Cuando Owen volvió, sucio, sudoroso y relajado, Tildy le puso en las manos una jarra de la cerveza de Tom Merchet. Él se sentó con un suspiro de satisfacción y vació la jarra inclinando la cabeza hacia atrás. Tildy seguía a su lado.
—La señora Lucie se está vistiendo, capitán. Yo en vuestro lugar me daría prisa. El preboste de Beverley os está esperando.
—Lo había olvidado —gruñó Owen.
Entró sir Robert, procedente del jardín. El anciano llevaba una túnica de tela burda y pantalones, todo con pegotes de barro.
—¿Habéis estado trabajando, sir Robert?
El suegro de Owen se pasó los dedos por el cabello blanco, manchándolo de tierra.
—Vaya si he estado. Y tengo que decir que tenéis un espléndido huerto. Saludable. —Advirtió el estado acalorado de Owen—. Veo que no has estado ocioso tú tampoco.
Owen le contó lo que había pasado con Alfred.
—Lo hicimos trabajar en serio. Dormirá hasta la mañana, creo.
Sir Robert asintió con energía.
—Es lo que corresponde a un soldado. Debes de haber sido un buen capitán. —Le hizo una señal para que fuera a un lugar en que Tildy no pudiera oírlos—. A propósito —dijo bajando la voz—, quería hablar contigo sobre las historias de Scarborough de sor Joanna. ¿Has oído hablar de los soldados que se embarcan y nunca vuelven? En una ocasión dijo que eran arqueros. Le dije a Lucie que era importante, pero no sé si ella captó todo su significado.
Owen disimuló una sonrisa. Lucie le había hablado de la importancia que le daba sir Robert a este detalle.
—Lucie me lo dijo. Pero ahora que conozco a la mujer, no confío tanto en sus desvarios.
Sir Robert alzó una mano, con la palma hacia delante.
—Entonces escúchame. Esto no es la clase de cosas que podría inventar una mujer joven. A eso voy. Debes verlo.
Owen lo pensó.
—Sí, es cierto. Pero su hermano es soldado. Si ella lo encontró en Scarborough y lo oyó hablar con sus compañeros, podría haber malinterpretado algo de lo que dijeron, o haberlo transformado en una historia más intrigante.
La desilusión hizo caer los hombros del viejo guerrero.
—Es posible que yo haya creído ver algo donde no había nada.
—No. Lancaster comparte vuestro interés en la historia.
Sir Robert volvió a erguirse.
—Excelente. Robarnos nuestros soldados… es la clase de maniobras mezquinas que más gustan al rey Carlos. Y a Du Guesclin.
Owen esperaba tener una mente tan sólida como la de su suegro a la edad de éste.
—¿Cómo veis a vuestra hija, sir Robert?
El viejo sonrió con afecto.
—Una mujer formidable, Owen. Hermosa como su madre, pero mucho más fuerte. En espíritu más parecida a mi hermana Phillippa que a Amelie. Estoy muy aliviado. Había creído que el matrimonio de Lucie con Wilton era un terrible error… y culpa mía, por supuesto, pero aun así un error. Pero si ella no se hubiera casado con él, no tendría esta vida de satisfacciones que tiene.
Era un tono nuevo en sir Robert.
—Me alegra que veáis que está satisfecha.
—¡Owen! —exclamó Lucie desde el piso superior—. ¿Eres tú?
—Tengo que subir. —Owen le dio una palmada en el brazo a sir Robert—. Y vos también debéis prepararos. Ravenser parecía interesado en que fuéramos todos.
Sir Robert le dio a Owen una palmadita en el hombro.
—Eres un buen hombre, Owen. Mi hija supo elegir.
* * * * *
Lucie y Owen durmieron poco; en lugar de eso, hablaron durante buena parte de la noche, después de volver de la cena de Ravenser; se preguntaban qué podría descubrir Owen en Scarborough y trataban de pasar en limpio lo que ya sabían sobre Will Longford y Joanna Calverley. Owen había propuesto que fueran primero a Beverley a hablar con el vicario de Santa María y el sepulturero. Lejos de encontrar la idea ofensiva (como habría podido ocurrir, ya que él mismo los había interrogado en mayo), Louth apoyó fervientemente esta iniciativa. No confiaba en su propio talento de investigador. Pero Thoresby insistió en que fueran primero a Scarborough en busca del capitán Sebastian, siguiendo las órdenes de Lancaster, quien tenía prisa por poner a Sebastian de su lado antes de partir a la Gascuña en otoño.
A Lucie le había sorprendido el apoyo de Thoresby a Lancaster:
—No me imaginaba a su arrogante ilustrísima el arzobispo inclinándose ante los intereses de Lancaster.
Owen la apuntó con el índice:
—No te confundas, amor mío. Es una cuestión de prioridades. Thoresby quiere resolver el problema de sor Joanna y las muertes que la rodean. Pero su odio por Alice Perrers está antes. Y si se pone de parte de Lancaster en el asunto del capitán Sebastian, Lancaster puede volverse aliado de Thoresby en la expulsión de la señora Perrers del dormitorio del rey.
—Ah. —Lucie percibía la sonrisa de Owen en su voz. La irritaba que él estuviera de tan buen humor cuando tenía que marcharse por la mañana—. Veo que empiezas a disfrutar tomando parte en estos importantes asuntos del reino.
Owen la abrazó y la puso encima de él, acariciándole el cabello.
—Prefiero los asuntos de mi propio dormitorio.
Lucie lo besó y resolvió disfrutar de aquella noche. Al día siguiente tendría tiempo de preocuparse por el futuro.
* * * * *
Fue necesario que Tildy hiciera mucho ruido para que se despertaran al día siguiente, y Owen acababa de vestirse cuando llegó uno de los caballerizos del arzobispo con una de sus excelentes monturas. Lucie miró a su marido mientras Colgaba su hato de la silla y revisaba los arneses. Recordó el buen humor de que había hecho gala la noche anterior. No había sido su imaginación: estaba contento pese a que tenía que irse.
—¿Volverás para el Corpus? —A ella misma le desagradó el tono implorante de su voz.
Owen lo percibió y se volvió para abrazarla:
—Salvo que nos ilumine la fortuna, me temo que no, amor mío. Pero una vez que vuelva, no me separaré de tu lado hasta que venga el niño. Thoresby puede irse al infierno. —Le acarició el cabello y le besó la frente—. Prométeme que tomarás todas las precauciones, Lucie.
Ella lo abrazó, bebiendo su aroma, su calidez. Se obligó a sonreírle, pues no quería que la recordara con lágrimas en los ojos.
—No tengo ningún motivo para arriesgar mi vida y sí todos los motivos para seguir bien, amor mío.
Se besaron. Lucie tendió a Owen una copa de vino caliente con especias. Era una mañana muy fría para ser verano. Él bebió, volvió a besarla, la abrazó con fuerza y tomó las riendas.
—Me esperan en el portal de la catedral.
Lucie asintió sin palabras; no confiaba en la firmeza de su voz. ¿Qué le pasaba? En los diecinueve meses que llevaban de matrimonio lo había visto partir muchas veces y ya debería haber olvidado aquella preocupación. Siempre volvía. Le tocó el brazo. Él puso la mano sobre la de ella, la apretó y lentamente hizo andar al caballo.
—Dios sea contigo —dijo Lucie suavemente.
Owen no la oyó, por el ruido que hacían los cascos del animal.
Lucie miró su espalda ancha hasta que desapareció más allá de la plaza de Santa Elena. Se abrazó el pecho y pegó los pies al suelo, para resistirse a la urgencia de correr a su dormitorio de la primera planta y mirarlo por la ventana. Tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para quedarse donde estaba.
¿Qué le pasaba? ¿Sería una premonición de peligro? ¿O era sólo su embarazo lo que lo hacía todo difícil? A vísperas iría a la catedral a rezar.
* * * * *
Alfred cabalgaba muy rígido, luchando por tener abiertos los párpados, que preferían cerrarse. Puede que hubiera sido excesivo el ejercicio del día anterior. Pero una vez que estuvieran en marcha, se animaría. A Owen le agradó ver a Ned y Louth vestidos con ropas sencillas. Tenían que atravesar territorio peligroso y no habría sido buena idea ostentar lujos que pudieran atraer a los ladrones. Ravenser salió a despedirlos, junto a Jehannes, que en cuanto arcediano de York les dio la bendición.
Fue una larga y lenta travesía por el páramo. Pasaron su primera noche en la modesta casa de huéspedes de un priorato gilbertino en Maltón. Owen y Ned frotaron la espalda de Alfred con aceite caliente para relajar los músculos tensos. Louth observaba el procedimiento, divertido.
—Debería compadecerte, pero fue tu culpa —le dijo a Alfred—. El mejor remedio para la pena es el solaz de una cabeza llena de vino. Lo que elegiste fue penitencia, no solaz.
Owen lo contradijo:
—Si Alfred se hubiera dormido anoche con la cabeza llena de vino, no habría podido emprender el viaje hoy. —La mimada barriga de Louth lo tenía harto. Aquel día habían tenido que detenerse dos veces para que él descansara. A Owen no le gustaba viajar con gente así. Podría haber dicho mucho, pero viendo la cara apenada de Louth ante su tono de voz, se quedó allí. De momento bastaba con que Louth supiera que no estaba de acuerdo, en lo más mínimo.
El segundo día fue una travesía fácil hasta Pickering, uno de los castillos de Lancaster, donde se les unió un joven Percy, que los guiaría a través de los bosques y pantanos que se extendían entre Pickering y el mar del Norte. El castillo solía usarse como pabellón de caza para nobles que frecuentaban el bosque de Pickering, de modo que sus cuartos de huéspedes, en el ala antigua, eran más cómodos que los de la noche anterior. Aunque el castillo se alzaba sobre una ladera escarpada desde la que dominaba las ciénagas y el páramo, y recibía los vientos del norte, el ala antigua estaba protegida por la muralla.
Después de una agradable cena, los viajeros tomaron vino y contaron anécdotas sobre sus viajes. Owen pensó que podría enterarse de algo sobre Hugh Calverley por boca del joven John Percy.
John hizo una mueca.
—Oh, sí, Hugh Calverley. Una vez que se le conoce, nunca se le olvida, salvo que se sea un tonto. Si lo ofendes, se lanzará sobre ti con los cuernos de punta, eso es seguro. Yo tuve esa mala suerte. —El joven Percy era rubio, con rasgos infantiles y una gran sonrisa.
—¿Lo hiciste enfadar y te golpeó? ¿A un niño? —A Owen le sorprendía la información.
John asintió.
—Lo saludé por la calle, en Scarborough. Cuando volvió al castillo me buscó y me pegó, diciendo que podría haberlo delatado al enemigo. Nunca he visto a un hombre tan enfadado por tan poca cosa.
A Owen le resultó sumamente extraño que los Percy hubieran permitido que un miembro de su familia fuera tratado de ese modo por el hijo de un comerciante.
—¿Tu familia no castigó a Calverley por semejante conducta?
John negó con la cabeza.
—No. Miraron para otro lado.
—Les pareció que necesitabas la lección, ¿eh?
John se encogió de hombros, pero sus ojos revelaron un rencor no apaciguado.
Owen consideró conveniente cambiar de tema.
—¿Cuánto hace que saliste de Scarborough?
—Pasé dos años en el castillo de Richmond afilando los huesos, como dice mi padre.
—¿Hay Percys en Richmond?
—No. No he visto a nadie de mi familia en todo este tiempo, ni he sabido nada de ellos.
—¿Por qué vas ahora a Scarborough?
John se sentó más erguido y sacó pecho.
—Voy a ser alguacil de aranceles y consumos y mi trabajo será buscar en los barcos la lana que esconden.
Y confiscarla en nombre del rey. Owen conocía el trabajo de aquellos funcionarios. Su trayectoria tendía a ser breve y trágica, o se volvían contrabandistas también ellos. Se preguntó si aquel joven sabía lo que le esperaba.
—Es un trabajo peligroso. La gente que se ha atrevido a desafiar al rey no retrocederá ante la idea de arrojar por la borda a un joven alguacil de aranceles y consumos.
El altivo muchacho sonrió de oreja a oreja.
—Soy un Percy, capitán. Vivo para el peligro.
Owen y Ned intercambiaron una mirada divertida por encima de la cabeza del niño. Louth no tenía mucha confianza en un guía tan joven.
—¿Estás seguro de que recuerdas el camino de Scarborough? Dicen que se necesita un guía que conozca bien el trayecto, para que la niebla no lo haga dar media vuelta. Si hace dos años que viniste…
El joven Percy se encogió de hombros:
—Ahora será diferente, seguro. En los bosques y pantanos los caminos cambian continuamente. Pero me orientaré.
—Yo viajé con el arzobispo por estos caminos hace años —dijo Alfred.
Sus compañeros se volvieron hacia él, sorprendidos.
Alfred se pasó una mano por el áspero cabello de color arena. No pareció advertir que debería haber dado aquella información hacía tiempo.
—Dos veces vinimos por este camino, la primera para unirnos a otro grupo que iba a Whitby, la segunda para visitar a sir William Percy en el castillo. Entre John y yo podremos encontrar el camino de Scarborough.
—Dos veces no es tanto —dijo Louth, que seguía dudando.
—Sin ánimo de ser irrespetuoso, sir Nicholas, haber recorrido dos veces el camino enseña mucho sobre un terreno.
Owen y Ned asintieron. Louth se encogió de hombros.
—No tengo alternativa, así que tengo que darme por satisfecho. Pero esta noche mis plegarias serán más fervientes.
* * * * *
A despecho de las dudas de Louth, atravesaron los bosques de Pickering y Wykenham sin extravíos. Era evidente que John Percy conocía el camino. Y Alfred supo ayudarlo. Cuando el camino se bifurcaba y John vacilaba, Alfred olía el aire e inspeccionaba el suelo como un sabueso. Entre los dos lograron que las encrucijadas no los retrasaran.
El páramo pantanoso resultó más difícil. El camino estaba formado por losas de piedra por las que podían marchar caballos y burros cargados; las rocas y el agua hacían el terreno demasiado peligroso para carros. Los hombres desmontaron y sus caballos siguieron las losas, mientras los hombres pisaban con cautela el suelo blando al costado. Era lento y empeoraba cuando había un desvío, pues el camino serpenteaba alrededor de peligrosos charcos y el desvío que parecía más recto no siempre era el más corto.
En una ocasión eligieron el desvío equivocado y siguieron por él hasta que el caballo del joven John Percy se negó a avanzar. Concentrado en calmarlo, John no prestó atención al sitio donde ponía el pie y cayó al agua. Alfred y Owen corrieron en su ayuda y lograron sacarlo, mientras Ned calmaba al caballo y estudiaba la causa del problema. El caballo había resbalado en una losa que sobresalía del pantano, hundida a medias. John se envolvió en la manta que llevaba en sus alforjas y encabezó la vuelta hasta el desvío indicado, decidido a salir de la ciénaga antes de que oscureciera. Louth cerró la capa sobre su cuerpo gordo y rezó para salir de aquel paisaje infernal.
A la caída de la tarde pudieron ver el castillo de Scarborough alzándose al este. Parecía tallado en la ladera rocosa. Una visión magnífica y reconfortante, pero demasiado lejana para alcanzarla aquella noche.
—Hay una posada en la colina siguiente —dijo John—. Dormiremos allí.
Todos estuvieron de acuerdo.
* * * * *
La hosca acogida del posadero se transformó en sonrisas cuando reconoció a un Percy entre ellos.
—Mi padre, de joven, fue palafrenero en el castillo. Sir Henry de Percy no dejaba que nadie más que mi padre tocara el caballo que usó contra David Bruce. —Más cordial estuvo cuando supo que el grupo viajaba bajo la protección de Lancaster. Los llevó a un dormitorio ventilado, relativamente limpio, donde pudieron dejar las alforjas y después les sirvió una cena sencilla pero sabrosa.
Owen no tardó en advertir cuánta suerte habían tenido al contar con la simpatía de aquel hombre. La posada se llenó y los últimos en llegar recibieron la mala noticia de que no había lugar. De hecho, algunos viajeros que habían llegado antes que ellos fueron desplazados para hacer lugar a Owen y a los suyos.
Dos de estos desplazados no recibieron con buen humor la información de que deberían pasar la noche en las cuadras. Eran un par de sujetos con cicatrices en el cuerpo y con dagas llenas de muescas y gastadas por el uso. Empezaron a gritar al posadero, amenazándolo con romper todo y colgarlo a él de su enseña.
Owen y Ned fueron a razonar con ellos. Ned, elegante y con ojos de paloma, sacó, al parecer de la nada, dos puñales y le arrojó uno al brazo alzado de uno de los hombres, clavando la manga a una viga de roble. Mientras se acercaba, arrojaba el otro puñal de una mano a otra y sonreía perezosamente. Owen estiró una pierna e hizo caer al otro hombre, a quien cogió por el cuello y levantó hasta que sus pies casi dejaron de tocar el suelo.
El hombre de Ned miró intranquilo a su compañero colgado de la mano de Owen y después al puñal que bailoteaba a centímetros de su cara.
—Nos arreglaremos en las cuadras por esta noche, caballeros —dijo.
—¿Y qué le dices a nuestro anfitrión? —preguntó Owen.
—No teníamos intención de hacerle ningún daño. Eran sólo palabras.
Ned arrancó el puñal de la viga y tocó suavemente con la hoja la cara asombrada del hombre.
—Es sabio el que sabe cuándo ha bebido suficiente.
Owen soltó al suyo, que se alejó tropezando. Ned volvió a la mesa, todavía jugueteando con los puñales.
—No veo el momento de llegar —murmuró Louth, secándose el sudor de la frente.
—Scarborough es una buena ciudad, caballeros —les aseguró John Percy—. Mi familia tiene derecho a estar orgullosa de ser la guardiana del castillo.
—Desde la ciénaga pude ver la gran muralla que sube por la ladera desde la ciudad y rodea el castillo —dijo Louth—. ¿Quizá protege a la gente del castillo de la gente de la ciudad? Si los protege de gente tan salvaje y violenta como ésta…
John Percy sonreía:
—Es cierto que no se ve gente peor en muchos sitios. Todos son piratas. Lo son incluso los Acclom y los Cárter, que se turnan como alguaciles. Preguntadle a vuestro señor Lancaster sobre ellos. Ha tenido que reprenderlos más de una vez. Pero ¿dónde está el honor de defender algo que nunca es amenazado? Los Percy estamos a la altura. —Miró a Ned—. Fue muy hábil ese juego con los puñales.
Ned los hizo saltar en el aire un poco más y después los guardó.
—Impresiona a las damas de la corte y desalienta a los pendencieros. Es una habilidad que vale la pena desarrollar, aunque se tenga el apoyo del formidable clan Percy.
John Percy se ruborizó, sintiendo la burla en las palabras de Ned.
Owen sonrió para sí. Valía la pena viajar con Ned. Uno se sentía vivo.
* * * * *
Scarborough estaba amurallada por tres lados y el cuarto era el puerto; pero hacía mucho que se había extendido fuera de las murallas. Casi doscientos años antes se había cavado un ancho y profundo foso para envolver el nuevo perímetro, pero no se habían reunido fondos suficientes para construir la nueva muralla y en aquel momento las casas ya se extendían lejos fuera del foso. Dentro de las murallas, las casas de madera se apretaban unas contra otras, por estrechas calles en pendiente que terminaban abruptamente en las arenas del puerto. Y la superpoblación era tal que incluso allí se construía: en cada nueva generación había algún imprudente que levantaba su casa en las arenas y la veía derribada por alguna de las feroces tormentas del mar del Norte. Lo cual no impedía que las reconstruyeran; todos querían estar cerca del lucrativo comercio pirata y de las ferias y mercados que se instalaban cotidianamente en las arenas del puerto.
Cuando el grupo cabalgaba por las calles hacia los muros del castillo, Owen miraba a la gente de la ciudad que realizaba sus tareas aparentemente ajenos a la abrupta inclinación del terreno y al bramido del mar allá abajo. ¿Serían acaso arañas, a las que la inclinación no molestaba? ¿O sería que aquella inclinación le resultaba especialmente molesta a él, con su único ojo? No les preguntó a los otros, pues preguntar habría equivalido a admitir su flaqueza. Ya era bastante penoso que él mismo lo supiera. Sólo esperaba que Hugh Calverley viviera en el recinto del castillo, así no tendría que pasar mucho tiempo entre aquellas callejuelas inclinadas.
Desde la puerta externa del castillo hasta el edificio principal, el camino subía en una pendiente más pronunciada todavía. Sir William Percy había dado órdenes de que los condujeran a su recibidor. Los esperaba desde que había llegado el mensajero de Lancaster tres días antes. Y aquella mañana había recibido noticias de que el pequeño grupo había dado un espectáculo en una posada cercana a la ciudad; por la descripción, uno de ellos parecía ser su hijo John.
Sir William observó a Owen con interés.
—Te describieron como un gigante de un solo ojo que levantó a Tom Kemp del suelo con una sola mano mientras uno de tus amigos le arrojaba un cuchillo a John de Whitby, clavándolo a una viga y asustándolo tanto como para que aceptara dormir en las cuadras junto con su caballo.
Owen se echó a reír y señaló a Ned.
—Los dos hombres querían pelear por el cuarto. Sólo queríamos que vuestro hijo estuviera abrigado después de un resbalón en la ciénaga y pudiera pasar una buena noche de sueño. Así que Ned y yo los convencimos de que nos hicieran el favor. —Se encogió de hombros—. Como podéis ver, no soy un gigante.
Sir William era más bajo que Owen, pero no parecía menos un soldado, robusto y con cicatrices de batallas.
—Es cierto, no diría que eres un gigante. Pero veo que conservas la fuerza de un arquero. —Se dirigió a los viajeros con un ademán de la mano—: Me complace daros la bienvenida, aunque admito que desconozco vuestra misión. Mi señor el duque no me dijo en su mensaje de qué se trataba. Evidentemente es algo de naturaleza delicada. Pero ayudaré todo lo que pueda. Mi señor el duque es un buen amigo de mis primos Henry y Thomas. Pero antes que nada, tenéis que desayunar. —Con unas palmadas puso a los criados en acción y vieron cómo ponían una pequeña mesa—. Y John debe ir a ver a su madre, que está sumamente ansiosa por ver cómo ha crecido su hijo.
Ned le dio una palmada a John en el hombro.
—Es un excelente muchacho, sir William. Nos guio directo y siguió adelante incluso empapado y magullado.
Cuando el grupo hubo comido pan de centeno, queso, una sopa sabrosa y carne de caza fría, los criados levantaron la mesa y salieron. Entró una versión más baja y flaca de sir William, que lo presentó al tiempo que lo invitaba a sentarse:
—Mi hermano Ralph.
Ralph Percy saludó en general sin mirar a nadie a los ojos. Sir William se inclinó sobre la mesa.
—Pues bien. Decidnos qué pueden hacer los guardianes de Scarborough por vosotros.
Louth se aclaró la garganta y se inclinó ligeramente hacia los dos Percy.
—Nuestra misión es encontrar a tres hombres, uno de los cuales, Hugh Calverley de Leeds, está a vuestro servicio.
Sir William gruñó, frunció el entrecejo mirando a su hermano y se volvió hacia Louth:
—Puedo enseñaros dónde lo enterramos.
—¿Hugh Calverley está muerto?
Sir William asintió.
—¿Cómo murió? —La desilusión de Louth era patente.
—Un sirviente lo encontró yaciendo en un charco de sangre, delante de su propia chimenea. La casa había sido saqueada, todo estaba fuera de su lugar. Alguien que quería robar, sin duda. —Sir William sacudió la cabeza. Louth miró a Owen.
—¿Cuándo sucedió? —preguntó Owen.
Sir William cerró los ojos y se concentró.
—Recuerdo que en su entierro se dijo algo sobre san Ambrosio. Eso era a comienzos de abril.
—Poco después de la desaparición de Will Longford —murmuró Louth.
Ralph volvió sus ojos saltones hacia Louth:
—¿Longford?
—Sí —dijo Owen—. El hombre que Hugh trató de desenmascarar ante vosotros.
Sir William asintió:
—Hubo una época en que venía a menudo a Scarborough y desaparecía en la ciudad con una facilidad prodigiosa. Pusimos a Hugh para que le tendiera una trampa. Pero el tipo era demasiado astuto. Supo que Hugh estaba buscando algo, antes de que él averiguara nada. —Se sirvió cerveza—. ¿Creéis que vino a matar a Hugh? ¿Después de tanto tiempo?
—Quizá —dijo Owen encogiéndose de hombros.
—¿Qué más sabéis de Longford? —preguntó Sir William a Owen.
—Poco más que eso. Hemos venido a averiguar todo lo posible sobre él.
Sir William se echó atrás en el asiento, con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
—Quizá deberíais decirnos de qué se trata.
Owen hizo un signo afirmativo a Nicholas de Louth, que no pareció complacido. Pero hizo un breve y claro resumen de los hechos tan peculiares sucedidos el anterior año.
Sir William sacudió la cabeza al oír la historia de Joanna Calverley. Asintió con entusiasmo al oír la conexión que hacía Lancaster entre el capitán Sebastian y los soldados que había visto Joanna.
—Me gustaría saber dónde los vio. Nos enteramos de que Sebastian y su compañía cruzaban el canal para reclutar hombres. Hemos buscado su sitio de reunión. Hugh se encargó de averiguarlo. ¿Cómo es que su hermana lo sabía y él no nos lo dijo?
—¿Conocíais bien a Hugh? —preguntó Owen.
—No era un hombre con el que se pudiera intimar, si es eso lo que preguntas. Nunca pude ver dentro de su corazón. Pero supo sacar de debajo de las piedras a algunos franceses y escoceses de por aquí. Me sirvió bien.
Owen no había creído que conocieran bien a Hugh. Había sido un hombre de servicio, descartable. Ellos eran Percys, por encima de todos los demás en la ciudad.
—Vuestro hijo tuvo algún problema con él.
Sir William frunció el entrecejo, disgustado:
—¿John se quejó al respecto?
—No. Yo le había preguntado si conocía a Hugh Calverley. Me habló del incidente.
—Fue una lección que John necesitaba aprender. Hugh no estaba relacionado abiertamente con el castillo.
Owen asintió.
—Os hablamos de la hermana de Hugh. ¿Sabéis si Joanna vino a buscar a Hugh a finales del invierno, o comienzos de la primavera? Es una mujer pelirroja, de ojos verdes, bonita.
Sir William miró a su hermano.
—Hugh no dijo nada sobre una hermana, pero era un tipo callado. —Ralph tenía cara de preocupación. Le faltaba el lóbulo de la oreja derecha y una cicatriz en ese lado del cuello era el recuerdo de una estocada casi mortal—. Pero en esa época Hugh estaba ausente. Quizá la vio en otra parte.
—¿Ausente?
Al fin Ralph miró a Owen a los ojos.
—Se había ausentado durante unos diez días más o menos antes de su muerte. Dijo que estaba en la pista de un hombre que podía conducirlo al capitán Sebastian. Siempre estaba buscando a gente que pensaba que podía llevarlo al capitán. Había llegado a estar un tanto obsesionado por Sebastian. —Ralph sacudió la cabeza—. Les deseo buena suerte. —Con una sonrisa malhumorada, bajó la vista al suelo. Estaba claro que había dado por terminada su participación en el diálogo. Sir William hizo un ademán conciliatorio.
—Es posible que Hugh haya sido asesinado porque se acercó mucho a Sebastian… Pero no lo había encontrado. O, si lo había hecho, no nos lo había dicho.
—¿Adónde había ido Hugh?
Sir William sacudió la cabeza:
—Iba y venía todo el tiempo. Nunca sentí la necesidad de vigilarlo.
—¿Quién lo acompañaba?
—Sus dos hombres.
—¿Son vuestros hombres también?
—No.
—Eso es inusual. —Sir William tomó otro trago y Owen continuó—: Me gustaría hablar con los hombres de Hugh.
Sir William se miró las botas. Ralph Percy no tuvo más remedio que explicar:
—No volvieron con él, por lo que sabemos. Volvió sin su presa y sin sus hombres.
Owen estaba sentado con la espalda contra la pared y las largas piernas estiradas a los lados de la mesa. Sir William y su hermano Ralph eran hombres de combate. Los comprendía. Entendía que en aquel momento sir William se sentía incómodo e irritado por causa de su hermano.
—Habladnos de Hugh, por favor, sir William. ¿Cómo era?
Sir William alzó una mirada intrigada hacia Owen.
—¿Os sorprende qué haga semejante pregunta sobre un soldado? —dijo Owen.
—La mayoría no se pregunta nunca por el carácter de un soldado, sino sólo sobre su habilidad con las armas, su valor, su lealtad.
—Ése sería un buen punto por el cual comenzar. Supongo que no habríais empleado a Hugh si no hubierais confiado en él.
—Manifestó buena disposición a servirnos. Lo puse a prueba con el sello de Sebastian. Falló, pero no se acobardó. Nos pidió otra oportunidad. Tenía valor y perseverancia. Ésas son buenas cualidades en un soldado.
—¿Nunca dudasteis de su lealtad?
Sir William frunció el entrecejo:
—¿Debería haberlo hecho?
Owen se encogió de hombros.
—¿Alguna vez hizo algo que os despertara dudas?
—No. —El tono de voz se hizo más agudo al final de la palabra. ¿Indicaría una duda?
—Pero ¿había algo en él que os hacía pensar?
Ralph intervino con un resoplido:
—¿Pensar? No, correr. El hombre tenía un temperamento irritable. Todos sus compañeros aprendieron que no convenía hacerlo enfadar. Así que lo dejamos que escogiera sus propios hombres.
—¿Mató a algún compañero?
—No —se apresuró a decir sir William, haciendo callar a su hermano con una mirada de severidad—. No —repitió, esta vez suavemente, dirigiendo una sonrisa a Owen—. Pero hubo discusiones. Y hasta llegaron a las manos. Después los hombres preferían trabajar con otro. Decían que el carácter de Hugh estallaba con la más mínima chispa. Se sentían… incómodos con él.
—Seguramente corrió el rumor en las barracas y nadie quiso trabajar con él —dijo Ned—. He conocido casos así.
Sir William pareció agradecido.
—Pero nunca hubo informes de que se pusiera contra nosotros, si eso era lo que queríais saber.
Owen asintió.
—¿Dónde encontró a esos dos hombres que desaparecieron?
Los dos hermanos se encogieron de hombros.
—¿No os interesó?
—Parecía que podrían combatir bien —dijo Ralph—. Con eso nos bastaba.
Owen decidió hacer caso omiso de momento de aquella intrigante indiferencia.
—Hugh vivía solo, ¿no?
—Sí —asintió Ralph—. En una casa pequeña de los acantilados, al sur de aquí. Bien escondida.
—¿Tenía una mujer?
Sir William se encogió de hombros.
—No, nos habríamos enterado.
—¿Criados?
—Harry, su mayordomo. Está aquí en el castillo. ¿Queréis hablar con él?
—Sí. —Owen se inclinó hacia Ralph—. No hicisteis nada en relación con su asesinato, ¿verdad?
Ralph alzó la vista sobresaltado.
—¿Qué quieres decir?
—No hubo averiguaciones, ni intentos de deducir lo que pasó. Pensasteis que fue uno de sus antiguos compañeros, ¿verdad? ¿Quizá los dos hombres que desaparecieron?
—¿Y a quién le habría importado? —respondió Ralph.
—¿Por qué no le habéis comunicado a su padre lo que pasó?
Ralph se ruborizó y sir William habló después de toser nerviosamente.
—No hemos enviado a ningún mensajero a Leeds desde entonces.
Owen sonrió.
Louth lo miraba intrigado.
—¿Podéis hacer venir a Harry?
Sir William le hizo una señal a Ralph, que partió sin decir una palabra.
* * * * *
Harry era un hombre maduro y duro de oído. Owen se sentó a su lado y le habló alto al oído.
—¿Hubo algún problema en la casa antes de que muriera Hugh Calverley?
Harry esbozó una sonrisa maligna.
—Una bonita pelirroja. Sí.
—No entiende —dijo Louth en voz baja.
Owen no le hizo caso.
—¿Lo visitó una mujer?
Harry asintió.
—Lo llamaba «hermano». —Alzó la vista.
—¿Cómo se llamaba?
—Nunca lo dijo.
O bien Harry no lo había oído. Pero Owen lo había observado cuando entró en el cuarto. Parecía captar lo que decía la gente por el movimiento de los labios.
—¿Algún otro problema?
Harry soltó una risita.
—Siempre había problemas alrededor del señor Hugh. Estaba vigilando una casa, eso puedo deciros. Incluso puedo indicaros qué casa es. Se interesó cuando le dije que había visto allí al cojo aquel.
—¿Longford?
—Sí. El mismo.
—¿Cuánto hace que viste allí al tal Longford?
—Hace unos años —dijo Harry encogiéndose de hombros.
Owen se echó hacia atrás con expresión preocupada.
—¿Es decir que Hugh vigiló esa casa durante años?
Harry se llevó una mano a la oreja.
—¿Qué?
Owen se acercó y repitió la pregunta.
—Oh, sí. No todo el tiempo, claro. Yo le informaba cuando veía gente que podía interesarle.
—¿Qué clase de gente?
—Militares. O gente que parecía forastera.
—¿Y quién estuvo en la casa más recientemente?
—La pelirroja.
—¿Nos llevarías a la casa?
Harry asintió.
—Esta noche. Será mejor. En la oscuridad.
* * * * *
Louth llamó a la puerta del cuarto que Owen compartía con Ned y Alfred. Por ser canónigo de Beverley y empleado del príncipe Eduardo, a Louth le habían dado un cuarto privado, igualmente pequeño, pero para él solo. Ned había salido con Alfred en busca de diversión y Owen había estado acostado, pensando en lo que había sucedido por la mañana. No le gustó la interrupción y suspiró cuando hubo más golpes.
—¿Qué pasa?
Louth abrió la puerta, lo suficiente para asomar la cabeza.
—Me gustaría hablar contigo.
Owen asintió. Louth entró y se sentó en la cama de Ned. La carne de su rostro redondo estaba flaccida, como si el viaje lo hubiera agotado.
—Noté que habías encontrado algo interesante en el hecho de que los Percy no reportaran la muerte de Hugh. ¿Por qué no seguiste por esa línea?
—Quiero preocuparlos.
—¿Por qué? —preguntó Louth parpadeando.
—La gente hace tonterías cuando se preocupa.
—¿Qué esperas que hagan?
Owen se encogió de hombros.
—Ya veremos.
Louth bajó la vista.
—No confías en mí. —Preguntó malhumorado.
¿Confiaba en Louth? Owen no lo consideraba muy brillante, pero creía que sus intenciones eran buenas.
—No sé qué están escondiendo. Pero es un presentimiento que tengo.
Louth volvió a mirarlo.
—Podrías haber conseguido que lo dijeran en ese momento.
—No. No tienen motivo para confiar en mí y mucho menos para confesarse conmigo. No ahora. Todavía no.
—¿Qué esperas averiguar en la casa que Hugh estaba vigilando?
—Quizá nada. Pero el mismo Harry es interesante. Cuando le pregunté por problemas, pensó en Joanna. ¿Por qué? Creo que Harry nos será mucho más útil que los Percy. —Se dio una palmada en los muslos y se puso de pie—. Necesito una buena caminata y aire fresco. ¿Quieres dar una vuelta por las murallas conmigo?
Los ojos de Louth se dilataron por el horror.
—Por supuesto que no. Iré a la capilla.
Owen sonrió. Había sospechado que Louth rechazaría la invitación. En aquel momento tendría tiempo para pensar.