Estimados lectores:

Babbage Town es totalmente ficticio, pero está inspirado en parte en Bletchley Park, situado a las afueras de Londres y donde los aliados descifraron las claves alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. He distorsionado ciertos detalles geográficos y otros hechos sobre la ubicación de Babbage Town, me he inventado lugares, he inventado totalmente la historia de esa zona de Virginia, incluyendo las mansiones abandonadas y, en general, me he dejado llevar por la imaginación en sentido literal. Sin embargo, los lectores familiarizados con la historia de Virginia reconocerán en la novela la influencia de ciertas fincas «verdaderas» de Tidewater situadas a lo largo del río James (en vez del río York) de relevancia histórica, como Westover, Carter’s Grove y Shirley Plantation. Por suerte, este triunvirato de fincas de Virginia no se halla en ruinas.

Dicho esto, «inventar» y distorsionar los hechos son licencias permitidas para el novelista; así pues, no os toméis la molestia de escribirme para señalar los distintos deslices factuales e históricos. No sólo soy perfectamente consciente de ellos, sino que disfruto con ellos.

Ahora bien, el material relativo a los ordenadores cuánticos es totalmente cierto, o por lo menos tan cierto como para que un profano como yo entienda estos conceptos tan desconcertantes y los transmita al lector en una narración que no aburra hasta a los muertos. Es cierto que existen universidades, empresas y países enfrascados en una carrera para ser los primeros. Y si alguien lo consigue, el mundo cambiará para siempre. Hasta qué punto y si el cambio será positivo o negativo depende, supongo, de quién gane esa carrera. Un libro que me resultó útil para escribir sobre física cuántica fue A Shortcut Through Time, de George Johnson.

Dado que los códigos secretos y la historia de ciertos criptoanalistas de verdad se mencionan de forma tangencial en este libro, me inspiré en ese campo para crear los nombres de algunos personajes. Esta es la lista:

  1. Champ Pollion proviene de Jean-François Champollion, brillante lingüista francés, que desempeñó un papel fundamental en el desciframiento de las cartelas de Ptolomeo y Cleopatra. Su labor también permitió a los estudiosos leer la historia de los faraones tal como la recogieron sus escribas.
  2. Michael Ventris: así se llamaba el hombre que descubrió que las denominadas tablillas en Lineal B desenterradas en la isla de Creta estaban escritas en griego.
  3. El apellido de Alice Chadwick procede de John Chadwick, cuyo vasto conocimiento del griego arcaico desempeñó un papel crucial para que él y Ventris descifraran las tablillas en Lineal A. Como comentario adicional, cabe decir que sus hallazgos se hicieron públicos al mismo tiempo que se coronaba la cima del Everest por primera vez, lo cual hizo que su descubrimiento fuera bautizado como el «Everest de la Arqueología Griega».
  4. El apellido de Ian Whitfield salió de Whitfield Diffie, que inventó un innovador tipo de cifrado que utilizaba una clave asimétrica, en lugar de simétrica. Simétrico significa únicamente que la manera de descifrar el cifrado es igual que la de codificarla.
  5. El nombre de pila de Merkle Hayes procede de Ralph Merkle, que trabajó con Diffie y el profesor de Stanford, Martin Hellman, en su revolucionario método para conceptualizar la criptografía pública de un modo que por fin resolviera el problema de distribución de las claves.
  6. El apellido de Len Rivest procede de Ron Rivest, que trabajó junto con Adi Shamir y Leonard Adelman para crear el RSA, el sistema de criptografía asimétrica con clave pública que predomina actualmente en el mundo.
  7. El apellido de Monk Turing proviene, por supuesto, de Alan Turing, cuya historia real se explica en el libro. Charles Babbage y Blaise de Vigenère fueron también personas reales, cuyos descubrimientos se relatan en la novela.
  8. La inspiración para el apellido de Valerie Messaline (con una ortografía ligeramente distinta) no procede del mundo de los criptoanalistas. Sin embargo, los estudiantes de Historia quizá capten la referencia. Una pista: a diferencia del RSA, que es magníficamente asimétrico, el nombre y el personaje de Valerie son magníficamente simétricos.

    Así pues, como suele decirse «¿qué esconde un nombre?».

    ¡Pues en Una muerte sospechosa, mucho!

La historia de Camp Peary que se relata en la novela se basa en la investigación que pude hacer y se remite a hechos reales. Sin embargo, las descripciones de lo que allí ocurre en la novela son producto de mi imaginación. Fue necesario porque dudo de que se permita alguna vez a algún novelista ir allí a documentarse. Del mismo modo, cualquiera que trabaje en Camp Peary y lea la novela debe tener en cuenta que he inventado lo que ocurre en el lugar; ni los personajes ni el diálogo, ni nada de esta historia os representa a vosotros o la labor que realizáis por vuestro país. Un agente canalla es precisamente eso. Algunos lugareños lo llaman el «lugar secreto» y vale la pena hacer un viaje por allí aunque sólo sea por pasar junto a Camp Peary. No, no se puede visitar; la CIA ni siquiera reconoce que existe.

La idea de Una muerte sospechosa se me ocurrió, al menos en parte, tras leer sobre los cifrados de Beale. Los cifrados de Beale son uno de esos fenómenos oximorónicos: un secreto a voces. Se refiere a un código sumamente complicado —tres páginas llenas de números— y un supuesto tesoro valorado en decenas de millones de dólares que teóricamente escondió Thomas Jefferson Beale a comienzos del siglo XIX.

Hace tiempo que un amigo del señor Beale descifró una página del cifrado, al menos supuestamente. La página se descifró empleando la Declaración de Independencia de Estados Unidos como fuente de letras que se correspondían con los números del cifrado. Por ejemplo, el tercer número del cifrado es el 24, lo cual significa que se busca la vigésimo cuarta palabra de la Declaración. Esa palabra es «another», así que se toma la primera letra de esa palabra, es decir la «a», y se introduce en el texto cifrado para ir formando palabras.

La página descifrada relata la cercanía del tesoro, en algún lugar de Bedford County, Virginia, así como la cantidad y tipo de tesoro —oro, plata y algunas joyas— y que está enterrado en una cueva de piedra y guardado en vasijas de hierro. Si nos guiamos por el precio actual de los metales preciosos, el tesoro valdría tranquilamente más de veinte millones de dólares. El valor de las joyas es imposible de calcular. Sin embargo, el mensaje descifrado dice que valían 13.000 dólares en 1821, por lo que seguro que hoy día valen mucho más.

Qué fácil, quizá penséis. Una página descifrada y todavía quedan dos, apúntame para el jet privado. Bueno, ahí está la trampa. Parece ser que todos los expertos criptoanalistas del mundo han intentado descifrar las otras dos páginas utilizando la tecnología más avanzada y superordenadores, pero todos han fracasado. De hecho, se estima que uno de cada diez de los mejores criptoanalistas del mundo ha intentado descifrar los cifrados de Beale y ninguno lo ha conseguido. La dificultad radica en que si el texto cifrado está ligado a un documento en particular, por ejemplo, la Declaración de Independencia, hay que saber cuál es el documento correcto. E incluso en 1820 había muchas posibilidades. Las más obvias, como la Constitución de Estados Unidos y la Carta Magna, ya se han probado.

No obstante, hay por lo menos un sitio web que dice haber solucionado los cifrados e incluye fotos de la supuesta cripta encontrada en el lugar. Los responsables del sitio web también dicen que la cripta del tesoro estaba vacía cuando la encontraron. Puede ser que sí, puede ser que no.

Los cifrados de Beale han alcanzado tal categoría mítica que otro sitio web ofrece un software especializado en estos cifrados que puede utilizarse para descifrarlo y descubrir la ubicación del tesoro. Me pregunto por qué no usan ellos el software para descifrar el cifrado y encontrar el tesoro. De todos modos, podría ser que estén vendiendo estos programas como rosquillas y estén más que satisfechos con los beneficios.

En la década de 1960 incluso se fundó una Asociación del Cifrado y Tesoro de Beale para fomentar el interés en el misterio, como si no hubiera suficiente gente interesada. Se dice que hay pocos granjeros o propietarios de tierras de Bedford County, Virginia, en cuyos terrenos no haya excavado algún ávido cazatesoros, normalmente sin su consentimiento.

A continuación he reproducido las tres páginas de los cifrados, incluido el texto llano de la descifrada. Se supone que la primera página de números revela la ubicación exacta del tesoro. La tercera página enumera las partes que tienen el derecho legítimo al tesoro. Me imagino que los cazatesoros interesados ni se molestarán en mirar la página tres.

Si deseáis saber más sobre el misterioso señor Beale y cómo y por qué hizo lo que supuestamente hizo, leed The Beale Treasure: New History of a Mystery, de Peter Viemeister, o consultad la entrada de la enciclopedia gratuita Wikipedia. Otra obra que los aspirantes a criptoanalistas pueden consultar es Los códigos secretos, de Simon Singh.

¿Se trata de un engaño absoluto como creen muchos? Podría ser. Si es así, alguien se tomó muchísimas molestias para realizarlo. Os diré que he intentado unas cuantas veces descifrar el cifrado pero no soy ni mucho menos un experto. Para conseguirlo haría falta un criptoanalista mejor que el humilde novelista que soy, si es verdadero.

Un consejo para quienes ansían la riqueza instantánea: no dejéis el trabajo mientras lo buscáis. Las posibilidades de descifrar el Beale y encontrar el tesoro, si es que existe, son probablemente menores que las de ganar el gordo de la lotería. Otro consejo: no vayáis a excavar en el terreno de nadie sin su consentimiento. Os podrían denunciar o disparar, y ninguna de las dos cosas resulta especialmente recomendable.

Para aquellos de vosotros que, a pesar de la escasez de posibilidades, seguís queriendo medir vuestro ingenio con el que quizá sea el rompecabezas más impenetrable del mundo, buena suerte.

Y espero que hayáis disfrutado con el regreso de Sean King y Michelle Maxwell en Una muerte sospechosa.

Cuidaos y seguid leyendo.

Atentamente,

David Baldacci