La acción de la presente novela tiene lugar sobre el amplio telón de fondo de la intervención inglesa en España, mientras los hijos del rey Eduardo se preparaban para marchar a Castilla y restaurar a don Pedro el Cruel en el trono. El incidente permite echar un vistazo a la maquinaria económica de la guerra. Los combates intermitentes de la Guerra de los Cien Años tuvieron lugar en suelo francés y los soldados que participaban en ellos no eran miembros de un ejército regular, asalariado en la guerra y en la paz, ni eran todos ingleses; esencialmente eran mercenarios, pagados sólo durante las campañas activas. Cuando los mandos ingleses se retiraron, muchos de estos soldados fueron abandonados para que encontraran el camino de vuelta como mejor pudieran. Algunos de ellos, que en su patria chica no tenían que esperar más que la pobreza o la servidumbre, o le habían cogido gusto a vivir en el extranjero en las compañías del Príncipe Negro, decidieron quedarse en el continente. Formaron compañías organizadas, llamadas compañías blancas y merodearon por los campos franceses tomando fortalezas y formando mafias de protección, mudándose cuando habían agotado los recursos de una zona. Aunque eran ingleses, bretones, españoles, alemanes y gascones, sus capitanes casi siempre eran ingleses. Y los jóvenes ingleses, al enterarse de la fortuna y reputación hechas en estas compañías, veían en ellas una carrera potencial, como hace Hugh en esta novela.
Aun algunos que más adelante se volvieron héroes de Francia fueron arrastrados a estas compañías al comienzo de sus carreras. El bretón Bertrand du Guesclin maduró su técnica de guerra de guerrillas entre los mercenarios.
Comprensiblemente, el pueblo de Francia quería que su rey los librara de aquellos mercenarios que aterrorizaban los campos. Y en 1365 el rey Carlos de Francia vio un modo de hacerlo. Enrique de Trastámara, abanderado de la nobleza castellana, pidió al rey Carlos que lo ayudara contra su medio hermano don Pedro el Cruel, que quería aumentar el poder real y limitar el de la nobleza, apoyándose en los campesinos y comerciantes. Carlos estaba predispuesto contra Pedro, pues se decía que éste había mandado asesinar a su esposa, una princesa francesa, poco después de divorciarse. El papa había excomulgado a Pedro como enemigo de la Iglesia; no ayudó que se hubiera hecho amigo de un rey moro de Granada. Así, alentado por el papa, el rey Carlos pidió a Bertrand du Guesclin, al que había nombrado caballero, que reuniera a las compañías blancas y las condujera al otro lado de los Pirineos para expulsar a Pedro y poner en su lugar al Trastámara. La maniobra fue un éxito.
Pero Pedro no tenía intención de aceptar calladamente la derrota: se volvió hacia Inglaterra en busca de ayuda del Príncipe Negro para recuperar su corona, ofreciéndole un cuantioso pago. Los ingleses estaban muy motivados para mantener la poderosa armada castellana como aliada.
El Príncipe Negro se preparó en Aquitania y Juan de Gante, duque de Lancaster, empezó a reunir un ejército de soldados y arqueros para apoyar la empresa. En la novela, Owen trabaja con sus antiguos conmilitones Lief y Gaspare para desarrollar un método eficaz de preparar a los arqueros que necesita Juan de Gante.
No sabemos hasta qué punto Chaucer fue espía; a comienzos de la década de 1360-1370 estudió derecho y contabilidad en los Inns of Court y quizá también sirvió un tiempo en el ejército de Lionel en Irlanda. Hacia 1367 era caballero de la Casa Real; a ñnales de aquel año la muerte de Blanche de Lancaster inspiró su primer gran poema, The Book ofthe Duchess. Respecto de su misión en Navarra he seguido la interpretación que da Donald R. Howard del salvoconducto conservado en los archivos de Pamplona, que autorizaba al poeta a «entrar, permanecer, trasladarse y salir».
¿De dónde salió Joanna? En The History of Clementhorpe Nunnery figura el siguiente pasaje:
En 1318 se menciona a una apóstata, Joanna de Leeds. El arzobispo Melton ordenó al diácono de Beverley que hiciera regresar a la monja a su convento. […] Al parecer, Joanna había abandonado su orden religiosa, y salido del monasterio. No obstante, para hacer creíble su defección, había simulado su muerte en Beverley y, con ayuda de cómplices, había puesto en escena su propio entierro. El arzobispo estaba dispuesto a pasar por alto estos excesos. Ordenó al diácono de Beverley que advirtiera a Joanna de la naturaleza de sus pecados y, si ella se arrepentía en un plazo de ocho días, tenía que permitirle regresar a Clementhorpe y sufrir una penitencia. Melton además apremió al diácono a realizar una cuidadosa investigación del caso y descubrir los nombres de los cómplices de Joanna para poder emprender las acciones policiales correspondientes.
La historia me intrigó. ¿Joanna fue descubierta, traicionada, o fue ella misma quien pidió regresar al convento de San Clemente? Si fue decisión de ella, ¿a qué obedeció el cambio? Había hecho un gran esfuerzo para escapar y hacer permanente su huida.
Trasladé el incidente a 1365-1366, a la época del arzobispo Thoresby, lo que me proporcionaba una casual relación: el sobrino del arzobispo, Richard de Ravenser, era canónigo en Beverley en aquella época, igual que Guillermo de Wykeham. Nicholas de Louth también es un personaje real. Debido a este cambio de época de la historia de Joanna, ninguno de los participantes en el libro tuvo nada que ver con la verdadera historia de Joanna de Leeds.
Desde el principio, imaginé a Joanna como un personaje ambiguo, según el modelo de María Magdalena. Tal como la describe Susan Haskins en María Magdalena: mito y metáfora, la santa había evolucionado de discípula y amiga de Cristo a prostituta arrepentida que sufrió una larga penitencia como eremita en el desierto: de hecho, en el siglo XIV las referencias a María Magdalena, la María de Marta y María y la prostituta que lava los pies de Cristo habían sido combinadas en un único símbolo y la María Egipcíaca del siglo V también había sido incluida en la mezcla. Es la Magdalena de la medalla que pierde Joanna en la primera escena, un regalo del hermano que adora.
La medalla es un talismán de la buena suerte. Sirve como recordatorio de que un personaje como Joanna no puede ser analizado en términos modernos; su creencia en el poder protector de la medalla es parte de su fe. Lo mismo puede decirse del remordimiento de Joanna por haber robado una parte de la leche de la Virgen del convento. San Clemente se jactaba de tener tal reliquia, muy popular en una época de gran devoción a la Virgen María y el pueblo creía en el poder de esas reliquias, por las que hacía peregrinaciones para recibir la gracia.
En el libro, Joanna se niega a renunciar a su creencia de que el manto ha sido un don de la Virgen, aun cuando Edmund, que le había dicho anteriormente que era el manto de Nuestra Señora, admite ante ella que no lo es. Joanna cree realmente que la Virgen se le apareció y la ayudó a volver a San Clemente. El manto también produce una conmoción en el monasterio y cuando la cocinera cree que la ha curado de una enfermedad de la piel, sor Isobel prevé problemas y por ello trata de acallar los rumores de milagro. En realidad, duda de la conveniencia de imponer el silencio, pues una reliquia podría atraer más peregrinos que llenaran las arcas de la institución. Recordemos lo que dice P. J. Geary sobre la determinación de la autenticidad de las reliquias: «El medio disponible más eficaz era en realidad uno muy pragmático: si la reliquia realizaba milagros, inspiraba a los fieles y aumentaba el prestigio de la comunidad en la que estaba depositada, tenía que ser auténtica». La locura de Joanna no estaba en sus creencias.
¿Por qué Joanna eligió el convento? Como hija de un rico comerciante y de una madre noble, sus actividades más aceptables eran las de esposa o monja. En la Inglaterra de finales del siglo XIV, las mujeres empezaban a tener ocupaciones de clase media en las ciudades, pero, entonces como ahora, no todas podían tener éxito en los negocios. Joanna no es una mujer emprendedora como Bess Merchet, ni ha aprendido una profesión como Lucie Wilton. Considera el monasterio un puerto seguro hasta que aparezca algo mejor. La vida de monja era vista como una carrera respetable; no todas las que tomaban los hábitos tenían vocaciones religiosas y la vida en el convento podía ser muy cómoda. La cantidad de documentos que reiteran la regla del enclaustramiento (es decir, que el lugar de una monja era el claustro, no el mundo) y que amonestan a las hermanas por llevar ropas vistosas y tener mascotas hace pensar en establecimientos menos rígidos de lo que podemos imaginar. Y aunque San Clemente era considerado un convento pequeño y pobre, estos términos son relativos; no tenía el tamaño ni la riqueza de Shafterbury o Barking, pero era el tercero más rico en el Yorkshire y disponía de considerables propiedades. Joanna podría haber vivido una vida muy satisfactoria en San Clemente y quizá la verdadera Joanna de Leeds así lo hizo.