Capítulo 15

Pesadillas

El viento batía las persianas y enviaba corrientes de aire que bailoteaban por toda la casa. Lucie se despertó por el ruido, se dio cuenta de que era sólo el viento y se acurrucó contra la espalda caliente de Owen. Y entonces oyó el grito. Y enseguida otro. El segundo despertó a Owen.

—¿Qué diablos pasa? —gruñó, incorporándose y restregándose la cicatriz del ojo.

—Es Jasper otra vez. Voy a ver si Tildy me necesita. —Lucie se echó por encima la bata y sobre ésta un chal.

Owen cogió a Lucie del brazo.

—Déjalo. A Tildy le gusta consolarlo. Tú necesitas descansar. Estás muy pálida. Si te levantas todas las noches a causa de las pesadillas de Jasper te vas a poner enferma, y entonces tendré que echarlo de la casa.

Lucie se sentó en el borde de la cama.

—Owen, por favor. Es apenas un niño. Yo tuve pesadillas cuando murió mi madre, me acuerdo muy bien. Sé lo asustado que está.

—Lo has acogido en tu casa. Eso es lo que has hecho por él. Y ya sabes que ahora Tildy está abajo meciéndolo y canturreándole. Déjalo así. Tildy ha hecho maravillas con el muchacho. —Owen tomó a Lucie de la bata y la arrastró encima de él, abrazándola fuerte.

—Está asustado, Owen. Necesita sentirse querido, parte de nosotros. Cuando consigamos esto se sentirá más seguro. Sigue pidiendo disculpas por estar aquí.

—Mañana por la mañana hablaré con él. No voy a permitir que sigas perdiendo horas de sueño por ese muchacho. No es necesario.

Cuando a la mañana siguiente Owen bajó a la cocina, Jasper estaba sentado junto al fuego, aferrado a una taza de un líquido hirviendo. Era un chico muy guapo, sus ojos eran expresivos y tenía los cabellos dorados.

Owen arrimó un taburete y se sentó junto a Jasper.

—Me alegro de verte mejorar, muchacho. Todos damos gracias a Dios porque todavía no haya decidido llevarte con él.

—Gracias, capitán Archer. —Los ojos de Jasper revelaban cautela.

Owen se sirvió un poco de cerveza.

—¿Cuántos años tienes, Jasper?

—Cumpliré nueve este invierno.

—Nueve años. —Owen asintió y tomó un sorbo—. Creo que es una buena edad para empezar a trabajar los músculos y aprender a manejar el arco. ¿Qué opinas, Jasper?

El muchacho se encogió de hombros y apartó la mirada, pero Owen vio el brillo de una lágrima que se deslizó por su mejilla.

—Todavía tengo el brazo vendado. —El muchacho levantó el brazo derecho.

—Me han dicho que se está curando bien. Al principio, podemos trabajar sin este brazo. Además, a un muchacho fuerte como tú debe resultarle difícil estar confinado dentro de la casa. Después de desayunar, ¿te gustaría salir conmigo y empezar a fortalecer el brazo izquierdo?

Jasper se volvió hacia Owen con una expresión más amistosa, pero frunció el entrecejo.

—No deben verme.

—Es una suerte tener un jardín amurallado. La señora Merchet, de la taberna York, no tiene viajeros alojados en la habitación cuya ventana da a nuestro jardín, y no hay otro edificio alrededor lo bastante alto para que alguien pueda ver lo que hacemos aquí, a menos que trepe a los tejados. Y si subieran a un tejado…, bueno, nos daríamos cuenta, ¿no te parece, muchacho? Así que fuera tenemos un poco de espacio para movernos.

Al muchacho se le iluminó algo el rostro, pero seguía pareciendo indeciso.

—¿Por qué sois bueno conmigo?

Owen sonrió.

—Caramba, qué buena pregunta, Jasper. ¿Sabes que la señora Wilton es boticaria?

El muchacho asintió.

—De modo que aquí tenemos los conocimientos para curarte. La Mujer del Río también, pero no dispone de un espacio tan privado como éste. Nosotros no invitamos a desconocidos a nuestra casa. En términos generales, pareció un buen lugar para ti.

—Pero ¿por qué me estáis ayudando?

—Quizá porque es cristiano hacerlo. —Owen sonrió mientras Jasper sacudía la cabeza—. Entiendo que desconfíes de semejante respuesta, Jasper. Toda la ciudad conoce tu problema, y sin duda hay algunos asesinos buscándote.

Jasper miró la copa que tenía en la mano.

—¿Sabéis que yo vi cómo mataron a maese Crounce?

—Es terrible ver cómo atacan a un amigo.

—Yo no lo ayudé —susurró Jasper.

Así que esto era parte del problema del muchacho. Se sentía culpable.

—No tienes por qué sentirte mal por eso, Jasper. ¿Qué podías hacer contra hombres armados? Un soldado prudente debe saber cuándo es mejor quedarse quieto, preservar la vida y buscar ayuda. Y eso es lo que tú hiciste.

El muchacho miró a Owen.

—¿De verdad?

Owen asintió.

—También me he enterado de que después murió tu madre. Eso es lo que sabe toda la ciudad.

—¿La señora Digby os contó algo más?

Owen se preguntó adonde apuntaba el muchacho con esa pregunta. Quería ser lo más sincero posible con él sin explicarle cuan implicado estaba en la búsqueda de los asesinos, cosa que desde luego lo pondría nervioso.

—¿Te sabría mal que la señora Digby nos hubiera hablado de ti?

Jasper se encogió de hombros.

—Me lo preguntaba, eso es todo.

—Nosotros sabemos lo que la señora Digby sabe.

Jasper intentó sonreír.

—Si la Mujer del Río confía en vos, entonces yo también.

—Gracias. Muy bien. —Owen se puso de pie—. Termina lo que estás tomando y come un poco de pan con queso, que fuera hace frío. Después saldremos al jardín a ver lo fuerte que estás.

Tildy comprendió y le dio prisas a Jasper para que terminara la comida que le había preparado. El muchacho engulló con rapidez y pronto estuvo listo.

Unas nubes bajas y grises amenazaban nieve, pero por el momento el día estaba tranquilo. La tormenta de viento de la noche anterior había desparramado hojarasca y escombros por todo el jardín.

—Después puedes recoger las ramas y llevarlas al fondo del jardín —sugirió Owen.

—Lo haré, capitán Archer. —Jasper parecía contento de que le dieran un trabajo.

Owen llevaba un arco colgado del hombro. Cuando él y el muchacho llegaron a una pila de leña, Owen se desprendió del arco y se lo dio al muchacho. El arco, de más de dos varas, era mucho más largo que Jasper, aunque éste era alto para su edad.

—El arco de mi padre estaba decorado —dijo Jasper, mirando la madera lisa.

—Son hermosos cuando están pintados, ¿eh? —dijo Owen, aunque él los prefería lisos. Le gustaba la madera limpia—. ¿Tienes el arco de tu padre escondido en algún lugar?

Jasper dejó caer la cabeza.

—Cuando me escondí tuve que abandonarlo.

—Tiene que haber sido difícil para ti; has sido muy valiente. Dudo que, a tu edad, yo hubiera sobrevivido.

—Tildy dice que sois de Gales.

—Es cierto; estoy muy lejos de mi casa. —Owen le dio el arco a Jasper—. ¿Sabes cómo sostenerlo?

—He visto practicar.

—A ver cómo lo haces. —Owen dio un puntapié a un leño ancho en dirección al muchacho—. Mantén la parte de abajo del arco sobre eso para que no se hunda en la tierra. De ser así, la cuerda quedaría inservible.

Jasper cogió el arco, difícil de manejar al ser tan largo para él, y logró poner la mano izquierda en el medio. Con la derecha tocó la cuerda. Miró a Owen esperando su aprobación.

—Excelente. Ahora tira de la cuerda con la mano derecha.

Jasper se miró el brazo entablillado.

—No puedo.

—Haz lo máximo que puedas. Necesitamos una marca para saber por dónde comenzar. Así veremos cómo vas progresando.

El muchacho respiró hondo, apretó las mandíbulas y logró estirar la cuerda. El movimiento fue mínimo, pero a pesar del frío, le arrancó gotas de sudor en la frente y en el labio superior.

—¡Ya es suficiente! —gritó Owen.

El muchacho dejó salir el aire contenido mientras soltaba la cuerda. Owen cogió el arco y volvió a colgárselo del hombro.

—Ahora comenzaremos a trabajar el brazo izquierdo. Debes sujetar el arco con la mano izquierda, con fuerza y firmemente, y eso sólo es posible con un brazo fuerte y firme. Así —Owen dio al muchacho un palo que había llevado consigo—. Sostén esto frente a ti con la mano izquierda, manteniendo el brazo derecho y tenso, y no lo muevas.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Jasper, levantando el brazo.

—Hasta que no puedas más. Lo que se requiere es que llegues a sentir el palo como si fuera una bola de plomo o una roca. Eso te hará fuerte.

Jasper respiró hondo y contuvo la respiración, con el brazo extendido, sosteniendo el palo.

Owen sonrió.

—No debes hablar ni moverte, muchacho, pero sí respirar. No tiene sentido que te marees.

Al poco rato, el muchacho comenzó a tambalearse.

—Empieza de nuevo, y esta vez separa un poco los pies. —Owen le enseñó a Jasper la manera de hacerlo—. Te ayudará a mantener el equilibrio.

El muchacho sacudió el brazo, abrió los pies aproximadamente un paso y levantó el brazo con una expresión de ceñuda determinación.

Owen caminó alrededor de Jasper, le acomodó el brazo, le tocó la espalda y se la enderezó, y le movió la cabeza para que se apoyara derecha sobre el cuello. Owen sabía cuánto dolor podía causar una postura poco adecuada.

Jasper mantenía firme el palo. Aguantó más de lo que Owen suponía, considerando lo débil que se encontraba.

—Excelente, Jasper. Es suficiente por hoy. Mañana volveremos a hacerlo.

—Gracias, capitán Archer. —Jasper parecía feliz por primera vez.

Owen asintió.

—Es bueno entrenar a alguien ya en una edad temprana. Me aseguraré de que adoptes buenos hábitos desde el principio.

—Tildy dice que los galeses nacen sabiendo cómo disparar con el arco.

Owen rio.

—No es cierto, Jasper. Debemos aprender. Practicar. Es difícil ser arquero.

—Trabajaré duro, capitán.

Owen miró aquella cara tan seria, en la que se advertía el rubor de las mejillas por haber estado al aire libre y por el ejercicio.

—Ya me lo has demostrado. ¿Tu padre era arquero?

—Sólo por afición. Él era carpintero. Pero era un buen arquero. Al menos, eso decía la gente.

—¿Carpintero? Yo creía que ibas a entrar de aprendiz en el Gremio de la Lana. —El muchacho asintió—. ¿No querías ser aprendiz de carpintero?

Jasper se mordió el labio y se encogió de hombros.

—Papá se cayó de un andamio mientras trabajaba en el castillo.

—Ah, ya. Entonces tu madre pensó que te prefería sano y salvo como comerciante. —Owen asintió—. Es comprensible. —Aunque, considerando los destinos de Crounce y de Ridley…

Jasper giró la cabeza y miró a Owen.

—¿Puedo probar otra vez?

Owen sonrió y le dio el palo a Jasper.

El muchacho se colocó con los hombros rectos, levantó el brazo y lo acomodó, ajustando el hombro tal como le había mostrado Owen.

Lo haría bien.

Owen se alejó un momento de Jasper, miró a su alrededor e inspeccionó los tejados de los otros edificios. Cuando se volvió, Jasper seguía firme. Owen se sentó a esperar. Al muchacho apenas le temblaba el brazo, muy poca cosa. Unas gotitas de sudor le brillaban en el labio superior y le oscurecían el pelo que le caía sobre la frente. Al fin, con un suspiro explosivo, Jasper dejó caer el brazo. Había aguantado casi tres veces más que antes.

—Bien. Hoy, cada vez que te fijes en el hombro, muévelo así. —Owen le mostró a Jasper cómo mover el hombro hacia delante, hacia arriba, hacia atrás y alrededor. Jasper lo intentó—. Bien. Eso evitará que se te ponga rígido, así podrás seguir practicando mañana. Bueno, si quieres seguir. —Owen le dirigió una mirada inquisitiva al muchacho.

—Oh, sí, capitán. Sí quiero seguir. —Jasper sonrió.

—Para la edad que tienes, eres fuerte. Supongo que hay que serlo para mantener engrasadas las ruedas de una carroza de retablos, ¿eh? ¿No te cansabas después de todo un día de trabajo?

El muchacho asintió.

—Me dolía la espalda. Y tenía magulladuras de cuando calculaba mal el paso.

—Me lo imagino. ¿Cómo te entrenaste para eso?

—Me enseñaron el día antes, cuando llevaron la carroza al prado de la finca.

—¿Te eligieron por tu fuerza?

Jasper se encogió de hombros.

—Maese Crounce me dijo que lo hiciera. No sé si sabían siquiera quién era yo.

Había empezado a caer una nieve liviana. Owen se puso de pie.

—Será mejor que recojas las ramas que cayeron anoche antes de que queden enterradas bajo la nieve. Luego entra y que Tildy te dé algo caliente. No quiero que te enfríes. —Owen palmeó a Jasper en la espalda—. Estoy seguro de que esta noche vas a dormir más tranquilo.

Jasper se puso colorado ante la mención de sus sueños turbulentos.

—Lamento haberos despertado a vos y a la señora Wilton.

—Y yo lamento que sigas teniendo pesadillas. Con nosotros estás seguro, ¿sabes?

Jasper se agachó a recoger unas ramitas.

—¿Con qué sueñas, Jasper?

Los ojos del muchacho recuperaron la cautela.

—No es nada.

Owen vio que había invadido los límites cuidadosamente protegidos de Jasper. Esperaría y lo intentaría otro día.

* * * * *

El aguanieve golpeteaba contra la ventana que había junto a la mesa que el rey había proporcionado a Thoresby para realizar su trabajo. Thoresby estaba sentado con el codo izquierdo sobre la mesa y la cabeza apoyada en la mano. Alzó la mirada y observó abstraído el agua helada que corría por el vidrio, hacía un rodeo alrededor de las imperfecciones y buscaba el alféizar, donde sin duda se enturbiaría y se derramaría.

Aunque miraba la lluvia, sus pensamientos se centraban en Alice Perrers, en la inteligencia con que ella se había introducido sutilmente dentro de la casa real, en cómo había sabido mover los hilos del afecto del rey para que vibraran al tocarlos. Thoresby la había observado doblegarse y cambiar según los estados de ánimo del rey, hurgar e investigar hasta descubrir sus causas, y luego ponerse casi siempre del lado de Eduardo con independencia de cuáles fueran sus deseos o sus quejas. Por eso, cuando ella sugería un camino alternativo, el rey la escuchaba, porque era tan poco común que ella expresara una opinión contraria que cuando lo hacía debía ser importante. ¿Había existido alguna vez una intrigante como Alice Perrers?

Bajo las manos de Thoresby había varios documentos que describían las propiedades que el rey poseía en Londres, propiedades que deberían ir a uno de sus hijos y no a Alice Perrers. ¿Qué veía el rey en esa mujer? Thoresby recordó el brillo rojizo de los ojos de Alice la primera noche que él pasó en Windsor. ¿Tendría un pacto con el diablo? No era imposible. Ahora que lo pensaba, ¿cómo, si no, podía una mujer tan fea, insolente e inmoral ganarse el favor del rey?

Mujer… Thoresby resopló. Más bien una niña; no tenía más de diecisiete años.

Y ya con tanto poder… y sabiendo cómo usarlo. Sus tíos se habrían dado cuenta de su inteligencia y aprovecharon la oportunidad. Pero ¿cómo la habían hecho entrar en la corte? Thoresby creía que ahí había gato encerrado —en realidad, varios—, pero necesitaba pruebas. Hasta ese momento, la evidencia más irrefutable era precisamente la falta de pruebas. Una familia que en tan poco tiempo había empezado a destacar en sociedad lo habría hecho seguramente mediante transacciones comerciales y juicios en los tribunales, dejando tras de sí una estela de papel y pergaminos. Pero él no había podido encontrar esa estela detrás de la familia Perrers. Se habían preocupado por borrar sus huellas. Maldita sea. Antes de hablar con aquel rey encaprichado tenía que precisar la acusación con claridad.

Thoresby miró los papeles y los hizo a un lado. Cogió en su lugar el botellón de vino que una bonita criada le había servido. ¿Por qué el rey no satisfacía su lujuria con una muchacha como la criada, que no tendría pretensiones, que sería feliz sólo con que su amo y señor reparase en ella? Y si tenía un hijo del rey no exigiría propiedades en Londres. Se contentaría con ser enviada lejos a casarse con un campesino, mientras que el niño sería criado en una casa oportunamente noble.

Enviada lejos. Buena idea. ¿Y si sugería un partido tan idóneo para Alice que el rey no pudiera resistirse? Alguien rico e importante para el rey.

Si eso fallaba, ¿qué tal si ella moría de improviso, en circunstancias misteriosas?

María Santísima que estás en el cielo, él era el arzobispo de York y lord canciller de Inglaterra. No debía malgastar su tiempo tramando la muerte de la amante del rey. Ella era trivial, carecía de la menor importancia.

No, ese argumento no funcionaba. El rey había hecho importante a Alice Perrers. Sus tíos la habían introducido en la corte, pero era el rey quien la mantenía allí. Lo que Thoresby quería saber era por qué el rey la había elegido. Quizás ella era en realidad servidora del diablo.

Throresby se enderezó en el asiento al oír alboroto al otro lado de su puerta: ruido de armas, pasos airados. Sería el rey, irritado porque Thoresby tardaba con los papeles. Thoresby ordenó los documentos que había frente a él. Cuando el rey entró, el canciller estaba inclinado sobre su trabajo. Fingiendo sorpresa y confusión, Thoresby levantó la mirada y se apresuró a ponerse de pie.

—Milord. —Hizo una reverencia aparatosa.

El color subido de las mejillas y los ojos oscuros verificaron la suposición de Thoresby de que el rey estaba enojado.

—¿Por qué mi lord canciller está haciendo preguntas sobre los contrabandistas de lana que encerré en Fleet? —quiso saber Eduardo.

Thoresby fue sorprendido con la guardia tan baja que no se le ocurrió ninguna respuesta inmediata. ¿Quién le había contado eso al rey?

—¿Osáis desaprobar mi actuación? —preguntó el rey.

—¿Desaprobar? No, Majestad. De ninguna manera.

—Nadie me va a decir cómo debo financiar esta guerra. —Eduardo golpeó la mesa con el puño.

Thoresby se apresuró a sostener la copa de vino, que casi se cayó. Logró evitar que se derramara demasiado líquido.

—Majestad, permitid que os explique. Mis escribientes están reuniendo antecedentes relacionados con dos asesinatos que ha habido en York. No se me ocurriría criticar vuestras decisiones, Milord.

El rey se sentó frente a Thoresby.

—¿Qué asesinatos?

—Dos miembros del Gremio de la Lana, ambos asesinados dentro del manso de San Pedro y de la misma manera: los degollaron y les cortaron la mano derecha.

Eduardo cogió la copa de vino y bebió.

—Así que alguien pensaba que eran ladrones. Algún negocio que se echaría a perder. Esos comerciantes son propensos a engañarse entre ellos.

Thoresby se encogió de hombros.

—Tal vez, Majestad. Pero deseo conocer los hechos. Y dado que eran agentes de John Goldbetter, pensé que los registros sugerirían algún móvil, e incluso la identidad del asesino.

—¿Por qué os preocupáis por esos norteños, Juan? ¿No tenéis suficiente trabajo como canciller? No esperaba que descuidarais vuestros deberes como canciller cuando fuisteis nombrado arzobispo de York.

—Perdonadme si os he ofendido. Quizá le estoy dedicando demasiada atención a este tema. Pero el caso es que una de las víctimas, Gilbert Ridley, acababa de donar una cuantiosa suma de dinero para la capilla de Nuestra Señora, y no quiero hacer uso de ella si el dinero fue robado.

El rey echó la cabeza hacia atrás y rio.

—Dios santo, hombre, si es dinero ganado en el comercio, seguro que le ha sido robado a alguien.

—Por favor, Majestad, quiero agradar a Nuestro Padre Eterno y a la Santa Virgen María con esta capilla.

—¿Queréis comprar el camino a la santidad? Vos no sois ningún santo, Juan. No engañaréis a nadie.

—Lo siento de veras, Majestad. Deseo reparar mis pecados.

El rey dirigió a su canciller una mirada larga e inquisitiva.

—¿Sabéis, Juan? Comenzáis a tomaros demasiado en serio vuestro cargo en York. ¿No tenéis un diácono del capítulo? ¿Arcedianos?

—Sí, por supuesto, pero…

—Ahí está. Son ellos los que deben hacer ese trabajo. Vais con demasiada frecuencia. Comenzarán a depender de que estéis siempre allí y se volverán holgazanes.

Tal vez antes de asesinar a Alice Perrers, Thoresby debería estudiar la técnica de aquella mujer. El arzobispo estaba manejando al rey con mucha torpeza.

Eduardo sacó una daga enjoyada y pinchó algo que tenía en la palma de la mano. Luego, con la daga, revisó los papeles que había frente a Thoresby.

—¿Qué os está haciendo demorar tanto, Juan? Os pedí simplemente que eligierais la propiedad más adecuada para Alice.

Thoresby apretó los pulgares contra el músculo que hay entre las cejas. El dolor le calmó. Miró al rey.

—¿Qué es lo mejor para Alice, en qué sentido? ¿Queréis que pase inadvertida? Entonces debéis elegir un sitio bien lejos de Londres. ¿Queréis que esté cerca? Entonces será mejor mantenerla como dama de compañía de la reina; una casa en Londres la alejaría de vos. ¿Deseáis proveer una casa cómoda para el niño? También en ese caso, elegid una casa lejos de la corte. —Thoresby levantó las manos—. Ya veis cuál es mi dilema. Para mí es desaconsejable hacer ese obsequio.

Merde. Mucho argumento, nada de sustancia. Cada día os parecéis más a un clérigo. Me decepcionáis, Juan.

Esas palabras podían ser el principio del tañido a muerte de la carrera de Thoresby. Pero más que preocupación, sintió una perversa punzada de alivio. No estaba siendo el de siempre. Seguramente estaba enfermo.

Enfermo. Eso podía ser útil.

—Majestad, confieso que últimamente me desconozco. —Thoresby utilizó su voz más sincera y humilde—. Esta mórbida fascinación por los asesinatos, mi obsesión con la capilla de Nuestra Señora, mi tumba. Tal vez deba dejar la corte durante esta festiva estación, retirarme a York. No soy una compañía saludable…

—¡No! —vociferó el rey. Luego, en voz más baja, agregó—: No lo permitiré. —Las venas resaltaban en las grandes manos de Eduardo, contrastando con la suavidad de su tono. Estaba enojado—. Os necesito aquí para redactar la escritura de fideicomiso para Alice. No permitiré que os escapéis al País del Norte a jugar con vuestros asesinatos y vuestras tumbas. Los páramos os han puesto colérico, Juan. Ése es el problema. Lo peor para vos sería pasar el solsticio en aquella oscuridad.

—Pero si no puedo tomar una decisión, Majestad… —Thoresby extendió las manos, con las palmas hacia arriba, en ademán de súplica—. No me necesitáis para la escritura. Cualquier abogado es capaz de hacerla.

El rey jugueteó con la daga, haciéndola girar de un lado a otro. Una peligrosa calma había descendido sobre la habitación. Sólo el crujir del fuego y el aguanieve que golpeaba contra la ventana osaban interrumpir el tenso silencio.

Entonces el rey suspiró.

—Uno podría llegar a pensar que estáis en contra de Alice, Juan. Pero somos viejos amigos. Me habéis servido bien y con lealtad. No abrigaré tales sospechas. —El rey se puso de pie.

Thoresby también.

—Volveremos a hablar mañana. —La voz del rey seguía tranquila, controlada—. Para entonces ya habréis tomado una decisión. —Eduardo se giró y salió de la habitación.

Thoresby se estremeció. No había lidiado bien con el asunto. En absoluto. Tal vez Alice le había echado una maldición.