Viggie no estaba en el río. No faltaba ninguna embarcación. La búsqueda en Babbage Town fue infructuosa. La nota que habían dejado en el escritorio de la maestra procedía de un ordenador. Nadie sabía quién la había traído.
El guardia al que se le había encomendado vigilar a Viggie dijo que había ido a la casa esa mañana poco antes de las ocho, pero que se había encontrado una nota en la puerta en la que decía que Viggie estaba enferma y que no iría a la escuela. Les mostró la nota. Al igual que la otra, procedía de un ordenador y no se podía rastrear.
—Cualquiera podría haberlas escrito —dijo Sean.
Michelle, Horatio y Sean estaban fuera de los límites de Babbage Town. El psicólogo había acudido a ayudarles a buscar a Viggie. Habían peinado la zona con el sheriff Hayes y un grupo de voluntarios y no encontraron ni una sola pista que indicara el paradero de Viggie.
Un sedán negro llegó y aparcó junto a ellos.
—¡Oh, mierda! —exclamó Sean—. No, él no, ahora no.
El agente especial Ventris salió del coche y se acercó a ellos.
—Creo que habéis perdido a la niña. ¡De nuevo!
—¿Qué quieres, Ventris? —le preguntó Sean.
—Quiero que os larguéis. Vuestra presencia es contraproducente.
—¿Y tú qué has producido, aparte de confusión?
Michelle le puso la mano en el hombro a Sean a modo de advertencia.
—Tranqui, que es agente federal —le murmuró.
—Será mejor que le hagas caso —advirtió Ventris, que había oído las palabras de Michelle—. Si han secuestrado a la niña, la encontraremos. Es una especialidad del FBI.
—¿Viva o muerta? —le preguntó Sean. Ventris entró en el coche y se marchó mientras Sean lo seguía con la mirada, furioso—. Hijo de puta —le gritó mientras se alejaba.
—Creo que necesitamos respirar hondo para calmarnos —dijo Horatio.
—No quiero respirar hondo para calmarme —le espetó Sean—. Quiero darle de hostias al agente especial de los huevos.
—Bien, expresar pensamientos violentos puede ser positivo —dijo Horatio.
Los tres miraron hacia la carretera al ver que una comitiva de autobuses llegaba retumbando, se detenía frente a la puerta principal y se le permitía pasar.
Sean y Michelle se acercaron corriendo al guardia apostado junto a la puerta.
—¿Qué pasa?
—Vamos a desalojar Babbage Town, al menos de momento.
—¿Por qué? —preguntó Michelle.
—Dos muertes misteriosas y ahora la desaparición de la niña. La gente que trabaja aquí y sus familias están asustadas. Los trasladarán a Williamsburg hasta que se aclaren las cosas.
—¿Quién ha ordenado el desalojo? —preguntó Sean.
—Pues he sido yo —respondió una voz. Se dieron la vuelta y vieron a Champ Pollion acercándose a ellos—. ¿Os parece mal?
—¿Podemos quedarnos? —quiso saber Sean.
—¡No! No pienso responsabilizarme de que alguien salga malparado.
Se volvió para marcharse.
—¿Adónde vas? —le preguntó Michelle.
—Yo también me voy. Valoro mi vida más que la creación de ordenadores cuánticos.