Capítulo 20

El regreso

Lucie estaba en la tienda, inclinada sobre el mortero, moliendo raíz de ligústico.

—¡Señora Wilton!

Jasper de Melton estaba en el umbral, el cabello rubio casi blanco por los días de verano pasados en el jardín del hermano Wulfstan aprendiendo a conocer las hierbas, a leer y a escribir.

—¿Terminaste las entregas?

—Le llevé el romero a la señora Merchet. Me dio en premio una empanada de carne. Y la señora Lavendar dice que el gatito lo parió casi seguramente su gata y que podemos quedarnos con él.

—¿«Él»? ¿Está segura de que es macho?

—Dice que todos los gatos rubios y blancos de su gata son machos. Siempre.

Lucie sonrió.

—Sé que se ha colado de vez en cuando una hembra rubia.

Jasper se encogió de hombros y entró en la tienda.

—¿Estáis ocupada?

—Por supuesto que estoy ocupada, Jasper, pero como no hay clientes, tu compañía es bien recibida.

Sonriendo, el joven dio la vuelta al mostrador y se sentó sobre un taburete alto. Se inclinó sobre el mortero y olió.

—Es fuerte.

Lucie asintió.

—¿Sabes qué es?

Jasper volvió a oler y negó con la cabeza.

—Raíz de ligústico. ¿Sabes para qué sirve?

—Hace que uno parezca guapo a los ojos de quien le ama.

Lucie contuvo una sonrisa.

—¿Eso te lo enseñó el hermano Wulfstan?

—No. Lo dijo la señora Fletcher.

Ah. La mujer que era dueña del cuarto donde habían vivido Jasper y su madre.

—¿Y por qué te dijo eso?

—No a mí, a mi madre. Dijo que ella tenía que bañarse en ligústico para verse más hermosa, así el señor Crounce se casaría con ella.

—¿Y qué te dijo el hermano Wulfstan del ligústico?

—No recuerdo.

Lucie alzó la vista, oyendo el temblor en la voz de Jasper que anunciaba las lágrimas. Era por el recuerdo de su madre.

—Estoy preparando esto para Thomas el curtidor, que está casado hace muchos años y tiene cuatro hijos. ¿Te parece que quiere que la señora Tanner lo encuentre más guapo?

Jasper negó con la cabeza.

Lucie había esperado al menos una sonrisa, pero en aquella última semana, tan llena de recuerdos de la enfermedad de su madre, había costado hacerle sonreír al chico. Lucie también tenía una época del año en la que le costaba dejar de pensar en el pasado: los últimos días de noviembre, cuando había muerto su primer marido.

—A Thomas se le hinchan las manos y los pies al final del día, así que estoy preparándole algo que lo haga eliminar el agua.

Jasper asintió.

No era momento para instrucción. Lucie le tocó el hombro y señaló el rincón de un estante situado a sus espaldas. Una masa de pelo blanco y rubio estaba hecha una bola en el sitio de donde había cogido el frasco de ligústico. Jasper quiso acariciar al gato, que de inmediato se puso a ronronear. El muchacho frotó la frente contra la piel del animal.

—Es suave como el plumón. —Su voz era tranquila ahora.

Era la reacción que había esperado Lucie.

—¿Qué nombre te gustaría ponerle?

Jasper levantó la cabeza y la miró con sorpresa.

—¿Yo le puedo poner el nombre?

—Me gustaría.

—¿Por qué?

—Pensé que podrías encargarte especialmente de él estos próximos meses, porque yo estaré muy ocupada.

Jasper miró la cintura ya notoriamente gruesa de Lucie y se apresuró a volver al gatito.

Lucie se maldijo por su torpeza. Su intención había sido cambiar de tema, para que él no pensara en su madre. Al principio no había entendido por qué Jasper reaccionaba de modo tan negativo ante cualquier mención del niño; fue Bess quien le recordó que la madre de Jasper había estado embarazada al morir y, peor aún, que había sido el niño quien la había envenenado.

—¿Qué otras cosas sobre hierbas te enseñó la señora Fletcher?

Todavía acariciando al gato, Jasper canturreó en voz baja:

—«Quien quiera vivir siempre / salvia en mayo comer debe.»

—¿Vivir siempre? No tenía idea.

—Y le dio a mi madre ramitas de hierba de san Juan para que pusiera bajo la almohada y soñara con su futuro marido.

—¿En caso de que no fuera Will Crounce?

Jasper asintió.

—¿Qué más? —Seguramente tenía que haber algo que no le recordara a la madre—. ¿Dijo algo sobre la ruda? Seguramente tenía alguna teoría sobre una hierba tan poderosa.

—La ruda crece mejor cuando es robada.

—¡No! —exclamó Lucie riéndose—. ¿De veras?

Jasper le dirigió una sonrisa con lágrimas. Lucie soltó el pilón y extendió los brazos. Él corrió hacia ella y la abrazó.

—No me pasará nada, Jasper. Magda Digby dice que la madre y el niño están sanos. Cree que no habrá ningún problema. No te dejaré. —Acarició el cabello rubio. Los brazos del niño la apretaron.

—Qué bonito espectáculo al volver a casa. Mi esposa en brazos de otro hombre.

Lucie y Jasper sonrieron y alzaron la vista hacia Owen, que llenaba la puerta.

Polvoriento y oliendo a caballo, Lucie pensó que nunca lo había querido más que en aquel momento. Salió corriendo de detrás del mostrador. Owen dejó en el suelo las alforjas, encerró la cara de Lucie en sus manos y la besó con fuerza.

—Te he echado de menos —susurró.

Con lágrimas en los ojos, Lucie sólo pudo asentir con la cabeza y le cogió los brazos para ponerlos alrededor de su cintura.

—Un abrazo no me hará daño.

Owen la abrazó con cuidado y le cubrió la cara de besos. Después miró a Jasper.

—Has cuidado de mi señora, Jasper. ¿Cómo podré recompensarte?

—Llévame al castillo este domingo a ver cómo les enseñas a los arqueros. —El chico lo pedía lleno de esperanza.

—¿Es todo lo que pides?

Jasper asintió.

—Ojalá todas las deudas pudieran pagarse tan fácilmente.

La cara de Jasper se iluminó.

Lucie apretó el brazo de Owen dándole las gracias.

* * * * *

Lucie se había dormido tan pronto como se recostó en la cama, pero se despertó durante la noche y abrió los postigos, dejando que la luz de la luna brillara sobre Owen, sobre el vello oscuro de su pecho y brazos. Le tocó los rizos en las sienes, pasó los dedos suavemente por la barba, siguiendo la línea de la mandíbula. «Santa María, Madre de Dios, gracias por traerlo sano y salvo a casa.»

El ojo derecho de Owen se abrió. Le besó la mano y preguntó con voz adormilada:

—¿No te sientes bien?

—Estoy bien. Y contenta. Has hecho un largo viaje. No quiero que te desveles por mi culpa.

—¿No puedes dormir?

—Me pasa de vez en cuando. Magda dice que puede hacerse más frecuente hacia el fin del embarazo y que no tengo que preocuparme.

—Pero debes conservar las fuerzas.

—Owen, no te preocupes.

Él se levantó, apoyándose en un codo.

—En tu carta me decías que Jasper pasaría contigo el Corpus Christi y después volvería a la escuela de la abadía. No esperaba verlo todavía aquí.

—Quiso quedarse un poco más. Wulfstan y yo estamos de acuerdo en que lo mejor es dejar que Jasper decida por sí mismo dónde quiere estar. Ahora su lugar está aquí.

Owen acarició una pierna desnuda de Lucie.

—La luz de la luna hace ver casi mágica tu piel.

Lucie movió los dedos del pie.

—Me hace sentir muy mágica. Me gusta la medianoche. A veces. Cuando estás en casa. —Se enfadó consigo misma en el momento mismo en que lo decía. Nunca había sido una mujer inclinada a quejarse.

—Promete no volver a marcharme antes de que llegue el niño.

Lo había hecho sentir culpable por tener que irse obedeciendo órdenes del arzobispo. Ella había visto la luz en los ojos de él. Estaba cansado, turbado por lo que había averiguado, pero renovado por la experiencia. Era un pequeño precio a pagar por tenerlo satisfecho cuando estaba en casa.

—Has estado maravilloso con Jasper hoy. Yo en cambio, por más que lo intento, no puedo sacarle una sonrisa de ésas.

—Me alegra que quiera quedarse con nosotros.

—Le pedí que le ponga nombre al gatito.

Owen se movió, incómodo:

—Te confieso que me intrigas con ese gato. Melisenda ya es bastante gato para cualquiera. Nunca hemos tenido ratones.

—El gatito seguirá a Melisenda y aprenderá a ser un buen cazador. —Lucie acarició a Owen—. Te gustará.

—¿Cómo puede gustar o no gustar un gato? Cuando no tienen ratones que atormentar, se ponen molestos, o salen a cazar durante días enteros.

A punto de decir que Melisenda era una buena compañía cuando Owen estaba ausente, Lucie se contuvo, gracias a Dios, y se limitó a encogerse de hombros y decir:

—Jasper se ha encariñado con el gato.

—No te culpo a ti ni culpo a Jasper, por algo que os hace felices. —Se sentó—. Me has preguntado muy poco sobre Scarborough y Beverley.

—Quería que tú decidieras el momento. Cuando hubieras descansado y quisieras volver a pensar en el caso.

—Hugh Calverley ha muerto. Longford también.

—Cielos. La lista de víctimas sigue aumentando.

—Quiero decírselo a Joanna. ¿Puede hablar?

—Cuando la vi ayer, podía hablar en susurros. Mañana su voz probablemente estará más repuesta.

—Bien.

Lucie frunció el entrecejo recordando el horror que había seguido a la noticia de la muerte de la madre de Joanna. Otra cosa de la que no podía hablar con Owen. Deliberadamente había sido vaga en su carta sobre las heridas de Joanna.

—Supongo que no podemos tardar en decírselo.

Owen abrazó a Lucie.

—Estás pensando en lo que pasó antes, cuando la informamos de la muerte de su madre.

Lucie asintió, apretándose contra el cuerpo cálido de Owen.

—Debe saber la verdad, Lucie. Ella misma habló de alguien enterrado vivo.

Lucie se santiguó. «Que no sea Hugh.»

—No me preguntas… —Dijo Owen, tratando de ver su expresión. Lucie aspiró con fuerza.

—Quiero saber, pero es una pregunta tan horrible. —«¿Cuál de ellos estaba vivo cuando lo enterraron?»

—Fue Longford.

—Will Longford. —Lucie volvió a santiguarse, agradecida de que su sueño hubiera estado equivocado—. Me alegra que no fuera su hermano.

—Hugh no era una persona amable, Lucie. No mejor que Longford, según parece.

Lucie se encogió en el mantón. No le había hablado de su pesadilla. No podía librarse de aquella visión de Joanna enterrando vivo a su hermano.

—¿Dónde estaba enterrado Longford?

—Debajo de Jaro.

—Pero habían abierto la tumba de Jaro.

—Y no habían mirado con atención. No se lo podía ver sin sacar el cadáver de Jaro. Tuvimos que sacarlo entre cuatro… Era uno de los hombres más gordos que haya visto.

—Aun así, Longford era un hombre fuerte, ¿no?

Owen le cogió una mano y le besó la palma.

—Quizá ya te he contado demasiado, Lucie.

—¿Tan horrible es? —Oh, Dios, parecía una mujercita débil y tonta—. He visto cosas horribles, Owen. Cuéntame.

Él le acarició el cabello, apartándole el que le había caído sobre la cara.

—Pero en tu estado…

—Tengo que saberlo todo para poder hablar con Joanna.

Owen le apretó la mano.

—Es cierto. Tienes razón al decir que Longford era un hombre fuerte y corpulento; pero pesaba mucho menos que Jaro. Para asegurarse de que siguiera en la tumba, habían aplastado su única pierna; y además tenía heridas en la espalda que podían haberle impedido moverse. Y para asegurarse, en caso de que todo eso no le impidiera desenterrarse, le habían arrancado la lengua, para que no pudiera acusar a nadie.

Lucie se cubrió la cara con las manos, horrorizada por tanta brutalidad.

—¿Qué clase de hombre pudo hacerlo? —Era evidente que Joanna no podía haberlo hecho.

Owen negó con la cabeza.

—Nunca he visto un crimen realizado con tanta sangre fría. Sabes, tenemos la esperanza de que haya tenido que ver con su apoyo a Du Guesclin, es decir que sea algo político, no personal. No querría saber que alguien odiaba tanto a Longford como para hacerle eso.

Lucie consideró el esfuerzo que habían hecho los criminales.

—No creo que veas satisfecho tu deseo. Si a ti te hubieran ordenado librarte de alguien como Longford, ¿te habrías tomado tanto tiempo y habrías ejercido tanta crueldad?

—Hay hombres que se complacen en la crueldad. Como el que mató a Maddy.

Maddy. Había olvidado preguntar por ella.

—¿Sabes quién lo hizo?

—Un gusano, Lucie. Según Edmund, el hombre la mató sólo para que les resultara más fácil registrar la casa.

—Jesús, María y José, proteged el alma de Maddy —susurró Lucie—. ¿Y quién es Edmund?

—Uno de los hombres que ayudaron a Joanna a escapar de Beverley.

—¿… con Stefan?

—Sí. Es el compañero de Stefan. Uno de los hombres de Sebastian. Lo mismo que Jack, el asesino de Maddy.

—¿Castigarán a este Jack, aun cuando Maddy era sólo una criada?

—Si sir Richard y sir Nicholas pueden hacer su voluntad, sí. Pero para demostrarte qué necio fui mientras estuve ausente, yo mismo detuve a Edmund en el momento en que atacaba a Jack.

—¿Qué?

—Lo lamento de todo corazón, créeme. Y ahora Jack persigue a Edmund.

—Debes atraparlo, Owen. Debe pagar.

—Estoy esperando que cometa alguna imprudencia. Alfred está vigilando.

—Este Jack, ¿está solo?

—No lo sé. Pero lo dudo.

—Todo esto es una pesadilla.

Owen abrazó a Lucie.

—Quiera Dios darme la capacidad de resolver rápido el caso. Joanna tiene mucho que decirnos. Tenemos que averiguar cómo estaba enterada del entierro de Longford.

Sería mejor hacerlo pronto.

—¿Iremos a verla por la mañana?

—Me gustaría. Y después quiero que la vea Edmund.

—Tengo curiosidad por conocerlo.

—Lo conocerás, mañana.

—¿Por qué no vino Stefan?

—Ha desaparecido. Por eso quiso venir Edmund conmigo. —Owen pasó un brazo sobre los hombros de Lucie, que apoyó la cabeza en él—. ¿Tienes fuerzas suficientes para seguir encargándote de Joanna?

Era lógico que preguntara, después de todo lo que se había quejado.

—Me siento muy fuerte.

—Bien. Quiero que utilices todos tus recursos. Que descubras qué está ocultando, dónde está Stefan, quién mató a Longford y a Jaro.

Lucie trató de hacer a un lado el horror y pensar con claridad.

—Longford y Jaro fueron asesinados por hombres fuertes.

—Soldados, diría yo. Quizás hombres de Sebastian, Pero ¿por qué?

Lucie se mordió el labio, pensando.

—¿Podrían ser los asesinos Edmund y Stefan?

Owen negó con la cabeza.

—Creo conocer a Edmund, después de haber viajado con él todos estos días. Si le ordenaran matar a alguien, lo haría rápido. Y después correría a confesarse.

—Pero ¿no depende eso de lo que haya hecho Longford? ¿No podría ser una venganza por un acto similar?

—No puedo decir que conozco en profundidad su corazón, Lucie. Pero pienso que un hecho así perseguiría a Edmund y se habría sentido obligado a confesármelo.

Lucie suspiró, en brazos de su marido.

—Ahora hablemos de cosas agradables, así podremos volver a dormirnos.

* * * * *

El capellán frunció los labios al ver la ramita de muérdago en el suelo del cuarto de Joanna.

—Sor Prudencia es tristemente supersticiosa.

El muérdago colocado en aquel lugar aseguraba sueños tranquilos. Cuando Lucie era niña, su tía Phillippa había usado el muérdago para tener a raya las pesadillas. Pero Lucie no hizo ningún comentario. Ni mencionó la angélica con que ella y Wulfstan habían rociado los cuatro rincones del cuarto para exorcizar a los demonios que turbaban a Joanna.

Habían sacado las cortinas del lecho para darle más aire en el cálido clima de julio y para hacer más fácil vigilarla. Sor Agnes, la subpriora, hacía su turno de vigilancia aquella mañana. Volvió su cara alegre hacia Lucie y Owen.

—Joanna durmió sin problemas toda la noche. Se despertó al amanecer, tomó un poco de vino con agua y volvió a dormirse pacíficamente.

Lucie asintió, complacida.

—¿Podemos quedarnos a solas con ella un rato? Quizás a vos os haga bien dar un paseo en el fresco de la mañana.

Agnes no necesitaba más invitación. Los bendijo y se fue deprisa.

Sor Joanna yacía con las manos cruzadas sobre el pecho. El vendaje blanco en el cuello parecía un griñón, nada más, tan limpio estaba. Su cara estaba pálida por la pérdida de sangre y por estar un mes en la cama, pero ya no tenía el aire macilento de unos días antes.

—Da pena despertarla —susurró Owen.

Joanna abrió los ojos.

—Tengo sed. —Su voz era ronca, pero no más que la de cualquiera al despertarse. Owen se sentó en un taburete al lado de su cama y le sirvió una copa de vino y agua.

—¿Os sentamos para beber?

—Sí.

Owen le pasó la copa a Lucie, que fue al otro lado de la cama. Cuando Owen levantó a Joanna, Lucie le puso la copa en los labios. Ella bebió el vino, haciendo una pequeña mueca al tragar cada sorbo.

—La garganta… ¿sigue doliendo? —preguntó Lucie.

—Está mejor —susurró Joanna.

Lucie se lo explicó a Owen.

—Apretó tan fuerte con el cuchillo sin afilar que se hizo daño en la garganta. Eso está tardando más en curarse que las heridas.

—Basta —dijo Joanna rechazando la copa.

Owen depositó suavemente su cabeza sobre la almohada.

Joanna cerró los ojos. Owen se inclinó hacia ella.

—He regresado de mi peregrinación de desgracias, sor Joanna.

Ella abrió los ojos, tan sorprendentemente verdes.

—¿Una peregrinación? —No había expresión en su rostro y su voz era demasiado ronca para que Owen o Lucie pudieran captar matices.

—Vos misma la llamasteis así, ¿recordáis? Una peregrinación de desgracias.

—Digo muchas tonterías.

—Estuve en Scarborough. Donde fuisteis con Stefan y Edmund.

Joanna cerró los ojos.

—He estado enferma.

—Tratasteis de mataros. Lo sé.

Los ojos verdes se abrieron como platos:

—Estoy maldita. El demonio es fuerte. Aunque esté envuelta en el Manto de la Virgen, él me alcanza. —Los ojos de Joanna brillaban de ira y sus mejillas estaban encendidas.

Owen encontró extraño que sintiera ira más que miedo. Miró a Lucie, que arqueó las cejas y apretó los labios como diciendo «¿Quién sabe?».

—Una peregrinación de desgracias. ¿Qué desgracias, Joanna?

Seguía enfadada:

—No escuchas.

—Sí. Escucho bien y recuerdo. Quizá seáis vos quien olvida. Os recordaré algo. Hugh fue asesinado. En su casa cerca de Scarborough.

—Mi caballero. Mi defensor. —Los ojos de Joanna se llenaron de lágrimas.

Era una respuesta tranquila, triste pero no sorprendida.

—¿Quién es vuestro defensor, sor Joanna? ¿Hugh?

Cerró los ojos y giró la cabeza. Había lágrimas bajo sus párpados.

—¿En quién pensáis como vuestro caballero y defensor?

Joanna aspiró con fuerza.

—Hugh está muerto. No hay nadie más.

—Vos y Stefan dejasteis Scarborough al mismo tiempo que mataron a Hugh. ¿Por qué?

Joanna se volvió hacia Owen y lo miró ofendida.

—No puedes pensar que yo quería verlo muerto.

—¿Qué tengo que pensar?

—El demonio me quiere muerta a mí también. —Sus ojos lo desafiaban.

—¿Quién mató a vuestro hermano?

Joanna se ruborizó.

—Tengo sed.

Jugaba con ellos. Owen habría preferido no darle el vino, hacerla sentir incómoda. Pero ella necesitaba el vino para hablar. Suspiró, la levantó y Lucie le dio de beber.

Cuando Joanna volvió a estar recostada, Owen probó por otro camino.

—Habéis hablado de un enterrado vivo. ¿Quién creéis que fue enterrado vivo, Joanna?

—Yo.

—¿Quién más, sor Joanna?

Frunció el entrecejo y bajó los ojos hacia sus manos.

—Él me utilizó.

—¿Quién?

Joanna balanceó la cabeza hacia un lado y otro en la almohada:

—Nunca debí haber dejado San Clemente.

Owen le tocó suavemente la cabeza, inmovilizándola.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió cuando os fuisteis?

Otra vez lágrimas.

—No soy digna de que me llamen sor Joanna. Le puse los cuernos a mi Divino Esposo.

Se apartaba de los asuntos que quería tocar Owen.

—Fue a Longford al que enterraron vivo. Pero estoy seguro de que lo sabéis —dijo.

La mirada de Joanna cambió, se hizo más temerosa. Aferró la medalla de la Magdalena.

—¿Will Longford?

—Fue enterrado bajo su criado, Jaro.

—No. —Joanna se volvió.

Owen la cogió por la barbilla y la obligó a mirarlo. Ella tenía el cuello rígido por el miedo, pero Owen no dejó que eso lo detuviera.

—A Longford le aplastaron una pierna y lo lastimaron en la columna. Creo que apenas si podía moverse de cintura para abajo, si es que podía. Le habían cortado la lengua, para que no pudiera denunciar a sus torturadores si alguien lo encontraba.

La cabeza de Joanna temblaba en su mano. Respiraba con fuerza.

—Tenemos que levantarle el pecho y la cabeza, Owen —dijo Lucie, inclinándose para ayudar. Mientras Owen sostenía a Joanna levantada, lo que le provocó un acceso de tos, Lucie añadió almohadas y después le dio de beber algo de vino. Owen la bajó. Joanna seguía aferrando la medalla.

—¿Por qué me cuentas eso?

—¿Sobre Will Longford? Porque sabíais que él no estaba muerto cuando lo metieron en esa tumba. ¿Cómo lo sabíais, sor Joanna? ¿Quién os lo dijo? ¿Quién cometió ese crimen tan meticuloso y cruel?

Joanna enseñó la medalla a Owen:

—Cristo fue cruel con María Magdalena.

Owen contuvo una maldición.

—Podéis descansar ahora, sor Joanna. Pero volveré mañana.

Fue hacia la puerta y llamó a sor Agnes. Pero quien se acercó deprisa por el pasillo fue la reverenda madre.

—He enviado a Agnes a la cama. Hoy velaré yo a Joanna.

—Está agitada, reverenda madre. Quizás debería acompañaros alguien.

Isobel miró dentro del cuarto y vio a Lucie limpiando el rostro de Joanna con un trapo húmedo.

—Tenéis razón, capitán. ¿Me haríais el favor de pedirle al hermano Oswald que envíe a Prudencia? —Cuando Owen se volvía para hacerlo, Isobel lo detuvo tocándole el brazo—. Pero primero por favor decidme qué la ha agitado tanto. Agnes dice que tuvo una noche tranquila.

Owen le contó la noticia que se habían visto obligados a llevar.

La reverenda madre se santiguó, susurró una oración y metió las manos en las mangas.

—Es un asunto terrible. Yo me creía una mujer fuerte, pero esto lo ha desmentido. La fuerte es vuestra esposa. Llamada a esa hora de la madrugada, en su estado, para hacerse cargo del horror de lo que había hecho Joanna. Toda aquella sangre… —Isobel dio un paso atrás. Nunca había notado lo aguda que podía ser la mirada del único ojo de Owen. Quizás era por eso por lo que Dios le había quitado el otro.

Owen temblaba de ira.

—¿Lucie fue llamada en medio de la noche para atender a Joanna? —Tuvo que esforzarse para no levantar la voz—. ¿Sabéis que mi esposa está embarazada? ¿Y la llamasteis en medio de la noche a atender a una mujer alrededor de la cual ha estado muriendo una cantidad inusual de gente?

Isobel se santiguó.

—No doy excusas por mi debilidad, capitán Archer, pero fue el abad Campian quien mandó por la señora Wilton, no yo.

—¿Mandó una escolta?

—No lo sé.

* * * * *

Lucie tenía que estar ciega para no ver la ira de Owen cuando volvían a la tienda. La expresión de su rostro era criminal y la mano que no la tomaba del brazo estaba cerrada con fuerza; sus pasos se hacían más y más largos, hasta que ella se vio obligada a pedirle que fuera más lento; e hicieron todo el camino en un desagradable silencio. No había necesitado mucho para adivinar de qué se trataba. Owen había vuelto al cuarto de Joanna con sor Isobel y ya tenía la cara encendida de furia. La reverenda madre debía de haberle hablado de la visita nocturna de Lucie. Era exactamente la clase de información que le causaría aquel efecto y por eso Lucie no se lo había contado. En aquel momento no había nada que hacer, salvo esperar a que estallara. Intentar disculparse no serviría más que para empeorar las cosas.

La alivió perversamente ver que Tildy salía a recibirlos con la noticia de que Thomas el curtidor había empeorado y habían llamado al médico, el maestro Saurian. Éste había dejado una receta para que ella preparara, un emplasto para aplicar después de una sangría.

—Tengo que hacerlo de inmediato, Owen.

Él asintió con la cabeza, dio media vuelta y salió. Lucie y Tildy intercambiaron una mirada.

—Se le ve tan enfadado, señora Lucie.

—Lo está, Tildy, pero no tiene nada que ver contigo, así que no te preocupes. Estaré en la tienda.

Mientras iba de un lado a otro recogiendo los ingredientes, empezó a canturrear. Cuando Owen estaba de mal humor, era un santo alivio no tenerlo cerca.

* * * * *

Tom Merchet llevó dos jarras a la mesa de la cocina, donde estaba Owen.

—Antes de que atravieses las paredes a puñetazos, siéntate y habla. Bess está arriba enseñándole a Kit a fregar como se debe un suelo, o algo así. No nos molestará.

Owen se dejó caer en un banco.

—Hay cosas que debería estar haciendo.

Tom puso la jarra bajo la nariz de su amigo y dejó una mano suspendida sobre él.

—Es una pena, desperdiciar buena cerveza en alguien que no tiene la concentración necesaria para apreciarla. —Se encogió de hombros y cogió su propia jarra. Su rostro redondo y agradable estaba arrugado por la preocupación—. Aunque si es algo que tiene que ver con el niño, no te podré ayudar, porque no los he tenido. Cuando el niño crezca sí podré ser útil. Bess me llegó con niños pequeños. Sé tratarlos. —Sonrió mirando la cerveza—. Sé tratarlos bien.

Owen al fin alzó la vista hacia su amigo:

—¿Qué estabas diciendo?

Tom volvió a encogerse de hombros, tomó un largo trago y asintió con satisfacción mientras bajaba la jarra.

—No importa. Sólo dime qué es lo que pasa.

—Lucie fue a la abadía en mitad de la noche para encargarse de esa monja.

—¿Anoche? ¿Y tú acababas de volver?

—No. Mientras estaba ausente.

Tom se tiró del labio inferior, pensando.

—¿En mitad de la noche, dices? Pero las abadías tienen enfermeros y mucha gente más. ¿Para qué necesitaban a Lucie?

Owen movió la cabeza con cara de disgusto.

—Y en su estado, Tom.

Tom hizo los apropiados ruidos de indignación.

—Lo peor es que Lucie no me lo dijo. Pensé que había visto a Joanna cuando ya la habían lavado y vendado. Pero la examinó, Tom. Metió las manos en toda aquella sangre. ¿Perjudicará al niño que la madre viera tanta sangre? ¿Todo aquel horror? La monja se había apuñalado a sí misma. —Se apretó la cabeza con las manos—. Dios santo, no hay quien entienda a Lucie.

—Bebe, Owen.

Owen se llevó la jarra a los labios, pero se detuvo antes de beber.

—¿Recuerdas cuando fue en bote a la casa de la Mujer del Río en medio de la inundación, el año pasado?

—De noche. —Tom asintió—. Lo recuerdo. Bebe más, amigo mío. —Sonrió viendo a Owen inclinar la jarra en un largo trago. Otro buen trago como ése y el hombre se sentiría mejor. Tom entendía cómo se sentía su amigo. Lucie y Bess no se parecían en nada y se parecían en todo. Mujeres obstinadas, inteligentes. El cuerpo fuerte y la boca ruda de Bess no inspiraban los mismos sentimientos protectores que Owen tenía por Lucie, pero aun así Tom tenía momentos en que deseaba que Bess no fuera tan audaz con los extraños. Cuando Owen dejó la jarra vacía en la mesa, con un golpe seco, Tom se apresuró a llenarla—. Ahora, dime. ¿Lucie fue por su propia decisión, porque tuvo el presentimiento de que algo andaba mal, o la mandaron a llamar?

—La llamaron. Pero eso… —Owen se interrumpió al ver que Tom movía la cabeza.

—Ahí está toda la diferencia, amigo mío. Lucie es boticaria. Su misión es curar los cuerpos como la misión del vicario es curar las almas. No como un médico, de acuerdo, pero sor Isobel y su ilustrísima llamaron a Lucie porque ella calma a Joanna como nadie puede calmarla. Es un don de Dios, Owen y Lucie no debe desperdiciarlo. —Aspiró con fuerza. Era un discurso inusualmente largo para Tom. Parpadeó mientras la mirada de halcón del otro lo atravesaba—. Sólo te digo lo que ya sabes.

Owen inclinó la cabeza contra la pared, se frotó la cicatriz, cogió la jarra y bebió otro trago.

—Al menos tuve la precaución de venir a verte a ti antes de abrir la boca con Lucie y dejar salir mi furia. No quiero que ella me vea en ese estado, al menos ahora. —Estiró una pierna y la subió a un banco.

Tom consideró que era hora de cambiar de tema.

—Hace un rato vi a sir Robert en el jardín. ¿Cómo se lleva con Lucie? ¿Y qué hay de la compra de la casa de Corbett?

Owen puso cara de contrariedad.

—No sé, no he preguntado. —Se sentó más erguido, frunciendo el entrecejo—. Me pregunto por qué sir Robert no la detuvo esa noche.

Tom suspiró. Había desperdiciado dos jarras de cerveza.

—No puedo responder. Tendrás que hablar con tu esposa.

* * * * *

Lucie estaba cerrando la puerta de la tienda cuando vio a Owen fuera, apoyado en la pared.

—¿Por qué estás ahí?

Owen se encogió de hombros y la siguió al interior, cerrando la puerta y echando el cerrojo. Con una sonrisa, Lucie le dio un beso.

—¿Por qué fue eso? —preguntó él frunciendo el entrecejo.

—Por preocuparte por mí como lo haces. —Cogió la escoba para barrer el suelo de piedra detrás del mostrador. Owen se la arrebató.

—¿Cómo lo sabes?

—Te enfadaste después de hablar con la reverenda madre. Y sé lo que pudo decirte para que te enfadaras. Y lamento no habértelo dicho yo.

Owen había empezado a barrer, pero se detuvo.

—Esto debería estar haciéndolo Jasper.

—O tú. Los dos sois mis aprendices.

Owen volvió a barrer y volvió a detenerse.

—Dime esto. ¿Por qué no te detuvo sir Robert?

—Porque convencí a Daimon de que no era necesario que sir Robert lo supiera. En realidad, el hermano Sebastian nos condujo con tanta prisa que sir Robert no podría habernos seguido el paso.

—¿Y tú en tu estado? ¿Estás en condiciones de salir corriendo por las calles en mitad de la noche?

—No corrí. —Lucie se quitó el delantal—. Y ahora tengo que ir a recostarme antes de comer. Si quieres seguir esta discusión, tendrás que subir.

Owen la siguió.

Ella se acostó en la cama y le pidió que amontonara almohadones bajo sus pies. Él se sentó a su lado, le quitó la cofia y le acarició el cabello.

—Dime lo que viste.

Lucie describió el cuarto, el abrumador olor de sangre, el cuello, el vientre.

—¿Por qué el vientre?

—No lo sé, Owen. Siento que no sé nada sobre Joanna. He hablado mucho con ella, pero no sé siquiera qué la hace reír, qué le gusta comer… Sólo sé lo que ansía:$ la muerte.

—No deberías acercarte a personas así, ahora.

Lucie cerró los ojos.

—No soy tan frágil, Owen.

—Te producirá pesadillas.

—Ya me las ha producido.

—¿Ves?

Lucie se irguió apoyándose en los hombros.

—Cállate un momento y escucha. —Le contó el sueño.

—¿Ves? ¿Cómo será el niño si la madre sueña cosas así?

—Owen, por lo que más quieras, ¡vas a volverme loca! ¿Te imaginas la clase de pensamientos que tuvo mi madre cuando me esperaba? ¿Crees que en todos esos meses no recordó a los soldados violando y torturando a las mujeres en el convento donde vivía? ¿Y a su hermano empalado en una pica? ¿Y todas las mujeres de Normandía que dieron a luz mientras temblaban encerradas en sus casas preguntándose cuál sería la próxima aldea que incendiarían? ¡No estoy enferma! Tu madre tuvo muchos hijos. Tú me contaste que apenas si interrumpía sus obligaciones para dar a luz.

—No tenía contacto con locas.

—¡Tenía contacto contigo!

—Bueno, si soy así es porque tú me has llevado a la locura.

Lucie sintió de pronto una risa que le nacía de muy adentro. Cogió con las dos manos la barba de Owen y tiró hacia ella para besarlo.

Él se enderezó y la miró a los ojos risueños.

—¡Eres tú quien está enloqueciendo!

—No. Yo sólo estoy contenta. Esto está más en la tradición de tus regresos al hogar. —Volvió a atraerlo hacia ella.

* * * * *

Sor Isobel se despertó sobresaltada. Joanna gemía y se agitaba en sueños. El hermano Wulfstan había recetado una poción somnífera fuerte aquella noche e Isobel se la había administrado a Joanna. De modo que la pesadilla tenía que ser realmente vigorosa. «Madre Misericordiosa, que no se haga daño.» Isobel se inclinó sobre Joanna y le cogió las manos.

—Es sólo un sueño, Joanna. María y todos los ángeles te protegen. Y el muérdago. Hemos puesto muérdago en el umbral.

La cabeza de Joanna se movía sin cesar de un lado al otro.

—El mal. El mal. El mal. El mal. El mal. El mal. El mal…