A primera hora de la mañana siguiente, el mal tiempo había pasado de largo y Sean y Michelle se reunieron en el mismo lugar aislado, a unos dos kilómetros de Babbage Town. El día anterior, Michelle le había explicado la experiencia en el río y Sean le había contado que Champ, en realidad, no tenía coartada. Se habían reunido esa mañana allí para repasar la situación con mayor detalle lejos de las miradas entrometidas de Babbage Town.
—A ver qué me dices: ¿qué estaba haciendo Viggie sola en el río? —le preguntó Sean.
—Quería estar a solas, o eso dijo.
—Quizá quisiera ver Camp Peary de cerca.
—¿Por qué? —quiso saber Michelle.
—Ni idea.
—¿Tú has averiguado algo?
Sean asintió.
—He hablado con Hayes. Echó un vistazo al pasaporte de Monk e indica que viajó a Alemania.
—¿A qué parte del país?
—Llegó a Francfort. Eso fue todo cuanto Hayes me dijo. He llamado a Joan para ver si averigua más detalles. —Desenrolló un trozo de papel y lo extendió sobre el capó del coche de Michelle—. Hice una fotografía de la imagen de satélite de Camp Peary que Freeman tenía en la oficina y la amplié. —Sean le señaló varios puntos en el mapa—. He oído toda clase de cifras, pero creo que tiene unas cuatro mil hectáreas, la mayoría sin explotar. Como ya sabíamos, la pista de aterrizaje está bastante cerca del lugar donde encontraron el cuerpo sin vida de Monk. Un poco hacia el sur parece haber un grupo de bunkeres y, más allá, un embarcadero. —Recorrió con el dedo otra zona con nombres impresos—. Parecen los barrios que Freeman mencionó. Aquí está Bigler’s Mill Pond, la casa Porto Bello está aquí, Queens Lake está detrás, y Magruder, allí.
»El complejo principal linda con la Interestatal 64 por el oeste y con la Colonial National Historical Parkway por el sur. El anexo Cheatham del centro de suministros navales está ahí —añadió señalando el papel con el índice.
—Al sur de la pista de aterrizaje hay una ensenada que se adentra en el terreno —señaló Michelle.
—Seguro que está vigilada —dijo Sean—. Desde luego por tierra, y apostaría que la ensenada está repleta de minas.
—Entonces, ¿saltamos la valla? ¿Ha llegado el material?
Sean asintió.
—Sí, todo. —De repente, se dejó caer hacia atrás apoyándose en el coche—. Michelle, no quiero saltar la valla, es una locura. Aunque no nos maten, no me apetece pasarme el resto de la vida en la cárcel, y no te dejaré hacerlo.
—Pero si decides ir, no permitiré que vayas solo.
—Tal vez no tengamos que hacerlo si Joan averigua a qué parte de Alemania fue Monk —dijo Sean.
—Lo cual puede que no tenga nada que ver con todo esto.
—¿Qué hay de Viggie? ¿Códigos y sangre?
Michelle meneó la cabeza.
—No hay novedades. Cuando volvimos del río estaba comprensiblemente agotada. Tocó el piano con una delicadeza inusual. Lo normal es que diga: «Michelle, me caes bien» y luego toque como una posesa, grite: «códigos y sangre» y se vaya corriendo a su habitación. Esta vez no lo hizo. Me agradeció que le salvase la vida y luego interpretó una melodía lenta y bonita, como si me estuviera dando las gracias con la música. Fue bastante emocionante. Y… —La voz se le apagó mientras miraba a Sean—. ¿Estás pensando lo mismo que yo? —le preguntó en un susurro.
—Sí, y también estoy pensando en lo idiota que he sido por no haberme dado cuenta antes.
Subieron al coche. Sean consultó la hora.
—¿Qué hay del vuelo con Champ?
—Retrasado hasta mañana.
—Bien, Michelle, a lo mejor tengo tiempo para hacerte cambiar de idea. Llama a Horatio y dile que venga a vernos a la casa de Alice.
—¿Porqué?
—Toca el piano, por eso.