El padre Gideon le había dado la extremaunción a la señora de Melton. Ahora Jasper se hallaba arrodillado junto a su madre, rogando que Dios se lo llevara a él y no a ella.
Jasper estaba asustado. El jueves por la mañana había sido tan feliz que creyó que le estallaría el corazón de alegría. En la mañana del sábado la alegría era ya un recuerdo. Su madre estaba cerca de la muerte y su garante ante el gremio había sido asesinado. Cuando su madre despertara, Jasper tendría que contarle la espantosa noticia sobre su adorado Will.
¿Qué había hecho Jasper para que Dios Todopoderoso lo castigara así?
—¿Jasper? —La mano que cogió la suya estaba helada. ¿Cómo podía arder de fiebre y tener las manos tan frías?
—Mamá, voy a traerte un poco de agua.
Kristine de Melton tenía los labios partidos a causa de la fiebre.
—¿Will? ¿Está Will?
Jasper fue incapaz de decírselo. No podía enviar a su madre al cielo preocupada por él.
—Maese Crounce no puede venir ahora, mamá, pero te envía saludos cariñosos.
—Es un buen hombre, Jasper. Él te cuidará.
Jasper asintió. El nudo en la garganta le impedía hablar.
La señora de Melton sonrió, rozó la mejilla de su hijo y cerró los ojos.
—Tengo sueño.
Jasper rezó para que Dios le perdonara su pequeña mentira.
* * * * *
Bess estaba en la panadería cuando se enteró de la identidad del muerto: un comerciante de lana de Boroughbridge.
—¿Cuál era su nombre? —le preguntó a Agnes Tanner.
Agnes miró con el entrecejo fruncido al niño que se asía a su falda.
—Will. Como mi niño.
Bess meditó la información. Will, comerciante de Boroughbridge.
—¿Crounce? ¿Era Crounce?
—Puede ser. Algo parecido. ¿Lo conocías?
—Un cliente, es todo —respondió Bess—. Parecía tranquilo.
—Lo encontró un niño. Pobrecito.
—Qué horrible. ¿Fue para robarle?
—Probablemente. ¿Por qué cortarle la mano, si no? —Agnes recogió al niño y le gritó al mayor que mantuviera derecha la canasta del pan—. Tengo que irme. Saludos a Tom.
* * * * *
Los golpes en la puerta de la tienda despertaron a Lucie, pero el dormido Owen la tenía presa contra el colchón con un brazo y una pierna. Lucie cerró los ojos y deseó que, fuera quien fuese, se marchara. No quería molestar a Owen y no tenía ganas de bajar ella.
No obstante, los golpes continuaron. Lucie sintió que los músculos de Owen se tensaban. El hombre se sentó de un salto.
—¿Quién es? —gritó, aunque la persona que estaba llamando a la puerta no podía oírlo.
—¿Por qué no bajas a ver? —sugirió Lucie.
—Seguro que te buscan a ti. Si es una emergencia querrán a la maestra boticaria, no a su aprendiz. —Volvió a acostarse con un suspiro de placer.
—Pero es obligación del aprendiz averiguar quién es y qué quiere.
—Estoy en cueros vivos.
—Yo también.
—Ya lo veo. —Owen rio y estiró una mano para asir a su esposa, pero los golpes comenzaron de nuevo, más rápidos y fuertes, como si una bota hubiera sustituido al puño—. Malditos sean. —Owen se puso la camisa, deslizó el parche encima de su ojo tuerto y bajó las escaleras.
El hermano Michaelo apartó al joven mensajero que estaba delante de él, pero no antes de que Owen alcanzara a ver su pie levantado dispuesto a seguir dando patadas a la puerta.
—¿Qué queréis? —gruñó Owen, dirigiéndose a Michaelo.
El hermano Michaelo dedicó a Owen una encantadora sonrisa y le hizo una reverencia.
—Disculpadme la hora temprana, capitán Archer. Pero me envía Su Eminencia el arzobispo. Es muy urgente que vayáis a sus aposentos tan pronto os vistáis.
—¿El arzobispo está en su lecho de muerte?
—No, que el cielo no lo permita —respondió el hermano Michaelo, santiguándose—. Pero ha habido un asesinato. En el manso de la catedral.
—Bien, yo no he sido. —Owen comenzó a cerrar la puerta.
Michaelo interpuso el brazo.
—Por favor, capitán Archer, Su Eminencia no desea acusaros, sino más bien conversar del asunto con vos.
Otra vez la antigua deuda. Maldita sea…
—¿Y no puede esperar a que la gente decente se levante de la cama?
—Está muy apenado por el asunto.
—¿Conozco al muerto?
Las ventanas de la nariz del hermano Michaelo se agitaron de sorpresa.
—Lo dudo. Se llamaba Will Crounce, comerciante de lana de Boroughbridge.
Bien, gracias al Señor que no era ningún conocido de los Owen.
—Iré enseguida. —Cerró la puerta de un golpe. El hermano Michaelo no era amigo de la casa y Owen no lo consideraba merecedor de ninguna cortesía.
Lucie le tocó la mano a Owen, que no la había oído bajar tras él.
—Tienes que ir, lo sabes —dijo ella en voz baja. Owen percibió la pena en su voz.
Le apretó la mano.
—Sí, claro.
* * * * *
Bess Merchet volvió deprisa a la taberna York, fue directamente a la habitación de Gilbert Ridley y, con gran sorpresa, se detuvo en la puerta. Tirada en el suelo como un juguete olvidado había una mano humana, con los dedos entrecerrados. De no ser por el horror de la muñeca, donde la mano y el brazo habían sido torpemente seccionados, habría asegurado que era una mano de juguete hecha con una habilidad demoníaca.
—Por la Virgen María y todos los santos, ¿qué ha hecho este Gilbert Ridley? —Irritada, notó que las pertenencias de Ridley no estaban. Típico de un hombre, salir corriendo y dejarlo todo hecho un revoltijo. Recogió aquello tan desagradable con un trapo, lo envolvió en él para que Kit, la sirvienta, no lo viera, y se lo llevó con ella, cerrando la puerta a sus espaldas. Maldita sea. Bess bajó ruidosamente para interrogar a Tom, su esposo.
Éste levantó la mirada de la clavija de madera que estaba tallando para reparar un banco.
—Maese Ridley pagó y se fue, pero no llevaba prisa —dijo Tom, en respuesta a su pregunta—. ¿Por qué, Bess? ¿Qué pasa?
—Que Will Crounce, con el que discutió anoche, esta mañana estaba tendido en un charco de su propia sangre, eso es lo que pasa. Con un tajo en la garganta y la mano derecha cortada.
—¿La mano derecha? ¿Querían un anillo?
—¿Qué te parece esto? —Bess arrojó el envoltorio sobre la mesa, dejando que la mano se desenvolviera y rodara.
Tom dejó caer lo que tenía en la mano y se santiguó.
—Cristo, ten piedad de nosotros. ¿Dónde has encontrado eso, Bess? Si eso es…
—No creo que falte más de una mano en esta ciudad, ¿tú qué opinas?
—Bueno, no…
—La he encontrado en la habitación de Gilbert Ridley.
—¿De Ridley? —Tom frunció el entrecejo y se rascó el mentón.
—Entonces, ¿dónde está él? —preguntó Bess.
—¿Crees que él la dejó allí?
—Si fue él o no, no soy yo quien debe decidirlo, Tom Merchet. Lo que yo sé es que discuten y al hombre lo asesinan, Ridley se escapa y yo encuentro la mano del muerto en la habitación de Ridley. Si yo tuviera que juzgarlo, él no estaría en una situación muy favorable.
Tom sacudió la cabeza.
—Si pensaba huir, ¿iba a perder tiempo pagando la cuenta? ¿O sería tan tonto para dejar algún indicio? Por otra parte, ¿por qué moverla? ¿Por qué no dejarla junto al cadáver? Creo que eso ya provoca suficiente espanto.
Muy cierto, pero a juicio de Bess nada de ello exculpaba a Ridley.
—Tiene mucho que explicar, eso es todo lo que sé. —Bess envolvió la mano—. Vigila esto, que voy a aclarar las cosas.
—¿Aclarar las cosas? ¿Adónde piensas ir, mujer?
Bess no podía creer en la simpleza de aquel hombre.
—A la catedral, Tom. Tengo que llevarle la prueba al arzobispo Thoresby.
—¿Por qué a él?
—Porque sucedió en el manso de la catedral. Agnes Tanner me lo ha contado. Así que el asunto es problema del arzobispo.
—¿Por qué no se lo llevas a Owen, aquí al lado? Está al servicio de Thoresby.
—Ya no lo está. Ahora es el aprendiz de Lucie.
Tom bufó.
—Ahí estás equivocada. Te cuento.
Tom sonrió satisfecho y se inclinó sobre la madera. Lo que sabía, de charlas mantenidas con Owen junto a jarras de cerveza tomadas a altas horas de la noche, era algo sobre una deuda de Owen con el arzobispo.
En el mes de septiembre pasado llegó un mensajero de Juan de Gante, duque de Lancaster, con la orden de que Owen regresara al servicio. Una improcedencia, pues Owen no había sido capitán de arqueros de Juan de Gante, sino del suegro de éste, el viejo duque de Lancaster, Enrique de Grosmont. Owen perdió la visión del ojo izquierdo mientras estaba al servicio del viejo duque. Cuando le comunicó a éste que deseaba renunciar a su cargo, que ya no confiaba en sí mismo en el campo de tiro, aquél le encomendó una nueva tarea. Owen aprendió a leer y a escribir y a comportarse como una especie de pequeño señor, convirtiéndose así en el espía del viejo duque. Pero éste murió pronto, sin hijos, de modo que su ducado pasó a Juan de Gante, esposo de su hija Blanca y tercer hijo del rey Eduardo. Owen no creyó que De Gante deseara los servicios de un arquero o de un espía tuerto, de manera que se preparó para buscar fortuna en Italia como mercenario, pero Juan Thoresby, lord canciller de Inglaterra y arzobispo de York, había decidido honrar la petición del viejo duque de velar por el futuro de Owen. A éste le dio a escoger: servirlo a él o al nuevo duque de Lancaster. Como a Owen no le gustaba lo que había oído de Juan de Gante, eligió a Thoresby.
El súbito interés de Juan de Gante había tenido que ver con la habilidad de Owen como arquero y como entrenador de arqueros. El regreso de la peste en 1361 se había cobrado muchas víctimas tanto entre éstos como entre miembros de otras profesiones. El rey Eduardo, obsesionado por su guerra con Francia, sabía que sus arqueros eran su tesoro más preciado. Había llegado incluso a declarar ilegales todos los deportes menos la arquería. Y después había decidido que, los domingos y las fiestas de guardar, la práctica de ésta fuera obligatoria para todos los hombres físicamente aptos.
Por eso Bertold, amigo de Owen, a quien había sucedido como capitán de arqueros de Lancaster, le había hablado maravillas de él a su nuevo señor, convencido de que Owen no estaba satisfecho con su nueva vida. Y era cierto que nada, hasta aquel momento, había sido más agradable para éste que las noches pasadas bebiendo con sus hombres después de un día de entrenamiento. Le gustaba aprender el arte de boticario y hallaba paz trabajando en el huerto medicinal, pero su cuerpo ansiaba más actividad.
Sin embargo, era Lucie lo que más ansiaba en el mundo, y la llamada de Juan de Gante había llegado menos de dos meses antes de la boda. Entonces Owen fue a ver a Thoresby y le expuso su problema, sintiendo que el arzobispo estaba en deuda con él.
El arzobispo Thoresby se había alegrado de poder ayudar. Acababa de regresar a York desde el castillo de Windsor tras su labor, como lord canciller, en la resolución de una disputa sobre una reliquia entre uno de sus arcedianos y un poderoso abad. Archer fue enviado al norte a encargarse del problema. Entretanto, Thoresby volvió a la corte y arguyó que el talento de Archer sería mejor aprovechado entrenando arqueros en el prado de San Jorge los domingos y las fiestas de guardar. De esta manera, York podría proporcionar una tropa capacitada de arqueros cuando fueran necesarios. Afortunadamente, el rey Eduardo le dijo a su hijo que desistiera.
Así que Owen quedó obligado con Thoresby y mal podía ignorar la llamada del arzobispo, al margen de lo que pensara Bess. Tom asintió mirando la clavija de madera y guardó el cuchillo.
Un Michaelo nada sonriente hizo pasar a Owen a la sala del palacio del arzobispo. Thoresby estaba sentado junto a una ventana, examinando un pergamino. Cuando Owen entró, levantó la mirada y le indicó que se sentara a la mesa junto a él.
—Probablemente la noticia del asesinato ya ha llegado a la ciudad, Archer.
—Sin duda.
—Debemos llegar al fondo del asunto antes de mi partida hacia Windsor.
—¿Debo investigar?
—No tengo opción. Estoy rodeado de incompetentes. Le he preguntado al guardia cómo pudo ser que no oyera el ataque, y me ha soltado un discurso sobre si el asesinato se había producido en el extremo más alejado de la catedral y si habría sido más fácil para mí oír algo. Es un milagro que no me roben la plata cuando estoy de viaje.
—Un asesinato dentro de los límites del manso es poco común, Eminencia. El guardia no podía esperar nada semejante.
—Hum. —Thoresby volvió a mirar el pergamino. Owen vio que era un mapa.
—¿Partís pronto? —preguntó Owen.
—La boda de la princesa Isabella se celebra dentro de tres semanas. Como lord canciller, se me necesita para finalizar los detalles del acuerdo de matrimonio.
—¿Pero las negociaciones no se hicieron hace ya mucho tiempo?
—El novio presenta complicaciones especiales.
—¿Enguerrand de Coucy? Pero si hace tiempo que es prisionero de guerra del rey. Está en la corte, donde es fácil vigilarlo bien. ¿Qué problemas puede presentar?
—Le debe dinero de rescate al rey. Insiste en que se le perdone ese dinero a cuenta de la dote que el rey le asigne a la princesa Isabella. De Coucy aduce que el rescate lo empobrecerá. Debemos estar seguros de que de Coucy nos dice la verdad sobre sus posesiones. Tengo espías en toda Francia y en la Bretaña. Y espías espiando a los espías. No habrá nada seguro hasta el día de la ceremonia.
—Con esos asuntos de Estado por atender, ¿por qué os preocupáis por el asesinato de un comerciante de lana? Pasadle el quebradero de cabeza a Jehannes. Es el arcediano de York.
—Will Crounce era miembro del Gremio de la Lana. Ese gremio es demasiado importante para mí. Cuento con ellos para buena parte de los fondos de la catedral.
—Los fondos de la catedral… Entiendo que es también por eso que tomasteis al hermano Michaelo como secretario: su familia os ofreció una suma importante.
Thoresby dejó que el mapa se enrollara y lo puso a un lado. A continuación miró a Owen con dureza.
—No te debo ninguna explicación, Archer.
—No, por supuesto que no. —Owen se sentó.
—Quiero que averigües lo que puedas sobre el hombre asesinado.
Owen se reclinó y estiró sus largas piernas.
—Me sería útil conocer los detalles.
Thoresby miró las piernas extendidas de Owen como si fuera a reprenderlo, pero se encontró con los ojos de éste y movió la cabeza.
—No hay mucho que contar. Dos o tres hombres atacaron a Crounce anoche mientras pasaba por la catedral con una mujer. Lo degollaron y le cortaron la mano derecha.
Owen asintió.
—¿Y la dama?
—Huyó.
—¿Puede ella identificar a los hombres?
—No sabemos quién era ella.
Owen frunció el entrecejo.
—Entonces, ¿cómo saben…?
—Un chico los seguía.
—¿Por qué?
—Su madre está enferma y había pedido que buscaran a Crounce para que acudiera.
—¿Y el muchacho no conoce a la mujer con la que estaba Crounce?
—Dice que llevaba una capa con capucha.
—¿En pleno mes de junio?
Thoresby se encogió de hombros.
—A propósito, la mano desapareció.
* * * * *
Bess Merchet pasó rozando al hermano Michaelo e irrumpió en la sala del arzobispo.
Thoresby se puso de pie con una exclamación de irritación.
—¿Dónde está Michaelo?
—En cualquier momento entrará por esa puerta para quejarse porque le pasé por encima —respondió Bess. Puso un bulto sobre la pulida mesa de madera y lo señaló con la cabeza, agitando las cintas de su cofia—. Mirad eso, Eminencia. La encontré en la habitación de uno de mis clientes. —Miró a Owen, sorprendida—. Así que Tom tiene razón. Sigues estando al servicio del arzobispo.
El hermano Michaelo apareció en el umbral, con las aletas de la nariz infladas y el cuerpo delgado temblando de justificada indignación.
Thoresby miró a Bess Merchet y luego a su secretario.
—¿Vienes a anunciar a la señora Merchet?
—Entró por las bravas en la antesala, Eminencia. No pude detenerla.
—Estoy seguro de que hombres más virtuosos que tú se han quejado de lo mismo, Michaelo. ¿Nos traerás un poco de brandy?
Michaelo arrugó la nariz, pero se apresuró a obedecer.
Thoresby sonrió a Bess.
—No has hecho un amigo.
—No he venido aquí, a la hora más ajetreada del día, para hacer amigos, Eminencia. Revisad el paquete, por favor. —Bess se sentó sin ser invitada y se inclinó hacia delante con expectación.
Thoresby tenía una idea muy definida de lo que pudiera contener el paquete y quería demorar la revelación hasta la llegada del brandy. Tales experiencias desagradables se suavizan con un trago.
Pero Bess estaba impaciente.
—Por favor, abridlo, Eminencia. Como os he dicho, soy una mujer muy ocupada.
—Supongo que es la mano del hombre que hallaron asesinado en el manso de la catedral.
Bess se enderezó en la silla.
—Así es. ¿Cómo lo habéis sabido?
—Con los acontecimientos perturbadores siempre sucede que cualquier cosa inusitada ocurrida el mismo día está de alguna manera relacionada con ellos. El paquete tiene el tamaño justo de una mano.
—La he encontrado en la habitación que Gilbert Ridley ha dejado libre esta mañana. Anoche discutieron, ¿sabéis?
En aquel momento le llegó a Thoresby el turno de inclinarse hacia delante. Conocía a Gilbert Ridley: representante en Londres y en Calais de Goldbetter y Cía., importantes comerciantes implicados en los tratos financieros del rey. Ridley era también miembro del Gremio de la Lana.
—¿Quiénes discutieron?
—Gilbert Ridley y el muerto, Will Crounce.
—¿Cómo sabes el nombre del muerto?
Bess se encogió de hombros.
—Lo he oído esta mañana en la panadería. ¿Queríais mantenerlo en secreto?
—Por supuesto que no.
Michaelo entró con el brandy. Llenó tres copas y se alejó en silencio.
Thoresby echó un trago.
—Háblame de esa discusión.
—Hay poco que contar —dijo Bess—. Anoche se hallaban en la posada. Levantaban la voz y tenían las caras enrojecidas. Les advertí que se comportaran. Will Crounce se fue furioso. Gilbert Ridley me pidió disculpas y se retiró a su habitación.
—¿Tú no oíste nada? —preguntó Owen, rompiendo su silencio.
Bess miró a Owen y bajó los ojos fijándolos en la copa. Odiaba admitir ante un cliente que escuchaba las conversaciones ajenas.
—Sé que no es costumbre tuya chismorrear —precisó Owen—, pero sería muy útil tener una idea del tema de la discusión.
—Bueno, como he dicho antes, hablaban muy alto. Por lo que alcancé a oír, Crounce acusaba a Ridley de echar a perder la vida de dos buenas mujeres.
—¿Gilbert Ridley, mujeriego? —preguntó Thoresby—. ¿Ese hombre gordo y ostentoso con cara de cerdo? Nunca lo hubiera creído. Seguro que debe comprar los favores.
Bess resopló.
—No, Crounce hablaba de la esposa y de la hija de Ridley. La señora Ridley no veía nunca a su esposo, y la hija está casada con un hombre al que Crounce se refirió como «una bestia» y a quien Ridley consideraba ambicioso y empeñado en ser caballero.
—¿Dónde está Gilbert Ridley ahora?
Bess se encogió de hombros.
—Pagó la cuenta y se fue mientras yo estaba en la panadería. Mi esposo lo dejó ir sin preguntarle; Tom no sabía nada del asunto.
—¿Y encontraste la mano en la habitación de Ridley?
—Justo en medio, en el suelo. Si Kit la hubiera visto al ir a limpiar la habitación, habríamos tenido una escena inolvidable, os lo aseguro. No habríamos podido hacerla trabajar al menos en un mes.
—Esa discusión —intervino Owen—, ¿dirías que fue lo suficientemente seria para terminar en un asesinato?
Bess sonrió al buen mozo, marido de su mejor amiga, y sacudió con determinación las cintas de su cofia.
—No. Eran dos amigos a los que el vino hizo hablar demasiado, como dijo maese Ridley.
—Después de que Crounce se largara, ¿Ridley fue a su habitación y no salió de ella? —preguntó Owen.
—Es una habitación privada. No tengo ni idea de lo que hizo cuando ya estábamos todos en la cama. En cualquier caso, la mano no fue hasta allí caminando. —Bess miró a ambos a los ojos—. Y hay otra cosa. —Antes de que Thoresby pudiera impedírselo, Bess se había inclinado hacia delante y había desenvuelto el desagradable paquete—. Crounce tenía un anillo de sello en la mano derecha, la mano con la que levantaba la jarra de cerveza. Pues no está. Lo que yo digo es que, si encuentran el anillo, encontrarán al asesino.
Thoresby usó una pluma para levantar el trapo y cubrir de nuevo la mano.
—Confío que no hablarás de tu descubrimiento con nadie, señora Merchet. No sería bueno desacreditar el buen nombre de Gilbert Ridley. —Ridley había dado a entender una vez que deseaba donar una suma importante a los fondos de la catedral.
Bess arrugó la nariz.
—Eso del buen nombre queda por ver, ¿no? Pero no temáis, se puede confiar en mí, Eminencia. Y espero que yo pueda confiar también en que no revelaréis a diestro y siniestro que apareció semejante cosa en mi posada.
—El capitán Archer y yo utilizaremos la información sólo en la medida de nuestras necesidades.
Satisfecha, Bess asintió y bebió un sorbo de brandy.
—Me he enterado de que fue un chico el que encontró el cadáver.
A Thoresby no le gustó cómo Bess Merchet se estaba preparando para una larga charla. Se puso de pie.
—No te demoro más, Bess. Me consta que eres una mujer muy ocupada.
Bess vació la copa y se levantó, alisándose la falda.
—Eminencia —dijo, e hizo una pequeña reverencia.
—Gracias por tu ayuda.
—No podía hacer menos, Eminencia. —Salió de la habitación con altiva dignidad.
Owen esperó a oír que se cerraba el pasador de la puerta de abajo antes de hablar.
—¿Qué? ¿Pensáis que Ridley asesinó a Crounce después de la discusión de anoche?
Thoresby negó con la cabeza.
—Demasiado obvio. Mis guardias son lo bastante tontos para dejar pruebas comprometedoras tras de sí, pero Ridley ha sido durante años un negociador clave de los asuntos de Goldbetter y Cía. en Calais y en Londres. Para durar tanto en una posición así hay que ser inteligente. Hábil para borrar su propio rastro.
—¿Crounce era socio comercial de Ridley?
—Según Jehannes, sí. Crounce estaba al servicio de Ridley aquí en York y en Hull.
—¿Alguien le cortó la mano derecha a Crounce para acusarlo de ladrón? ¿Y le dejó esa acusación a su socio?
Thoresby se encogió de hombros.
—Eso es lo que debemos descubrir. —Caminó hasta el fuego y permaneció inmóvil contemplando su movimiento, con las manos entrelazadas en la espalda. De pronto se volvió—. Quiero que vayas tras Ridley. No puede haberse alejado mucho de la ciudad. Supongo que se dirige a su casa, a Riddlethorpe, la heredad que tiene cerca de Beverley.
—¿Queréis que salga enseguida?
—Sí. Atrápalo ahora que aún está impresionado. A ver qué sabe. Ofrécete para acompañarlo a su casa. Puedes revisarle el equipaje. Quizás ella tenga razón en lo del anillo de sello, pero tal vez Ridley lo haya cogido para guardarlo en lugar seguro. Como he dicho, esto debe resolverse con rapidez. No quiero preocuparme de este asunto cuando esté en Windsor.
—Lamentaría frustrar vuestra diversión —dijo Owen, sin esforzarse por ocultar su irritación ante las prioridades de Thoresby.
—No será una estancia placentera para mí, Archer. Estaré ocupado con deberes oficiales durante toda la celebración.
Owen se encogió de hombros.
—¿Y qué hay del muchacho que presenció el asesinato?
—¿Jasper de Melton? —Thoresby sacudió la cabeza—. La madre se está muriendo, y Jasper ha contado lo que vio. Déjalo tranquilo por el momento.
—Puede que sepa algo más.
—No, no lo creo.
—Quizá corra peligro.
—Estaba oscuro. Él fue incapaz de distinguir las caras, de manera que tampoco ellos distinguirían la suya.
—Sabéis perfectamente que pronto toda la ciudad estará enterada de que Jasper presenció el asesinato.
Thoresby ignoró el tema con un movimiento de cabeza.
—Para nosotros es más importante Ridley. Michaelo te entregará una carta con mi sello en la que te presento ante Gilbert Ridley.
—¿Vuestra Eminencia no me otorga la cortesía de solicitar mi colaboración?
Thoresby levantó una ceja.
—Yo nunca solicito nada.
Owen salió de la habitación del arzobispo muy furioso; debajo del parche, punzadas de dolor le atravesaban el ojo inutilizado. Lo que molestaba a Owen, aparte del poder de Thoresby sobre él, era la fría despreocupación del arzobispo por el muchacho. Jasper de Melton no era importante porque no era ni un prominente miembro de un gremio ni rico. Owen odió a Thoresby por aquel movimiento de la ceja.
Sin embargo, Owen no podía disimular el entusiasmo que sentía ante la oportunidad de viajar fuera de la ciudad.
* * * * *
Despacio, con una pequeña espátula de madera, Lucie mezcló el aceite de caléndula con una cucharada de crema.
—¿Beverley? —repitió, sin apartar la mirada de lo que hacía—, dicen que la catedral de allí es grandiosa. —Estaba mezclando una provisión del ungüento que evitaba que la cicatriz de Owen se abriera y le escociera. Habían pasado más de cuatro años y todavía le daba trabajo.
—No voy de peregrinaje —precisó Owen.
Lucie alargó la jarra a Owen.
—Guárdalo en lugar seguro. Y úsalo. No quiero una mejilla áspera que me raspe por las noches. —Le dio un beso en la cicatriz—. Te echaré de menos, aunque sé que te morías por salir de la ciudad. Demasiados años de soldadesca. Te resulta difícil quedarte quieto.
Owen sacudió asombrado la cabeza. Pensó que había logrado que no se le notara el entusiasmo en la voz.
—¿Cómo es posible que adivines mis pensamientos y tú para mí sigas siendo un enigma? —Además, se sentía desilusionado porque ella no había protestado por su partida—. ¿Me echarás de menos?
Ella abrió los ojos azules de par en par.
—Claro que te echaré de menos. Te lo acabo de decir.
Owen sonrió.
—Es difícil llevar la tienda sin un aprendiz.
La sonrisa se congeló en el rostro de Owen.
Lucie rio ante el abatimiento de su compañero.
—Tonto. Voy a pasar las noches en vela echándote en falta.
* * * * *
Mientras Owen recogía lo que podía necesitar para el viaje, Lucie caminaba de un lado a otro por el dormitorio.
—Me pregunto si Gilbert Ridley sabe a quién pertenecía la mano que encontró en su dormitorio.
—¿Cómo podría saberlo?
—¿Y cómo vas a darle la mala noticia? Ridley le dijo a Bess que Crounce era su mejor amigo.
—Mejor eso que darle la noticia a la esposa de Crounce. Me pregunto quién lo hará.
—No hay por qué preocuparse. Joan Crounce murió de peste hace cuatro años.
—¿Y tú cómo conseguiste esa información?
—El extranjero que traje a York me explicó que venía a propósito para ver el retablo del Gremio de la Lana, y mencionó que, desde la muerte de su esposa a causa de la peste, Will Crounce se entregaba completamente en su actuación.
Owen miró a Lucie. Los sorprendentes ojos azules estaban fijos en él, esperando una respuesta. Habían discutido por aquel extranjero, habían pasado varias noches gélidas después que Lucie regresara de cuidar a su tía Phillippa. Owen había advertido a Lucie que no recogiera desconocidos en el camino. Era muy hermosa. Dios santo, él sabía qué buscaba el desconocido.
—¿Has vuelto a verlo?
Lucie suspiró.
—Ése no es el tema de discusión.
—Pero ¿lo has visto?
—No, no lo he visto, Owen Archer. Pero si así hubiera sido, ¿qué tendría de malo? Sólo puedo atender a un hombre cada vez y por el momento tengo dificultades para tenerte satisfecho. —Lucie tomó a Owen del brazo, hizo que se lo pasara por la estrecha cintura y luego le bajó la cabeza para besarlo.
Él decidió olvidarse del extranjero.
—Hazme un favor.
—Tengo bastante con la tienda.
—Sólo pregúntales a los clientes sobre el muchacho, Jasper de Melton. Averigua cómo está la madre, qué pasará con Jasper si muere ella. Por lo visto no tiene padre.
—¿Crees que Will Crounce era amante de la madre?
—Parece probable. ¿Averiguarás lo que puedas?
Lucie le dio otro beso a Owen.
—Por supuesto.
—Sólo pregúntales a los clientes. No quiero que salgas a recorrer las calles buscándolo.
—No tendré tiempo para meterme en líos, Owen.
—Doy gracias al cielo.