entrar en algún sitio, en algún lugar oscuro, donde no hubiera ojos ni nieve. El cielo estaba blanco a causa de la nieve, pero todavía no había amanecido. Tenía tiempo para esconderse.