Capítulo 13

Relaciones

La casa de Ambrose Coats estaba en el Callejón del Cojo, frente al Hospital de San Leonardo. Nada tentador. Después de fortalecerse con pan y cerveza, Owen se puso en camino para ver si Ambrose Coats recordaba a Martin Wirthir.

—No creo que esté despierto al amanecer —le advirtió Lucie—. Si anoche actuó, estará todavía durmiendo.

—Esperemos que sea un hombre razonable y me permita así cumplir la promesa que te hice de abrir la tienda.

La casa era una de varias que formaban una fila, y se distinguía por un gran gato a rayas anaranjadas que maullaba frente a la puerta. Un hombre delgado con rizos rubios oscuros abrió la puerta justo cuando Owen levantaba la mano para llamar. El rubio sonrió al gato, le permitió escabullirse dentro de la casa y luego levantó la mirada.

—Disculpad a Merlín, señor. Se pone histérico por naturaleza cuando interrumpen su rutina. Le he abierto la puerta tarde. —Sonrió como disculpándose, pero al estudiar la cara de Owen, le cambió la expresión—. ¿Capitán Archer? —En la voz y en el rostro apareció una tensión que no existía un instante antes.

Para sus adentros Owen maldijo su cara marcada, que ponía en guardia a la gente.

—Debes ser Ambrose Coats, músico de la ciudad.

El hombre asintió.

—Yo soy. —Se hizo a un lado—. Por favor, pasad, capitán. Lo menos que puedo hacer es ofreceros hospitalidad después de haberle dejado esa cosa espantosa a la señora Wilton.

—Me sorprende que me conozcas, porque los domingos no vas a las prácticas de arquería —dijo Owen mientras entraban en la casa. Como músico de la ciudad, Ambrose no tenía por qué practicar, sino que debía cuidarse las manos para tocar su instrumento.

—Sois un hombre que no pasáis inadvertido —dijo Ambrose.

Owen se tocó el parche.

—Sí, lo soy.

Ambrose sonrió.

—Agregáis una insinuación de peligro en un rostro ya de por sí llamativo.

Owen no supo cómo responder a esto. Si las palabras hubieran sido pronunciadas por una mujer, se habría puesto seductor. Pero ¿qué quería decir Ambrose Coats con ese comentario?

Los grandes ojos verdes de Ambrose Coats miraron a Owen con nerviosismo.

—Por favor, sentaos. —Ambrose arrimó al brasero la única silla que había en la habitación—. ¿Os apetece compartir mi cerveza matinal?

—Con mucho gusto. —Owen se sentó.

Ambrose sirvió dos copas de cerveza y acercó un taburete.

—Le dije a la señora Wilton lo que sabía de la mano. No sé qué más podría añadir.

—Dices que el cerdo de un vecino la dejó frente a tu puerta. ¿Eso es lo que crees?

—No se me ocurre de qué otra manera pudo haber llegado aquí.

—A mí sí. Me dijeron que puedes ayudarme a encontrar a cierta persona. Pero creo que no he sido el primero en descubrir que ese alguien es amigo vuestro.

—¿Encontrar a alguien? ¿A un músico? ¿Para alguna actuación?

—No. Necesito decirle a esa persona que quizá corre peligro.

Ambrose se sentó más derecho incluso que antes.

—¿Y quién sería esa persona?

—Martin Wirthir.

El mentón se endureció y pareció más prominente.

—¿Lo conoces? —La expresión del hombre revelaba a las claras que así era.

El músico lo pensó y se encogió de hombros.

—Conozco a Wirthir, aunque hace mucho que no lo veo. ¿Así que entonces tal vez sea por eso que no viene, porque está en peligro?

Ambrose Coats era inteligente. Rápido.

—Dudo que Wirthir sepa el peligro que corre si no ha estado en York últimamente —replicó Owen—. Pero es importante que le llegue el mensaje.

—No es de los que anuncian sus visitas. Quizá vos podáis decirme de qué se trata, y si aparece…

—Tu amigo trabajaba para Will Crounce y Gilbert Ridley, ¿estabas enterado?

—No sabía nada de sus asuntos.

—Pero reconoces los nombres, y no ignorabas que la mano de Gilbert Ridley no había aparecido todavía. ¿Sabes también que le dejaron la mano de Will Crounce a Ridley? Al parecer, como advertencia de que él sería el siguiente. Y ahora le dejan la mano de Gilbert Ridley a Martin Wirthir.

Ambrose se acomodó en el taburete.

—Ésta no es la casa de Martin.

Owen se encogió de hombros.

—La mano de Crounce no fue dejada en la casa de Ridley, sino en su habitación de la taberna York. Tengo entendido que Martin Wirthir se ha alojado aquí.

—¿Qué queréis?

—Hablar con Wirthir. Advertirle del peligro. Preguntarle qué tipo de negocios pudieron haber provocado muertes tan espantosas.

—¿Para quién trabajáis?

—Para el arzobispo.

Los ojos verdes se abrieron como platos.

—¿De veras?

—Los asesinatos se produjeron en el manso de la catedral.

—Muy cierto. ¿Y creéis que alguien sabía que Martin se alojó aquí una vez y que ese alguien puso la mano frente a mi puerta para advertir a Martin?

—Parece probable. ¿Tienes una explicación mejor que encaje con la curiosa coincidencia de que los tres fueran socios?

—Como os he dicho, no sabía que Martin trabajara con esos hombres. ¿Cómo puedo estar seguro de que el arzobispo no quiere acusar a Martin de los asesinatos?

—Sería un asesino poco astuto el que dejara una mano para que lo descubrieran —aclaró Owen—. Por lo que sé de sus actividades, Wirthir no es ningún tonto.

Ambrose jugueteó con la copa que tenía en la mano.

—Hay un muchacho que presenció uno de los asesinatos, ¿no? ¿Qué ha sido de él? —Mantuvo los ojos bajos y la voz serena, pero Owen se dio cuenta de que no era una pregunta hecha de pasada; a Ambrose le interesaba la respuesta.

—Seguramente te refieres a Jasper de Melton. Me temo que ha desaparecido. Pobre muchacho. Estoy seguro que también corre peligro. ¿Por qué?

Ambrose bebió un sorbo.

—Me lo preguntaba. ¿Decís que desapareció? Alguien tendría que haberse ocupado de él. —Los ojos verdes se entristecieron.

—Urgí a Su Eminencia a que hiciera algo para protegerlo, pero no le pareció necesario. —Owen vació la copa—. Bien, no te robo más tiempo. Por favor, avísame si ves a tu amigo. —Se dirigió a la puerta y allí se volvió—. ¿Me harías un favor?

—¿Cuál?

—Dime cómo es Martin Wirthir.

Ambrose se encogió de hombros.

—Es alto, tiene la espalda muy recta y la expresión picara. —Ladeó la cabeza, observando a Owen—. Los cabellos son oscuros, como los vuestros, sólo que lacios. —Negó con la cabeza—. No, los cabellos de Martin son más claros que los vuestros. Pero oscuros. La voz es hermosa, profunda. Si no quiere ser descubierto, no lo encontrarán.

—Puedo intentarlo. —Owen abrió la puerta y se detuvo—. Hay algo que no entiendo. Si el cerdo de tu vecino molesta tanto, ¿por qué no te quejas al Consejo?

Ambrose miró directamente al ojo sano de Owen, sin pestañear. Era una mirada desafiante.

—No tiene sentido pelearse con un vecino.

Owen estudió al hombre. Lucie tenía razón: había cosas que Ambrose ocultaba, y, sin embargo, Owen tenía la impresión de que lo que decía era verdad.

—¿Cuál es tu relación con Wirthir? ¿Cómo conociste a un extranjero?

Ambrose se puso colorado.

—En mi trabajo conozco a todo tipo de personas, capitán Archer. Martin es un hombre encantador y necesitaba un lugar donde alojarse. —El músico se encogió de hombros.

Hasta aquí, Owen le creyó. Pero había mucho más, de esto estaba seguro.

Mientras volvía a la tienda, Owen meditó sobre ello. Protector. Como habían sido sus camaradas de armas. Pero Wirthir era un pirata y Coats un músico de la ciudad. ¿Cuál era la relación entre ellos?

* * * * *

Lucie restregaba raíces de rábano picante y se las daba a Tildy para que las moliera. El carácter irritante de la raíz hacía que Lucie tuviera que secarse las lágrimas cada pocos minutos, pero Tildy parecía no darse cuenta: estaba con el entrecejo fruncido, murmurando para sí.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Lucie cuando ya no pudo ignorar el comportamiento de Tildy.

La muchacha se encogió de hombros.

—No es nada, señora Lucie.

—¿Cómo está Jasper esta mañana?

—Mejora día a día. Es bueno que esté aquí.

—He visto que esta mañana has hecho tortas de pescado.

Tildy asintió.

—¿Jasper ya puede comer eso?

—No, es para vos y el capitán Archer, por ser tan buenos con Jasper. No todo el mundo lo hubiera aceptado.

—¿Entonces qué te preocupa?

La muchacha se mordió el labio inferior y se volvió hacia Lucie.

—¿Es pecado hacer un juramento que no tiene nada que ver con Dios?

Lucie no tenía una respuesta preparada. Esperaba que Tildy y John no se hubieran prometido.

—¿Qué tipo de juramento, Tildy?

—Un secreto. Algo que no se le dice a nadie. Eso.

—¿Te refieres a un secreto que te contó un amigo? ¿O a un juramento secreto?

Tildy frunció el entrecejo.

—No estoy segura.

—¿Alguien te ha contado algo de sí mismo y tú has prometido no decírselo a nadie? ¿O alguien te ha pedido que prometieras algo, tal vez no volver a comer torta de pescado, y te ha hecho jurar que no se lo contarías a nadie?

—Lo primero.

Lucie sintió alivio.

—Un secreto así está bien, Tildy, siempre y cuando no haga daño a nadie.

Tildy guardó silencio y seguía mordiéndose el labio inferior. Había comenzado a lloriquear a causa del rábano picante acumulado debajo del rallador.

Lucie abrió la puerta de la cocina para que entrara aire.

—Me parece que le tienes mucho cariño a John. ¿Me equivoco, Tildy?

Tildy se ruborizó y ocultó la cabeza.

—No era mi intención sonsacarte nada, pero no puedo evitar preguntarme si tu humor de esta mañana tiene que ver con tus sentimientos hacia John.

—Oh, no. John es divertido para hablar y muy bueno con Jasper. No, es que… me da pena Jasper. Le han pasado tantas cosas horribles…

—Bien, me alegro de que John no te esté haciendo sufrir.

Tildy sonrió entre las lágrimas.

—Nunca me haría eso.

Lucie tosió.

—Esta raíz de rábano me está sofocando.

—Tenéis los ojos muy rojos, señora Lucie.

—Tú también. ¿Por qué estamos aquí paradas como unas tontas?

Las dos rieron y salieron corriendo por la puerta, deshaciéndose en ataques de tos que terminaron en carcajadas. Lucie se dio cuenta de cuánto quería a Tildy y esperó que Bess se hubiera equivocado con respecto a John. Era difícil proteger a Tildy de cualquier desengaño sentimental, en caso de que Bess tuviera razón. Tildy parecía firme en su afecto.