Thoresby recibió a Lucie y a su padre en medio del vestíbulo.
—Bienvenidos, sir Robert y señora Wilton. Sois muy amables al aceptar mi invitación.
Lucie hizo una ligera reverencia:
—Su ilustrísima nos honra. —Tenía los ojos bajos, pero él ya había notado con qué atención habían inspeccionado todo el vestíbulo al entrar. Estaba hermosa, con un vestido azul que destacaba el color de los ojos. En su gracia y apostura se reflejaba la cuna noble.
Thoresby se volvió hacia el caballero de pelo blanco. Había esperado un hombre de atuendo sombrío, enterado como estaba de la larga peregrinación de D’Arby a ultramar después de la muerte de su esposa. Pero lo sorprendió su elegancia: llevaba un traje de terciopelo verde y un cinturón con gemas del que colgaba un puñal con tallas intrincadas.
—Sir Robert, sois especialmente bien recibido. Os conocí una vez, hace años, cuando estabais al servicio del rey.
Sir Robert inclinó la cabeza:
—Tuve el honor entonces y vuelvo a tenerlo ahora, ilustrísima.
—¿Mi hombre os escoltó bien?
Sir Robert volvió a asentir.
—Aunque no había necesidad, ilustrísima. Mi escudero Daimon era protección suficiente para mi hija.
—Quizá me excedí en precaución, pero como la señora Wilton debe de saber, dos de mis hombres fueron atacados hace unos pocos días. Y estoy en medio de un desagradable asunto en el que hay dos muertes violentas. Me preocupaba que pudiera poneros en peligro con esta invitación a cenar. Todos saben que el capitán Archer trabaja para mí y lo que hace. Y si los atacantes saben que la señora Wilton ha hablado con sor Joanna Calverley…
Sir Robert parecía intrigado.
—Siento como si hubiera entrado en un cuarto en medio de una conversación.
Lucie, en cambio, pareció entender de pronto.
—Entonces ¿tiene esta velada que ver con sor Joanna?
Viendo la confusión de sir Robert, Thoresby comprendió que Lucie Wilton no le había hablado a su padre del tema. Tal vez aquella velada no había sido una idea tan inteligente después de todo. Pero tenía que hacer lo posible. Le sonrió a Lucie:
—El hermano Wulfstan y sor Isobel de Percy me aconsejaron que os consultara sobre ese asunto.
La mirada alarmada de sir Robert fue del arzobispo a su hija y otra vez al primero.
—¡Ilustrísima! ¿Habéis involucrado a mi hija en algún plan peligroso?
Lucie puso la mano sobre el brazo de su padre:
—Paz, sir Robert. Ayudé al enfermero de Santa María con una monja fugitiva que había vuelto, eso es todo.
La mirada sombría de sir Robert dejaba ver que se sentía incómodo. Thoresby tenía que calmarlo, o la velada sería un fracaso.
—Por favor, sir Robert, sé cuál es el estado de vuestra hija y he visto a su marido en acción. Os aseguro que no haría nada para incurrir en la ira de ese hombre.
Lucie soltó una pequeña risa.
—Además, sir Robert, no fue su ilustrísima sino mi viejo amigo el hermano Wulfstan y sor Isobel de Percy, la madre superiora, quienes me hablaron de sor Joanna.
El momento incómodo fue interrumpido por la llegada de dos hombres.
Uno, vestido con la túnica de arcediano, hizo una reverencia al arzobispo.
—¡Ilustrísima! —Era un hombre delgado, con la clase de rostro que sigue siendo infantil incluso cuando las arrugas y las cicatrices cubren su superficie.
El otro caballero era un sorprendente gemelo del arzobispo, sólo que más joven.
Thoresby presentó a Jehannes, arcediano de York y a sir Richard de Ravenser, preboste de Beverley y director del Hospital de San Leonardo. Al notar las miradas de Lucie que iban y venían entre el arzobispo y Ravenser, el primero añadió:
—Sir Richard es hijo de mi hermana, señora Wilton. Veo que notáis el parecido.
Lucie se ruborizó, lo que resaltaba su belleza.
—Es un parecido notable.
Thoresby observó divertido la reacción de su sobrino ante Lucie Wilton. Ravenser miró a Lucie, después echó una rápida mirada a su propio atuendo y suspiró aliviado al confirmar que estaba vestido a la moda, hopalandas verdes y calzas doradas.
—Señora Wilton, sois el ornamento del salón con vuestra belleza —dijo Ravenser haciendo una leve reverencia.
Dos manchas rojas de irritación aparecieron en los pómulos de Lucie. Clavó sus fríos ojos azules en Ravenser.
—Sir Richard.
Ravenser miró con confusión a su tío, que no tuvo tiempo de borrar la sonrisa de su rostro.
—La señora Wilton es maestra boticaria, Richard. La he invitado esta noche para consultarla sobre sor Joanna, no como un ornamento.
Afortunadamente para Ravenser, en aquel momento Lizzie los llamaba a la mesa. El hermano Michaelo ya esperaba allí.
* * * * *
Durante el primer plato, lentejas con cordero bien sazonado, Jehannes y Michaelo mantuvieron un intenso intercambio de noticias sobre los preparativos de la procesión y las carrozas del Corpus Christi. Sir Robert comía con entusiasmo a la vez que respondía con cortesía a las preguntas de Ravenser sobre la propiedad de Freythorpe Hadden. Cuando se sirvieron los capones, el hermano Michaelo interrogó a Lucie sobre las virtudes del cardamomo y si comerlo en cantidad con el pollo le daría fuerzas. Lucie estaba intrigada por el secretario. Siempre le había parecido un hombre desagradable, pero aquella noche no estaba menos encantador que Jehannes, que se comportaba de modo tan sincero y amable como Owen lo había descrito. No obstante, lo que más divirtió a Lucie fue que ni aquel secretario ni el anterior hicieran ningún esfuerzo por ocultar su admiración por Juan Thoresby. Lucie, sin darse cuenta, se quedaba observando con mucha atención al arzobispo, preguntándose qué había en aquel hombre que inspiraba tanta lealtad en sus secretarios y tanta desconfianza en Owen. No hizo caso de Ravenser, aunque no era fácil, porque él no le quitaba el ojo de encima. No era hombre de aspecto desagradable, con inteligentes ojos oscuros y una boca sensible, pero evidentemente creía que, como ornamentos que eran, a las mujeres les gustaba que las miraran. Lucie hacía esfuerzos para no echar a perder la velada dando rienda suelta a su irritación.
Después de la cena, los criados dispusieron las sillas alrededor del fuego. En pequeñas mesas había frutas y nueces, aguardiente, clarete y aguamiel.
Cuando todos estuvieron sentados, Thoresby se sirvió una copa de aguardiente e invitó a los demás a hacer lo mismo. Lucie, su padre, Ravenser y Jehannes siguieron la elección de Thoresby. Michaelo vaciló y parecía incómodo.
—¿Tengo que irme, ilustrísima? ¿O queréis que me quede?
Thoresby bebió un sorbo de aguardiente y miró a su secretario por encima de la copa.
—¿No debería confiar en ti, hermano Michaelo?
El secretario pareció sorprendido por la abrupta pregunta.
—Podéis confiarme la vida, el cielo es testigo.
Thoresby asintió.
—Entonces sírvete de beber, hermano Michaelo y escucha. —El arzobispo se dirigió a Lucie—. Ahora os cederé la palabra. Pero primero tengo que contaros los hechos recientes. Me han convencido de que hacemos frente a algo mucho más serio que una monja enamorada y abandonada. —Contó la historia de Alfred—. Desde el principio, las relaciones de Will Longford me preocuparon, sobre todo su participación en las compañías blancas de Bertrand du Guesclin. ¿Es posible que sor Joanna haya caído en medio de criminales que ahora temen que revele sus secretos? ¿O fue ella misma parte de una de aquellas sociedades hasta que huyó? Me preocupa el papel de Longford en todo esto. —Thoresby se volvió hacia sir Robert—: Entiendo que la señora Wilton no os contó nada de esta circunstancia, ¿no es así?
Sir Robert asintió con la cabeza.
—Perdonadme, ilustrísima, pero cuanto más escucho, menos me gusta. —Se volvió hacia su hija—. No es que me proponga interferir, pero como padre, debería estarme permitido preocuparme por ti.
Lucie inclinó la cabeza y pensó que el repentino entusiasmo de sir Robert por la paternidad era ridículo. Sir Robert se volvió al arzobispo.
—¿Preferís que no tome parte en esta consulta?
—De ninguna manera. Tenéis mucha experiencia con las compañías blancas. Podéis darnos algún dato importante.
Sir Robert se sentó un poco más erguido.
—Podría. Pero aburriríais a vuestros otros invitados si tenéis que explicarme la situación.
—Al contrario. Todos conocen partes, pero no la historia completa. Nos convendría conocerla desde el comienzo. —Thoresby bebió de su aguardiente y contó los detalles, de los que había hecho una lista aquel mismo día. Terminó con la nota de sor Isobel solicitando la ayuda de Lucie.
Lucie estaba intrigada por la observación de Joanna sobre la tumba, aunque no vio nada directamente alarmante en ella. Ni lo hicieron los otros. Pero los arañazos del cuello les preocupaban.
—Debería estar siempre vigilada —dijo Ravenser.
—Lo está —asintió Lucie—. Sor Joanna cree estar maldita. Es imposible predecir lo que puede hacer.
Thoresby asintió.
—Sor Joanna tiene una imaginación febril. —Se volvió hacia Lucie—. ¿Visteis alguna herida al examinarla?
Lucie describió el estado de la monja.
—Ella culpa a su propia torpeza por todas las heridas y dice que está maldita y no puede ser curada.
—Mujer y obstinada —comentó Ravenser.
Lucie cerró los ojos para no fulminar con ellos a Ravenser. Quería ser amable, pero él ponía a prueba su paciencia. ¿Cómo podía ser preboste de Beverley y director del Hospital de San Leonardo un hombre así?
—¿Qué conclusión sacasteis respecto a esas heridas? —preguntó Thoresby.
—Que fue golpeada recientemente… quizás haga un mes. Cuántas veces, no puedo decirlo. Es posible que todas las marcas sean de un mismo ataque.
Ravenser sacudía la cabeza:
—A ningún hombre le gusta pegar a una mujer. Así que la pregunta es qué hizo sor Joanna para desencadenar esa violencia.
Aquélla fue para sir Robert la ocasión de desmentir a Ravenser:
—Los hombres de las compañías blancas tienen fama de violar y asesinar brutalmente a mujeres… monjas incluidas.
Ravenser abrió la boca para protestar, pero Thoresby alzó una mano para callarlo.
—De modo que ha estado en compañía de alguien que tiene la conducta de un soldado de las compañías blancas —dijo Thoresby.
—Quizás Longford —sugirió sir Robert.
—Sí. —Thoresby se sirvió más aguardiente y echó atrás la cabeza, mirando el techo—. La familia de Joanna pagó una suma generosa a San Clemente para no volver a tener nada que ver con ella.
—Simonía —dijo Ravenser con un resoplido.
Thoresby miró a su secretario, que bajó la cabeza bajo la mirada del arzobispo.
—La Iglesia no admite que se pague a un monasterio por encargarse de alguien, pero lamentablemente no es una práctica rara, que una familia compre un lugar para un miembro poco favorecido.
Lucie recordó que Owen le había contado que Thoresby había aceptado a Michaelo como su secretario en razón de una generosa donación de su familia a la capilla de la Virgen de la catedral.
Thoresby, mirando directamente a Michaelo, añadió:
—A veces esos arreglos llegan a ser buenas relaciones de trabajo.
Lucie pudo observar la sorpresa de Michaelo. No alzó la vista, pero en sus labios estuvo bailoteando un asomo de sonrisa. Algo había cambiado entre el arzobispo y su secretario, eso era evidente.
—Aun así —dijo Jehannes— que la familia haya querido quitársela de encima sugiere que siempre fue una persona difícil.
—¿Pensáis que sor Joanna está loca, señora Wilton? —preguntó Thoresby.
Lucie negó con la cabeza y añadió:
—Pienso que está abrumada por la culpa, que la roe y no le da un respiro.
—Me dicen que habló más claramente con vos que con nadie. —Thoresby tomó un sorbo de aguardiente con actitud pensativa—. Si aceptáis, señora Wilton, pienso que sería bueno que hablaseis con sor Joanna.
Lucie apretó su copa en la mano.
—Tengo la tienda, ilustrísima.
—Sólo estaríais ausente para esas conversaciones.
—No he accedido.
—No. Pero os pido que lo penséis. Dos hombres yacen heridos en la enfermería de Santa María, uno quizá mortalmente. Una joven fue violada y asesinada, el criado de Longford fue asesinado y enterrado en la tumba cavada para Joanna. Algo anda mal aquí y debemos descubrir qué es antes de que suceda algo peor. La reverenda madre ha tratado de ganarse la confianza de Joanna, pero no ha tenido tanto éxito como vos. A decir verdad, tengo poca fe en sor Isobel actualmente.
—Le estáis pidiendo a mi hija que se ponga en peligro —dijo sir Robert. Su voz era baja, pero irritada.
Thoresby asintió.
—No se lo pediría a muchas mujeres. Pero conozco el valor de la señora Wilton. No me fallará.
Lucie sintió una mezcla confusa de emociones.
—¿Esperáis convencerme con halagos?
—Sois tan dura como Archer —dijo Thoresby sonriendo—. No. Sólo os pido que lo penséis.
—Owen quiso que le prometiera que no me involucraría más en esto.
Thoresby arqueó una ceja.
—Ah. Se me anticipó. Está enfadado porque lo mandé tan pronto a Leeds a hablar con los Calverley.
—No se lo prometí.
—No entiendo —interrumpió sir Robert—. ¿Por qué habéis sacado a Owen de su trabajo con los arqueros? ¿La misión de Lancaster para el príncipe Eduardo no es más importante que una monja fugitiva y en el peor de los casos una banda de asesinos que trata de callarla?
Lucie estaba escandalizada por la audacia de su padre. Pero Thoresby no parecía sorprendido.
—Para Lancaster es ciertamente más importante. Pero podría cambiar de opinión.
Sir Robert sacudió la cabeza.
—No podéis pensar que vuestras preocupaciones por York son más importantes que el bienestar de toda Inglaterra. Sois el lord canciller del rey.
—Es cierto. Pero no estoy tan seguro de que lo mejor para Inglaterra sea restaurar a don Pedro en el trono de Castilla.
—El rey ha prometido su apoyo —dijo Ravenser suavemente.
Lucie quería oír más, ya que era la misión que Owen estaba ayudando a preparar.
—Si don Pedro es el heredero legítimo, ¿cómo puede haber disputa? Y los franceses ayudaron a Enrique a tomar Castilla. ¿No estamos en guerra con Francia?
Thoresby miró el fondo de su copa y la dejó en la mesa que tenía delante. Juntó las manos, apretó entre las cejas con los pulgares y miró a Lucie:
—De vez en cuando estamos en guerra con Francia, sí. Pero en cuanto a la legitimidad de Pedro, el papa mismo la ha negado. Excomulgó a don Pedro y legitimó a su medio hermano. Si se cree que el papa es infalible, los franceses tienen razón.
—¿Por qué lo excomulgó el papa?
Thoresby se encogió de hombros:
—Sólo porque Pedro está en buenas relaciones con el rey moro de Granada y con comerciantes judíos. Su santidad podría haber encontrado acusaciones mucho más graves contra él. Dicen que hizo asesinar a su esposa, una princesa francesa, un día después de la boda, pero me cuesta creer una cosa así. Don Pedro protege a los campesinos y a las clases medias y es un enemigo declarado de muchos nobles, con los que no tiene compasión; por eso lo llaman el Cruel.
Jehannes se santiguó.
—Entonces ¿por qué lo apoyan Lancaster y el príncipe?
—Por un tratado que nuestro rey firmó hace cuatro años. Y porque los franceses apoyan a Enrique. Ya veis por qué pongo en duda que esta peligrosa campaña sea algo sensato.
—Eso es casi traición —dijo Ravenser en voz baja—. Nuestro rey ya tiene un espía traidor en el cabildo de York.
—Heath es hombre del papa, no porque crea en la infalibilidad de Urbano, sino $porque ha encontrado el camino del oído de Urbano y gana dinero susurrando información en él. No soy tan vil, Richard. Ni soy parte del cabildo. En realidad, si el diácono y el cabildo pudieran hacer su voluntad, yo no podría acercarme a York más allá de Bishopthorpe.
Lucie encontraba tediosa la conversación. ¿Qué le importaban a ella el diácono y el cabildo? Se preguntaba cómo llegar a alguna conclusión.
Afortunadamente, Thoresby llegó por ella.
—Estemos en lo cierto o no, Archer no tardará mucho en hablar con los Calverley. Y después seguirá viaje a Pontefract, para presentar a los arqueros a Lancaster. Confío en que Lancaster quede complacido. Además, sir Nicholas de Louth le hará un informe de todo lo que ha sucedido, especialmente lo relacionado con Will Longford y la historia de sor Joanna sobre los soldados que salieron del puerto de Scarborough.
Jehannes se inclinó:
—¿Qué es eso?
—La abadesa de Nunburton contó varias versiones de la historia de la monja —dijo Ravenser—. Pero los elementos que se repetían eran soldados y arqueros haciéndose al mar con hombres que hablaban una variedad de lenguas distintas. ¿Estarán contratando hombres de combate para debilitarnos? Parece algo de Du Guesclin.
—¿Hay pruebas de eso? —preguntó Jehannes.
Ravenser negó con la cabeza.
—Ya veis que todo lo que rodea a la reaparición de sor Joanna me concierne tanto como arzobispo cuanto como lord canciller —dijo Thoresby—. Y podría cambiar la opinión de Lancaster respecto de la importancia de Joanna Calverley.
Sir Robert se encogió de hombros.
—Sea como fuere, nuestra causa en Castilla es justa. Se haya ganado o no Pedro su apodo de «el Cruel», es rey por derecho divino.
—Pero, como excomulgado, ¿no ha perdido ese derecho? —preguntó Thoresby.
—Parecéis más un hombre del papa que del rey —dijo sir Robert con seriedad.
—Como arzobispo y lord canciller, tengo tres señores, Nuestro Divino Señor, el papa y mi rey.
Preocupada por la creciente agitación de sir Robert, Lucie se puso de pie.
—Perdonad, pero se hace tarde, ilustrísima, caballeros. Tengo que agradeceros vuestra hospitalidad.
Thoresby se levantó y se inclinó ante Lucie:
—Espero que encontréis un modo de ayudamos, señora Wilton. Y que no retraséis demasiado vuestra decisión.
—No entra en mis costumbres retrasar las decisiones más de la cuenta. Ya he decidido ayudaros.
Thoresby sonrió:
—Dios os bendiga, señora Wilton. Quedo en deuda con vos.
—Iré mañana a Santa María.
El arzobispo en persona acompañó a Lucie y a sir Robert a la puerta. Mientras esperaban a que Lizzie trajera el manto de Lucie, Thoresby llevó aparte a Lucie:
—Quiero que me disculpéis por meteros en este asunto y por haber enviado de viaje a vuestro esposo cuando estáis esperando vuestro primer hijo.
Lucie lo miró y observó en su rostro algo que le pareció sincero.
—Gracias. No es fácil estar lejos de Owen en este momento. Pero jamás se me ocurriría utilizar mi embarazo como excusa para apartar a Owen de sus obligaciones. O para eludir las mías.
—Sabía que no lo haríais —dijo Thoresby y estaba a punto de decir algo más cuando apareció Lizzie con el manto. Lucie comprendió que se guardaba lo que había estado a punto de decir y decía otra cosa—: Vos y vuestro hijo estáis en mis plegarias.
—Gracias.
—Id con Dios.
—Quedad con Él, ilustrísima.
Sir Robert le hizo una rígida reverencia.
Gilbert y Daimon aparecieron de la nada para escoltarlos hasta su casa. Lucie agradecía la presencia de Gilbert, pues retrasaba una charla a solas con sir Robert.
Tan pronto como estuvieron otra vez casa, con las puertas cerradas, Gilbert camino de palacio y Daimon arriba en su cuarto, sir Robert se volvió hacia ella:
—¡Ese clérigo arrogante! ¡Poner en duda al rey y al príncipe Eduardo! —La voz que había sido tan suave toda la velada, ahora retumbaba.
Lucie esperaba que no despertara a Tildy.
—¿No es prudente de parte del rey tener consejeros con opiniones propias, sir Robert?
Sir Robert resopló de disgusto.
—Palabras de mujer. ¡El deber de un hombre es obedecer a su rey! —Los ojos le llameaban de ira.
Lucie cerró los ojos, demasiado familiarizados con aquella visión desde su infancia.
—Por favor, bajad la voz.
—Y además involucrarte a ti, en tu estado… —Sir Robert se arrancó el cinturón y llamó a Daimon a gritos.
—Bajad la voz, sir Robert —dijo Lucie con los dientes apretados.
Él arrojó el cinturón sobre un banco.
—¿Por qué me llamas siempre «sir Robert»? ¿Por qué nunca me llamas «padre»?
Lucie se derrumbó en un banco, deseando estar en la cama. ¿Qué había hecho él para merecer su afecto? Respeto, sí, ella le daba respeto, como era su deber. Pero afecto…
—No tengo por costumbre decir «padre», sir Robert. Os vi poco durante mi infancia. Y tan pronto como murió maman me enviasteis lejos, con las hermanas de San Clemente.
Sir Robert abrió la boca, la volvió a cerrar, inclinó la cabeza y apretó los puños. Un momento después, volvía a encargarse del cinturón y llamaba otra vez a gritos a Daimon.
El escudero bajó deprisa la escalera.
—Perdonadme. Estaba preparándoos la cama, señor.
Cuando Lucie los siguió por la escalera, sintió un gran cansancio. Sería una visita muy larga.
* * * * *
Sentado ante el fuego con su sobrino, tomando aguardiente, Thoresby observaba al joven. Comprendió que nunca había pensado en Richard como un hombre lascivo. Había estado destinado a la Iglesia desde su nacimiento. La hermana de Thoresby nunca había hablado de ninguna otra ambición de su hijo. Pero después de observar la conducta de Richard aquella noche, Thoresby tenía sus dudas.
—No pude menos de advertir qué atractiva te parecía la señora Wilton. Tu deseo era evidente.
Ravenser sonrió mirando a la distancia, donde al parecer veía una imagen de Lucie Wilton.
—Una criatura atractiva. Aunque me temo que me encontró pesado.
—¿Estás contento en la Iglesia, Richard?
Ravenser se volvió hacia su tío.
—Totalmente. ¿Por qué? ¿Es pecaminoso apreciar la belleza?
Thoresby negó con la cabeza.
—Es solamente una palabra de advertencia. Un hombre con una carrera en ascenso, como tú, debe evitar pasiones impropias. Pueden volver para perseguirte de modos inesperados y peligrosos. —Lo decía con conocimiento de causa, por su experiencia reciente.
Ravenser lo miró con el entrecejo fruncido.
—Soy sólo un hombre. Tengo apetitos.
Thoresby vació su copa.
—Satisfácelos discretamente, Richard. Y con prudencia.
—No creo que haya sido para tanto. No me arrojé sobre ella, ¿verdad?
—Yo pude sentir tu acaloramiento. Si hubieras estado solo con ella…
Ravenser pareció escandalizado.
—No soy un animal, tío.
Thoresby se relajó.
—Lo que veo ahora en ti me alivia profundamente, sobrino. No diré más.