Michelle dejó tirado el Mercedes antes de tomar la carretera principal que conducía a Babbage Town y tomar, con Viggie, rumbo por el bosque hacia el río. Durante el trayecto, Viggie le había explicado que alguien había entrado en su habitación y le había presionado algo contra la cara. Se había despertado atada en la parte trasera de un avión.
Antes de internarse en el bosque, Michelle vio una hilera de coches negros yendo a toda velocidad camino de Babbage Town; el coche patrulla de Merkle Hayes encabezaba la procesión. Por lo menos allí estaba la caballería.
Michelle y Viggie bordearon la orilla del York discretamente porque la actividad que había en el agua indicaba a Michelle que algo había pasado.
Resbalaron y dieron un patinazo en los terraplenes del York pero al final llegaron a los terrenos de Babbage Town. Michelle alzó la mirada al cielo cuando un avión las sobrevoló. Enseguida desapareció de su vista y Michelle se centró en los enemigos a los que tenía que enfrentarse sobre el terreno. Había intentado llamar al móvil de Sean antes de recordar que lo había dejado en Babbage Town. Entonces se le ocurrió una idea. Llamó a Horatio. Respondió al primer ring y ella le resumió lo ocurrido, incluido el hecho de que tenía a Viggie.
Tiene mérito que sólo le hiciera una pregunta:
—¿Dónde puede recogeros?
Llegaron al río y al cabo de unos minutos Horatio apareció en la orilla en el Formula Bowrider.
—Horatio…
—Lo amarré en una cala cerca de aquí —explicó—. Esperaba que alguien me llamara. ¿Dónde esta Sean?
—No s… —Michelle había mirado hacia el bosque por encima del hombro—. ¡Sean!
Se sintió profundamente aliviada cuando Sean King apareció por entre los árboles. Al cabo de un instante, su alivio se convirtió en terror al ver a Ian Whitfield y la ametralladora. Le apuntó con la pistola a la cabeza.
—¡Suéltalo!
—No pasa nada, Michelle —dijo Sean— Esta aquí para ayudar.
—Tonterías —bramó ella.
—Me ha salvado la vida.
—Tengo entendido que eres una tiradora excepcional, Maxwell —dijo Whitfield. Dio un paso adelante y le lanzó el MP5—. Más te vale.
Michelle cogió el arma con una mano sin dejar de apuntar al hombre con la pistola, pero ya no lo miraba con suspicacia.
—¿Qué pasa aquí? —le pregunto a Sean.
—Babbage Town está plagado de gente de Camp Peary armada hasta los dientes y Alice ha intentado matarme.
—He llamado a la policía —dijo Michelle—. Están en Babbage Town.
Sean miró por encima del hombro de Michelle.
—¿Viggie?
La niña lo saludó tímidamente con la mano.
Whitfield miró a Horatio y al Formula.
—¿Qué es eso?
—Un amigo nuestro —repuso Sean—. Vamos. —Se dispuso a subir a la embarcación.
—¡No! —exclamo Whitfield— Ese barco no nos llevará hasta allí. Seguidme.
Caminaron por la orilla y subieron a la barca hinchable que Whitfield había atado a un montículo que sobresalía del agua. Los hizo tumbarse en cubierta y los tapo con una lona.
Sean asomó la cabeza y blandió la pistola.
—Que sepas que si intentas jugárnosla te pego un tiro en la cabeza.
La tormenta se había desatado con todas sus fuerzas; el río empezaba a embravecerse y la lluvia caía con insistencia del cielo oscuro. Michelle salió un momento de debajo de la lona, cogió un chaleco salvavidas y se lo puso a Viggie.
No habían ido demasiado lejos cuando se les acercó otro barco. Sean oyó que Whitfield renegaba entre dientes, lo cual no le pareció un buen augurio. Agarró la pistola con más fuerza.
Sean se sobresaltó al oír la voz.
—¿Dónde estabas, Ian? —preguntó Valerie Messaline.
—Babbage Town. Parece ser que alguien ha llamado a la policía.
—¿Y quién ha hecho tal cosa? —dijo la mujer con frialdad.
—Me atrevería a decir que quien entró en Camp Peary sin autorización —respondió Whitfield—. Pero no importa quién lo hizo. Se ha descubierto el pastel. Tienes que marcharte. Ahora mismo.
—Me parece que no —repuso ella—. ¿Por qué no coges a unos cuantos hombres y vas río abajo en tu barco? Es posible que quienquiera que nos descubriera haya intentado ir en esa dirección.
—No, creo que deberías llevarte a tu tripulación y dirigirte a Babbage Town. Parece que tus chicos necesitarán la máxima ayuda posible. Voy a volver a Camp Peary e intentar controlar los daños.
Mientras él hablaba, Valerie había estado observando su embarcación. Alzó la mirada con expresión triunfal.
—Tu barca va un poco baja teniendo en cuenta que sólo lleva a una persona, Ian.
Whitfield aceleró la embarcación y chocó contra el lateral del otro barco, por lo que dos hombres cayeron por la borda y Valerie se cayó al suelo.
Whitfield puso marcha atrás, con las hélices casi fuera del agua para que la barca hinchable saliera disparada hacia atrás. Pisó el acelerador al máximo y el barco voló hacia delante. Los disparos de los hombres de Valerie rebotaron en el agua y agujerearon el casco.
—Que alguien me ayude —dijo Whitfield.
Sean y Michelle se quitaron la lona de encima y se acercaron a él mientras Horatio permanecía agachado rodeando a Viggie con los brazos en actitud protectora. El barco, de mayor tamaño, iba a por ellos. Mientras los disparos les pasaban silbando por el lado, Sean y Michelle los esquivaron y abrieron fuego. Michelle ametralló la proa del otro barco con el MP5.
—No gastes toda la munición, sólo tengo dos cargadores extras para el MP y uno para cada pistola. —Whitfield lanzó a Michelle otro cargador para el fusil ametrallador.
Iban a más de cien kilómetros por hora y la embarcación daba unos saltos mareantes por el río a medida que el viento ganaba en fuerza. La crecida del río alcanzaba en algunos casos más de un metro de altura.
Sean apuntó a conciencia y disparó cuatro balas. El problema era que, desde esa distancia y disparando desde lo que parecía un trampolín, una pistola no resultaba demasiado eficaz.
—¿Puedo hacer una pregunta estúpida? —gritó Sean a Whitfield.
—Adelante —respondió Whitfield.
—¿Puedes decirnos por qué tu mujercita intenta matarnos a ti y a nosotros?
Whitfield maniobró para superar una crecida especialmente difícil y ladró:
—No es mi mujer, es mi jefa.
Sean se quedó boquiabierto.
—¡Tu jefa! ¿Qué coño me estás diciendo? ¡Pensaba que el jefe de Camp Peary eras tú!
—Piensa lo que quieras —espetó Whitfield.
—¿Y os dedicáis al tráfico de drogas? —Whitfield no respondió—. ¿Y qué me dices de los árabes del avión?
Whitfield negó con la cabeza.
—No pienso decir nada.
—¿Y Alice mató a Len Rivest? —Silencio—. Esa mujer estuvo a punto de matarme y lo habría conseguido de no ser por ti. Que es el único motivo por el que no la emprendo contra ti.
—¿Y Champ? —preguntó Michelle—. ¿Trabaja para la CIA?
—Preocupémonos de sobrevivir los próximos diez minutos —dijo Whitfield.
—Nos están alcanzando —exclamó Michelle cuando miró hacia atrás.
—Sus motores son el doble de grandes que el mío —reconoció Whitfield por encima del hombro mientras se preparaba—. Agarraos.
—¿Qué coño te crees que estábamos hacien…? —Sean no pudo acabar porque Whitfield dio un giro de noventa grados en el agua sin soltar el acelerador. Sean se habría caído por la borda si Michelle no lo hubiera agarrado con una mano cuando se deslizó por su lado. Había puesto las piernas en forma de tijera para sujetar a Viggie por si Horatio no era capaz.
—¡Mick! —gritó Viggie.
—¡Te tengo, Viggie, no te moverás de aquí!
Whitfield aceleró todavía más y la barca salió disparada hacia la orilla contraria, directamente hacia la ensenada de Camp Peary. Pasaron a toda velocidad junto a una zona de balizas encendidas, a unos quinientos metros de la orilla, que advertían del peligro extremo para las personas que cruzaran más allá, y Sean estaba convencido de que iba muy en serio. A continuación pasaron zumbando junto a dos embarcaciones situadas a la entrada de la ensenada. Los hombres que iban a bordo los atacaron con armas, incluso con un lanzagranadas propulsado por cohetes, pero cuando vieron quién era, bajaron la artillería y se quedaron pasmados. De hecho, Whitfield tuvo las agallas de saludarlos.
Whitfield maniobró con la barca hinchable hacia la izquierda y luego a la derecha, como si esquivara obstáculos invisibles en el agua sin apartar la vista de la pantalla del tablero de mandos.
—¡Siguen persiguiéndonos! —gritó Michelle. Acto seguido, palideció todavía más—. Van a lanzar un proyectil —advirtió.
El hombre de la proa del barco perseguidor los estaba colocando en el punto de mira del arma.
Viggie gritó aterrorizada.
—¡Horatio, no la sueltes! —bramó Michelle.
Whitfield miró un punto del agua y pareció calcular algo. Se trataba de una ola.
—¡Agarraos más fuerte! —exclamó.
Sean y Michelle cayeron sobre la cubierta y se agarraron a lo que encontraron, incluido el uno al otro.