Sean condujo hasta el hotelito donde Horatio se había alojado en un principio.
—Joan me ha enviado unos documentos por fax —le explicó a Michelle.
Recogieron los documentos y se dirigieron a un restaurante cercano. El estómago de Michelle se había calmado lo bastante como para tomar unos sándwiches y café. Le comentó a Sean que Monk también había volado con Champ.
Mientras comían, repasaron las páginas que Joan había enviado.
—Monk Turing fue a Wiesbaden.
—¿Cómo lo han averiguado tan rápido?
—La empresa de Joan tiene una filial en Francfort. Le siguieron el rastro gracias a los recibos de la tarjeta de crédito. Compró la jarra de cerveza que le dio a Champ entre otras cosas. —Sean echó un vistazo a las otras páginas—. Es la lista de los prisioneros de guerra alemanes retenidos en Camp Peary durante la Segunda Guerra Mundial.
—Vale, ¿cómo coño ha conseguido Joan esa información tan rápido?
—Uno de sus altos ejecutivos había sido almirante y había llegado a dirigir la NSA, por lo que pudo saltarse todo el papeleo. Tampoco puede decirse que siga siendo material confidencial; más bien está lleno de polvo en algún despacho del Pentágono.
Repasaron la lista de prisioneros alemanes. Junto a cada nombre figuraba la fecha de captura, el rango y lo que había sido del prisionero en cuestión.
—Liberaron a casi todos al final de la guerra y los otros murieron en cautividad —dijo Sean—. Pero no veo el nombre de Henry Fox.
—Un momento, fíjate en este tipo. —Michelle señaló un espacio en blanco—. No explica qué fue de él. —Recorrió las páginas con la vista—. Es el único caso.
—Heinrich Fuchs —dijo Sean tras ver el nombre del prisionero.
—Heinrich Fuchs —repitió Michelle lentamente—. Anglicizado podría ser Henry Fox.
Sean la miró fijamente.
—Creo que estás en lo cierto, y no sin razón.
—¿Y eso?
—Apostaría todo lo que tengo, por poco que sea, a que Heinrich Fuchs era un operador de radio de la Marina alemana y a que fue el único hombre que escapó de la prisión militar que ahora ocupa Camp Peary. Por eso no indica qué fue de él. La Armada no admitiría que un prisionero logró escapar.
Michelle respiró hondo.
—¿Se escapó y cambió de nombre?
—Y se trasladó a Nueva York, empezó otra vida, se hizo mayor y acabó viviendo en el mismo edificio de apartamentos que Monk y Viggie Turing. —Se levantó de un salto—. Vamos, tenemos que ver a Viggie.
—¿Por qué?
—Horatio dice que su padre la programó. Bueno, es posible que el nombre de Heinrich Fuchs sea la clave que necesita para contarnos el resto de la historia.
Condujeron hasta Babbage Town y corrieron hasta la clase donde solían estar Viggie y los otros niños, pero Viggie no estaba allí.
—Ha dicho que estaba enferma —explicó la profesora.
—¿Te lo ha dicho en persona? —le preguntó Sean.
—No, ha enviado una nota. Estaba en mi escritorio cuando he llegado por la mañana.
Al cabo de unos minutos, Sean y Michelle subían corriendo las escaleras de la casa de Alice. Cruzaron la puerta como una exhalación y la llamaron a gritos:
—¡Viggie! ¡Viggie!
Michelle corrió escaleras arriba y abrió de golpe la puerta del dormitorio de Viggie. No había nadie y bajó a toda velocidad. Sean y ella la buscaron por toda la casa.
—Ni rastro —dijo Sean, presa del pánico.
—¿Dónde coño está el guardia? —preguntó Michelle.
La puerta de la casa se abrió y apareció Alice. Llevaba un puñado de papeles en la mano y parecía muy cansada. Se sorprendió de verles allí.
—Oídme bien —les espetó—, he utilizado todas las combinaciones posibles con el mejor programa informático que tenemos para descifrar estas malditas notas y no he conseguido nada salvo un galimatías. O sea, que el código supera nuestros recursos o no es un código, y esa es la conclusión más probable. He averiguado el título de la canción. Es Shenandoah, del siglo XIX. Lo cierto es que tiene letra, nada del otro mundo, pero palabras al fin y al cabo. Se me ocurrió la maravillosa idea de que quizá la letra fuera la clave del código. Las analizamos desde todas las perspectivas posibles. ¿Sabéis qué hemos conseguido? Galimatías tras galimatías.
Se quedaron mirándola.
—¿Qué pasa? —les preguntó con recelo.
—¿Dónde está Viggie? —dijo Michelle.
Alice consultó la hora.
—Está en el colegio. Lleva en el colegio desde las ocho.
—No está allí, Alice —replicó Sean—. La maestra nos ha dicho que alguien le dejó una nota en el escritorio diciéndole que Viggie estaba enferma.
Alice los miró inquisitivamente.
—Me he pasado la noche en vela tratando de descifrar esta basura. Se suponía que teníais que vigilarla.
—Esta mañana estaba aquí —le explicó Michelle—. Vino a mi habitación antes del alba y después regresó a su habitación.
—¿Y luego? —preguntó Alice.
Sean y Michelle se miraron.
—Luego nos marchamos para seguir unas pistas —respondió Sean con incomodidad.
—¡Y la dejasteis sola! —exclamó Alice—. ¿Habéis dejado a Viggie sola? ¡Otra vez!
—Creíamos que estabas aquí —repuso Michelle.
Alice arrojó los papeles al aire.
—¿Creíais que estaba aquí? ¿Cómo coño iba a estar aquí si me habíais pedido que resolviera esta basura? —Respiró hondo varias veces—. Se supone que el guardia tiene que acompañarla hasta la escuela. Pedí que enviaran a otro guardia después de que el anterior la dejara sola y estuviera a punto de ahogarse.
Sean la miró con curiosidad.
—¿A quién le pediste que enviara a otro guardia?
—A Champ.
—Champ me recogió a las nueve para ir a volar —dijo Michelle.
—¿A qué te refieres con lo de volar? —preguntó Alice, enfadada.
—Cálmate, Alice. Es posible que Viggie se haya marchado por su cuenta —le dijo Sean.
—¡Recuerda lo que pasó la última vez que hizo eso! —exclamó Alice.
—Tiene razón, Sean. Iré a echar un vistazo al río —se ofreció Michelle.
—Llamaré al equipo de seguridad para que rastreen la zona —dijo Sean.
Sean y Michelle salieron por la puerta y dejaron a Alice mirando con impotencia la pila de papeles.