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Cuando la mujer abrió la puerta, Michelle se dio cuenta de que Viggie Turing se parecía a su madre.

La mujer dijo que los había estado esperando y los hizo pasar.

—¿Eres la madre de Viggie? —preguntó Michelle.

—No, soy su tía. Mi pobre hermana murió hace años. Pero la gente siempre decía que nos parecíamos mucho. —Los condujo a la sala de estar. En cuanto Viggie vio a Michelle, empezó a tocar el piano. Michelle se sentó a su lado y la abrazó.

—Ni siquiera sabía que estaban en Virginia —dijo Helen, la tía de Viggie—. Y, por supuesto, tampoco sabía lo que le había pasado a Monk. Y entonces, de repente, Viggie apareció un día. Casi me desmayo.

—Entonces, ¿Monk tenía la custodia de la niña?

Helen bajó la voz para que Viggie no la oyera.

—Mi hermana tuvo una vida muy agitada: drogas, enfermedad mental; creemos que incluso maltrató físicamente a Viggie. Al final Monk consiguió apartarla de ella, pero quizá yo debería haber intervenido. Ahora podré compensarla. Voy a adoptar a Viggie.

—Qué bien, Helen —celebró Michelle sin que Viggie la oyera—. Es una niña muy especial.

—Sé que necesita tratamiento y atención especial. Al comienzo estaba preocupada porque pensé que los cuidados que creo que necesita son muy caros. Pero resulta que hace poco he descubierto que Monk dejó mucho dinero al morir. Viggie tendrá más que suficiente para todo.

—Si necesitas a un buen psicólogo, conozco a uno. Y ya ha visto a Viggie —dijo Sean.

Viggie acercó a Michelle a la ventana y señaló hacia un lago cercano.

—¿Podemos ir al agua otra vez?

—¿Seguro que te apetece? —dijo Michelle—. Recuerda lo que pasó la última vez.

—Eso pasó porque fui sola. Si voy contigo, todo irá bien, ¿verdad?

—Verdad.

Más tarde, mientras regresaban a la limusina, Michelle dijo:

—Ha sido muy generoso por tu parte ceder el tesoro teniendo en cuenta que lo encontraste tú.

—Heinrich Fuchs fue quien realmente lo descubrió. Pero encontrar el tesoro me aclaró algo que me tenía mosqueado.

—¿Qué? —preguntó Michelle.

—¿Recuerdas que Monk tenía manchas rojizas en las manos?

—Sí, las manchas de herrumbre de haber trepado por la verja de tela metálica.

—No. La tela metálica era nueva, no tenía manchas de óxido. Lo vi cuando sorteé la verja. Monk se manchó arañando los ladrillos para llegar al tesoro, igual que yo. —Sean meneó la cabeza—. Códigos y sangre. Me equivoqué. No tenía nada que ver con Alan Turing y los lazos de sangre. Monk estaba siendo literal. Parece que tenía las manos ensangrentadas por haber escarbado en el ladrillo para buscar el tesoro.

—¿Cuántas veces crees que Monk se infiltró en Camp Peary? —preguntó ella.

—Demasiadas. Es innegable que presenció lo que nosotros vimos. Pero tuvo que pagar un precio por ello. El hecho de que dejara un mensaje cifrado en esas notas musicales sobre lo que había visto me hace creer que empezó como cazador de tesoros y acabó intentando desbaratar las actividades ilegales que vio en Camp Peary.

—Pero ¿cómo iba a sacar el tesoro, Sean? El oro no es fácil de trasladar.

—A lo mejor Monk lo hizo por el reto que suponía encontrar un tesoro. Pero era un hombre muy inteligente. Quizá sólo pensara llevarse las joyas. Eso sería relativamente fácil.

—Y cuando Monk le dijo a Len Rivest que era irónico… —empezó a decir Michelle.

—Cierto, era una paradoja que la organización más secretista del mundo desconociera que tenía un tesoro bajo las narices.

—Tenemos que cumplir la última parte del trato —dijo Whitfield cuando regresaron a la limusina.

—¿Las copias del vídeo? —preguntó Sean.

Whitfield asintió.

Sean indicó al chófer adónde ir. Horatio le había devuelto las copias a Sean y él las había escondido en distintos lugares seguros. Cuando las hubieron recogido, se las entregó a Whitfield. El hombre las miró y le devolvió una a Sean.

—Ian, esperan cinco copias —dijo Sean—. Si sólo les entregas cuatro, a lo mejor también tienes un accidente en China, y prefiero no pensar lo que nos pasaría a nosotros.

—Haré otra copia a partir de una de estas. Imagínate que no he dicho esto pero, cuando uno trata con la CIA, siempre es mejor guardarse un as en la manga. Haré hincapié en el hecho de que no tenemos forma de saber si hiciste más copias. Así estaréis a salvo.

La limusina los llevó de vuelta al apartamento y bajaron del vehículo. Sean se giró.

—Mira, sé que probablemente no volvamos a vernos, pero si alguna vez necesitas ayuda, recuerda que tienes dos amigos en Virginia.

Whitfield les estrechó la mano a ambos.

—Si algo he aprendido en este oficio es que los amigos de verdad son muy difíciles de encontrar.