62

Esa misma noche, Horatio se trasladó a una habitación vacía de la mansión después de que Michelle le dijera que Champ lo había autorizado.

—No me lo esperaba —dijo Horatio.

—Hasta los genios cambian de idea —repuso Michelle.

—No, no me esperaba que se lo pidieras.

—¿Cómo sabes que se lo he pedido? —preguntó ella.

—Soy el loquero, ¿vale? Lo sé, y punto.

Después de deshacer las maletas, Horatio le pidió a Sean que fuera a su habitación. Le explicó lo que South le había contado sobre Camp Peary y los prisioneros de guerra alemanes retenidos en la prisión militar. También le resumió la conversación telefónica con Hazel Rose.

Sean reflexionó sobre el asunto.

—¿Qué te parece?

—¿Qué me parece? Pues me parece que la madre de Michelle tenía una aventura con ese militar.

—Eso ya me lo imaginaba. Pero ¿cómo relacionas ese hecho con el cambio de personalidad de Michelle?

—No estoy seguro —admitió Horatio.

—¿Te dijo Hazel Rose cuándo dejó de ver el coche del militar?

—No, no se lo pregunté —admitió Horatio.

Los dos hombres se miraron.

—Crees que Michelle vio algo, ¿no? —Horatio asintió lentamente—. ¿Como qué?

—Es pura conjetura, pero algo… malo. Tal vez a su madre en la cama con ese tipo. Pero en realidad creo que fue algo peor. Su hermano Bill no está de acuerdo conmigo, pero creo que aquel tipo abusó de Michelle.

Sean parecía escéptico.

—¿Y su madre lo permitía? ¡Venga ya!

—Créeme, he visto de todo —dijo Horatio, apelando a su experiencia profesional—. Tal vez su madre no lo supiera o prefiriera hacer la vista gorda mientras el tipo siguiera yendo a verla.

—¿Cómo afectaría eso a una niña de seis años? —preguntó Sean.

—¿El ver a su madre en la cama con otro hombre? A esa edad es posible que sólo entienda que un desconocido está con su madre. ¿Y si su madre se lo justificó de alguna manera? Pero ¿el abuso sexual? Eso tendría un efecto demoledor, sobre todo si la madre accedió a ello.

—No me lo puedo creer, Horatio. A Michelle le ha ido muy bien en la vida. ¿Cómo es posible triunfar en la vida con una carga así?

—A veces los abusos hacen que la persona se vuelva ambiciosa y esa ambición le permite lograr muchos objetivos. Pero bajo la apariencia del éxito existe una realidad muy distinta. Representa el duro desequilibrio de la vida y, en un momento dado, ese desequilibrio puede dar al traste con todo.

—A Michelle le pasó algo así —señaló Sean.

—Lo sé.

Sean miró por la ventana.

—¿Y si Michelle vio a su madre con otro hombre o ese tipo abusó de ella y se lo contó a su padre?

Horatio dejó escapar un largo suspiro.

—Entonces la cosa está más jodida. Hazel Rose dijo que el militar dejó de ir a la casa. Tal vez porque estaba muerto.

—Un momento. ¡Un militar! —exclamó Sean—. El tipo al que Michelle pegó en el bar iba vestido de militar cuando lo vi.

—Tiene sentido —repuso Horatio.

—¿A qué te refieres?

—He hablado con personas que han trabajado con Michelle, así como con sus amigos, atletas. Algunos mencionaron que se había peleado más de una vez.

—A ver si acierto: ¿con militares? —dijo Sean.

—Sí, al menos los casos que me contaron.

—Horatio, tenemos que averiguar si le ocurrió algo a ese militar.

—No me parece una buena idea —repuso Horatio.

—¿Desde cuándo la verdad no es una buena idea?

—No se trata de una de tus investigaciones, Sean, sino de la cabeza de una persona. A veces la verdad sólo causa dolor.

—Al menos creo que deberíamos saberlo, y luego ya decidirás si se lo cuentas a Michelle o no. Me dijo que querías hipnotizarla. Si lo haces y comienzas a hacerle preguntas tal vez la experiencia no acabe como te gustaría. Mejor estar al corriente de los hechos antes de hipnotizarla.

—De hecho, tienes razón —convino Horatio—, pero ¿cómo lo averiguo?

—Apuesto a que Freeman conoce a alguien que conoce a alguien que podría ayudarnos en Tennessee.

—Lo llamaré.

Alguien llamó a la puerta y los interrumpió. Era Michelle. Se percató enseguida de la expresión sombría de ambos.

—Parece que estáis realizando los preparativos para un funeral y para ir a la guerra a la vez —les dijo.

—Horatio acaba de ponerme al día sobre su charla con South Freeman —se apresuró a explicarle Sean—. Al parecer, esos vuelos secretos traen a personas que, oficialmente, nunca han estado aquí. Tienen una zona reservada para la diplomacia secreta.

—Que sería potencialmente mortal para Monk Turing si resulta que eso es lo que presenció —comentó Michelle.

—Eso no es todo —prosiguió Sean—. Antes de que existiera Camp Peary, la Armada retuvo aquí a prisioneros de guerra alemanes.

—¿Prisioneros de guerra alemanes? —preguntó Michelle—. Qué irónico. Champ me enseñó una jarra de cerveza alemana que Monk le había regalado.

—¿Monk Turing estuvo en Alemania?

—Bueno, no estoy cien por cien segura, Sean, pero trajo la jarra cuando regresó del viaje al extranjero. Tal vez el sheriff Hayes sepa si Monk fue o no a Alemania. Es posible que haya convencido a Ventris para que le enseñe el pasaporte de Monk.

—Alemanes en Camp Peary y Monk de viaje a Alemania —dijo Sean, con expresión reflexiva.

—¿Qué más te contó Champ? —le preguntó Horatio.

Michelle los puso al tanto de la conversación y añadió:

—Y está coladito por mí.

—Pues no dejes que se pase de la raya —dijo Sean con tal firmeza que sorprendió a Horatio.

—No será fácil —aclaró ella—. Es cinturón negro de taekwondo.

—Sí, y pilota su propio avión. Me lo dijo Alice.

—De hecho, no es suyo. Pertenece a Babbage Town. Pasado mañana volaré con él.

—No termina de gustarme que estés a solas con ese tipo a casi cinco mil metros de altura —dijo Sean.

—No tengo la más mínima intención de hacer nada obsceno, si es eso a lo que te refieres.

—Sé que tiene una coartada para la hora del asesinato de Rivest, pero sigue sin gustarme.

—Tal vez no la tenga, Sean.

—¿A qué te refieres? Comprobé el registro informático —dijo Sean—. Estuvo en la Cabaña número dos hasta las tres de la madrugada.

—Es probable que Champ pueda saltarse el sistema de seguridad. Además, es un cerebrín. ¿Acaso alguien así no sabría manipular un sencillo registro informático?

—No se me había ocurrido —respondió Sean con desazón.

—¿Has hablado con alguien que estuviese allí esa noche para confirmar lo que pone en ese registro informático? —le preguntó Michelle.

—No, pero enmendaré ese error de inmediato. Bien pensado, Michelle.

—Tengo mis momentos de lucidez —consintió ella.

—En serio, no me parece buena idea que vueles sola con Champ.

—Lo sé, pero lo superarás, Sean.

—He averiguado algo más —dijo él—. ¿Recuerdas que pregunté si alguien había visto algo inusual la noche del asesinato de Rivest?

—Sí, nadie había visto nada.

—Pues bien, les hice una pregunta un tanto distinta. Les pregunté si habían visto a alguien cerca de la casa de Rivest, incluyendo a quienes deberían haber estado allí.

—No te sigo —dijo Horatio.

—Se refiere a otros científicos, guardias, etcétera —explicó Michelle.

—Y personal de la limpieza —dijo Sean—. Uno de los guardias vio a uno de los empleados empujando un carrito de la ropa sucia hacia la Cabaña número tres alrededor de la una de la madrugada. —Michelle y Horatio lo miraron—. ¿No os dais cuenta? ¿Qué mejor medio para llevarse toallas mojadas, alfombrillas de baño y un desatascador que un carrito de la ropa sucia?

—Es la mejor manera, está claro. Bien pensado, Sean.

—Entonces, ¿un empleado de la limpieza mató a Rivest? —preguntó Horatio.

—No, seguramente alguien que iba vestido como tal. Fui a la lavandería. Nadie ha visto esas toallas mojadas, alfombrillas de baño o desatascadores.

—Si fuera así, entonces fue una mujer quien mató a Rivest —dijo Horatio—. Sería mucho más fácil que una mujer vistiese como una mujer, ¿no?

Sean meneó la cabeza.

—No he dicho que fuera una mujer. De hecho, el guardia me dijo que era un hombre. Lo he comprobado con el supervisor de la limpieza. Tienen tantos empleados como empleadas. Pero una mujer podría ponerse pantalones y hacerse pasar por hombre.

—Tenemos que averiguar quién trabajaba esa noche —dijo Michelle.

—Sí y no —repuso Sean—. Desde luego, repasaremos la lista, pero creo que podría haber sido alguien de fuera disfrazado de empleado de la limpieza. Si llegas con un uniforme y una placa de identificación que parece verdadera, ¿quién lo va a poner en duda?

—O podría haber sido alguien que trabaje en Babbage Town disfrazado de empleado de la limpieza —añadió Michelle.

—Eso sería más preocupante. —Sean se volvió para marcharse.

—¿Adónde vas? —le preguntó Michelle.

—A averiguar si nuestro querido genio, Champ Pollion, estaba de verdad en la Cabaña número dos o tal vez empujando un carrito de la ropa sucia repleto de pruebas después de haber ahogado a Len Rivest.