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Michelle decidió salir a remar en el kayak. La ayudaba a pensar y quería pasar de nuevo frente a la zona de Camp Peary que daba al río. Si pensaban entrar allí, no le vendría mal reconocer el área. Cuando llegó al cobertizo, vio su kayak en el embarcadero.

«¿Cómo habrá llegado hasta aquí?»

Media hora más tarde, había observado el campamento desde distintos puntos. No les costaría franquear la valla de tela metálica, pero ¿y después? Por primera vez, se planteó qué les pasaría si los atrapaban. ¿Y qué esperaban encontrar entre los miles de hectáreas de terreno forestal sin explotar? ¿Valdría tanto como para dar su vida a cambio? Y aunque parecía que Sean se lo estaba replanteando, ¿qué pasaría si cambiaba de idea y decidía hacerlo? ¿Lo acompañaría o tomaría la decisión más lógica, renunciar a esa locura? Y si Sean iba solo y lo mataban, ¿habría servido de algo que ella le hubiera acompañado? ¿Viviría con la conciencia tranquila?

La sirena de una embarcación interrumpió aquellos pensamientos. Miró alrededor. La barca hinchable rígida venía a su encuentro. Ian Whitfield iba al timón con unos pantalones cortos de deporte y una camiseta que revelaba su magnífico físico. Llevaba una gorra de los Yankees y su expresión era amistosa.

Acercó con pericia la barca al kayak de Michelle, la puso en punto muerto y ella colocó el remo sobre la borda de la barca para que el kayak no se desestabilizase.

—Ian Whitfield —anunció él mientras la saludaba con la mano. Michelle trató de disimular su sorpresa—. Hoy hace mejor día que ayer —dijo Whitfield en tono alegre.

—¿Saliste con la tormenta?

—Un rato. Encontré el kayak en el que vas ahora flotando río abajo. ¿Pasó algo?

—Una amiga se dio un chapuzón, pero logramos sacarla fuera.

—Me alegro. La corriente del York es algo traicionera, ¿señorita…?

—Michelle Maxwell. Llámame Michelle. —Miró hacia el otro lado del río—. ¿Qué tal las cosas al otro lado del York?

—No recuerdo haber dicho de dónde soy.

—Oh, esas cosas se oyen aquí y allá, y yo suelo enterarme de casi todo. Trabajé en el Servicio Secreto, aunque estoy segura de que ya lo sabes.

Whitfield continuaba observando el río.

—Mi sueño era jugar al béisbol con los Yankees, pero mi talento no estaba a la altura del sueño. Servir al país no era una mala alternativa.

A Michelle la sorprendió que Whitfield admitiese de forma tácita cuál era su trabajo.

—Ir en el Air Force One y proteger al presidente fue uno de los mayores honores de mi vida. —Michelle hizo una pausa y añadió—: Conocí a algunos tipos en Delta que habían estado en Vietnam. —Él la miró de hito en hito—. Como decía, suelo enterarme de casi todo. —Whitfield se encogió de hombros y ella concluyó—: Eso fue hace mucho tiempo. Pero no se olvida.

—Algunos lo olvidan; yo, no. —Señaló hacia Babbage Town—. ¿Cómo van las cosas en tu lado del río?

—Despacio.

—Siempre me he preguntado por qué se establecerían ahí.

—¿Frente a ti?

—¿Has venido con un socio? —Ian Whitfield preguntó haciendo caso omiso de la pregunta de Michelle.

—Sí.

—La muerte de Monk Turing fue desafortunada, pero desde luego no basta para abrir una investigación por asesinato.

—Le dijiste a mi socio que Turing se había suicidado —dijo ella.

—No, le dije que se habían producido cuatro suicidios en Camp Peary y alrededores, y también le dije que el FBI había llegado a la conclusión de que Turing se había suicidado.

—No sé si siguen pensando lo mismo. Además, ¿qué me dices de Len Rivest?

—El periódico local dijo que había bebido mucho y que se ahogó en la bañera —recordó Whitfield—. No parece tan siniestro.

—¿Dos muertes tan seguidas?

—La gente muere constantemente de formas distintas, Michelle.

A Michelle le pareció que ese hombre sabía lo que estaba diciendo.

—Parece una advertencia —dijo ella.

—No puedo evitar que interpretes mis palabras como quieras. —Él recorrió con la mano el otro lado del río—. Hay una importante presencia federal, incluyendo la Armada. Personas que trabajan por el país, haciendo cosas peligrosas, arriesgando sus vidas. Deberías entenderlo. Tú arriesgaste tu vida por el país.

—Lo comprendo —respondió Michelle—, pero ¿adónde quieres ir a parar exactamente?

—Sólo quiero que recuerdes que este tramo del río puede ser peligroso. Hagas lo que hagas, no lo olvides. Que tengas un buen día.

Michelle apartó el remo de la borda mientras Whitfield ponía la marcha atrás, daba la vuelta y se alejaba lentamente. Michelle recolocó el kayak para verle dirigirse río abajo hasta el embarcadero de Camp Peary. Whitfield no volvió la vista en ningún momento.

Cuando Whitfield hubo desaparecido, Michelle viró el kayak y comenzó a remar sin prisa. Ian Whitfield le había dado mucho que pensar… y un buen motivo para tener miedo.